domingo, 26 de marzo de 2023

2, 6,7,8, y 9 DE ABRIL: DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR. SANTO TRIDUO PASCUAL Y DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.



“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

 ¡Hosanna en el cielo!

2 DE ABRIL

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Lectura para la bendición de los ramos: Mateo 21,1-11

 “Cuando se acercaba a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto”. Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: “Decid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila”. Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árbol y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”.  Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: “¿Quién es éste?”. La gente que venía con él decía: “Es Jesús de Nazaret de Galilea”.

MISA

1ª Lectura: Isaías 50,4-7

No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo 21

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

2ª Lectura: Filipenses 2,6-11

PALABRA DEL DÍA

Pasión según San Mateo 26,14-27,66 (Texto breve)

“En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: -Tú lo dices. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: -¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti? Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: -¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: -No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: -¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Ellos dijeron: -A Barrabás. Pilato les preguntó: -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? Contestaron todos: -Que lo crucifiquen. Pilato insistió: -Pues, ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: -¡Que lo crucifiquen! Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: -Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros! Y el pueblo entero contestó: -¡su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: -¡Salve, rey de los judíos! Luego lo escupían le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: “La Calavera”), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: -Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: -A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios? Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la medía tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: -Elí, Elí, lamá sabaktaní. (Es decir: -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: -A Elías llama éste. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: -Realmente éste era Hijo de Dios.”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Unos días antes de la fiesta de Pascua, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás,

y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte.

Pero decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo".

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes

y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata.

Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?".

El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'".

Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce

y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará".

Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?".

El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".

Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo".

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella,

porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados.

Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre".

Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Entonces Jesús les dijo: "Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.

Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea".

Pedro, tomando la palabra, le dijo: "Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás".

Jesús le respondió: "Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces".

Pedro le dijo: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: "Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar".

Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.

Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo".

Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: "Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: "¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?

Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".

Se alejó por segunda vez y suplicó: "Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad".

Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño.

Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.

Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.

¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".

Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.

El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo".

Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: "Salud, Maestro", y lo besó.

Jesús le dijo: "Amigo, ¡cumple tu cometido!". Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.

Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.

Jesús le dijo: "Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere.

¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles.

Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?".

Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: "¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron".

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.

Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte;

pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos

que declararon: "Este hombre dijo: 'Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días'".

El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: "¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?".

Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: "Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios".

Jesús le respondió: "Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo".

Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: "Ha blasfemado, ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia.

¿Qué les parece?". Ellos respondieron: "Merece la muerte".

Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban,

diciéndole: "Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó".

Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Galileo".

Pero él lo negó delante de todos, diciendo: "No sé lo que quieres decir".

Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: "Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno".

Y nuevamente Pedro negó con juramento: "Yo no conozco a ese hombre".

Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: "Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona".

Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo,

y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: "Antes que cante el gallo, me negarás tres veces". Y saliendo, lloró amargamente.

Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús.

Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos,

diciendo: "He pecado, entregando sangre inocente". Ellos respondieron: "¿Qué nos importa? Es asunto tuyo".

Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó.

Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: "No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre".

Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado "del alfarero", para sepultar a los extranjeros.

Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy "Campo de sangre".

Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas.

Con el dinero se compró el "Campo del alfarero", como el Señor me lo había ordenado.

Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". El respondió: "Tú lo dices".

Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada.

Pilato le dijo: "¿No oyes todo lo que declaran contra ti?".

Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador.

En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo.

Había entonces uno famoso, llamado Barrabás.

Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: "¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?".

El sabía bien que lo habían entregado por envidia.

Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: "No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho".

Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: "¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?". Ellos respondieron: "A Barrabás".

Pilato continuó: "¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?". Todos respondieron: "¡Que sea crucificado!".

El insistió: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Que sea crucificado!".

Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: "Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes".

Y todo el pueblo respondió: "Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos".

Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él.

Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.

Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: "Salud, rey de los judíos".

Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza.

Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa "lugar del Cráneo",

le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo.

Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;

y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo.

Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos".

Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza,

decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!".

De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:

"¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.

Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios".

También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.

Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".

En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.

Pero los otros le decían: "Espera, veamos si Elías viene a salvarlo".

Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron

y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron

y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.

El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!".

Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo.

Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.

Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús,

y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran.

Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia

y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.

María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.

A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato,

diciéndole: "Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: 'A los tres días resucitaré'.

Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: '¡Ha resucitado!'. Este último engaño sería peor que el primero".

Pilato les respondió: "Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente".

Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia."

 

REFLEXIÓN

Viene Jesús a Jerusalén a celebrar la Pascua, con sus discípulos, pero sabiendo que para él iba a tener un significado decisivo, que cambiaría su historia personal y la historia del mundo. Por lo pronto suponía una fuerte angustia: “Ahora mi alma está turbada… ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¿si he llegado a esta hora para esto!” (Jn 12,27). En otro momento hace también referencia a esta tensión íntima: “Con un Bautismo tengo que ser bautizado y ‘qué angustia hasta que se cumpla!” (Lc 12,50). Pero también suponía un fuerte deseo: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22,15). Se trataba ciertamente de una verdadera agonía, una lucha de muerte entre el instinto conservador y la fuerza del amor. Porque el amor llegaba ahora en Jesús a su máxima expresión. Era un amor semejante al fuego: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya ardiendo!” (Lc 12,49).

Llega por fin a Jerusalén. Es una ciudad espléndida y santa, pero es también la ciudad que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados, una ciudad ciega y cruel. Jesús, al ver la ciudad, no puede contener las lágrimas. Podría ser para ella un día memorable, el tiempo de la gracia y la salvación. Pero Jerusalén no comprende, estaba cerrada en sí misma y era incapaz de reconocer a aquel que le traía la paz y la salvación. Trágicas serán sus consecuencias.

Ahora es el tiempo del Siervo. El Siervo es el anticipo del rey o del amo. Jesús había manifestado claramente su opción, rechazando los ideales que manifestaban sus discípulos: “Los jefes de las naciones las tiranizan, y los grandes las oprimen… Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande… será vuestro servidor… que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 42.45). Este mismo tema lo coloca Lucas en la Última Cena: refiriéndose a la mesa, concluye: “Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,25-27). O sea, que la postura de Jesús no varió después de su entronización como Mesías rey.

El Siervo se presenta como profecía contra el poder del mundo. No quiere dominar, sino servir. No quiere acaparar riquezas, sino compartir. En vez de gravar con impuestos, derrocha sus gracias. No quiere hacer llorar, sino consolar. No quiere infringir heridas, sino curarlas. En vez de dar palos, pone sus espaldas, y en vez de dar bofetadas, pone sus mejillas. No se pone de parte de los verdugos, sino de las víctimas. No se arrodilla ante los poderosos, sino ante los abatidos o ante los amigos. Se rodea de gente sencilla, no de selectos ni por la clase ni por la ciencia ni por la virtud. No castiga con multas o cárceles, sino con perdones y liberaciones; es enemigo de todo tipo de cadenas e imposiciones. No busca los halagos, sino que defiende la verdad. No condecora ni ofrece homenajes a los aristócratas o a los guerreros victoriosos, sino que bendice a los pacíficos, a los pobres y a los que lloran. No ha venido a quitar la vida de nadie, sino a dar la suya por todos.

En la Pasión de Jesús estas actitudes del Siervo se cumplen de una manera dramática, llegan a su máxima expresión. Siguiendo los cantos de Isaías, se los aplicamos enteramente a Jesús. Efectivamente, él vino a dar su vida por todos, y hacer triunfar así el reino del amor. Con su entrega se iniciará la era del Espíritu.



ENTRA EN TU INTERIOR

ESCÁNDALO Y LOCURA

Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante.

Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.

Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.

Este Dios crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.

Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. “En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo” (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.

Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.

Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el “amor loco” de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Estas realidades no son cosa del pasado. La Pasión y la Pascua se prolongan. Miramos al Cristo del siglo I y al Cristo del siglo XXI. La historia se repite, pero multiplicada por millones. “Masas dolientes y hambrientas a causa de la injusticia humana reclaman la victoria de la vida, la resurrección, la exaltación en el Reino de Dios, que está en marcha”.

Está en marcha. El triunfo se ha anticipado en Jesucristo, pero no se ha completado. Seguimos, no recordando, sino celebrando y viviendo el drama. Porque sí, “en esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24).

ORACIÓN

            El Rey de la paz nos invita a su banquete. Hambrientos de vida, acerquémonos con fe a quien entrega su Cuerpo por la salvación del mundo.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágen de Patxi Velasco FANO.



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“Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,

también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros…”

6 DE ABRIL

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

COLOR LITÚRGICO BLANCO

1ª Lectura: Éxodo 12,1-8.11

Salmo: 115

2ª Lectura: 1 Corintios 11,23-26

PALABRA DEL DÍA

Juan 13,1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,

sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,

se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.

Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".

Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".

"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".

"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".

Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".

El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".

Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?

Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.

Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.

Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."

REFLEXIÓN

Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no hay amor más grande.

El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.

Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).

¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermano, no es amor.

Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del amor

Es como el amor de los amigos, pero más.

Es como el amor enamorado, pero más.

Es como el amor del padre y de la madre, pero más.

Es como el amor de los hijos y los hermanos, pero más.

Es como el amor del que sirve, pero más.

Es como el amor del que comparte, pero más.

Es como el amor del que perdona, pero más.

Es como el amor del que se entrega, pero más. Es como el amor humano todo junto, pero más.

Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de participación y comunión.

Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el amor.

Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y generosidad.

El lavatorio de los pies es el signo que prepara o complementa el den pan partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y detallista, vestido con traje de criado.

Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.

Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc 29,19).



ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el Señor.

Amor entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama por nosotros.

Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.

Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.

Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que volverán a estar juntos  “No beberé de más de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber, vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena definitiva.

 


 

7 DE ABRIL

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

COLOR LITÚRGICO ROJO

1ª Lectura: Isaías 52,13-53,12

Salmo: 30

Segunda Lectura: Hebreos: 4,14-16; 5,7-9

PALABRA DEL DÍA

PASIÓN SEGÚN SAN JUAN: 18,1-19,42

“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus  discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?.”  Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que  “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ·El rey de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los  judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.”

REFLEXIÓN

Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.

Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.

El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.

Junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la Madre de Jesús como suya.

Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.

Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.



ENTRA EN TU INTERIOR

La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.

Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.

Cristo sigue crucificado. Tantos Cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones, miedos…

Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.

Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.

ORACIÓN FINAL

Gracias, Jesús, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas fuimos salvados.

 

 


8 DE ABRIL

SÁBADO SANTO EN LA SEPULTURA DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL

COLOR LITÚRGICO BLANCO

1ª Lectura: Génesis 1,1-2,2

Salmo 103 (o bien Salmo 32)

2ª Lectura: Génesis 22,1-18

Salmo 15

3ª Lectura: Éxodo 14,15-15,1

Salmo 15

4ª Lectura: Isaías 54,5-14

Salmo 29

5ª Lectura: Isaías 55,1-11

Salmo (Isaías 12)

6ª Lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4

Salmo 18

7ª Lectura: Ezequiel 36,16-28

Salmo 41 (o bien 12, 42 o 50)

SE ENCIENDEN LAS CANDELAS Y SE CANTA EL HIMNO DEL GLORIA

Epístola: Romanos 6,3-11

Salmo Aleluyático 117

EVANGELIO

Mateo 28,1-10

“Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro.

De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.

Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve.

Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.

El Ángel dijo a las mujeres: "No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado.

No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba,

y vayan en seguida a decir a sus discípulos: 'Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que

ustedes a Galilea: allí lo verán'. Esto es lo que tenía que decirles".

Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a

dar la noticia a los discípulos.

De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.

Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".

REFLEXIÓN

Cristo pasó por la noche más amarga. Amó hasta el final y sufrió hasta el final, en su cuerpo y en su alma. Hemos podido penetrar un poquito en ese exceso de amor y de dolor. Hemos podido seguir sus pasos, escuchar sus palabras o sus gritos, besar sus llagas, ungir su cuerpo.

Pero en lo más cerrado de la noche, cuando estaba en el sepulcro y podría esperarse que fuera mordido por la corrupción, todo se transforma, en la tumba entró el sol, su cuerpo fue ungido y alentado por el Espíritu, y su inmenso corazón empezó a latir con fuerza. “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciendo victorioso del abismo”, cantamos en el Pregón Pascual.

La humanidad de Cristo queda así enteramente espiritualizada y divinizada. Cristo se unifica con el Padre y el espíritu. Cristo se convierte en puro amor, en llama que “arde sin apagarse”, en presencia resucitada y glorificada. Ya puede estar a la vez con el Padre y con nosotros. Ya siempre está “en medio” de nosotros.

Cristo resucitado es belleza inigualable, ideal de la humanidad, modelo del hombre nuevo. Quiso conservar sus llagas como joyas ardientes y trofeo. Es fuerza transformadora, que vence nuestros miedos y supera nuestras dificultades. Es santidad contagiosa, que perdona todo pecado y transmite Espíritu de Dios. Es amor victorioso, que vence todo egoísmo y lo llena todo de misericordia y amistad.

En esta noche de Pascua Cristo es el amado. En esta noche de Pascua los que aman a Cristo pueden unirse con él. Es noche de amores. ¿No te sientes enamorado-enamorada?

Enamorarse es vivir en amor, que la vida toda sea amor. Enamorarse de Cristo es vivir en común unión con él, de manera que haya un trasvase de vida del uno en el otro, hasta llegar a la unión consumada, identificarse el uno con el otro, transformarse el uno en el otro.

Es la espiritualidad que san Pablo desarrolla de muchas maneras, el cristiano tiene que llenarse de la vida nueva de Cristo, tiene que llegar a ser otro Cristo. Para ello:

Ha de morir y resucitar con Cristo (col 3,1-3).

Ha de vivir la vida de Cristo (Rom 6,8), hasta el punto de que él sea  vida nuestra (Col 3,4).

Ha de vivir en Cristo, o que Cristo viva en él, que pueda llegar a decir: “es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20; Flp 1,21).

Ha de injertarse en Cristo y estar en Cristo.

ENTRA EN TU INTERIOR

Gracias, Jesús, por tu pasión, por tu muerte y por tu resurrección. Gracias, Jesús, por tu amor, que fue capaz de dar la vida para hacer triunfar la vida. Me amaste y te entregaste por mí. No me canso de admirar, no me canso de meditar y agradecer.

Asumiste nuestro dolor y ya los dolores no duelen tanto. ¡Qué maravillosa es tu medicina! Asumiste nuestras angustias y amarguras, nuestras depresiones y vacíos, y ya la noche del alma se ha iluminado. Ya no hay lugar para la desesperación. Todos nuestros sufrimientos han sido por ti redimidos y pueden ser redentores.

Asumiste nuestro pecado -¡qué terrible peso!-, pero ya todos están perdonados y borrados. Podemos decir al pecador más grande: Confía, hijo, ya estás curado, ya eres un hombre nuevo; confía, hijo, no mires al pasado, Dios ya no se acuerda, la vida empieza otra vez, confía, hijo, el cielo se abre de nuevo para ti, ya estás en el paraíso. Pero no peques más.

ORA EN TU INTERIOR

Bajaste, Señor, a nuestros infiernos, y ya todas sus puertas están abiertas, tú tienes las llaves, Señor de la luz y de la vida. Eres el gran libertador. Todas las losas sepulcrales que aplastaban a los hombres están rotas; todos los prisioneros que gemían en los infiernos están rescatados; ya todos pueden salir de sus sepulcros; y el canto de libertad que tú iniciaste ya está en nuestros labios.

ORACIÓN FINAL

Gracias, Jesús, amigo nuestro. Si nos has amado tanto, sería una indignidad no responder con amor. Danos capacidad para amar como tú, con amor solidario y entregado. Danos capacidad para amar hasta la muerte. Haznos sentir la victoria de tu amor. Danos tu Espíritu, que es nuestra fuerza y nuestra victoria. Y haznos testigos de tu amor en el mundo.

 

 


9 DE ABRIL

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

COLOR LITÚRGICO BLANCO

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34.37-43

Salmo 117

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4 (o bien 1ª Corintios 5,6-8

EVANGELIO DEL DÍA

Juan 20,1-9

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.

Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.

Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.

Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,

y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos”.

REFLEXIÓN

¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua.

De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.

La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.

Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.

Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39)

 Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.

El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.

El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”.  Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría  van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta  alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.

No es una alegría barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y amor.

La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan  huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida con  el sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.

ENTRA EN TU INTERIOR

Cristo no sólo resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.

Un encuentro como el de la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.

Un encuentro como el de los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de la verdad de la Pascua.

ORA EN TU INTERIOR

Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.

¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.

ORACIÓN FINAL

Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.

Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.

Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO