lunes, 27 de julio de 2020

2 DE AGOSTO: XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A


“…dadles vosotros de comer”.

2 DE AGOSTO

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Isaías 55,1-3

Vengan a comer.

Salmo 144

Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

Segunda Lectura: Romanos 8,35.37-39

Nada podrá apartarnos del amor que Dios
nos ha manifestado en Cristo.

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 14,13-21

“Al enterarse Jesús, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Las multitudes lo supieron y lo siguieron por tierra desde las ciudades.
Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, se conmovió y se puso a curar a los enfermos.
Caída la tarde se acercaron los discípulos a decirle:
- Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; despide a las multitudes, que vayan a las aldeas y se compren comida.
Jesús les contesto:
- No necesitan ir; dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
- ¡Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces!
Les dijo:
- Traédmelos”.
Mandó a las multitudes que se recostaran en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez se los dieron a las multitudes. Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos llenos. Los que comieron eran hombres adultos, unos cinco mil, sin mujeres ni niños.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.
Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos".
Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos".
Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados".
"Tráiganmelos aquí", les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”.

REFLEXIÓN

¡Sí, el Reino de Dios está cerca! Jesús toma a su cargo las enfermedades y las dolencias humanas. Son borrados los pecados y se pone la mesa para todos los hombres; para ocupar un puesto en ella se requiere una sola condición: creer en Jesucristo. Así logró de él la mujer cananea la curación de su hija.

Jesús preside la mesa del Reino. Como en otro tiempo Yahvé alimentó a su pueblo en el desierto, hoy Jesús da a comer su “carne”. Toma unos panes, da gracias y los reparte. En este relato está presente la Pascua entera: Pascua del desierto para las doce tribus y Pascua de la historia, que reúne a todos los hombres.

“¡Venid, todo está preparado para el banquete!” Cuando Dios viene, lo hace para colmar de bienes a los hambrientos, para dar plenitud de vida a los que ardientemente aspiran a ella: ¡cojos, ciegos, lisiados, pobres! Para ellos toma Jesús los siete panes y unos peces, y los multiplica hasta el infinito, a la medida del hambre de aquella gente y de su propia generosidad. Para ellos prepara Dios un banquete digno de las mayores festividades.

Dios viene para los pobres. Lo decimos muchas veces, pero ¿aceptamos nuestra propia pobreza? No ya la pobreza de ser pecadores, sino esa otra pobreza más radical de ser lisiados, de haber sido heridos por una vida que exigimos con todo nuestro ser y que nunca se nos da más que a medias. Una pobreza que nos envuelve como un manto de luto. Aceptar esta pobreza es ponerse a clamar a Dios. Porque Dios viene a transformar nuestro luto en danza, y nuestro desierto en mesa de privilegio. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no clamamos por la vida como el ciego?

ENTRA EN TU INTERIOR

DADLES VOSOTROS DE COMER

El evangelista Mateo no se preocupa de los detalles del relato. Sólo le interesa enmarcar la escena presentando a Jesús en medio de la «gente» en actitud de «compasión». Lo hace también en otras ocasiones. Esta compasión está en el origen de toda su actuación.

Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. «Ve el gentío, le da lástima y cura a los enfermos». Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas pobres gentes. Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.

El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado en curar. Los discípulos le interrumpen con una propuesta: «Es muy tarde; lo mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer». No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los terratenientes: que se «compren comida». ¿Qué harán quienes no pueden comprar?

Jesús les replica con una orden lapidaria que los cristianos satisfechos de los países ricos no queremos ni escuchar: «Dadles vosotros de comer». Frente al «comprar», Jesús propone el «dar de comer». No lo puede decir de manera más rotunda. El vive gritando al Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo pueden comprar.

Los discípulos siguen escépticos. Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso, pueden «sobrar» doce cestos de pan. Esta es su alternativa. Una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.

En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. Europa no tiene alma cristiana y «despide» como delincuentes a quienes vienen buscando pan. Y, mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la dirección marcada por Jesús; la mayoría, sin embargo, vivimos sordos a su llamada, distraídos por nuestros intereses, discusiones, doctrinas y celebraciones. ¿Por qué nos llamamos seguidores de Jesús?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

¡Dadles vosotros de comer!
No deberíamos olvidar nunca estas palabras.
Es lo primero que espera Dios de cada uno de nosotros
Es lo que esperan todos los “muertos de hambre”.

…………………

Si de nuestra relación con Dios no se desprende esta exigencia,
podemos estar seguros que nuestra religión es falsa.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.

…………………………

La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si he descubierto a Dios dentro de mí,
lo estaré viendo siempre en los más pobres.

……………….

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO




lunes, 20 de julio de 2020

26 DE JULIO: XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A



“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo…”

26 DE JULIO

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Primera Lectura: 1 Reyes 3,5.7-12

Pediste discernimiento.

Salmo 118

¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Segunda Lectura; Romanos 8,28-30

Nos predestinó a ser imagen de su Hijo.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 13,44-52

“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vencer todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. - ¿Entendéis bien todo esto? Ellos le contestaron: -Sí. Y les dijo: -Ya veis, un letrado que entiende el Reino de los Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.

Versión para América Latina extraída de la biblia del Pueblo de Dios.

“Jesús dijo a la multitud:
"El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró."
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".

REFLEXIÓN

Las parábolas subrayan la actividad del hombre en este encuentro con el Reino. En otras palabras: debe existir en nosotros una búsqueda del Reino, como explícitamente lo dijera Jesús en otra ocasión: “Buscad ante todo el Reino y su Justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura.”

Pero… ¿Qué implica esta búsqueda?

La búsqueda es, antes que nada, un esfuerzo por encontrar algo que no se tiene. Quien busca reconoce una carencia de algo. Es, pues, una actitud humilde por sí misma.

Buscar el Reino es haber comprendido una cierta carencia esencial en nuestra vida, carencia que nos impulsa a salir de nosotros mismos y no reposar hasta que encontremos esa realidad que hace completo nuestro yo.

Muchos son los esfuerzos que hacemos por encontrar lo que nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura, etc. Hoy podemos preguntarnos si existe el mismo esfuerzo por encontrar la Verdad; no la verdad abstracta de los filósofos, sino esa visión verdadera de la vida.

 El Reino, como insinúa la primera lectura de hoy, pertenece más bien al orden de la “sabiduría”, es decir, de la más sublime de las artes: saber vivir con dignidad, con sentido. Saber que se vive, por qué se vive y para qué se vive.

Sin duda es ésta una de las crisis más profundas de nuestra cultura: se tiene de todo, pero se carece de lo esencial: una visión general del hombre en el cosmos que le permita situarse como hombre.

La búsqueda del Reino, así considerado, supone una actitud de cambio en el hombre. Efectivamente, esta relación con Dios modifica nuestro esquema de vida. Si no lo modificara, ciertamente que no sería Reino de Dios, sino solamente el fruto de nuestra imaginación.

De ahí que, sin sinceridad absoluta en el corazón, no se puede hablar de búsqueda del Reino o de la Verdad. Se trata de una búsqueda en la lucha interior, pues surgirán las defensas del yo para que el hombre se convenza de que el Reino es precisamente lo que él ya tiene o lo que él supone que es. En tal caso, se termina por buscar autojustificarse de la propia conducta. En más de una oportunidad nuestra supuesta búsqueda de la verdad no pasa de ser un denodado esfuerzo por demostrar racionalmente lo que debíamos defender a toda costa.

Esta sinceridad nos debe llevar a encontrarlo “allí donde está”. Las parábolas aluden a este carácter sorpresivo de la aparición del Reino. Dios se nos puede cruzar en cualquier camino, allí donde menos nos lo imaginamos: lo cual exige una gran vigilancia interior y un permanente mirar hacia donde nunca miramos… El Reino puede pasar por ciertos acontecimientos de nuestra vida, por un amigo, por un trabajo: puede aparecer en cierto movimiento político-social, en aquella ideología o en aquel personaje que concita nuestra atención.

No hay peor error que pretender encerrar al reino en un cofre como si ya lo poseyera de una vez para siempre…

Esta debiera ser la cualidad primordial del cristiano: saber encontrar el Reino de Dios en el gran libro de los acontecimientos cotidianos, los pequeños y los grandes. Dios se manifiesta allí donde menos nos lo imaginamos y con las características más insólitas.

Nuestro mundo nos depara sorpresas día a día. Estas sorpresas son las que deben ser cuidadosamente examinadas: escarbemos en ellas, pues pueden esconder en su seno el tesoro del reino.

ENTRA EN TU INTERIOR

LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE

El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.

Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.

¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?

Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: ”Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo”. Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios”.

Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?

La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.

El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Comulgar no es recibir una cosa ni un pedazo de pan bendito… Es entrar en relación con Jesucristo, uniéndonos a sus sentimientos y actitudes.

Al salir de nuestra celebración dominical, saldremos al encuentro de Dios que se nos ha de cruzar en cualquier circunstancia y oportunidad. Estemos atentos, pues el Señor está rondando y ya golpea a la puerta.

ORACIÓN

Señor Dios, protector de los que en ti confían, sin ti, nada es fuerte, ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia para que, bajo tu dirección, de tal modo nos sirvamos ahora de los bienes pasajeros, que nuestro corazón esté puesto en los bienes eternos.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco (FANO)


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lunes, 13 de julio de 2020

19 DE JULIO: XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena
semilla en su campo…”

19 DE JULIO

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

1ª Lectura: Sabiduría 12,13.16-19

En el pecado das lugar al arrepentimiento.

Salmo 85

Tú, Señor, eres bueno y clemente.

2ª Lectura: Romanos 8,26-27

El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 13,24-43

“En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: -El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: -Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: -Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: - ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: -No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer junto hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: “Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.” [Les propuso esta otra parábola: -El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas. Les dijo otra parábola: -el Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: “Abriré mi boca diciendo parábolas: anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.” Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: -Acláranos la parábola de la cizaña en el campo. Él les contestó: -el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre: el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo; el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y arrancará de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.]

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús propuso a la gente otra parábola:
"El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.
Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'.
El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'.
'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo.
Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'".
[También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".
Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo".
El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!".]

REFLEXIÓN

Las lecturas de hoy, y sobre todo el evangelio, nos plantean una evidencia palpable: el bien nunca se encuentra en estado puro, ni en nosotros, ni a nuestro alrededor; a la vez que el mal, está presente en la vida de las mujeres y los hombres, las instituciones y la misma Iglesia. Y las dos realidades se mezclan y coexisten cotidianamente. Nos equivocamos si, ilusoriamente pretendemos ignorar el mal, y también cuando somos tan pesimistas y derrotistas que apenas percibimos ni rastro de bien.

El libro de la Sabiduría, precisamente, recomienda que los justos “han de ser humanos con todo el mundo”, es decir que no se han de creer perfectos, porque no lo son; y san Pablo nos ha dicho que para nuestra debilidad (que está ahí y la experimentamos) contamos “con la fuerza del Espíritu que intercede a favor nuestro”.

Pero es el evangelio, en la línea de las parábolas del Reino, que comenzamos el pasado domingo, donde mediante tres breves parábolas, y principalmente en la conocida como la del “trigo y la cizaña”, se nos ofrecen pautas de actuación frente a esta contrastada coexistencia del bien y del mal.

La gran lección de la parábola del trigo y la cizaña es que frente a las impaciencias de querer arrancar el mal cuanto antes, existe la serenidad de saber esperar y de saber respetar los tiempos y los ritmos de las personas; frente a la arrogancia de la intolerancia, está la actitud de saber comprender; y frente al camino fácil de recurrir a la violencia física o moral, está la fuerza del diálogo y el razonamiento. Y así tendrá que ser el estilo de los hijos e hijas de Dios. No podemos constituirnos en jueces en lugar de Dios, que como nos ha dicho el salmo: “Es clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal”.

Frecuentemente, la teoría la tenemos clara, pero tendemos a pensar que con lo que acabamos de decir no hay bastante, o sea, que con dejar pasar el tiempo y con el diálogo, no se consigue casi nada, porque la fuerza del mal es tan grande y obstinada, que la buena voluntad o las buenas acciones de unos cuantos no pueden contrarrestarla.

Las dos breves parábolas que hemos escuchado también en el evangelio de hoy (la del grano de mostaza, y la de la levadura en medio de la harina) pretenden darnos a entender que las realidades que en definitiva nos hacen continuar luchando y soñando, son siempre realidades muy simples y pequeñas. Por ejemplo, una palabra de ánimo, una sonrisa, una amistad, un encuentro gozoso, un trabajo bien hecho, y tantas otras, pequeñas y humildes realidades. Porque estas cosas, mantenidas con constancia, consiguen grandes resultados. Un grano de mostaza es una semilla pequeña y humilde, pero muy fecunda (llega a ser un árbol). Una onza de levadura, en medio de la masa, puede fermentarla y transformarla.

No hay que olvidar nunca que la construcción del reino es la construcción de una utopía. El reino de paz, amor y justicia es una perspectiva lejana en este mundo, pero una perspectiva posible.

Nuestro modelo que imitar es la paciencia de Dios. El siempre da tiempo. Y cuántas veces las apariencias engañan: quien parece perder, gana; y quien gana y parece ganador, pierde.

ENTRA EN TU INTERIOR

COMO FERMENTO

Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. No era fácil creerle. La gente esperaba algo más espectacular: ¿dónde están las «señales del cielo» de las que hablan los escritores apocalípticos? ¿Dónde se puede captar el poder de Dios imponiendo su reinado a los impíos?

Jesús tuvo que enseñarles a captar su presencia de otra manera. Todavía recordaba una escena que había podido contemplar desde niño en el patio de su casa. Su madre y las demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del sábado, a elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la actuación maternal de Dios introduciendo su «levadura» en el mundo.

Con el reino de Dios sucede como con la «levadura» que una mujer «esconde» en la masa de harina para que «todo» quede fermentado. Así es la forma de actuar de Dios. No viene a imponer desde fuera su poder como el emperador de Roma, sino a trasformar desde dentro la vida humana, de manera callada y oculta.

Así es Dios: no se impone, sino trasforma; no domina, sino atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.

Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad como «desde fuera» tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. No es ésa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir «dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el Evangelio.

Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano.

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

A nivel personal: siempre el Reino obra dentro de nosotros, lo cual nos obliga a mirarnos dentro, pues desde ahí nos invita a crecer. No es lo que hacemos lo que tiene valor, sino con qué sentido y actitud hacemos las cosas. Haz, Señor, que nuestro crecimiento nazca del interior, para que no nos quedemos solo en hojas sin dar frutos.

A nivel pastoral: es posible que hasta ahora la Iglesia haya desplegado una actividad grande de por sí, pero no enfoca según la óptica del Reino. Una pastoral del Reino debe buscar penetrar en el interior del mundo, más que dominarlo desde fuera; se ofrece como energía para el crecimiento, no como un juez que controla desde fuera; no se cierra en un círculo de elegidos, sino que se difunde en la gran masa para ser su fermento. Es una acción que tiende a morir a sí misma, ya que es medio para que otros crezcan. Haz, Señor, que sepamos morir a nosotros mismos y que seamos sensibles al sufrimiento de nuestros hermanos.

Con esta luz, deberíamos revisare todo el quehacer pastoral de nuestras comunidades: ¿Somos camino para que el Reino penetre entre los hombres, o desplegamos una acción paralela en función de otros objetivos? ¿Respetamos la metodología de Dios o nos apoyamos en una metodología humana: ¿la del éxito inmediato, la del número, la del prestigio, etc?

Descubramos a raíz de las parábolas de Jesús cómo obra Dios, cuál es su manera de proceder en el mundo y con los hombres, y adaptémonos a su esquema si queremos hacer auténtica obra evangelizadora.

ORACIÓN

Señor, ayúdanos a admitir la lentitud y la diversidad, y a no perder la capacidad de trabajar con las personas en el tiempo y con el tiempo. Que nunca dejemos de ser utópicos.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco (FANO)


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domingo, 5 de julio de 2020

12 DE JULIO: XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A


“Salió el sembrador a sembrar…”

12 DE JULIO

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

1ª Lectura: Isaías 55,10-11

La lluvia hace germinar la tierra.

Salmo 64

La semilla cayó en tierra buena, y dio fruto.

2ª Lectura: Romanos 8,18-23

La creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 13,1-23

(Los textos entre [ ] corchetes, tanto en este domingo como en los siguientes,
pueden suprimirse por razones pastorales)

“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: -Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuando salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, cientos; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga. [Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: - ¿Por qué hablas en parábolas? Él les contestó: -A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos, para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguido con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumben. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; éste dará fruto y producirá ciento, o sesenta, o treinta por uno.]

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar.
Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.
Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar.
Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.
Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
¡El que tenga oídos, que oiga!".
[Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de parábolas?".
Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.
Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán,
Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.
Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.
El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno".]

REFLEXIÓN

Este domingo, y los dos próximos, escucharemos en la lectura del evangelio el capítulo 13 de san Mateo, que contiene las llamadas parábolas del Reino, un conjunto de textos que explican el talante y el estilo que han de presidir este Reino, este proyecto de Dios sobre el mundo. Relacionando los tres domingos, podremos captar plenamente la música de fondo de este Reino.
En relación con las lecturas de hoy, las palabras del profeta Isaías “como la lluvia y la nieve empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, así será la palabra que salga de mi boca”, nos introduce en la principal reflexión que se nos propone este domingo, y que consiste en la necesidad de no limitarse a escuchar y recibir la palabra de Dios, sino de traducirla en obras en nuestra vida. La parábola del sembrador va en esta misma línea, y aunque es cierto que de toda la semilla sembrada, gran parte no dará fruto, otra sí que fructifica, ”como treinta, como sesenta, o como cien”.

 Por otra parte, la carta de san Pablo a los cristianos de Roma nos ha urgido a colaborar, “con los primeros frutos de la cosecha”, a la liberación de todo el universo creado, mediante nuestra propia liberación y la liberación de los demás.

Pero profundicemos un poco más en el comentario del evangelio, como punto central de nuestra flexión. La enseñanza de la parábola del “sembrador que sale a sembrar” podemos contemplarla desde una doble perspectiva: una propia y personal, como campos que somos, sembrados por la semilla de la Palabra de Dios; y otra, como sembradores colectivos, como evangelizadores, que estamos llamados a la vez a transmitir y sembrar esta semilla en el mundo por nuestro compromiso bautismal.

Es preciso advertir que, en principio, esta parábola parece, a primera vista, la constatación de un gran fracaso, tanto por parte de la recepción y disponibilidades del campo, como por parte del trabajo de los sembradores, ya que es muy poco la semilla que da fruto, sin embargo, hay que decir que, simultáneamente, la parábola es un gran canto a la esperanza, porque nos dice que sigue habiendo campos donde la semilla arraiga y da frutos que ilusionan, y, consecuentemente, que siguen existiendo también sembradores que son buenos instrumentos de Dios, que saben encontrar la tierra propicia.

¿Cuáles son los elementos destructores que anulan e impiden hoy la fecundidad de la Palabra de Dios en las personas y a nuestro alrededor? Los intereses personales, la vida ajetreada, las cobardías, los miedos, los desánimos… y por parte de los sembradores, el desconocimiento de los terrenos, las impaciencias, las faltas de respeto al ritmo de las personas, las imposiciones…

Cuidado, con todo, con esa necesidad de dar fruto, porque esta expresión bíblica no es necesariamente, ni únicamente, sinónimo de eficacia, sino que significa responder de manera positiva al proyecto de Dios. No se nos piden triunfos, sino seguir luchando y trabajando para ser fieles a este proyecto.

ENTRA EN TU INTERIOR

TENER OÍDOS Y NO OÍR

Las parábolas de Jesús han cautivado siempre a sus seguidores. Los evangelios han conservado cerca de cuarenta. Seguramente, las que Jesús repitió más veces o las que con más fuerza se grabaron en el corazón y el recuerdo de sus discípulos. ¿Cómo leer estas parábolas? ¿Cómo captar su mensaje?

Mateo nos recuerda antes que nada que las parábolas han sido «sembradas» en el mundo por Jesús. «Salió Jesús de su casa» a enseñar su mensaje a la gente, y su primera parábola comienza precisamente así: «Salió el sembrador a sembrar». El sembrador es Jesús. Sus parábolas son una llamada a entender y vivir la vida tal como la entendía y vivía él. Si no sintonizamos con Jesús, difícilmente entenderemos sus parábolas.

Lo que Jesús siembra es «la palabra del Reino». Así dice Mateo. Cada parábola es una invitación a pasar de un mundo viejo, convencional y poco humano a un «país nuevo», lleno de vida, tal como lo quiere Dios para sus hijos e hijas. Jesús lo llamaba «reino de Dios». Si no seguimos a Jesús trabajando por un mundo más humano, ¿cómo vamos a entender sus parábolas?

Jesús siembra su mensaje «en el corazón», es decir, en el interior de las personas. Ahí se produce la verdadera conversión. No basta predicar las parábolas. Si el «corazón» de la Iglesia y de los cristianos no se abre a Jesús, nunca captaremos su fuerza transformadora.

Jesús no discrimina a nadie. Lo que ocurre es que a los que son «discípulos» y caminan tras sus pasos Dios les da a «conocer los secretos del Reino». A los demás no. Los discípulos tienen la clave para captar las parábolas; su conocimiento del proyecto de Dios será cada vez más profundo. Pero los que no dan el paso, y viven sin hacer la opción por Jesús no entienden su mensaje, y lo poco que escuchan lo terminan perdiendo.

Nuestro problema es terminar viviendo con el «corazón embotado». Entonces sucede algo inevitable. Tenemos «oídos», pero no escuchamos ningún mensaje. Tenemos «ojos», pero no miramos a Jesús. Nuestro corazón no entiende nada. ¿Cómo se siembra el evangelio en nuestras comunidades cristianas? ¿Cómo despertamos entre nosotros la acogida al Sembrador?

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

La tarea de sembrar nuestro propio campo y de ser sembradores de los demás no es una tarea de un día, sino de toda la vida. Los triunfos espectaculares y rápidos no llegan fácilmente, sino más bien al contrario: son siempre el resultado de un largo esfuerzo, y por supuesto de la oración.

Dios continúa sembrando su Palabra a lo largo de la historia y no dejará de hacerlo. Las cosas, seguramente, no salen a la medida de nuestros deseos, pero las personas son las que son y no las que nosotros quisiéramos que fueran. El sembrador de la parábola comprueba que sólo consigue el cien por uno una proporción pequeña de la semilla, mientras que nosotros quisiéramos conseguirlo siempre.

ORACIÓN

Señor que bajas como una lluvia para fecundar y hacer germinar la semilla del Reino, que encuentres en nosotros un corazón bien dispuesto.

Que las preocupaciones diarias no sea un obstáculo insalvable para nuestra vida interior.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco (FANO)


Imagen para colorear.