12 DE
MAYO
IV
DOMINGO DE PASCUA
1ª
Lectura: Hechos 13,14.43-52
Ahora nos
dirigiremos a los paganos.
Salmo 99
Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
2ª
Lectura: Apocalipsis 7,9.14-17
El
Cordero será su pastor y los conducirá
a las
fuentes del agua de la vida.
PALABRA
DEL DÍA
Juan:
10,27-30
“Dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie
las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y
nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me
siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las
arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie
puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".
REFLEXIÓN
Los textos del tiempo pascual
continúan volviendo nuestros ojos hacia el surgimiento y expansión de la
comunidad cristiana, nacida precisamente con Cristo resucitado.
Pero este nacimiento y
esta expansión no tienen nada de mágico, sino que constantemente responden
tanto a un designio misterioso del Padre, cuyos caminos desconocemos, como a
determinadas contingencias humanas que condicionan el crecer de la Iglesia.
Los textos que hoy
comentamos nos plantean con suficiente crudeza esta realidad de la comunidad
cristiana, que, si se siente asida de la mano del Padre, también está enraizada
en una experiencia histórica que puede posibilitar o dificultar sus pasos por
el mundo.
El texto del evangelio
de Juan tendría que ser como una especie de telón de fondo de toda la actividad
de la comunidad eclesial, como un punto de referencia constante para evitar
peligrosas distorsiones o malentendidos. Jesús se presenta como el Pastor de la
comunidad de los discípulos, pastor que está en íntima relación con el Padre:
“Yo y el Padre somos uno”.
Lo interesante del
texto es que Jesús no especifica quiénes son sus ovejas, pero sí que sus ovejas
escuchan su voz y lo siguen; él, por su parte, las conoce íntimamente y da la
vida por ellas.
Si el domingo pasado
veíamos el carácter institucional de la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro,
el Pedro del amor, el texto de hoy sale al paso de cualquier tipo de
cristianismo basado puramente en prioridades institucionales o jurídicas. En
efecto, son discípulos de Jesús aquellos que verdaderamente escuchan su voz, es
decir, que cumplen y viven el mandato liberador del Padre revelado en
Jesucristo.
Más importante que los
lazos institucionales y visibles, son los estrechos lazos íntimos que unen al
creyente con Cristo. Jesús no parece dejarse engañar por las apariencias, ya
que sabe lo que pasa en el corazón del hombre.
El conoce a los suyos
con una mirada interior, profunda, mezcla de conocimiento y de amor.
El evangelio de hoy
puede quedar una vez más en una hermosa frase, más o menos poética, si no surge
hoy el compromiso de preguntarnos por esa voz de Cristo que tenemos que
escuchar y cumplir para llamarnos sus discípulos. Si no conocemos a Jesucristo,
tampoco podremos ser reconocidos por él porque podrá pasar delante de nuestras
narices sin que nos demos cuenta. No basta que él nos conozca o nos quiera
reconocer como sus llamados; un diálogo necesita la inter-relación, el
encuentro de dos, la experiencia mutua de dos que se conocen, que se quieren y
que se comprometen a algo en común.
“Yo y el Padre somos
uno”, dijo Jesús. Y esa comunión perfecta de amor, conocimiento y experiencia,
es puesta como modelo de la relación del discípulo con Cristo.
ENTRA EN
TU INTERIOR
ESCUCHAR
SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS
La escena es tensa y
conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un
grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida,
sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque
no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los
judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Para probar que no son
ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos.
Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas
escuchan mi voz... y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos
necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es
escuchar su voz y seguir sus pasos.
Lo primero es despertar
la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades
esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar
la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena
Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una ocasión que "la Iglesia es como
una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua
fresca". En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el
agua fresca de Jesús.
Si no queremos que
nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de
religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras
conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo
género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la
Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.
Pero no basta escuchar
su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre
contentarnos con una "religión burguesa" que tranquiliza las
conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como
una aventura apasionante de seguir a Jesús.
La aventura consiste en
creer lo que el creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del
ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como
él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como
él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se
enfrentó.
Si quienes viven
perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la comunidad cristiana un
lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada
siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus
mejores servicios.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Hay quien consagra su
vida íntegramente a la entrega y el servicio, en los distintos campos de la
“pastoral”, los trabajos del pastor. Quieren vivir como Cristo pastor y
confirmar su misión entre nosotros. Importan los distintos servicios, desde la
palabra a los sacramentos, desde la educación a las humildes obras de
misericordia. Pero importa, sobre todo, la caridad pastoral, la manera como se
hacen las cosas, el amor que se pone en ello, la capacidad para renunciar y el
sacrificio, hasta dar la vida, si es preciso, por los demás. Esta caridad
pastoral elige preferentemente a los pobres. Así lo hacía el Buen Pastor.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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