“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos
a otros; como yo os he amado…”
19 DE
MAYO
V DOMINGO
DE PASCUA
Contaban
a la comunidad cristiana lo que había hecho Dios por medio de ellos.
1ª
Lectura: Hechos 14,21-27
Salmo 144
Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios
mío, mi rey.
2ª
Lectura: Apocalipsis: 21,1-5
Dios les
enjugará todas sus lágrimas.
PALABRA
DEL DÍA
Juan:
13,31-35
“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: -Ahora es
glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es
glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo
glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos
míos será que os amáis unos a otros”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el
Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él.
Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia Gloria, y
lo glorificará muy pronto.
Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me
buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo
voy, ustedes no pueden venir.
Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los
otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado.
En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se
aman unos a otros.”
REFLEXIÓN
“Vi un cielo nuevo y
una tierra nueva”
Es un sueño y una
esperanza que viene de muy lejos. Todos los profetas y hombres inspirados,
todos los misioneros y testigos, todos los creadores y revolucionarios han
buscado ese cielo nuevo y esa tierra nueva.
No nos gusta el pasado.
¡Cuánta corrupción y cuánta barbarie y cuánta maldad! No nos gusta el presente.
¡Cuánta corrupción y cuánto egoísmo! Ayer y hoy, ¡cuánta vejez y cuánta
suciedad! Queremos un mundo nuevo, en el que se destierre la violencia; en el
que habite la justicia; en el que habrá gozo y alegría por siempre, ya no habrá
muerte ni luto ni llanto ni dolor. Un mundo nuevo en el que se restaure el
verdadero paraíso, rotos los yugos de los tiranos y las botas estrepitosas,
quemados los mantos manchados de sangre y las leyes de la exclusión, corriendo
con abundancia los ríos de la paz y de la ciencia, respirando todos un aire de
libertad. Un mundo nuevo en el que se defienda al pobre y al desvalido, en el
que haya sitio para todos. En el que se impongan las normas y costumbres del
respeto, la tolerancia y la solidaridad. Un mundo nuevo en el que el cielo se
acerque a la tierra y Dios mismo sea nuestro príncipe y pastor. Entonces este
mundo será “la morada de Dios con los hombres”. Dios mismo “acampará entre
nosotros” y “enjugará las lágrimas” de todos los ojos.
El mundo nuevo, el
Reino o la morada de Dios, ya está aquí. Está en la persona que se renueva,
dócil al Espíritu de Jesús, y está en los grupos que se comprometen a favor de
los pobres, y está en la sociedad que se esfuerza por ser más justa y
solidaria. El mundo nuevo está en todos los que siguen deseándolo y esperándolo
activamente, en todos los que lo cantan y lo comunican, en todos los que
estudian las leyes y los medios que conducen a su progresiva realización. Y
está en todos los que lo rezan y lo sufren, en todos los que creen y los que
aman.
Es el amor lo que
engendra a la comunidad y lo que la alimenta. El amor manifiesta día a día la
presencia de Dios en el mundo; por eso, una comunidad servicial es el templo
viviente de Dios; es su casa y su morada.
Y desde ese amor, tan
divino como humano, tan espiritual como concreto, tan interior como sensible,
deben leerse los demás signos cristianos. Ni la cruz ni la eucaristía tienen
sentido si no son expresión de amor. Y una Iglesia sin amor es el anti-Cristo,
el anti-signo de Jesús. Es, simplemente, un cuerpo muerto.
El domingo pasado
hablábamos de interiorizar nuestra relación con Jesucristo. Hoy podemos ver que
sólo el amor produce esa interiorización. El amor constituye la verdadera
ideología del cristianismo, el punto de vista desde donde todo puede tener
valor o puede no servir para nada.
Siendo así el
pensamiento de Jesús, no tenemos más alternativa que revisar nuestras actitudes,
gestos, actos, instituciones y todo nuestro aparato legal para ver en qué
medida son expresión y signo de amor o son, más bien, una forma elegante de
evadirlo.
ENTRA EN
TU INTERIOR
NO PERDER
LA IDENTIDAD
Jesús se está
despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos.
Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con
vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son
como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?
Jesús les hace un
regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he
amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no
dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús
seguirá difundiéndose entre los suyos.
Por eso, Jesús añade:
«La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis
unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice
cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la
observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor
vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.
Vivimos en una sociedad
donde se ha ido imponiendo la "cultura del intercambio". Las personas
se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se
intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a
decir que "el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea".
La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un
análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor
cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad
actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del
estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia
entre nosotros.
Si la Iglesia "se
está diluyendo" en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la
crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo
es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades
discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como
amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.
Los cristianos hemos
hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos
atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las
actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un
comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de
lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Esta es la verdadera
novedad, el amor de Cristo. Si se nos pide un amor como el suyo, estamos ante
una realidad distinta. Si se nos manda que nos amemos como Cristo, se trata,
desde luego, de un mandamiento nuevo.
El amor de Jesucristo
es auténtico, limpio, gratuito, respetuoso, paciente, entrañable, compasivo,
oblativo, ilimitado, incondicional, universal, definitivo.
Este amor, no es un
amor que se cultive en la tierra. Es más bien un amor propio de Dios.
No sabríamos qué
admirar más. Damos alguna pincelada de los aspectos más novedosos.
Ama
misericordiosamente, compasivo y enternecido ante cualquier miseria humana.
Ama con preferencia a
los más pobres y pequeños, los que menos seducen, los que no pueden pagar, los
que más necesitan.
Ama a todos, superando
exclusivismo o privilegio, haciendo del más lejano un hermano, un próximo.
Ama gratuitamente,
desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.
Ama incondicionalmente,
para siempre, pase lo que pase y suceda lo que suceda.
Ama en comunidad,
forjando comunión.
Ama hasta el fin, hasta
darlo todo, hasta darse del todo, amando más que a sí mismo, hasta la muerte.
Esto es lo que
distingue a los cristianos, vivir un amor como el de Jesucristo. No por las
cruces o los ritos se conoce a los cristianos, sino por el amor.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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