lunes, 27 de abril de 2020

3 DE MAYO: IV DOMINGO DE PASCUA.


"Yo soy la puerta; el que entre por mí quedará a salvo,
podrá entrar y salir y encontrará pastos."

3 DE MAYO: IV DOMINGO DE PASCUA.

DOMINGO DEL BUEN PASTOR

JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.36-41

Dios lo ha constituido Señor y Mesías

Salmo 22

El Señor es mi pastor, nada me faltará. Aleluya.

2ª Lectura: 1ª Pedro 2,20-25

Han vuelto ustedes al pastor y guardián de sus vidas.

EVANGELIO DEL DÍA

Juan 10,1-10

“Sí, os lo aseguro: Quien no entra por la puerta en el recinto de las ovejas, sino trepando por otro lado, ése es un ladrón y un bandido.
Quien entra por la puerta es pastor de las ovejas; a ése le abre el portero y las ovejas escuchan su voz. A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando; cuando ha empujado fuera a todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz.
A un extraño, en cambio, no lo seguirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Esta semejanza les puso Jesús, pero ellos no entendieron a qué se refería. Entonces añadió Jesús:
- Pues sí, os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso. Yo soy la puerta; el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos. El ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y les rebose.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Jesús dijo a los fariseos: "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia."

REFLEXIÓN

Las ovejas son, en el evangelio de Juan, el pueblo oprimido por los dirigentes judíos. Estos son los ladrones y bandidos. Ladrones, porque se apoderan de lo que no es suyo. Bandidos, porque utilizan la violencia para someter a los más débiles.

El relato empieza precisamente por una referencia a esos dirigentes, que debían ser pastores, pero que en realidad son ladrones y bandidos. En el Antiguo Testamento hay referencias muy concretas, (sobre todo, Ez 34,2-5), a esos pastores que en vez de cuidar de las ovejas, se pastorean a sí mismos.

“Oyen su voz”. Una frase con profundas resonancias bíblicas. Oír la voz del Señor es conocer y obedecer.

Jesús es el único que tiene derecho a entrar y salir. El pastor entra para cuidar de las ovejas, no para explotarlas. Su voz es liberadora. Las llama por su nombre, porque para él no existe la masa; cada una tiene nombre propio. Cada ser humano único e irrepetible. Cada uno es necesario para Dios y para el mundo.

 Las que escuchan su voz, salen de la opresión de la institución y quedan en libertad. Jesús no viene a sustituir una institución por otra. No las saca de un corral para meterlas en otro.

No son los miembros de la comunidad los que deben estar al servicio de la institución ni de la autoridad. Es la institución y la autoridad la que debe estar al servicio de cada uno.

En un mismo aprisco había ovejas de muchos dueños, por eso dice que saca todas las suyas. Porque son suyas, conocen su voz y le siguen.

No podían salir por sí mismas del estado de opresión, porque para ellas no había alternativa. Es Jesús el que les ofrece libertad y capacidad para decidir por sí mismas.

Los dirigentes judíos son “extraños”, que no buscan la vida de las ovejas, sino sus intereses. Ellos las llevan a la muerte. Jesús les da vida.

No pueden ni quieren entender el simbolismo de la comparación, porque les obligaría a salir de la situación de opresores. Instalados en la institución, que aseguraba sus privilegios, no pueden aceptar la denuncia de Jesús. Les obligaría a cambiar a una actitud de servicio y liberación de la gente sometida.

Con el pretexto de un servicio a Dios, explotan a la gente y se aprovechan de ella en benéfico propio. Pasa en todas las épocas.
“Camina delante de ellas”. Él camina delante y las ovejas le siguen. Esto tiene más miga de lo que parece. Jesús recorrió de punta a cabo una trayectoria humana. Esa experiencia nos sirve a nosotros de guía para recorrer el mismo camino.

 “Yo soy la puerta”. No se refiere al elemento que gira para cerrar o abrir, sino al hueco por donde se accede a un recinto. En el aprisco, el pastor que las cuidaba era la única puerta. Por eso dice que es la puerta de las ovejas, no del redil.

Todos los que han venido antes, son ladrones y bandidos, porque no han dado libertad y vida a las ovejas. Son tres los productos interesantes de las ovejas: leche, lana y carne. Los pastores buscan ese interés. A ninguno le interesa las ovejas”. A las ovejas tampoco pueden interesarles esos pastores.

Entrar por la puerta que es Jesús, es lo mismo que "acercarse a él", "darle su adhesión"; Lo que incluye asemejarse a él, es decir, ir como él a la búsqueda del bien del hombre.

"Quedará a salvo", porque da la vida definitiva, y el que posee esa Vida, quedará a salvo de la explotación. Él es la alternativa al orden injusto. En Jesús, el hombre puede alcanzar la verdadera salvación.

"Podrá entrar y salir", es decir, tendrá libertad de movimiento.

"Encontrará pastos", dice lo mismo que la expresión ya conocida en Juan: “no pasará hambre, no pasará sed”. Así se identifica el pasto con el pan de vida que es él mismo.

La Ley sustituida por el amor.

ACERCARNOS Y CONOCERNOS

Cuando entre los primeros cristianos comenzaron los conflictos y disensiones entre grupos y líderes diferentes, alguien sintió la necesidad de recordar que, en la comunidad de Jesús, sólo él es el Pastor bueno. No un pastor más, sino el auténtico, el verdadero, el modelo a seguir por todos.

Esta bella imagen de Jesús, Pastor bueno, es una llamada a la conversión, dirigida a quienes pueden reivindicar el título de «pastores» en la comunidad cristiana. El pastor que se parece a Jesús, sólo piensa en sus ovejas, no «huye» ante los problemas, no las «abandona». Al contrario, está junto a ellas, las defiende, se desvive por ellas, «expone su vida» buscando su bien.

Al mismo tiempo, esta imagen es una llamada a la comunión fraterna entre todos. El Buen Pastor «conoce» a sus ovejas y las ovejas le «conocen» a él. Sólo desde esta cercanía estrecha, desde este conocimiento mutuo y esta comunión de corazón, el Buen Pastor comparte su vida con las ovejas. Hacia esta comunión y mutuo conocimiento hemos de caminar también hoy en la Iglesia.

En estos momentos no fáciles para la fe, necesitamos como nunca aunar fuerzas, buscar juntos criterios evangélicos y líneas maestras de actuación para saber en qué dirección hemos de caminar de manera creativa hacia el futuro.

Sin embargo, no es esto lo que está sucediendo. Se hacen algunas llamadas convencionales a vivir en comunión, pero no estamos dando pasos para crear un clima de escucha mutua y diálogo. Al contrario, crecen las descalificaciones y disensiones entre obispos y teólogos; entre teólogos de diferentes tendencias; entre movimientos y comunidades de diverso signo; entre grupos y «blogs» de todo género…

Pero, tal vez, lo más triste es ver cómo sigue creciendo el distanciamiento entre la jerarquía y el pueblo cristiano. Se diría que viven dos mundos diferentes. En muchos lugares los «pastores» y las «ovejas» apenas se conocen. A muchos obispos no les resulta fácil sintonizar con las necesidades reales de los creyentes, para ofrecerles la orientación y el aliento que necesitan. A muchos fieles les resulta difícil sentir afecto e interés hacia unos pastores a los que ven alejados de sus problemas.

Sólo creyentes, llenos del Espíritu del Buen Pastor, pueden ayudarnos a crear el clima de acercamiento, mutua escucha, respeto recíproco y diálogo humilde que tanto necesitamos.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Buen pastor, vela con solicitud por tu rebaño y dígnate conducir a las ovejas que redimiste con la preciosa sangre de tu Hijo, a las verdes y eternas praderas de tu Reino.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO


Imagen para colorear.



lunes, 20 de abril de 2020

26 DE ABRIL: III DOMINGO DE PASCUA.



¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino
y nos explicaba las Escrituras?

26 DE ABRIL

III DOMINGO DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-23

No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.

Salmo 15

Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.

2ª Lectura: 1ª carta del Apóstol San Pedro 1,17-21

Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo,
 el cordero sin mancha.

EVANGELIO DEL DÍA

Lucas: 24,13-35

“Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén,  y conversaban de todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo. Él les preguntó:
- ¿Qué conversación es esa que os traéis por el camino?
Se detuvieron preocupados, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
- ¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad?
Él les preguntó:
- ¿De qué?
Contestaron:
- De lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron, cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel. Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que incluso habían tenido una aparición de ángeles, que decían que está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron también al sepulcro y lo encontraron tal y como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les replicó:
- ¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?
Y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo:
- Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída.
Él entró para quedarse con ellos. Estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. Entonces se dijeron uno a otro:
- ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino haciéndonos comprender la Escritura?
Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén; encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían:
- Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”

REFLEXIÓN

Al atardecer del primer día de la semana, dos hombres van por el camino. Su vida se ha detenido el viernes precedente, mientras Jesús agonizaba en la cruz. Desde entonces, se han dicho el uno al otro la antigua maldición: “Maldito el que es colgado” (Dt 21,23). ¿Quién tiene razón: la autoridad legítima que decidió la muerte del agitador o ese Jesús que reivindicó el título de Mesías? Los dos hombres caminan con aire sombrío. Pero de golpe pasan del desánimo a la euforia, a una fe entusiasta en la resurrección.

La Escritura es la primera clave o vía que Jesús les abre para acceder a la fe en su persona. Los discípulos no lo han reconocido presente en el caminante que se les une en la marcha y que parece ignorar todo lo sucedido aquellos días en Jerusalén. Ellos están desanimados, en la tumba del crucificado quedaron enterradas sus esperanzas mesiánicas, que no son capaces de resurgir ni con las noticias que empiezan a correr en su grupo sobre el sepulcro vacío e incluso la resurrección de Jesús anunciada por los ángeles a las mujeres.

“Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas. Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Esta lectura cristológica de la Escritura es el camino que, iniciado por Jesús, seguirá la Iglesia primitiva, como vemos en los pregones apostólicos de los Hechos; por ejemplo, el que leeremos mañana jueves y que sigue a la curación del lisiado en la Puerta Hermosa del templo por Pedro y Juan.

La Eucaristía es la segunda clave cerca ya de la aldea de Emaús, el desconocido hizo ademán de seguir adelante. Quédate con nosotros, le dijeron ellos, porque atardece y el día va de caída. Y se dispusieron a cenar juntos. Entonces el Señor, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció”. Lucas transcribe aquí exactamente el rito con que Jesús inició la institución de la eucaristía en la última cena, según leemos en san Pablo y en los tres evangelios sinópticos.

La comunidad es la tercera clave. Así lo entendieron los peregrinos de Emaús, que levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros. Habían aprendido una lección fundamental, extensiva a todos los cristianos. Cristo resucitado sigue presente entre ellos, en medio de la comunidad, de una manera nueva y cierta, por la fe que nace de su palabra y de su pan.

ENTRA EN TU INTERIOR

RECORDAR MÁS A JESÚS

El relato de los discípulos de Emaús nos describe la experiencia vivida por dos seguidores de Jesús mientras caminan desde Jerusalén hacia la pequeña aldea de Emaús, a ocho kilómetros de distancia de la capital. El narrador lo hace con tal maestría que nos ayuda a reavivar también hoy nuestra fe en Cristo resucitado.

Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén abandonando el grupo de seguidores que se ha ido formando en torno a él. Muerto Jesús, el grupo se va deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir reunidos. El sueño se ha desvanecido. Al morir Jesús, muere también la esperanza que había despertado en sus corazones. ¿No está sucediendo algo de esto en nuestras comunidades? ¿No estamos dejando morir la fe en Jesús?

Sin embargo, estos discípulos siguen hablando de Jesús. No lo pueden olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de buscarle algún sentido a lo que han vivido junto a él. «Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos». Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo siguen recordando?

La intención del narrador es clara: Jesús se acerca cuando los discípulos lo recuerdan y hablan de él. Se hace presente allí donde se comenta su evangelio, donde hay interés por su mensaje, donde se conversa sobre su estilo de vida y su proyecto. ¿No está Jesús tan ausente entre nosotros porque hablamos poco de él?

Jesús está interesado en conversar con ellos: «¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?» No se impone revelándoles su identidad. Les pide que sigan contando su experiencia. Conversando con él, irán descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando, guiados por su palabra, hagan un recorrido interior. Es así. Si en la Iglesia hablamos más de Jesús y conversamos más con él, nuestra fe revivirá.

Los discípulos le hablan de sus expectativas y decepciones; Jesús les ayuda a ahondar en la identidad del Mesías crucificado. El corazón de los discípulos comienza a arder; sienten necesidad de que aquel "desconocido" se quede con ellos. Al celebrar la cena eucarística, se les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!

Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.

ORA EN TU INTERIOR

¿Hemos descubierto la palabra de Dios como fuente y alimento de nuestra fe y de nuestro amor cristiano? ¿De verdad es la eucaristía dominical o diaria la raíz y cumbre de toda nuestra vida cristiana? ¿Es nuestra comunidad de creyentes un signo de Cristo resucitado para los demás? Mientras no vivamos a fondo estas tres claves del encuentro con el Señor: La palabra, la eucaristía y la comunidad, no le conoceremos a él ni podremos darlo a conocer.

ORACIÓN

Hoy, Señor, comenzamos por pedirte perdón porque somos tardos de corazón para creer en ti debido a nuestra desesperanza en el camino de Emaús. Te creíamos muerto, pero tú vives hoy como ayer.

Ábrenos los ojos del espíritu para que te busquemos y entendamos que tú eres más fuerte que nuestro pecado. ¿Cómo conoceremos que tú eres el Dios de vida si tu palabra y tu pan no caldean nuestros corazones?

Gracias, Señor, porque nos permites reconocerte en tu palabra, en la eucaristía y en los hermanos.

Camina a nuestro lado y quédate con nosotros para siempre.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO


Imagen para colorear. 




domingo, 12 de abril de 2020

19 DE ABRIL: II DOMINGO DE PASCUA.



“¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los, que crean sin haber visto”.

19 DE ABRIL

II DOMINGO DE PASCUA

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,42-47

Los creyentes vivían unidos y todo lo tenían en común.

Salmo 117

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

2ª Lectura: 1ª carta del Apóstol San Pedro 1,3-9

La resurrección de Cristo nos da la esperanza de una vida nueva.

EVANGELIO DEL DÍA

Juan 20,19-31

“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegrías al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los, que crean sin haber visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.”

REFLEXIÓN

La gran palabra, la buena noticia que nos transmite la Iglesia en este segundo domingo de Pascua, es que Jesús se hizo y se hace presente en medio de sus discípulos.

El día de la Pascua nos fijamos más en la resurrección misma de Jesús y su existencia junto al Padre. El que estaba muerto vive junto a Dios y en Dios mismo. Todo fue obra del Espíritu vivificante.

Hoy nos fijamos en la presencia de Jesús en nosotros. Resucitó no sólo para él mismo, sino para nosotros y por nosotros. Si murió por nosotros, paras redimirnos del pecado y de la muerte, resucitó para llenarnos de vida y contagiarnos de inmortalidad.

No se desentendió de nosotros. Podía haberlo hecho por lo mal que le tratamos. Pero su amor es eterno, supera los tiempos, las distancias, los obstáculos, las debilidades y las infidelidades. Las ovejas se dispersaron en el día de la tempestad cruel y sangrienta, pero el buen Pastor saldrá de nuevo en su busca.

Será tarea del resucitado encender la fe de los discípulos, unirles en comunión, llenarles de la fuerza y el gozo del Espíritu y convertirles en testigos y misioneros de su resurrección.

Hoy es también Domingo de la fe. No les fue fácil creer a los discípulos que habían contemplado la ignominia, la debilidad y la muerte de aquel a quien habían imaginado como el Mesías de la gloria. De la posible resurrección no tenían ni idea ni esperanza. “Los vivos son los que te alaban” (Is 38,19) si acaso podían tener una ligera esperanza de la resurrección final de los justos, como decía Marta: “sé que resucitará en el último día, en la resurrección” (Jn 11,24).

Para que sus discípulos y discípulas creyeran Jesús resucitado se dejó ver, salió a su encuentro, se puso en medio, les explicó el sentido de las Escrituras, partió con ellos el pan, les echó en cara su falta de fe.

Son distintas experiencias pascuales, que no hay que interpretar de manera estrictamente corporal. Todas coinciden en que han experimentado la presencia viva de Jesús, se han encontrado con Jesús. Él ha penetrado en  sus inteligencias y en sus corazones, ha tocado lo más hondo de su ser. Por eso empezarán a ser hombres nuevos. A Jesús ya no lo verán cerca, pero lo vivirán dentro.

Pablo, a quien se debe el relato de las primeras experiencias pascuales, es un ejemplo deslumbrante de esta transformación. Él nos la describe apasionadamente.

La fe pascual brota siempre de este encuentro con Jesús resucitado; y él toma siempre la iniciativa, como vemos en Pablo y en todas las apariciones del Señor. Por eso cuando hablamos de la fe pascual, no pensamos en un dogma, sino en un acontecimiento.

Pero la comunidad necesita del perdón, que es hijo de la caridad. Jesús resucitado es comprensivo y perdona; incluso inaugura la cultura del perdón: A quienes perdonéis… Es el triunfo de la misericordia.

Hoy es el Domingo del perdón y de la misericordia. Porque Cristo resucitado perdonó a sus amigos y a sus enemigos. No tomó venganzas ni impuso penitencias, si acaso penitencias de amor y exigencias de fe. Porque Cristo resucitado esponjó nuestro corazón en el ungüento de la compasión y la ternura. Porque Cristo resucitado nos capacitó y enseñó a perdonar. Porque Cristo resucitado estableció un sacramento específico de la misericordia.

ENTRA EN TU INTERIOR

NO SEAS INCRÉDULO SINO CREYENTE

La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».

¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado?  ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior le ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».

Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».

¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.

No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Tomás quería meter el dedo en el agujero de los clavos y la mano en la herida del costado. Las llagas son, no solamente un piadoso memorial de la Pascua del Señor, sino un argumento de fe, la prueba más convincente de la verdad, y son urgencias de amor.

Memorial de la Pasión.

Actualizan los sufrimientos del Mesías, pero, sobre todo, actualizan la grandeza salvadora de su amor. En sus llagas fuimos curados, nos dice Isaías 53,4-5. Cargó con nuestras dolencias y nuestros pecados. A través de sus llagas podemos asomarnos al misterio del amor misericordioso de Dios. Dentro de tus llagas escóndeme.

Lo mismo que él cargó con nuestras dolencias y nuestros pecados, ¿seríamos capaces nosotros de cargar con los sufrimientos y los dolores de los hermanos?

Argumentos de fe.

Parece que lo que convenció a Tomás fueron las llagas. Palpando creyó, confesó, se entregó. No se fiaba de palabras ni de experiencias ajenas. Tenía que quemarse, quemar sus dudas en las hogueras del que fue crucificado. Por eso, hoy se necesitan más testigos que maestros, porque hemos llegado a tal punto de increencia que sólo las llagas pueden convencer.

Urgencia de amor.

Jesús nos amó hasta la sangre. Pero, “todavía no habéis llegado a la sangre de vuestra pelea contra el pecado” (Heb 12,4); ni hemos llegado a la sangre en la pelea contra la injusticia o en el combate por la paz, ni hemos llegado a la sangre en el ministerio de la caridad.

ORACIÓN

Dios todopoderoso, concédenos que la gracia recibida en este sacramento pascual permanezca siempre en nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO



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sábado, 11 de abril de 2020

9 AL 12 DE ABRIL: JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR. SANTO TRIDUO PASCUAL Y DOMINGO DE PASCUA EN LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.



“Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, 
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros…”

9 DE ABRIL

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

COLOR LITÚRGICO BLANCO

1ª Lectura: Éxodo 12,1-8.11

Salmo: 115

2ª Lectura: 1 Corintios 11,23-26

PALABRA DEL DÍA

Juan 13,1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."

REFLEXIÓN

Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no hay amor más grande.

El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.

Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).

¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermano, no es amor.

Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del amor

Es como el amor de los amigos, pero más.

Es como el amor enamorado, pero más.

Es como el amor del padre y de la madre, pero más.

Es como el amor de los hijos y los hermanos, pero más.

Es como el amor del que sirve, pero más.

Es como el amor del que comparte, pero más.

Es como el amor del que perdona, pero más.

Es como el amor del que se entrega, pero más. Es como el amor humano todo junto, pero más.

Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de participación y comunión.

Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el amor.

Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y generosidad.

El lavatorio de los pies es el signo que prepara o complementa el den pan partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y detallista, vestido con traje de criado.

Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.

Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc 29,19).

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el Señor.

Amor entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama por nosotros.
Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.

Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.

Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que volverán a estar juntos  “No beberé de más de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber, vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena definitiva.



10 DE ABRIL

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

COLOR LITÚRGICO ROJO

1ª Lectura: Isaías 52,13-53,12

Salmo: 30

Segunda Lectura: Hebreos: 4,14-16; 5,7-9

PALABRA DEL DÍA

PASIÓN SEGÚN SAN JUAN: 18,1-19,42

“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus  discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?.”  Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que  “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ·El rey de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los  judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.”

REFLEXIÓN

Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.

Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.

El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.

Junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la Madre de Jesús como suya.

Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.

Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.

ENTRA EN TU INTERIOR

La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.

Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.

Cristo sigue crucificado. Tantos Cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones, miedos…

Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.

Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.

ORACIÓN FINAL

Gracias, Jesús, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas fuimos salvados.



11 DE ABRIL

SÁBADO SANTO EN LA SEPULTURA DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL

COLOR LITÚRGICO BLANCO

1ª Lectura: Génesis 1,1-2,2

Salmo 103 (o bien Salmo 32)

2ª Lectura: Génesis 22,1-18

Salmo 15

3ª Lectura: Éxodo 14,15-15,1

Salmo 15

4ª Lectura: Isaías 54,5-14

Salmo 29

5ª Lectura: Isaías 55,1-11

Salmo (Isaías 12)

6ª Lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4

Salmo 18

7ª Lectura: Ezequiel 36,16-28

Salmo 41 (o bien 12, 42 o 50)

SE ENCIENDEN LAS CANDELAS Y SE CANTA EL HIMNO DEL GLORIA

Epístola: Romanos 6,3-11

Salmo Aleluyático 117

EVANGELIO

Mateo 28,1-10

“Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro.
De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.
Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve.
Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.
El Ángel dijo a las mujeres: "No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado.
No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba,
y vayan en seguida a decir a sus discípulos: 'Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que
ustedes a Galilea: allí lo verán'. Esto es lo que tenía que decirles".
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a
dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".

REFLEXIÓN

Cristo pasó por la noche más amarga. Amó hasta el final y sufrió hasta el final, en su cuerpo y en su alma. Hemos podido penetrar un poquito en ese exceso de amor y de dolor. Hemos podido seguir sus pasos, escuchar sus palabras o sus gritos, besar sus llagas, ungir su cuerpo.

Pero en lo más cerrado de la noche, cuando estaba en el sepulcro y podría esperarse que fuera mordido por la corrupción, todo se transforma, en la tumba entró el sol, su cuerpo fue ungido y alentado por el Espíritu, y su inmenso corazón empezó a latir con fuerza. “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciendo victorioso del abismo”, cantamos en el Pregón Pascual.

La humanidad de Cristo queda así enteramente espiritualizada y divinizada. Cristo se unifica con el Padre y el espíritu. Cristo se convierte en puro amor, en llama que “arde sin apagarse”, en presencia resucitada y glorificada. Ya puede estar a la vez con el Padre y con nosotros. Ya siempre está “en medio” de nosotros.

Cristo resucitado es belleza inigualable, ideal de la humanidad, modelo del hombre nuevo. Quiso conservar sus llagas como joyas ardientes y trofeo. Es fuerza transformadora, que vence nuestros miedos y supera nuestras dificultades. Es santidad contagiosa, que perdona todo pecado y transmite Espíritu de Dios. Es amor victorioso, que vence todo egoísmo y lo llena todo de misericordia y amistad.

En esta noche de Pascua Cristo es el amado. En esta noche de Pascua los que aman a Cristo pueden unirse con él. Es noche de amores. ¿No te sientes enamorado-enamorada?

Enamorarse es vivir en amor, que la vida toda sea amor. Enamorarse de Cristo es vivir en común unión con él, de manera que haya un trasvase de vida del uno en el otro, hasta llegar a la unión consumada, identificarse el uno con el otro, transformarse el uno en el otro.

Es la espiritualidad que san Pablo desarrolla de muchas maneras, el cristiano tiene que llenarse de la vida nueva de Cristo, tiene que llegar a ser otro Cristo. Para ello:

Ha de morir y resucitar con Cristo (col 3,1-3).

Ha de vivir la vida de Cristo (Rom 6,8), hasta el punto de que él sea  vida nuestra (Col 3,4).

Ha de vivir en Cristo, o que Cristo viva en él, que pueda llegar a decir: “es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20; Flp 1,21).

Ha de injertarse en Cristo y estar en Cristo.

ENTRA EN TU INTERIOR

Gracias, Jesús, por tu pasión, por tu muerte y por tu resurrección. Gracias, Jesús, por tu amor, que fue capaz de dar la vida para hacer triunfar la vida. Me amaste y te entregaste por mí. No me canso de admirar, no me canso de meditar y agradecer.

Asumiste nuestro dolor y ya los dolores no duelen tanto. ¡Qué maravillosa es tu medicina! Asumiste nuestras angustias y amarguras, nuestras depresiones y vacíos, y ya la noche del alma se ha iluminado. Ya no hay lugar para la desesperación. Todos nuestros sufrimientos han sido por ti redimidos y pueden ser redentores.

Asumiste nuestro pecado -¡qué terrible peso!-, pero ya todos están perdonados y borrados. Podemos decir al pecador más grande: Confía, hijo, ya estás curado, ya eres un hombre nuevo; confía, hijo, no mires al pasado, Dios ya no se acuerda, la vida empieza otra vez, confía, hijo, el cielo se abre de nuevo para ti, ya estás en el paraíso. Pero no peques más.

ORA EN TU INTERIOR

Bajaste, Señor, a nuestros infiernos, y ya todas sus puertas están abiertas, tú tienes las llaves, Señor de la luz y de la vida. Eres el gran libertador. Todas las losas sepulcrales que aplastaban a los hombres están rotas; todos los prisioneros que gemían en los infiernos están rescatados; ya todos pueden salir de sus sepulcros; y el canto de libertad que tú iniciaste ya está en  nuestros labios.

ORACIÓN FINAL

Gracias, Jesús, amigo nuestro. Si nos has amado tanto, sería una indignidad no responder con amor. Danos capacidad para amar como tú, con amor solidario y entregado. Danos capacidad para amar hasta la muerte. Haznos sentir la victoria de tu amor. Danos tu Espíritu, que es nuestra fuerza y nuestra victoria. Y haznos testigos de tu amor en el mundo.




12 DE ABRIL

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

COLOR LITÚRGICO BLANCO

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34.37-43

Salmo 117

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4 (o bien 1ª Corintios 5,6-8

EVANGELIO DEL DÍA

Juan 20,1-9

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.

Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.

Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.

Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,

y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos”.

REFLEXIÓN

¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua.

De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.

La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.

Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.

Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39)

 Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.

El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.

El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”.  Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría  van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta  alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.

No es una alegría barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y amor.

La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan  huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida con  el sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.

ENTRA EN TU INTERIOR

Cristo no sólo resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.

Un encuentro como el de la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.

Un encuentro como el de los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de la verdad de la Pascua.

ORA EN TU INTERIOR

Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.

¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.

ORACIÓN FINAL

Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.

Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.

Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO