domingo, 24 de marzo de 2024

28 AL 31 DE MARZO: SANTO TRIDUO PASCUAL Y DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECIÓN DEL SEÑOR (B)

 




COMIENZA EN SANTO TRIDUO PASCUAL

28 DE MARZO

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

DÍA DEL AMOR FRATERNO

1ª Lectura: Éxodo   12,1-8.11-14

Prescripciones sobre la cena pascual.

Salmo 115: El cáliz que bendecimos es comunión con la sangre de Cristo

2ª Lectura: 1 Corintios 11,23-26

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

PALABRA DEL DÍA

Juan 13,1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

REFLEXIÓN

Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no hay amor más grande.

El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.

Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).

¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermano, no es amor.

Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del amor.

Es como el amor de los amigos, pero más.

Es como el amor enamorado, pero más.

Es como el amor del padre y de la madre, pero más.

Es como el amor de los hijos y los hermanos, pero más.

Es como el amor del que sirve, pero más.

Es como el amor del que comparte, pero más.

Es como el amor del que perdona, pero más.

Es como el amor del que se entrega, pero más.

Es como el amor humano todo junto, pero más.

Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de participación y comunión.

Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el amor.

Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y generosidad.

El lavatorio de los pies es el signo que prepara o complementa el del pan partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y detallista, vestido con traje de criado.

Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.

Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc 29,19).



ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el Señor.

Amor entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama por nosotros.

Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.

Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.

Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que volverán a estar juntos  “No beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber, vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena definitiva.




29 DE MARZO

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

1ª Lectura: Isaías 52,13-52,12

Él fue traspasado por nuestras dolencias.

Salmo 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

2ª Lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9

Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación.

PALABRA DEL DÍA

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Juan  18,1-19,42

“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus  discípulos. Judas, el traidor, conocía

también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?.”  Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: •El rey de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los  judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”

REFLEXIÓN

Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.

Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.

El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.

Junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la Madre de Jesús como suya.

Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.

Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.

Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.

Cristo sigue crucificado. Tantos Cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones, miedos…

Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.

Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.

ORACIÓN FINAL

Gracias, Jesús, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas fuimos salvados. Amé.



30 DE MARZO

SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Lecturas del Antiguo Testamento

Génesis 1,1-2,2

Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Salmo 103

Génesis 22,1-18

El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Salmo 15

Éxodo 14,15-15,1

Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.

Salmo: Éx 15,1-18

Isaías 54,5-14

Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.

Salmo 29

Isaías 55,1-11

Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.

Salmo: Is. 12,2-6

Baruc 3,9-15.32

Caminad a la claridad del resplandor del Señor.

Salmo 18

Ezequiel 36,16-28

Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.

Salmo 41

Lectura del Nuevo Testamento

Romanos 6,3-11

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

Salmo 117

PALABRA DE LA VIGILIA

Lucas 24,1-12

“El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”. Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido”.

 


31 DE MARZO

DOMINGO DE PASCUA DE LA

RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

1ª Lectura: Hechos 10,34.37-41

Hemos comido y bebido con él después de su resurrección.

Salmo 117: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4

Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.

PALABRA DEL DÍA

Juan 20,1-9

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.

REFLEXIÓN

¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua.

De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.

La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.

Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.

Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39).

Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.

El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.

El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”.  Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría  van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta  alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.

No es una alegría barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y amor.

La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan  huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida con  el sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.

ENTRA EN TU INTERIOR

Cristo no sólo resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.

Un encuentro como el de la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.

Un encuentro como el de los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de la verdad de la Pascua.

ORA EN TU INTERIOR

Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.

¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado. ¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.

 ¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.

ORACIÓN FINAL

Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.

Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.

Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO



Imagen para colorear



 

 

 

 

 

 

 


domingo, 17 de marzo de 2024

24 DE MARZO: DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (B)

 


“¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

24 DE MARZO

DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Lectura para la bendición de las palmas

Evangelio de san Juan: 12,12-16

Primera Lectura: Isaías 50,4-7

No aparté mi rostro de los insultos y sé que no quedaré avergonzado.

Salmo 21

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Segunda Lectura: Filipenses 2,6-11

Cristo se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó.

EVANGELIO DEL DÍA

Pasión según san Marcos 15,1-38

“Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:

- “No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo”.

Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:

 - “¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres”.

 Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:

- “Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta”.

. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarle a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

 - “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

- “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

 Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:

 - “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo”.

 Ellos, consternados empezaron a preguntarle uno tras otro:

- “¿Seré yo?”

 Respondió: “Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!”.

 Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

- “Tomad, esto es mi cuerpo”.

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.

Y les dijo:

- “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.

 Después de cantar el salmo, Salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo: -“Todos vais a caer, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea”.

 Pedro replicó:

 - “Aunque todos caigan, yo no”.

Jesús le contestó:

- “Te aseguro que tú hoy, esta tarde, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres”.

Pero él insistía:

- “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.

Y los demás decían lo mismo. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:

 - “Sentaos aquí mientras voy a orar”.

Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

- “Me muero de tristeza; quedaos aquí velando”.

Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:

 - “¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.

Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

- “Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil”.

De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:

 - “Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”.

Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los    sumos Sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

 - “Al que yo bese, ése es; pretendedlo y conducidlo bien sujeto”.

Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:

 - “¡Maestro!”.

Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

 - ¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras”.

Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

 Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.

 Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonios contra él, diciendo:

 - “Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres”.

Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:

- “¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?.

 Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:

 - “¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?...”

Jesús contestó:

 - “Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo”.

El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:

 - “¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?”.

 Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

 - “Haz de profeta”.

 Y los criados le daban bofetadas.

Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró y dijo:

 - “También tú andabas con Jesús, el Nazareno”.

Él lo negó, diciendo: - ·Ni sé ni entiendo lo que quieres decir”.

 Salió al zaguán, y un gallo cantó”. Al poco rato, también los, presentes dijeron a Pedro: “Seguro que eres uno de ellos, pues eres Galileo”.

 Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

 - “No conozco a ese hombre que decís”.

Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: “Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres”, y rompió a llorar.

Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

 “¿Eres tú el rey de los judíos?”

Él respondió:

“Tú lo dices”.

Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: “¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti”.

 Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:

“¿Queréis que os suelte as rey de los judíos?”.

Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.

Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: ¿”Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?”.

 Ellos gritaron de nuevo:

“¡Crucifícalo!”.

Pilato les dijo:

 “Pues, ¿qué mal ha hecho?”.

Ellos gritaron más fuerte:

“¡Crucifícalo!”.

Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

 Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -.al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

 “¡Salve, rey de los judíos!”.

 Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

 Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “la Calavera”), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.

Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda, Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

“A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar: que el Mesías, el rey de Israel, baje de la cruz, para que lo veamos y creamos”.

 También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

 Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde Jesús clamó con voz potente:

Eloí, Eloí, lamá sabaktaní”. Que significa: “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

 “Mira, está llamando a Elías”.

 Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: “Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo”.

 Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

 El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.

REFLEXIÓN

UNCIÓN Y TRAICIÓN:

Se abre el capítulo de la Pasión con una escena llena de belleza y de fuerza significativa, pero en contraste. Una mujer, quizá María, la hermana de Lázaro, expresa su devoción y su amor a Cristo rompiendo para él un frasco de alabastro y ungiendo su cabeza con nardo auténtico. Llama la atención la generosidad de este gesto. Si se midiera el valor por el precio, sería grande.  No siempre es así, claro. Dos reales también pueden significar muchísimo amor. Dos mil millones pueden estar vacíos de amor.

Cristo interpreta la unción como un anticipo de su muerte, La mujer, intuitiva, se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Es un homenaje a mi muerte y un agradecimiento a mi vida. Todos la aplaudirán por los siglos.

SACRAMENTO Y PROFECÍA:

En la Cena Jesús instituye el sacramento del amor. Es signo de comunión y de entrega. El pan partido y el vino ofrecido sirven para realizar la mayor unión entre Cristo y sus discípulos; sirven asimismo para significar su muerte, el cuerpo roto y la sangre derramada. Nadie tiene amor más grande.

Pero la Eucaristía anuncia el banquete del Reino de Dios. Es una profecía o anticipo del día en que podamos comer con Dios y comer enteramente a Dios, la comunión de la gloria.

Pedro significa roca, que habla de fortaleza. Pedro era fuerte en su fe y su entusiasmo por Cristo, lo que pasaba era que se le iba la fuerza por la boca. Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca… Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré… “Estoy dispuesto a ir contigo hasta a la cárcel y la muerte”. Y era sincero en sus manifestaciones. Realmente Pedro creía y amaba con todas sus fuerzas a Jesús. Y no sólo eran sentimientos y palabras, sino que en ocasión echó mano de la espada para defender a su maestro. Huye con todos, poco después lo va siguiendo y se mezcla con sus enemigos.

EN UN HUERTO COMENZÓ EL DRAMA:

Getsemaní es lucha del alma. El Hijo lucha con el Padre, como antiguamente Jacob. Lucha hasta dejarse vencer. Pero ¡qué duro! Es noche cerrada. Todas las luces se apagan. Agitado por los vientos fríos de la duda, del miedo y la tristeza. ¿Por qué y para qué? El tentador jugaba todas sus bazas. Y los discípulos no pueden ayudar, duermen, incapaces de sintonizar con el Maestro. ¡Qué distancia! Y aunque el Padre parece estar sordo, Jesús grita.

PASIÓN. SILENCIO:

Llueven sobre Jesús los golpes y las condenas. Golpes en la cara, en la cabeza, en todo su cuerpo. Bofetadas, escupitajos, azotes, espinas, clavos. Condenas: el sanedrín, Pilato y Herodes, el pueblo.

Pero él callaba, sin dar respuesta.

Jesús no contestó más.



ENTRA EN TU INTERIOR

EL GESTO SUPREMO

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.

Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.

Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos, aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.

Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.

Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.

Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.

Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR CON LA LECTURA REPOSADA, DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO 

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domingo, 10 de marzo de 2024

17 DE MARZO: QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (B)

 


” Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere,

queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.”

17 DE MARZO

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Primera Lectura: Jeremías 31,31-34

Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados.

Salmo 50

Crea en mí, Señor, un corazón puro.

Segunda Lectura: Hebreos 5,7-9

Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna.

EVANGELIO DEL DÍA

Juan 12,20-33

“En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose A Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos

que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".

Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora!

¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".

Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera;

y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí".

Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.”

REFLEXIÓN

En este pórtico de la Pasión, destaca la estampa de Jesús suplicando al Padre con gritos y con lágrimas. Es otra versión de la noche de Getsemaní. Impresiona ver a Jesús agitado por la angustia y por el miedo. Nos impresiona este Jesús que llora y que grita al cielo.

Estamos acostumbrados a fijarnos más en la realidad divina de Cristo, que casi oscurece y debilita su dimensión humana. Nos parecía que Jesús sufría menos, porque estaba asistido e iluminado por su divinidad. Sería superhombre, sobrevolaría las debilidades humanas.

Los gritos y las lágrimas de Jesús nos prueban la verdad de su Encarnación. Asume todo lo humano, como un hombre más. Asume nuestro peso y nuestro barro, nuestras pasiones y nuestras emociones, nuestras dudas y nuestros miedos. Por eso llora, grita y suplica. Que sí, que Cristo descendió hasta nuestros más oscuros infiernos.

Nos prueban la verdad de la solidaridad. Cristo aprendió a sufrir, se identificó con todos los que han sufrido y sufrirán, con todos los que han llorado y han gritado, desde el justo Abel hasta el último caído, víctima del odio o del fanatismo.

Nos prueban la verdad de la redención. Si el Hijo de Dios llora, no es sólo para compartir las lágrimas, sino para quitarles su amargor, convertidas así en aguas de purificación y en riego fecundo.

Unos griegos, que habían ido a la fiesta, pidieron ver a Jesús. Eran gentiles, y querían ver a Jesús. No era simple curiosidad, era interés. Querían escuchar sus palabras. Querían creer en él. Eso ya es un principio de fe. Vendrán muchos de Oriente y Occidente...

Podría ser motivo de satisfacción para Jesús. Pero en ese momento Jesús se sintió nervioso. Vio con claridad que todo se cumplía, que lo suyo tocaba a su fin, que había llegado la hora. Hora de glorificación, sí, pero hora también de sufrimiento y de muerte. Será exaltado, sí, pero será también crucificado.

Y Jesús se rompe, se viene abajo. Mi alma está agitada. Es sacudida por vientos contrarios. Las luces y las sombras luchan entre sí en su propio campo. El desencanto y la esperanza; la muerte y la vida, cuerpo a cuerpo, luchando en él.

Entonces Jesús acude al Padre, como el niño que se siente indefenso. Padre, líbrame de esta hora, Padre, aparta de mí este cáliz. Es una lucha del hombre con Dios, como aquella de Jacob en Penuel a lo largo de la noche. Muchas veces la oración es una lucha con Dios, que mide sus fuerzas con nosotros. Si vence Dios, venceremos también nosotros. Pero si vencemos nosotros, perderemos todos. Al final, no debe ser Dios el que haga nuestra voluntad, sino nosotros la suya. No es lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú.

La hora amarga es pasajera y el Padre hace sentir al Hijo su experiencia de gloria. Esta gloria es su amor, es el Espíritu Santo. El Espíritu llena a Jesús, lo consuela y conforta, lo llena de vida y de fruto. Como si le dijera: eres mi Hijo, estoy contigo, tus sufrimientos tienen sentido, tu sangre será redentora, tu muerte será principio de nueva vida, será la muerte de toda muerte. Te convertirás en la Pascua que no pasa, en la luz que no se apaga, en espiga de primavera, en meta de toda vía, en Resurrección.

Serás elevado sobre la tierra, pero desde lo alto atraerás a todas las miradas y todos los corazones, serás señal luminosa y estandarte de salvación, serás fuente abierta de la gracia y arco iris amistoso; serás medicina de dolores y hoguera de amores, serás esperanza segura de salvación.

Como sucedió en otras manifestaciones, los discípulos necesitaban un argumento de fe y una razón para la esperanza. Cuando lleguen los días oscuros, esta palabra les servirá de luz.

Esto vale para nosotros cuando nos lleguen las horas difíciles. La Gloria de Cristo, su luz amorosa, se expande de manera permanente. Llega a todos los que creen en él.

Puede que pasemos mucho tiempo en la noche y no veamos ni sintamos ni oigamos nada. Las lámparas se nos apagan, las tinieblas nos penetran y los vientos se vuelven contrarios. Es el momento de gritar y de rezar. Hasta que desde muy dentro Dios te haga sentir su presencia y te glorifique. Participarás así de la Pascua de Cristo.



ENTRA EN TU INTERIOR

ATRAIDOS POR EL CRUCIFICADO

Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.

Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor».

Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.

Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.

¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

En su angustia fue escuchado. La voz del Padre pacificó y consoló el alma de Jesús. No fue un trueno. En Getsemaní Lucas dice que fue un ángel. Lo cierto es que Jesús quedó convencido del sentido de esta hora.

Es hora de combate y de lucha, pero la victoria ya es cierta. El príncipe de este mundo será echado fuera.

Es hora de dolor y de muerte, pero son dolores redentores y muertes fecundas, cargadas de vida, como la del grano de trigo que cae en tierra, o como los dolores de la mujer cuando va a dar a luz.

Es hora de entregas y de amores, pero que llevan el toque de la vida eterna, porque el amor no muere; el que no ama se pierde, pero el que se entrega a sí mismo, se guardará para la vida eterna.

Es hora de exaltación y de gloria, aunque sea una elevación dolorosa y humillante. Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. La crucifixión coincide con la exaltación, el Calvario con el Tabor.

La gloria de Cristo consiste en su amor entregado hasta el fin. La obediencia del Hijo hasta la muerte es lo que da gloria al Padre. El Nombre del Padre es glorificado cuando es amado. Y a la vez el Hijo se cubre de gloria subiendo amorosamente a la cruz. Es la victoria del amor a Dios y a los hombres, es donde más se ha amado; y no hay más gloria que la que viene del amor. Por eso, “lejos de gloriarme, sino es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14). En pura teología decimos que la verdadera Gloria de Cristo es el Espíritu Santo.

ORACIÓN

Revista Orar nº 155

Queremos verte, Jesús.

          Es sólo un deseo, pero cuando los deseos son hermosos nos llevan a ti.

          El Espíritu es quien hace nacer los deseos en el corazón.

          A ti, Jesús, te gustan los deseos de quien quiere verte.

          Estás en las encrucijadas de los caminos por si alguien desvía sus pasos para hablar contigo.

          Cuando te encuentras con alguien que te busca, detienes tu camino y lo miras.

          Queremos verte, Jesús. Queremos conocerte.

          Queremos tener experiencia de tu amistad y participar de tu vida. Amén

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO



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