domingo, 27 de noviembre de 2016

4 DE DICIEMBRE: SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO.



“Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos.”


4 DE DICIEMBRE


SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
1ª Lectura: Isaías 11,1-10
En aquel día; brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz.
Salmo 71
Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.
2ª Lectura: Romanos 15,4-9
Cristo salva a todos los hombres.
PALABRA DEL DÍA
Mateo 3,1-12
 “Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: -convertíos, porque está cerca el reino de los Cielos. Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.” Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: -Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que exige la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando: “Abraham es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego. El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
"Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".
A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,
y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?
Produzcan el fruto de una sincera conversión,
y no se contenten con decir: 'Tenemos por padre a Abraham'. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.
El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible".
REFLEXIÓN
No sabemos ni cuándo ni cómo fue. Un día, un sacerdote rural llamado Juan abandonó sus obligaciones del templo, se alejó de Jerusalén y se adentró en el desierto de las inmediaciones del Jordán, buscando silencio y soledad para escuchar a Dios.
            No llegaban hasta allí las intrigas de Pilato ni las maquinaciones de Antipas. No se oía el ruido del templo ni los negocios de los terratenientes de Galilea. Según Isaías, el “desierto” es el mejor lugar para abrirse a Dios e iniciar la conversión. Según el profeta Oseas, es en el “desierto” donde Dios “habla al corazón”. ¿Es posible escuchar hoy a este Dios del “desierto”?.
            En el “desierto” solo se vive de lo esencial. No hay lugar para lo superfluo; se escucha la verdad de Dios mejor que en los centros comerciales. Tampoco hay sitio para la complacencia y el autoengaño: casi siempre el “desierto” acerca a Dios más que el templo.
            Cuando la voz de Dios viene del “desierto”, no nos llega distorsionada por intereses económicos, políticos o religiosos. Es una voz limpia y clara que nos habla de lo esencial, no de nuestras disputas, intrigas y estrategias.
            Lo esencial siempre consiste en pocas cosas, solo las necesarias. Así es el mensaje de Juan: “Poneos ante Dios y reconoced cada uno vuestro pecado. Sospechad de vuestra inocencia. Id a la raíz”. Todos somos de alguna manera cómplices de las injusticias y egoísmos que hay entre nosotros. Todos y cada uno de los creyentes tenemos algo que ver con la infidelidad de la Iglesia al Evangelio.
            En el “desierto”, lo decisivo es cuidar la vida. Así proclama el Bautista: “Convertíos a Dios. Lavaos de vuestra malicia y comenzad a reconstruir la vida de manera diferente, tal como la quiere él”. Es nuestra primera responsabilidad. Si yo no cambio, ¿qué estoy aportando a la transformación de la sociedad? Si yo no me convierto al Evangelio, ¿cómo estoy contribuyendo a la conversión de la Iglesia actual?.
            En medio de la agitación, el ruido, la información y difusión constante de mensajes, ¿quién escuchará la “voz del desierto”?, ¿quién nos hablará de lo esencial?, ¿quién abrirá caminos a Dios en este mundo?
ENTRA EN TU INTERIOR
NO OLVIDAR LA CONVERSIÓN
"Convertíos porque está cerca el reino de Dios". Según Mateo, éstas son las primeras palabras que pronuncia Juan en el desierto de Judea. Y éstas son también las primeras que pronuncia Jesús, al comenzar su actividad profética, a orillas del lago de Galilea.
Con la predicación del Bautista comienza ya a escucharse la llamada a la conversión que centrará todo el mensaje de Jesús. No ha hecho todavía su aparición, y Juan está ya llamando a un cambio radical pues Dios quiere reorientar la vida hacia su verdadera meta.
Esta conversión no consiste en hacer penitencia. No basta tampoco pertenecer al pueblo elegido. No es suficiente recibir el bautismo del Jordán. Es necesario "dar el fruto que pide la conversión": una vida nueva, orientada a acoger el reino de Dios.
Esta llamada que comienza a escucharse ya en el desierto será el núcleo del mensaje de Jesús, la pasión que animará su vida entera. Viene a decir así: "Comienza un tiempo nuevo. Se acerca Dios. No quiere dejaros solos frente a vuestros problemas y conflictos. Os quiere ver compartiendo la vida como hermanos. Acoged a Dios como Padre de todos. No olvidéis que estáis llamados a una Fiesta final en torno a su mesa".
No nos hemos de resignar a vivir en una Iglesia sin conversión al reino de Dios. No nos está permitido a seguir a Jesús sin acoger su proyecto. El concilio Vaticano II lo ha declarado de manera clara y firme: "La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, no tiene más que una aspiración: que venga el reino de Dios y se realice la salvación del género humano.
Esta conversión no es sólo un cambio individual de cada uno, sino el clima que hemos de crear en la Iglesia, pues toda ella ha de vivir acogiendo el reino de Dios. No consiste tampoco en cumplir con más fidelidad las prácticas religiosas, sino en "buscar el reino de Dios y su justicia" en la sociedad.
No es suficiente cuidar en las comunidades cristianas la celebración digna de los "sacramentos" de la Iglesia. Es necesario, además, promover los "signos" del reino que Jesús practicaba: la acogida a los más débiles; la compasión hacia los que sufren; la creación de una sociedad reconciliada; el ofrecimiento gratuito del perdón; la defensa de toda persona.
Por eso, animado por un deseo profundo de conversión, el Vaticano II dice así: "La liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la celebración, es necesario que antes sean llamados a la fe y la conversión". No lo tendríamos que olvidar.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
                “Lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”: Nos torcemos cuando nos desviamos de la verdad, cuando vivimos en la mentira, cuando nos dejamos seducir por los halagos del placer o del consumismo. Nos torcemos por el vicio y el engaño. Hay que enderezar nuestros caminos, vivir en la verdad, ser sinceros, transparentes. Hay que evitar los engaños de la seducción, que nos desvían más. Sólo los limpios de corazón verán a Dios.
Que se eleven los baches del subdesarrollo y la pobreza.
Que desciendan los montes de la injusticia y el egoísmo.
Que se enderecen las curvas de la mentira, las marginaciones y los prejuicios.
Que se allanen los senderos de la relación entre los hombres.
Que se superen los peligros del odio y la violencia, y se limpien de rencores y desencuentros.
Que se igualen y suavicen todos los caminos de los hombres.
“Y todos verán la salvación de Dios”.
ORACIÓN
                “Y todos verán la salvación de Dios”. Ver bíblicamente es lo mismo que acoger y participar. Si los caminos se allanan, tú salvación, Señor Dios, llegará hasta nosotros y nos regalará su gracia y su amor. Tú vienes siempre por los caminos rectos de la humildad, de la paz, de la pobreza y del amor.
            Tu salvación Señor, es Cristo, tu Hijo. Si nos abrimos a él, nos inundará la salvación y la paz. Si le escuchamos, si le aceptamos, si le amamos, el Mesías nos amará y entrará en nuestra casa y cenará con nosotros, y ya se quedará con nosotros para siempre.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.

domingo, 20 de noviembre de 2016

27 DE NOVIEMBRE: PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.



“Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.
27 DE NOVIEMBRE
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
1ª Lectura: Isaías 2,1-5
El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del reino de Dios
Salmo 121: Vamos alegres a la casa del Señor
2ª Lectura: Romanos 13,11-14
Nuestra salvación está cerca
EVANGELIO DEL DÍA
Mateo 24,37-44
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban, hasta el día en que Noé entró en el arca, y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.”
REFLEXIÓN
A nadie se le oculta que la historia es sabía maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa.  Aprender sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos.
            ¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento?
            Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos datos altamente significativos.
            Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia.
Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa colmo la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello.
            El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.
            Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos, profanos, por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un acabamiento que les daría sentido definitivo.
En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que apuntaban… Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la pregunta clave.
Fácil nos es ahora comprender el significado del evangelio con que la liturgia abre el adviento, en este Año A. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón y numerosos cristianos, entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación… Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que nunca, tratando de divisar en el horizonte la alborada que había anunciado Isaías.
            El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad. “estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor”.
            El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia, como un tiempo de “vigilancia”, de guardia con los ojos abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón.
ENTRA EN TU INTERIOR
SIGNOS DE LOS TIEMPO
Los evangelios han recogido de diversas formas la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos.    
Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta "vigilancia" para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.
Así recoge el Vaticano II esta preocupación: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura...".
Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: "Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión". ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin hacer ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            El Señor es “el que viene” y ésta es la razón por la que nosotros debemos velar y vigilar. Debemos esperar su revelación. Él se manifestará. Revelarse es descubrir algo desconocido, des-esconderse. Manifestarse implica algo de transfiguración: es epifanía. Podemos comenzar esta meditación considerando el cap. 60 de Isaías.
            Hay una vigilancia activa. Se nos pide hacer unas cosas y no hacer otras. De esta vigilancia activa nace la fidelidad. El infiel se adueña de la cosa encomendada, ya sea para usufructo propio (Mt 21,33-46), ya sea por mala administración y pereza (Mt 25,14-30). El siervo fiel y el infiel (Mt 24,45).
            La falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se alimentan mutuamente una a otra. No se acepta la invitación del señor porque el corazón está apegado a su propio juicio, a su propio espacio interior, a su propio negocio. Los invitados a la boda prefieren su propia fiesta. Y también está el infiel que juega a dos puntas: va a la fiesta, pero se reserva el vestido (la posibilidad) de no estar en ella (Mt 22,1-4).
            Pero hay una vigilancia que es más que la mera atención: la vigilancia expectante. Hay que recurrir a la Escritura para ver a los varones justos, a las mujeres piadosas y al pueblo fiel de Dios con esta esperanza expectante. Juan el Bautista que manda preguntar a Jesús si es él a quien esperaban (Mt 11,3), o José de Arimatea que aguardaba (Mc 15,43), o Simeón (Lc 2,25) o el pueblo fiel al que hablaba Ana (Lc 2,38) y que esperaba (Lc 3,15). Cabe la pregunta si nuestra vigilancia tiene esta dosis de esperanza expectante.
(Jorge Mario Bergoglio. Papa Francisco. Mente abierta, corazón creyente)
ORACIÓN
Dios Todopoderoso, aviva en mí al comenzar el Adviento, el deseo de salir a tu encuentro, que vaya acompañado de obras buenas, para que, colocado un día a tu derecha, merezca, por tu gracia, poseer el reino eterno.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.


domingo, 13 de noviembre de 2016

20 DE NOVIEMBRE: XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO.



Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”
20 DE NOVIEMBRE
XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
1ª Lectura: 2 Samuel 5,1-3
Ungieron a David como rey de Israel.
Salmo 121
Vamos alegres a la casa del Señor
2ª Lectura: Colosenses 1,12-20
Nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 23,35-43
“En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el Rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
REFLEXIÓN
            Este último domingo del tiempo ordinario, en el que contemplamos a Jesucristo como Rey del Universo, hemos escuchado cómo sufre el escarnio y la burla en el momento de dar la vida en la cruz. Es toda una paradoja ver a todo un Dios muriendo en la cruz. Pero no sólo eso, sino también sentir las burlas e insultos que le dirigen las autoridades judías y los soldados romanos. Además, habían puesto un rótulo para ridiculizarlo: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Hubiesen querido despreciarlo más poniendo “este ha dicho que era Rey de los judíos”. Un espectáculo espantoso.
            Paradójicamente, como decía, él era Rey, pero su reino no era de este mundo. ¿Qué querían decir cuando le pidieron por tres veces que se salvara él mismo? ¿Quizá que hiciese un milagro y bajase de la cruz? ¿Tal vez que demostrara su poder? Lo que más hizo sufrir a Jesús fue el abandono de los suyos. Más que la prueba que le pedían los demás para mostrar con prodigios que él era el Mesías.
            ¿Cómo podemos responder a esta prueba de amor que nos da Jesús? Más aún, ¿cómo deberíamos responder los cristianos cuando nos sentimos incomprendidos y quizá acusados? Con el mismo ejemplo y las mismas formas que Jesús: el amor y el perdón. Él simplemente dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

           Sin embargo, fue un malhechor quien descubrió el reinado y el mesianismo de Jesús, y fue en la cruz. Muchos no lo reconocieron cuando pasaba curando enfermos y haciendo milagros. Y él lo reconoce y confiesa cuando está crucificado a su lado. Como dice san Agustín, “en su corazón creyó, y con la lengua hizo la profesión de fe”. Y dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Quizá esperaba la salvación para el futuro, pero el gran día no se haría esperar. Jesús, exaltado en la cruz, le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ojalá que, el día en que vuelva lleno de gloria, nos pudiese decir a cada uno de nosotros estas mismas palabras.
            Jesús reina, como se nos muestra hoy, sirviendo y salvando a la humanidad. Su trono es la cruz, su cetro una caña, su manto real es una pequeña túnica púrpura, su corona es de espinas. En su reino los últimos son los primeros y los primeros, últimos. Ahora podemos llegar a comprender por qué el reino de Dios no viene espectacularmente, sino que viene en cada corazón que lo confiesa y que hace un lugar a su majestad.
            Cada uno de nosotros puede ser constructor de su reino si trabajamos por la paz y la justicia, si somos capaces de servir como hizo el mismo Jesús, de perdonar como él, de luchar por la vida y la fraternidad. Cristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Nosotros somos sus miembros. Todos los creyentes. En definitiva, todos los cristianos formamos parte de su cuerpo, del cual es él la Cabeza. En este “Cristo total” todos los bautizados asumimos la misión y el destino de Cristo: hacer posible ya aquí, en medio de nuestro mundo, la realidad del reino, y esperar con confianza que un día resucitaremos como él.
            Hoy contemplamos cómo le corresponde a Jesucristo, por derecho, el título de Rey. Él es el Señor absoluto de todo y de todos. Por él todo fue creado. Dios Padre puso en sus manos las realidades visibles e invisibles. Nada escapa a su mano providente y todo está bajo su dominio. En él se encuentra la plenitud de la verdad y la vida. Pero, a pesar de todo esto, su reino no es como los de este  mundo. Su reino no se impone, se propone. ¡Cuántas veces en nuestro mundo se imponen los poderes políticos y económicos! Pero el reino de Dios es un reino de servicio, de entrega amorosa. Dios reina entregando su vida por nosotros desde la cruz. Sin su sacrificio en la cruz no se puede comprender su reino.
            ¡Qué diferente son los que reinan según los criterios de este mundo: por la belleza física, por los títulos, por el dinero, por el cargo, por la palabra, por influencias, por orgullo! Y el reino de Dios es un reino de Justicia, de amor y de paz. Esta fiesta de hoy nos recuerda que Jesús es el único soberano ante una sociedad que parece querer dar la espalda a Dios. Un reinado que Cristo vino a establecer con la bondad y la mansedumbre de un pastor.
            No nos avergoncemos de un Cristo perseguido y muerto por ser testigo de la verdad. “el que es de la verdad, escucha mi voz”: el que con sinceridad de corazón mira al rey divino y acepta su camino de humildad y renuncia, ése es su súbdito fiel.
ENTRA EN TU INTERIOR
¿BURLARSE O INVOCAR?
Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.
Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías». Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes, crucificado junto a él: « ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».
Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser éste si no tiene poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no interviene para liberarlo?
De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Es el otro delincuente que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.
¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y nuestra impotencia ante la muerte?
Hay quienes también hoy se burlan de Jesús Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che Guevara ni con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Jesús Crucificado, revelación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de él o invocarlo?
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Rey,  apenas hay otra palabra menos apropiada para Jesús.
Un rey que toca leprosos, que prefiere la gente normal a los poderosos del pueblo.
Un rey que lava los pies de los suyos, un rey que no tiene dinero y que no puede defenderse.
Jesús crucificado es un extraño rey: su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está desnudo. No tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!
Reino. Y ya que hablamos del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios, del reinado de Dios.
Un reinado en que los últimos del mundo son los primeros.
Un reinado que prefiere a los publicanos y a las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los puros fariseos.
Un reinado sin tronos, sin palacio, sin ejército, sin poder.
Un reinado de viudas pobres, que echan dos céntimos de limosna.
Un reinado de samaritanos, que cuidan a un herido.
Un reinado en que son preferidos los sencillos como niños.
Un reinado de gente pobre, que sabe sufrir, de corazón limpio, comprometida con la justicia. ¡Menudo reino!
Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina desde el amor.
“Reinar”.  En nuestro mundo reina el terror, reina la miseria,  reina la explotación, reina la venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia.
Cuando en nuestro mundo reine la confianza mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya analfabetos, cuando los negocios sean honrados, cuando nos contentemos con menos… entonces podremos empezar a hablar de que Dios reina. Desde dentro, desde la humanización de los corazones.
¿Reinará Dios alguna vez?  Tenemos la tentación de pensar que no. La violencia y la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad y la austeridad. Eso es una tentación.
Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del Espíritu, del Viento de Dios.
Y entretanto, tú y yo nos enfrentamos a una invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a construir el reino?
ORACIÓN
A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.

El Rey, coronado de espinas, que regala el Paraíso.



jueves, 10 de noviembre de 2016

13 DE NOVIEMBRE: XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”
13 DE NOVIEMBRE
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
1ª Lectura: Malaquías 3,19.20a
“Os iluminará un sol de justicia”
Salmo 97
El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
2ª Lectura: Segunda Tesalonicenses 3,7-12
“Si alguno no quiere trabajar, que no coma”
PALABRA DEL DÍA
Lucas 21,5-19
“En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo va a ser esto?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: -Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy” o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: -Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
"De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
Gracias a la constancia salvarán sus vidas.”
REFLEXIÓN
            En este domingo penúltimo del tiempo ordinario, que acabará el próximo con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, la liturgia de la misa nos habla de los obstáculos y los sufrimientos que acompañan el testimonio del cristiano, y la Iglesia nos invita a reflexionar sobre las realidades últimas del hombre. La Palabra de Dios nos presenta con carácter apocalíptico el tiempo al cual todos debemos enfrentarnos. Pero también nos habla de la recompensa que espera a los que perseveran en la fe hasta el final. En definitiva, nos invita a ser fieles en la fe.
            El profeta Malaquías nos presenta, en la primera lectura, un cuadro que es muy vivo y actual para todos nosotros. El profeta escucha a su alrededor que la gente de su época se queja de que los malos progresan cada día, mientras que los justos no ven la recompensa. Así pues, se preguntan, ¿de qué sirve cumplir los mandamientos? Con la visión de un mundo que se acaba aquí, como es la visión de buena parte del Antiguo Testamento, es una pregunta muy seria. Sin embargo, el profeta adopta una perspectiva de solución más allá de este mundo. Recuerda la promesa hecha por Dios, que siempre ha sido fiel a su pueblo.
            ¿Cuántas veces hemos tenido la misma duda y nos hemos cuestionado ante tantas injusticias y males que nos rodean? Y, ¿cuántas veces nuestra respuesta ha sido que no sacamos provecho de cumplir con la Ley del Señor? A pesar de todo, Dios asegura que llegará un día en el que la justicia brillará para todos los hombres. El fuego consumirá a los malvados y la luz iluminará y protegerá a los justos que sean constantes y fieles.
            En el evangelio hemos escuchado una página de un género que pide una atención especial para poder captar su mensaje. Quizá no está hablando sólo del fin de los tiempos, sino que a la vez se puede referir a la inminente destrucción de Jerusalén. Una catástrofe que la ciudad sufrió por segunda vez el año 70 después de Cristo. Pero por lo que se refiere a nosotros, la Palabra de Jesús es una advertencia para ser fieles y constantes discípulos.
            Jesús nos recuerda que llegará el día del juicio sobre su pueblo y sobre todo el mundo, al cual nadie podrá permanecer indiferente. Jesús nos anuncia algo muy serio, y a la vez misterioso. Un final que nos concierne a todos.
            Vamos hacia un fin del mundo y a un juicio universal, pero este final y este juicio se juegan ya ahora y aquí para cada uno, en la vida personal de todos nosotros. Todos estamos llamados a recibir al Señor en nuestras vidas, o, al contrario, podemos rechazarlo. Nuestra decisión a favor o contra el Reino ya debemos hacerla en nuestra vida presente. Es una opción que debemos hacer a lo largo de toda nuestra vida.
            Muchas personas se quedan con aspecto secundario de esta llegada que se juega desde ahora, en el presente. Muchas dan pie a la curiosidad de cómo sucederá y cuándo llegará este momento, como algo que no les tocará, como de un futuro lejano. Sin embargo Jesús no quiere que dediquemos nuestra vida a hacer de adivinos, quiere que abramos nuestro corazón a su venida, con esperanza y con un profundo deseo de estar preparados, aunque no sepamos ni el día ni la hora.
            Jesús, lo que quiere, es que estemos atentos a su presencia. Quiere que velemos y que estemos preparados para cuando llegue con gloria. Quizá corremos el peligro de poner nuestra mirada, más que en él, en falsos mesías que prometen la felicidad ya aquí, haciéndonos olvidar la vida que nos espera junto a Jesús. Jesús quiere cambiar nuestras conciencias para que nos convirtamos a su amor. No le interesa tanto el fin del mundo como el fin de nuestra historia. Al final, el juicio que hará Dios de nuestra vida será por el amor con que habremos obrado.
            El Reino de Dios, tal como nos lo muestra Jesús, forma ya parte de nuestro presente, de nuestra cotidianidad. El reino de Dios ya está entre nosotros. Está en la medida en que lo vamos construyendo: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús”! Cada día volvemos a pedir la llegada de su reino. El reino empieza aquí y se manifiesta en la Iglesia, pero sólo llegará a su plenitud cuando Cristo esté en todos. Cada domingo alimentamos esta esperanza con la celebración de la eucaristía.
ENTRA EN TU INTERIOR
PARA TIEMPOS DIFÍCILES
Los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces del cristianismo en occidente, nos han de urgir más que nunca a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable.
Llamada al realismo. En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Es contrario al espíritu de Jesús cultivar el triunfalismo o alimentar la nostalgia de grandezas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde a una Iglesia fiel a su Señor.
No a la ingenuidad.   En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Éstas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe.
Centrarnos en lo esencial.  Cada generación cristiana tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría» … Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana.
La hora del testimonio.  Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto.
Paciencia. Ésta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como "paciencia" o "perseverancia". Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Ojalá que el evangelio de hoy sea para todos una fuerte llamada de atención. Si vivimos en tensión por la angustia y el miedo en un momento ciertamente difícil de la historia del mundo, será bueno que prestemos atención a las palabras de Jesús: “Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.”
            Este es el mensaje final de un año litúrgico que finaliza: perseverar en la fe de Jesucristo y en la praxis del evangelio es nuestra mejor garantía de que podremos caminar aun en medio de tantas dificultades con esperanza y con alegría.
            Perseverar en la fe y recuperar el evangelio perdido es lo que necesita un cristiano que a menudo se pregunta por el sentido de su existencia en el mundo. La perseverancia en esa fe, la fe de Jesucristo, es nuestro aporte a la construcción de un orden más justo y de una paz más duradera.
ORACIÓN
“Cuidado con que nadie os engañe”.
Con frecuencia nos convence lo que halaga el oído.
Cuando la verdad es dura de aceptar,
buscamos escapatorias menos exigentes y más fáciles de asimilar.
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Los predicadores de todos los tiempos lo saben,
y tratan de aprovechar esa debilidad para engañarnos.
Profundizar en la realidad de nuestro propio ser,
es el único camino para escapar de las voces de sirena.
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Todas las promesas de futuro que se hacen en nombre de Dios son falsas, porque Dios no tiene futuro.
Dios no promete, da. Y se da desde siempre y para siempre.
En esa eternidad del don tenemos que entrar nosotros.

Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.