-Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?
5 DE MAYO
III
DOMINGO DE PASCUA
1ª
Lectura: Hechos 5,27-32.40-41
Nosotros
somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo.
Salmo 29:
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2ª Lectura:
Apocalipsis 5,11-14
Digno es
el Cordero, que fue inmolado de recibir el poder y la riqueza.
PALABRA
DEL DÍA
JUAN:
21,1-19
“En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos
junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón
Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y
otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -Me voy a pescar. Ellos
contestan: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella
noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la
orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
-Muchachos, ¿tenéis pecado? Ellos contestaron: -No. Él les dice: -Echad la red
a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para
sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le
dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba
desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron
en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando
la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto
encima y pan. Jesús les dice: - Traed de los peces que acabáis de coger. Simón
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces
grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca,
toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús
se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan ¿me amas más
que estos? El le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice:
-Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me
amas? El le dice: -Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: -Simón,
hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por
tercera vez si lo quería y le contestó: -Señor, tú conoces todo, tú sabes que
te quiero. Jesús le dice: -apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras
joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo,
extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo
aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
-Sígueme”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del
mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo,
Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le
respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la
barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos
no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para
comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y
encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían
arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el
Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que
era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red
con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un
pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban
de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de
peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no
se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que
era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con
el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a
sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo
de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú
sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan,
¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero".
Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo
quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero".
Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas
a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará
y te llevará a donde no quieras".
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía
glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".
REFLEXIÓN
Tercer domingo de
Pascua, “tercera aparición de Jesús”. Esta vez en circunstancias distintas, en
plena naturaleza, junto al lago, y en medio de un trabajo fatigoso y
descorazonador. Pero había amistad, había añoranzas de otro amigo, había una
espera indefinida.
Ellos, los siete
discípulos, tenían confianza de volver a ver al maestro, porque él había
hablado de volver a Galilea. Pero Jesús es imprevisible. Lo mismo puede
aparecer en Judea que en Galilea, en Damasco que en roma, en el norte que en el
sur. Y lo mismo puede aparecer en la noche que en el día, cuando amanece o
cuando atardece; sea cuando sea, él es el Día. Y lo mismo puede aparecer cuando
se reza o cuando se come, cuando se descansa, cuando se sufre o cuando se goza,
en el curso o en la vocación, él es la Fiesta y el Descanso.
Pero sus apariciones,
que no tienen esquema ni programa, sí suelen tener un proceso similar.
Podríamos concretarlo en un vacío o sufrimiento, una búsqueda perseverante y
una respuesta al Señor.
Al decir vacío,
hablamos de experiencias de pobreza interior y sufrimiento. Conocemos la
angustia de Magdalena, el desencanto de los caminantes de Emaús, el miedo de
los discípulos, las dudas de Tomás, la frustración de los pescadores, las
lágrimas de Pedro, la rabia de Saulo. Pueden ser tantas cosas: una crisis
interior, etapas de incomprensión o de rechazo, abandono interior, fracasos,
desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo. Ejemplos actualizados
son innumerables. Siempre desde la insatisfacción.
La insatisfacción y
esterilidad de nuestras acciones y proyectos, puede ser signo ciertamente de un
camino hoy misterioso para nosotros, por el que el Señor nos hace pasar para
que participemos en su muerte. Pero eso no nos exime de preguntarnos si la
esterilidad pudiera ser debida a que no haya en nosotros la vida del
resucitado, a que no hayamos resucitado como Iglesia con el Señor. En efecto,
nada se puede esperar de una “Iglesia moribunda”, pues de la muerte sólo puede
salir muerte.
La Iglesia del éxito,
aquí en el mundo, es la Iglesia, que más allá del número, vive intensamente el
júbilo de la resurrección. Todos sabemos por experiencia que reunir
multitudes, es relativamente fácil… el
mejor signo de fecundidad de la Iglesia es su capacidad de alabanza y de
agradecimiento. Alabar y agradecer son los gestos más característicos del amor
perfecto. Nacen de la alegría profunda de haber sido salvados.
En el anuncio del
Kerigma, en agradecimiento y en alabanza, es lo que Dios quiere de los apóstoles
y de sus sucesores, como asimismo de toda la comunidad cristiana: que se
extienda por el mundo la acción del evangelio, considerado como buena noticia
de la salvación de toda la humanidad.
ENTRA EN
TU INTERIOR
El encuentro de Jesús
resucitado con sus discípulos junto al lago de galilea está descrito con clara
intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca
en medio del mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: sólo
la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de
sus discípulos.
El relato nos describe,
en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de
la noche. Todo comienza con una decisión de simón Pedro: “Me voy a pescar”. Los
demás discípulos se adhieren a él: “También nosotros nos vamos contigo”. Están
de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan
escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de simón Pedro.
El narrador deja claro
que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: “aquella noche no
cogieron nada”. La “moche” significa en el lenguaje del evangelista la ausencia
de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y
su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.
Con la llegada del
amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos
por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo
reconocen cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura
sorprendente. Aquello sólo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los
llamó a ser “pescadores de hombres”.
La situación de no
pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen.
Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de
tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir
intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio,
o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en
nuestro trabajo?
Para difundir la Buena
Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no
es ”hacer muchas cosas”, sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo
que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que
podamos irradiar los cristianos.
No podemos quedarnos en
la “epidermis de la fe”. Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial.
Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo
es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la
más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la cena del
Señor. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Señor, que así sea
siempre la Iglesia:
• Hombres nuevos. Han
renacido en la experiencia pascual. Comienza en el bautismo. Se realiza por el
Espíritu. La santificación creciente, una vida como la de Cristo.
• Comunidad nueva. Hay
comunión profunda de vida, que incluye el amor, la ayuda mutua, el compartir
los bienes. La comunión.
• Cristo en el centro.
Es el núcleo de la comunidad, que vive de él y para él, de su palabra y de su
cuerpo, que se hace vida en cada uno. Es la fe.
• El testimonio. Su
trabajo es predicar a Jesucristo, con la palabra y la vida, evangelizar a los pobres,
servir a todos. Es diaconía y “martirio”.
• La autoridad. Es
responsabilidad y servicio. A Pedro se le encomienda el cuidado principal por
su primera fe y por su amor grande. No ha de ser un jefe “a nadie llaméis
jefes, porque uno solo es vuestro jefe. Cristo” (Mt 23,10)-, sino un pastor,
dedicado por tanto a defender a las ovejas, a cuidarlas, a guiarlas: es decir,
que sea capaz de darlo todo y darse todo por sus ovejas.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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