miércoles, 26 de octubre de 2016

1 DE NOVIEMBRE: SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS.


“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”





1 DE NOVIEMBRE

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1ª Lectura: Apocalipsis 7,2-4.9-14

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar;

de toda nación, raza, pueblo y lengua.

Salmo 23: “Estos son los que buscan al Señor”

2ª Lectura: 1 Juan 3,1-3

Veremos a Dios tal cual es.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 5,1-12

“En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y Él se puso a hablar, enseñándoles:
-Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
-Felices los que tienen alma de pobre, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnien en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo, de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.

REFLEXIÓN

            Hoy la Iglesia nos invita a reconocer a todos los santos, tanto a los que están reconocidos oficialmente porque han sido canonizados, como los santos que, sin estar en las celebraciones del calendario, pertenecen al conjunto de personas que en sus vidas siguieron al Señor. Por esto a los santos los encontramos en todas partes. Un ejército innumerable de santos que viven en sus casas, en sus trabajos, en sus familias, haciendo siempre, con amor, la voluntad de Dios. Personas que, por su humildad, comunican a Dios y lo llevan en su corazón. Sin ellos darse cuenta están dando a conocer a Cristo, predicando a Cristo, hablando de Cristo. Hay una multitud de salvados que, viviendo de manera normal y cotidiana, se santifican en medio del mundo. “apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”, nos dice Juan en la primera lectura tomada del libro del apocalipsis.

            La Iglesia nos invita a hacer lo mismo a nosotros. A vivir la santidad en nuestra vida cotidiana, que es vivir tal como Jesús nos enseñó. Todos estamos llamados a vivir como cristianos como Dios nos enseñó: como padres de familia, como hijos, como estudiantes, como trabajadores, como sacerdotes. Aunque probablemente nunca seremos canonizados, el Señor nos pide que sigamos sus enseñanzas y que lo sigamos. Que vivamos como verdaderos hijos e hijas de Dios.
    
        Dios es el único santo y la fuente de toda santidad. Así pues, la santidad sólo puede venir de Dios, es un don, una gracia, un regalo que da el Señor a todas las personas, porque en él se halla la plena felicidad. De todos modos, es necesario también que la persona anhele y desee este don. Es necesaria, por parte de la persona, una respuesta generosa al don de Dios. Es imprescindible, así, manifestar nuestra fe con obras de santidad, imitando a los santos, pero en especial, al tres veces “santo”; el mismo Dios.

            Jesús con su vida, sus obras y su mensaje, nos muestra que la santidad cristiana no se encuentra en las manos, sino en el corazón; no se juega en la humanidad externa, sino en la interior. La santidad no es dedicarse a grandes plegarias y sacrificios. La santidad implica toda una manera de vivir el ser persona e imagen de Dios, que encuentra su resumen en el amor, en la caridad. La santidad es vivir en comunión con Dios. La santidad es la obediencia filial y amorosa al Padre de la misericordia. Lo que nos aproxima a la gracia, al don del amor de Dios, ya no son los lugares, ritos, objetos ni leyes, sino una persona: Jesucristo. En Jesucristo radica la santidad misma de Dios, es el Santo de Dios.

ENTRA EN TU INTERIOR

CREER EN EL CIELO

            En esta fiesta cristiana de Todos los Santos, quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

            Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es sólo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón de la humanidad.

            Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.


            Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: entra para siempre en el gozo de tu Señor.
            No me resigno a que Dios sea para siempre un “Dios oculto”, del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron, amando en el anonimato y sin esperar nada.
            Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el apocalipsis pone en boca de Dios: “Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida”. ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

ORA EN TU INTERIOR

Concédenos la dicha, Señor,
de buscar las cosas pequeñas,
de ilusionarnos con los detalles,
de trabajar en lo que merece la pena.
Llévanos a la verdadera felicidad
que florece sin anunciarse,
que calma donde más quema,
que hace del amor un arte.
Dinos qué es santidad,
no porque nos creamos perfectos,
ni porque despreciemos al débil,
sino porque Tú ocupas el corazón nuestro.
Pedro Fraile. En la Hoja Dominical Eucaristía

Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes de Fano.




“Experimentemos la alegría de ser bienaventurados”
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domingo, 16 de octubre de 2016

23 DE OCTUBRE: XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
23 DE OCTUBRE
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Eclesiástico (Sirácide) 35,15-17.20-22
La oración del humilde llega hasta el cielo.
Salmo 33
El Señor no está lejos de sus fieles.
2ª Lectura: 2ª de Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18
Ahora solo espero la corona merecida.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 18,9-14
“En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: -Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
REFLEXIÓN
Desde hace algunos domingos, la Palabra de Dios nos habla de la importancia de la oración en la vida del cristiano y nos enseña las cualidades de la oración sincera que surge de la fe.
            Jesús es nuestro maestro y nos enseña a rezar. Él es el modelo, es la persona orante por excelencia, ya que goza de una comunicación muy próxima con el Padre por el Espíritu Santo.
            Es el Hijo quien con su oración se dirige a Dios para interceder por todos nosotros. Por esto, los cristianos, cuando rezamos a Dios lo hacemos en nombre de Jesús.
            Hoy hemos escuchado al evangelista san Lucas, que es quien más subraya el hecho de la oración como don del Espíritu Santo. Es el Evangelio en el que más veces podemos contemplar a Jesús orando. Y es aquí donde el discípulo de Cristo, contemplándolo y escuchándolo, aprende a rezar.
            Y hoy, más que a la oración de Jesús, asistimos a una enseñanza fundamental en la vida del cristiano, referida a la vida de oración: la oración auténtica es confiada, perseverante, llena de amor y de humildad.
            Hoy, precisamente el Evangelio pone el énfasis en la humildad del corazón, virtud que, a la luz de la gracia de Dios, hace que  nos veamos y nos valoremos tal cual somos, descubriendo nuestras limitaciones, pero descubriendo también las cualidades que Dios ha depositado en nosotros. La oración de fe, la oración humilde no consiste en repetir palabras y decir: “Señor, Señor”, sino en llevar en el corazón la voluntad del Padre. Jesús decía: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios”.
            La conocida parábola de los dos orantes, el fariseo y el pecador publicano, puede ser considerada como una síntesis del pensamiento de Jesús acerca del sentimiento religioso y de lo que constituye una auténtica actitud religiosa.
            La fuerza de la parábola radica en la contraposición de dos actitudes religiosas, contraposición que subraya cierta radicalidad del mensaje de Jesús. También podríamos decir que la parábola refleja dos criterios; el criterio de los hombres y el criterio de Dios, un tema éste favorito en los evangelios sinópticos, y referido por ejemplo a temas como el amor, el culto, el ayuno, la justicia etc.
            El fariseo se presenta ante Dios muy seguro de sí mismo, y se presenta con la carta credencial de sus buenas obras, de sus limosnas, ayunos y oraciones. Por eso da gracias a Dios: porque no es como las demás personas, porque se distingue por la santidad, porque ha conseguido, cree él, en vida lo que otros no llegan ni a vislumbrar. Dios está ciertamente de su lado, porque él es fuerte, sabe controlarse, domina sus pasiones y no tiene nada que reprocharse.
            Y el caso es, que no podemos decir que el fariseo no fuera sincero; no. El está convencido de lo que dice. Es santo y se siente santo; y por eso su orgullo es santo. Era, por ejemplo, el orgullo de los judíos ante los paganos a quienes santamente despreciaban.
            La suya es la santidad de los fuertes, de los que ya no tienen nada que aprender, de los que lograron la máscara perfecta, esa máscara con la que caminan por la calle pensando en Dios, pero sin saludar a sus prójimos.
            Es un santo, y por tanto que no se le hable de conversión ni de cambio interior. Eso es para los pecadores. Él está más allá, él es de Dios y sólo escucha lo que Dios le diga.
            Por eso empieza su oración despreciando a todos los que no son como él: “¡Oh Dios! Te doy gracias, porque no soy como los demás...”.
            Ha perdido el sentido de la misericordia y del perdón.  Por eso Jesús acertó cuando los llamó, “ciegos que guían a otros ciegos”.
            Da gracias a Dios y lo hace a partir de su corazón orgulloso, de su cumplimiento estricto de la ley y los preceptos. Sin embargo, a Dios no le complace esta actitud. Porque el fariseo cree que tiene el derecho y los méritos suficientes para ser salvado, Considera a Dios como un contable de virtudes y defectos, olvidando que la salvación es un don y un regalo de Dios. Y, finalmente, porque pone la seguridad en sus obras.
            El otro personaje de la parábola es el recaudador de impuestos, el publicano que aprovecha su puesto oficial al servicio de roma para enriquecerse con la extorsión de los pobres.
            No es un hombre que acostumbre a rezar ni mucho ni poco. Sabe lo que quiere y no se preocupa por lo demás. Pero el día que decidió ir al templo para hacer su oración comprendió que aquello tenía que significar un comienzo de vida nueva y un cambio radical.
            Si no tenía nada que ofrecer a Dos ni nada de que vanagloriarse como religioso, al menos se presentaría como era, sin vestido de fiesta, sin esconderse detrás de una fórmula o de una promesa simulada.
            Por eso este sale del templo justificado y el fariseo no. Salió justificado, porque se había colocado ante Dios en su justa y exacta posición; simplemente se mostró como era y desde ese yo pequeño y pecador arrancó su humilde oración.
            El publicano se gana el favor de Dios no porque sea pecador, sino porque reconoce su pecado y pone su confianza en la bondad y misericordia del Padre que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. En el fondo estaba sediento de bondad y amor de Dios.
            Esto debe hacernos pensar y reflexionar sobre nuestra oración. ¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿Somos como el fariseo que se cree autosuficiente sólo porque cumple? ¿O somos como el publicano que pone la confianza en Dios porque nos sabemos pecadores, y por eso amados y necesitados de él?
            Sólo aquel que se acerca dispuesto a recibir al médico de nuestro corazón y del espíritu, y reconoce con humildad sus limitaciones, puede salir curado de su condición.
            Al rezar el Padrenuestro pediremos perdón por nuestras culpas y nos comprometeremos a perdonar a quién nos haya ofendido. Hemos visto como el fariseo y el publicano fueron simultáneamente al templo a rezar, pero se sentían distanciados y no formaban comunidad.
            El Señor nos llama hoy y siempre a encontrarnos con Dios y formar una comunidad que esté unida en la fe, en el amor y en la caridad, superando desigualdades y creando lazos de unión. Y nos ofrece la Eucaristía como sacramento de amor y de perdón, como remedio para seguir construyendo comunión cogidos de su mano.
ENTRA EN TU INTERIOR
LA POSTURA JUSTA
Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero, ¿cuál es la postura justa y acertada ante Dios? Ésta es la pregunta de fondo.
El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.
En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse como superior a los demás.
Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración "atea". Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.
La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».
Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la verdad.
El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida la postura correcta ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia brota su oración: «Ten compasión de este pecador».
Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie. 
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Las dos formas de orar propuestas en la parábola son el reflejo de dos formas de entender y vivir la relación con Dios. El fariseo, erguido, ocupa el centro de su relación con Dios. Le da gracias no por Dios mismo, sino por ser él, el fariseo, como es. No alaba a Dios, se alaba a sí mismo. Dios debería estar orgulloso de él, como él está de sí mismo. Falta poco para que Dios tenga que estarle agradecido. Su orgullo se traduce, inmediatamente en menosprecio de los demás a los que juzga sin misericordia injustos, adúlteros, o simplemente, publicano, como el que tiene a su lado. No podía salir del templo justificado por Dios, porque se ha presentado ante Dios como ya justificado por sus propios méritos. El publicano se ha quedado atrás. Ha elegido el último lugar y no se atreve a levantar los ojos hacia Dios; se expone en toda su indigencia ante su presencia y pide a Dios, reconocido como tal en su actitud humilde, lo único que su situación le permite, lo que verdaderamente necesita, lo que Dios no puede negarle: su misericordia, una mirada compasiva hacia su condición de pecador. Y Jesús asegura que éste baja a su casa justificado, convertido en justo, como todos, los que llegan a serlo, por pura misericordia de Dios.
ORACIÓN
            Señor Dios, que no eres parcial contra el pobre, que escuchas las súplicas del oprimido y que no desoyes el grito de tu comunidad, envía tu Espíritu a nuestros corazones a fin de que nos presentemos ante ti con un corazón humilde y sincero.
Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano

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domingo, 9 de octubre de 2016

16 DE OCTUBRE: XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
16 DE OCTUBRE
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Éxodo 17,8-13
Mientras Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel.
Salmo 120
El auxilio me viene del Señor.
2ª Lectura: 2ª Carta de Pablo a Timoteo 3,14-4,2
“Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía”.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 18,1-8
“En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque ni tema a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le Haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.” Y el Señor respondió: -Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
REFLEXIÓN
Como cada domingo, los cristianos estamos llamados a dar gracias al Señor, recordando el don de su Vida, la salvación que nos ha traído. Y hoy la Iglesia nos invita, con estas lecturas bíblicas, a levantar la mirada del suelo para dirigirla al cielo.
            La escucha de la Palabra de Dios nos invita a dirigirnos con confianza hacia el auxilio del Señor. Y más, viendo la realidad de nuestro entorno: injusticias, hambre, enfermedades, violencia, terrorismo, paro, falta de vivienda, pensiones mínimas, pobreza... Los cristianos tenemos que pedir el auxilio de Dios para ser instrumentos de su amor en medio del mundo.
            La oración tiene que dar sentido a nuestras obras, y las obras tienen que mostrar lo que creemos. En resumen, hoy se nos invita a rezar con insistencia.
            La Palabra nos ilumina en la asamblea eucarística fortaleciendo nuestra fe y nuestra esperanza, pero sobre todo haciendo más ardiente nuestro amor a Dios y a los hermanos. Porque la Palabra no la escuchamos solo individualmente, sino como pueblo de Dios, como asamblea, como Iglesia.
            Cada domingo somos confirmados en la misión de ser testigos de la fe en medio de un mundo que parece no necesitar a Dios.
            En el pasaje del libro del Éxodo que hemos escuchado en la primera lectura, nos invita a ver que el esfuerzo de cada día por superar las dificultades ordinarias y extraordinarias es válido y necesario. Nuestro trabajo personal cuenta mucho y es querido y valorado por Dios. Moisés y su pueblo que apenas está naciendo, deben vencer a quienes se oponen a su existencia y a su libertad. Hacen la guerra para librarse de sus enemigos, pero a través de la oración perseverante llegan a la convicción de que sólo por Dios es como logran imponerse a ellos. Dios está de su lado porque así lo ha prometido, porque así lo quiere.
            Al escuchar el evangelio de hoy, existe el peligro de entenderlo mal si no nos fijamos bien en el propósito de Jesús, que es, según lo señala san Lucas, el de invitarnos a la perseverancia en la oración. Insiste en la necesidad de orar y de perseverar en una actitud confiada y activa.
            La oración no consiste en un cruzarse de brazos para esperar que Dios haga lo que nosotros debemos hacer. El mismo texto de hoy alude indirectamente a la fuerza y persistencia de aquella mujer que no teme enfrentarse con un juez injusto con tal de conseguir lo que le corresponde.
            La oración cristiana es siempre una expresión de fe, de esa fe difícil que se empeña seriamente en servir al Reino de Dios en la lucha activa por la liberación total de los hombres de todas las esclavitudes. Por eso la oración cristiana –lo veremos mejor el próximo domingo-, no es fruto de la autosuficiencia ni del triunfalismo sino de una postura humilde de espera, de trabajo, de lucha, y, ¿por qué no?, de caídas y riesgos.
            El evangelio de hoy nos invita a confiar en un Dios fiel, a confiar en la fuerza del Evangelio, a confiar en Jesucristo, a confiar en la sabiduría de la Palabra de Dios cuya vivencia se va consiguiendo poco a poco.
            Decíamos que la actitud cristiana no puede consistir en una oración con los brazos cruzados. El texto de la carta de Pablo a Timoteo lo dice mucho más positivamente: “Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado... La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena”.
            Y el apóstol concluye con esta vibrante exhortación: “Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía”.
            Según san Pablo, dos serían las tareas importantes del cristiano en estos tiempos difíciles, sin excluir por supuesto la oración, siempre recomendada por el apóstol, y tan relacionada con la vivencia de la Palabra, y sobre todo, la oración que es diálogo y encuentro con el Dios de la misericordia.
            En primer lugar: Hacer de la Palabra de Dios –tal como la tenemos en la Biblia- un criterio rector de vida, un modo sabio de afrontar nuestra existencia, una permanente fuente de inspiración para el trato con nuestros hermanos. En la Palabra de Dios hemos de encontrar los cristianos nuestra regla, nuestro sistema de valores, nuestro modo de afrontar la vida.
            Pablo insiste en que toda Escritura es apta para ello, pues es evidente que a menudo nos gusta apoyarnos en ciertos textos preferidos o más acordes con nuestro modo de ser, para dejar a un lado los textos molestos o más exigentes.
            En segundo lugar: La oración del cristiano, bien resumida en aquellas expresiones tan típicas: “Ven, Señor Jesús”, “Que venga tu Reino”, debe traducirse necesariamente en la evangelización, ya que todo tiempo es apto para anunciar la Palabra de Dios, para denunciar las injusticias y para exhortar a un estilo de vida distinto y nuevo.
            Y no con un afán proselitista o coercitivamente. Por eso dice san Pablo: Evangeliza todo lo que quieras, pero con comprensión y pedagogía, algo que nosotros hemos olvidado en más de una oportunidad.
            La evangelización no es una cruzada o una conquista, sino una llamada a la conciencia de los hombres, sin herir susceptibilidades, sin despreciar o desvalorar elementos culturales distintos a los nuestros sin condenar al que no nos escucha.
            La Palabra de Dios de este domingo, hermanas y hermanos, nos prepara ya, estamos a cuatro semanas, para el tiempo santo del Adviento; no sólo para el tiempo litúrgico, sino para que asumamos esta vida, este momento histórico como un tiempo de exigencia, de lucha y de esperanza.
            La historia avanza, los sucesos transcurren en forma vertiginosa e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos se alternan y evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva humanidad... Pero ¿pervivirá la fe en la tierra?
            He aquí una pregunta que nos compromete a todos: ¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa conjugarse con estos tiempos nuevos? ¿Seremos capaces de anunciar el Evangelio de forma tal que represente algo positivo para los hombres de hoy? ¿Somos capaces de sentirnos cristianos, participando al mismo tiempo en la construcción de este mundo nuevo tan distinto al de nuestros padres y antecesores?
            Estas preguntas, conscientemente respondidas, pueden transformarse en nuestra mejor oración.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN
La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?
En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Sólo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.
Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: "Buscad el reino de Dios y su justicia".              
Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa. 
Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: "Hacednos justicia"? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?
La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Como podemos darnos cuenta, la Palabra de Dios de este domingo nos prepara ya para el tiempo de Adviento; no sólo para el tiempo litúrgico, sino para que asumamos esta vida, este momento histórico como un tiempo de exigencia, de lucha y de esperanza.
            La historia avanza, los sucesos transcurren en forma vertiginosa e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva humanidad… Pero, ¿pervivirá la fe en la tierra?
            He aquí una pregunta que nos compromete a todos: ¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa conjugarse con estos tiempos nuevos? ¿Seremos capaces de anunciar el Evangelio de forma tal que represente algo positivo para los hombres de hoy? ¿Somos capaces de sentirnos cristianos, participando al mismo tiempo en la construcción de este mundo nuevo tan distinto al de nuestros padres y antecesores?
            Estas preguntas, conscientemente respondidas, pueden transformarse en nuestra mejor oración.
ORACIÓN
            Escucha, Señor, la oración de tu humilde comunidad a fin de que, mientras esperamos la manifestación de tu Reino, seamos los testigos de tu amor y de tu paz en un mundo hambriento de verdad y de justicia.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

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domingo, 2 de octubre de 2016

9 DE OCTUBRE: XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
9 DE OCTUBRE
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17
Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel.
Salmo 97
El Señor revela a las naciones su salvación.
2ª Lectura: Timoteo 2,8-13
Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 17.11-19
“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: -Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: -Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano, Jesús tomó la palabra y dijo: -¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
Versión para américa Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
REFLEXIÓN
Demos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y Padre nuestro, pues por pura gracia de su benevolencia nos ha salvado por la sangre de su Hijo y en él nos ha llamado a ser herederos de la gloria que nos ha prometido.
            El tema de este domingo, hermanas y hermanos, no es de manera alguna ajeno al de domingo anterior, ya que se nos hablaba de la gratuidad de la salvación, pues Dios nos ama tanto que antes de nuestro interés por salvarnos, Él ya ha hecho todo para hacernos entrar en su proyecto de vida eterna a su lado, por los méritos de su hijo. Más, aún, es por la acción de su Espíritu que deseamos la salvación que no es definitivamente otra cosa que la intimidad con Él en el amor.
            Si el domingo pasado hablábamos de la fe fácil y de la fe difícil, hoy nos muestra un acontecimiento concreto que ejemplifica nuestra reflexión.
            El propósito que tiene el autor del libro de los reyes en este pasaje que acabamos de proclamar en la primera lectura, es mostrar al Dios de Israel como el Dios de todos los hombres, incluso de sus enemigos entre los cuales se encuentran los sirios a cuyo rey sirve Naamán como general de su ejército. Éste hombre es un símbolo de todos los hombres que se abren al favor del único Dios verdadero y lo descubren para luego creer solo en Él y rendirle culto; especialmente un culto de adoración agradecida.
            Podríamos decir que Naamán es el tipo de los alejados de la fe y que, una vez que ven lo que el Dios misericordioso hace con ellos, responden al llamado de la fe con ánimo agradecido. Al volver a su tierra, el sirio pide permiso a Eliseo para llevarse un poco de la tierra en donde se adora al verdadero Dios. Es como el reconocimiento de que Dios ha elegido al pueblo de Israel como el lugar donde quiere mostrar su misericordia con todos los pueblos de la tierra. Aunque vuelva a su tierra, donde se adoran a otros dioses, Naamán, según lo promete, descubrió al verdadero Dios en el favor recibido y en adelante sólo a él quiere servir fielmente.
            Naamán, hermanas y hermanos, descubrió a un Dios que le salió al paso en el camino de su vida. En el evangelio vemos a un hombre agradecido que sanó y descubrió en Cristo al Dios verdadero, presente entre nosotros. Ambos hombres sanaron físicamente y por su fe encontraron la salvación. En realidad, la salud tan apreciada por todos, y por Dios mismo, es poca cosa cuando se alcanza la salud eterna por la fe. Es lo que sucede, al leproso agradecido.
            La lepra, en tiempos de Jesús se tenía como un castigo de Dios, pues ya, el que la padecía, ni siquiera era digno de asistir al templo para alabar y agradecer a Dios por sus beneficios. Quedaba marginado de la sociedad y debía permanecer fuera de la ciudad para no contagiar a los demás.
            Era considerado como un ser impuro y, si llegaba a sanar, como lo indica el libro del Levítico, debía presentarse a los sacerdotes que eran los únicos que podían dar fe de su curación. Podía integrarse a la sociedad después de cumplir con los ritos de purificación previstos por la ley de Moisés. Es por eso que Jesús los manda a presentarse ante los sacerdotes. Cuando se alejan de Jesús, los diez leprosos no han sido sanados, es en el camino donde sanan.
            Es uno solo de los diez el que, al verse favorecido por Jesús vuelve para agradecerle. Esto le pareció más importante que presentarse a los sacerdotes. Parece, pues, que para este leproso era más importante mostrar su gratitud y reconocimiento a Jesús, que llegar pronto a cumplir con lo prescrito por la ley para volver a la vida normal, como lo hacen los otros nueve.
            Pero la gratitud a Jesús, a quien el leproso reconoce como Dios, por el gesto de postrarse a sus pies, es lo que completa en él la obra que Dios tenía prevista: su salvación. Los nueve restantes sólo se reintegraron a la sociedad, el solitario se reintegró a la amistad con Dios por su reconocimiento.
            “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Le dice Jesús, para asegurarle el efecto de su actitud agradecida; un resultado insospechado por aquel hombre sencillo y de sentimientos nobles.
            Hermanas y hermanos, se dice que la gratitud muestra lo más noble que hay en todos y en cada uno de nosotros. Y así es. La gratitud es reflejo de una paz interior libre de soberbia y de una serie de sentimientos y actitudes por demás opuestas a la fe y al amor.
            La gratitud sólo nace del interior humilde que sabe que nada merece, como lo veíamos el domingo pasado, que reconoce, más bien, que todo es gracia. Que Dios no nos debe nada y que, al contrario, como criaturas le debemos todo. La gratitud nos lleva a la fe que nos hace reconocer, alabar y anunciar la gran misericordia de Dios con toda la humildad y al mismo tiempo con todos y cada uno de nosotros.
            Uno de los regalos más importantes que Dios nos da es la fe. Una fe que nos hace justos y nos salva. Una fe que pide permanecer obedientes al Maestro, disponiendo nuestro corazón en la escucha de su Palabra. Y si de verdad creemos que la fe es un don gratuito de Dios, ¿por qué no damos gracias por este regalo?
            Ciertamente el agradecimiento es un indicador de nuestro nivel espiritual personal. Una persona agradecida muestra atención por los demás, una capacidad de amar y de comprender, que es lo que se encuentra a faltar en los nueve leprosos. ¿Soy agradecido? ¿Sabemos ser agradecidos con los que nos rodean, amigos, familiares, compañeros?
            El individualismo, tan acentuado hoy día, es un camino ancho que, junto a la crítica fácil, conduce al disentimiento social, familiar y eclesial.
            La fiesta más bella de la gratuidad a Dios es la Eucaristía, pues eso es lo que significa, acción de gracias. Y en ella aprendemos a reconocer que todo lo recibimos de Dios a través de los que formamos la gran comunidad humana, especialmente la comunidad eclesial.
            En la Eucaristía nos vemos identificados con el Dios del amor que lo único que quiere es nuestro bien, el máximo bien: nuestra salvación. Porque Dios, el Padre de la misericordia, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
            Ahora en el Pan que ofrecemos, el Verbo se hará presente. Y todos recibiremos el mismo Pan de Vida, un solo Pan a repartir para todos. Que este gesto que vivimos en la Eucaristía se haga presente en nuestra vida como cristianos.
ENTRA EN TU INTERIOR
CURACIÓN
            El episodio es conocido. Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.
            Una vez curados, los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «ve que está curado» y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios a grandes gritos» y «dando gracias a Jesús».
            Por lo general, los comentaristas interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son unos desagradecidos; sólo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice que el samaritano ha vuelto «para dar gloria a Dios». Y dar gloria a Dios es mucho más que decir gracias.
            Dentro de la pequeña historia de cada persona, probada por enfermedades, dolencias y aflicciones, la curación es una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios como Salvador de nuestro ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de Lion: "Lo que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida". Ese cuerpo curado del leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios.
            Creemos saberlo todo sobre el funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de una grave enfermedad no deja de sorprendernos. Siempre es un "misterio" experimentar en nosotros cómo se recupera la vida, cómo se reafirman nuestras fuerzas y cómo crece nuestra confianza y nuestra libertad.
            Pocas experiencias podremos vivir tan radicales y básicas como la sanación, para experimentar la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza de la muerte. Por eso, al curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de forma renovada a Dios que viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y fuente de vida nueva.
            La medicina moderna permite hoy a muchas personas vivir el proceso de curación con más frecuencia que en tiempos pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan, pero la sanación puede ser, además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva relación con Dios. Podemos pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la acogida, de la duda a la confianza, del temor al amor.
            Esta acogida sana de Dios nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar integralmente.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Como sucede con tantos textos evangélicos, también éste debe movernos a una profunda y sincera oración y reflexión.
            “Tu fe te ha salvado” … Sólo cuando esta frase puede aplicarse a nuestra vida, cuando sentimos que ya no somos los mismos de antes, cuando la fe cristiana produce un verdadero cambio en la persona y en la sociedad, sólo entonces podemos comenzar a sentirnos cristianos.
            Entre tanto, retornemos a Cristo, al Cristo de la fe difícil y comprometida, no sea que en su nombre nos estemos alejando cada día más.
            Como aquel leproso, volvámonos alabando a Dios a grandes gritos y echémonos a los pies de Jesús, dándole gracias porque hoy su palabra nos ha abierto los ojos.
ORACIÓN
            Demos gracias a Dios porque “si morimos con Cristo, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negase a sí mismo”. Demos gracias porque nos ha llamado para ser su comunidad y su pueblo santo.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

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Uno de diez.