domingo, 24 de noviembre de 2019

1 DE DICIEMBRE: PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.


“Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos

 penséis viene el Hijo del Hombre”.

1 DE DICIEMBRE

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

1ª Lectura: Isaías 2,1-5

El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna de su Reino.

Salmo 121: Vamos alegres a la casa del Señor

2ª Lectura: Romanos 13,11-14

Pidan a Dios por todos los hombres,

Porque él quiere que todos se salven.

Nuestra salvación está cerca

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 24,37-44

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban, hasta el día en que Noé entró en el arca, y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.”

REFLEXIÓN

A nadie se le oculta de que la historia es sabía maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa.  Aprender sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos.

¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento?

Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos datos altamente significativos.

Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia.

Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa colmo la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello.

El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.

Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos, profanos por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un acabamiento que les daría sentido definitivo.

En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que apuntaban… Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la pregunta clave.

Fácil nos es ahora comprender el significado del evangelio con que la liturgia abre el adviento, en este Año A. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón y numerosos cristianos, entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación… Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que nunca, tratando de divisar en el horizonte la alborada que había anunciado Isaías.

El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad. “estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor”.

El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia, como un tiempo de “vigilancia”, de guardia con los ojos abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón.

ENTRA EN TU INTERIOR

SIGNOS DE LOS TIEMPO

Los evangelios han recogido de diversas formas la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos.   

Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta "vigilancia" para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.

Así recoge el Vaticano II esta preocupación: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura...".

Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: "Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión". ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin hacer ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?

uchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?

Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?

Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.

José Antonio Pagola


ORA EN TU INTERIOR

El Señor es “el que viene” y ésta es la razón por la que nosotros debemos velar y vigilar. Debemos esperar su revelación. Él se manifestará. Revelarse es descubrir algo desconocido, des-esconderse. Manifestarse implica algo de transfiguración: es epifanía. Podemos comenzar esta meditación considerando el cap. 60 de Isaías.

Hay una vigilancia activa. Se nos pide hacer unas cosas y no hacer otras. De esta vigilancia activa nace la fidelidad. El infiel se adueña de la cosa encomendada, ya sea para usufructo propio (Mt 21,33-46), ya sea por mala administración y pereza (Mt 25,14-30). El siervo fiel y el infiel (Mt 24,45).

La falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se alimentan  mutuamente una a otra. No se acepta la invitación del señor porque el corazón  está apegado a su propio juicio, a su propio espacio interior, a su propio negocio. Los invitados a la boda prefieren su propia fiesta. Y también está el infiel que juega a dos puntas: va a la fiesta pero se reserva  el vestido (la posibilidad) de no estar en ella (Mt 22,1-4).

Pero hay una vigilancia que es más que la mera atención: la vigilancia expectante. Hay que recurrir a la Escritura para ver a los varones justos, a las mujeres piadosas y al pueblo fiel de Dios con esta esperanza expectante. Juan el Bautista que manda preguntar a Jesús si es él a quien esperaban (Mt 11,3), o José de Arimatea que aguardaba (Mc 15,43), o Simeón (Lc 2,25) o el pueblo fiel al que hablaba Ana (Lc 2,38) y que esperaba (Lc 3,15). Cabe la pregunta si nuestra vigilancia tiene esta dosis de esperanza expectante.

(Jorge Mario Bergoglio . Papa Francisco.

Mente abierta, corazón creyente)

ORACIÓN

Dios Todopoderoso, aviva en mí al comenzar el Adviento, el deseo de salir a tu encuentro, que vaya acompañado de obras buenas, para que colocado un día a tu derecha, merezca, por tu gracia, poseer el reino eterno. AMEN.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO

Nace la Vida. Nace Dios.


Imagen para colorear




jueves, 21 de noviembre de 2019

24 DE NOVIEMBRE: XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO.


“Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”

24 DE NOVIEMBRE

XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

1ª Lectura: 2 Samuel 5,1-3

Ungieron a David como rey de Israel.

Salmo 121

Vamos alegres a la casa del Señor

2ª Lectura: Colosenses 1,12-20

Nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor.

PALABRA DEL DÍA

Lucas 23,35-43

“En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el Rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

REFLEXIÓN

Este último domingo del tiempo ordinario, en el que contemplamos a Jesucristo como Rey del Universo, hemos escuchado cómo sufre el escarnio y la burla en el momento de dar la vida en la cruz. Es toda una paradoja ver a todo un Dios muriendo en la cruz. Pero no sólo eso, sino también sentir las burlas e insultos que le dirigen las autoridades judías y los soldados romanos. Además, habían puesto un rótulo para ridiculizarlo: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Hubiesen querido despreciarlo más poniendo “este ha dicho que era Rey de los judíos”. Un espectáculo espantoso.

Paradójicamente, como decía, él era Rey, pero su reino no era de este mundo. ¿Qué querían decir cuando le pidieron por tres veces que se salvara él mismo? ¿Quizá que hiciese un milagro y bajase de la cruz? ¿Tal vez que demostrara su poder? Lo que más hizo sufrir a Jesús fue el abandono de los suyos. Más que la prueba que le pedían los demás para mostrar con prodigios que él era el Mesías.

¿Cómo podemos responder a esta prueba de amor que nos da Jesús? Más aún, ¿cómo deberíamos responder los cristianos cuando nos sentimos incomprendidos y quizá acusados? Con el mismo ejemplo y las mismas formas que Jesús: el amor y el perdón. Él simplemente dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Sin embargo, fue un malhechor quien descubrió el reinado y el mesianismo de Jesús, y fue en la cruz. Muchos no lo reconocieron cuando pasaba curando enfermos y haciendo milagros. Y él lo reconoce y confiesa cuando está crucificado a su lado. Como dice san Agustín, “en su corazón creyó, y con la lengua hizo la profesión de fe”. Y dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Quizá esperaba la salvación para el futuro, pero el gran día no se haría esperar. Jesús, exaltado en la cruz, le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ojalá que, el día en que vuelva lleno de gloria, nos pudiese decir a cada uno de nosotros estas mismas palabras.

Jesús reina, como se nos muestra hoy, sirviendo y salvando a la humanidad. Su trono es la cruz, su cetro una caña, su manto real es una pequeña túnica púrpura, su corona es de espinas. En su reino los últimos son los primeros y los primeros, últimos. Ahora podemos llegar a comprender por qué el reino de Dios no viene espectacularmente, sino que viene en cada corazón que lo confiesa y que hace un lugar a su majestad.

Cada uno de nosotros puede ser constructor de su reino si trabajamos por la paz y la justicia, si somos capaces de servir como hizo el mismo Jesús, de perdonar como él, de luchar por la vida y la fraternidad. Cristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Nosotros somos sus miembros. Todos los creyentes. En definitiva, todos los cristianos formamos parte de su cuerpo, del cual es él la Cabeza. En este “Cristo total” todos los bautizados asumimos la misión y el destino de Cristo: hacer posible ya aquí, en medio de nuestro mundo, la realidad del reino, y esperar con confianza que un día resucitaremos como él.

Hoy contemplamos cómo le corresponde a Jesucristo, por derecho, el título de Rey. Él es el Señor absoluto de todo y de todos. Por él todo fue creado. Dios Padre puso en sus manos las realidades visibles e invisibles. Nada escapa a su mano providente y todo está bajo su dominio. En él se encuentra la plenitud de la verdad y la vida. Pero, a pesar de todo esto, su reino no es como los de este  mundo. Su reino no se impone, se propone. ¡Cuántas veces en nuestro mundo se imponen los poderes políticos y económicos! Pero el reino de Dios es un reino de servicio, de entrega amorosa. Dios reina entregando su vida por nosotros desde la cruz. Sin su sacrificio en la cruz no se puede comprender su reino.

¡Qué diferente son los que reinan según los criterios de este mundo: por la belleza física, por los títulos, por el dinero, por el cargo, por la palabra, por influencias, ¡por orgullo! Y el reino de Dios es un reino de Justicia, de amor y de paz. Esta fiesta de hoy nos recuerda que Jesús es el único soberano ante una sociedad que parece querer dar la espalda a Dios. Un reinado que Cristo vino a establecer con la bondad y la mansedumbre de un pastor.

No nos avergoncemos de un Cristo perseguido y muerto por ser testigo de la verdad. “el que es de la verdad, escucha mi voz”: el que con sinceridad de corazón mira al rey divino y acepta su camino de humildad y renuncia, ése es su súbdito fiel.

ENTRA EN TU INTERIOR

¿BURLARSE O INVOCAR?

Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.

Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías». Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes, crucificado junto a él: « ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».

Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser éste si no tiene poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no interviene para liberarlo?

De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Es el otro delincuente que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.

¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y nuestra impotencia ante la muerte?

Hay quienes también hoy se burlan de Jesús Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che Guevara ni con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Jesús Crucificado, revelación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de él o invocarlo?

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Rey, apenas hay otra palabra menos apropiada para Jesús.

Un rey que toca leprosos, que prefiere la gente normal a los poderosos del pueblo.

Un rey que lava los pies de los suyos, un rey que no tiene dinero y que no puede defenderse.

Jesús crucificado es un extraño rey: su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está desnudo. No tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!

Reino. Y ya que hablamos del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios, del reinado de Dios.

Un reinado en que los últimos del mundo son los primeros.

Un reinado que prefiere a los publicanos y a las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los puros fariseos.

Un reinado sin tronos, sin palacio, sin ejército, sin poder.

Un reinado de viudas pobres, que echan dos céntimos de limosna.

Un reinado de samaritanos, que cuidan a un herido.

Un reinado en que son preferidos los sencillos como niños.

Un reinado de gente pobre, que sabe sufrir, de corazón limpio, comprometida con la justicia. ¡Menudo reino!

Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina desde el amor.

“Reinar”.  En nuestro mundo reina el terror, reina la miseria, reina la explotación, reina la venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia.

Cuando en nuestro mundo reine la confianza mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya analfabetos, cuando los negocios sean honrados, cuando nos contentemos con menos… entonces podremos empezar a hablar de que Dios reina. Desde dentro, desde la humanización de los corazones.

¿Reinará Dios alguna vez?  Tenemos la tentación de pensar que no. La violencia y la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad y la austeridad. Eso es una tentación.

Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del Espíritu, del Viento de Dios.

Y entretanto, tú y yo nos enfrentamos a una invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a construir el reino?

ORACIÓN

A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO.

Imagen para colorear.



miércoles, 13 de noviembre de 2019

17 DE NOVIEMBRE: XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

17 DE NOVIEMBRE

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Malaquías 3,19.20

“Os iluminará un sol de justicia”

Salmo 97

El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

2ª Lectura: Segunda Tesalonicenses 3,7-12

“Si alguno no quiere trabajar, que no coma”

PALABRA DEL DÍA

Lucas 21,5-19

“En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo va a ser esto?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: -Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy” o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: -Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
"De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
Gracias a la constancia salvarán sus vidas.”

REFLEXIÓN

En este domingo penúltimo del tiempo ordinario, que acabará el próximo con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, la liturgia de la misa nos habla de los obstáculos y los sufrimientos que acompañan el testimonio del cristiano, y la Iglesia nos invita a reflexionar sobre las realidades últimas del hombre. La Palabra de Dios nos presenta con carácter apocalíptico el tiempo al cual todos debemos enfrentarnos. Pero también nos habla de la recompensa que espera a los que perseveran en la fe hasta el final. En definitiva, nos invita a ser fieles en la fe.

El profeta Malaquías nos presenta, en la primera lectura, un cuadro que es muy vivo y actual para todos nosotros. El profeta escucha a su alrededor que la gente de su época se queja de que los malos progresan cada día, mientras que los justos no ven la recompensa. Así pues, se preguntan, ¿de qué sirve cumplir los mandamientos? Con la visión de un mundo que se acaba aquí, como es la visión de buena parte del Antiguo Testamento, es una pregunta muy seria. Sin embargo, el profeta adopta una perspectiva de solución más allá de este mundo. Recuerda la promesa hecha por Dios, que siempre ha sido fiel a su pueblo.

¿Cuántas veces hemos tenido la misma duda y nos hemos cuestionado ante tantas injusticias y males que nos rodean? Y, ¿cuántas veces nuestra respuesta ha sido que no sacamos provecho de cumplir con la Ley del Señor? A pesar de todo, Dios asegura que llegará un día en el que la justicia brillará para todos los hombres. El fuego consumirá a los malvados y la luz iluminará y protegerá a los justos que sean constantes y fieles.

En el evangelio hemos escuchado una página de un género que pide una atención especial para poder captar su mensaje. Quizá no está hablando sólo del fin de los tiempos, sino que a la vez se puede referir a la inminente destrucción de Jerusalén. Una catástrofe que la ciudad sufrió por segunda vez el año 70 después de Cristo. Pero por lo que se refiere a nosotros, la Palabra de Jesús es una advertencia para ser fieles y constantes discípulos.

Jesús nos recuerda que llegará el día del juicio sobre su pueblo y sobre todo el mundo, al cual nadie podrá permanecer indiferente. Jesús nos anuncia algo muy serio, y a la vez misterioso. Un final que nos concierne a todos.

Vamos hacia un fin del mundo y a un juicio universal, pero este final y este juicio se juegan ya ahora y aquí para cada uno, en la vida personal de todos nosotros. Todos estamos llamados a recibir al Señor en nuestras vidas, o, al contrario, podemos rechazarlo. Nuestra decisión a favor o contra el Reino ya debemos hacerla en nuestra vida presente. Es una opción que debemos hacer a lo largo de toda nuestra vida.

Muchas personas se quedan con aspecto secundario de esta llegada que se juega desde ahora, en el presente. Muchas dan pie a la curiosidad de cómo sucederá y cuándo llegará este momento, como algo que no les tocará, como de un futuro lejano. Sin embargo Jesús no quiere que dediquemos nuestra vida a hacer de adivinos, quiere que abramos nuestro corazón a su venida, con esperanza y con un profundo deseo de estar preparados, aunque no sepamos ni el día ni la hora.

Jesús, lo que quiere, es que estemos atentos a su presencia. Quiere que velemos y que estemos preparados para cuando llegue con gloria. Quizá corremos el peligro de poner nuestra mirada, más que en él, en falsos mesías que prometen la felicidad ya aquí, haciéndonos olvidar la vida que nos espera junto a Jesús. Jesús quiere cambiar nuestras conciencias para que nos convirtamos a su amor. No le interesa tanto el fin del mundo como el fin de nuestra historia. Al final, el juicio que hará Dios de nuestra vida será por el amor con que habremos obrado.

El Reino de Dios, tal como nos lo muestra Jesús, forma ya parte de nuestro presente, de nuestra cotidianidad. El reino de Dios ya está entre nosotros. Está en la medida en que lo vamos construyendo: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús”. Cada día volvemos a pedir la llegada de su reino. El reino empieza aquí y se manifiesta en la Iglesia, pero sólo llegará a su plenitud cuando Cristo esté en todos. Cada domingo alimentamos esta esperanza con la celebración de la eucaristía.

ENTRA EN TU INTERIOR

PARA TIEMPOS DIFÍCILES

Los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces del cristianismo en occidente, nos han de urgir más que nunca a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable. Llamada al realismo. En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Es contrario al espíritu de Jesús cultivar el triunfalismo o alimentar la nostalgia de grandezas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde a una Iglesia fiel a su Señor.

No a la ingenuidad.   En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Éstas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe.

Centrarnos en lo esencial.  Cada generación cristiana tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría»… Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana.

La hora del testimonio.  Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia  o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto.

Paciencia. Ésta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como "paciencia" o "perseverancia". Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Ojalá que el evangelio de hoy sea para todos una fuerte llamada de atención. Si vivimos en tensión por la angustia y el miedo en un momento ciertamente difícil de la historia del mundo, será bueno que prestemos atención a las palabras de Jesús: “Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.”

Este es el mensaje final de un año litúrgico que finaliza: perseverar en la fe de Jesucristo y en la praxis del evangelio es nuestra mejor garantía de que podremos caminar aun en medio de tantas dificultades con esperanza y con alegría.

Perseverar en la fe y recuperar el evangelio perdido es lo que necesita un cristiano que a menudo se pregunta por el sentido de su existencia en el mundo. La perseverancia en esa fe, la fe de Jesucristo, es nuestro aporte a la construcción de un orden más justo y de una paz más duradera.

ORACIÓN

“Cuidado con que nadie os engañe”.
Con frecuencia nos convence lo que halaga el oído.
Cuando la verdad es dura de aceptar,
buscamos escapatorias menos exigentes y más fáciles de asimilar.
....................
Los predicadores de todos los tiempos lo saben,
y tratan de aprovechar esa debilidad para engañarnos.
Profundizar en la realidad de nuestro propio ser,
es el único camino para escapar de las voces de sirena.
.....................
Todas las promesas de futuro que se hacen en nombre de Dios son falsas, porque Dios no tiene futuro.
Dios no promete, da. Y se da desde siempre y para siempre.
En esa eternidad del don tenemos que entrar nosotros.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO.

Imagen para colorear.



martes, 5 de noviembre de 2019

10 DE NOVIEMBRE: XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Dios no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos”

10 NOVIEMBRE

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: 2º Libro de los Macabeos 7,1-2.9-14

El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.

Salmo 16

Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 2,16-3,5

El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.

PALABRA DEL DÍA

Lucas 20,27-38

 “En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles: son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.” No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.”

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él".

REFLEXIÓN

Desde antiguo nos hemos preguntado sobre el sentido de la vida. ¿Cuál y cómo es el destino final del hombre? ¿Hacia dónde se encamina la existencia humana? A esta inquietante cuestión trata de responder hoy la liturgia. Jesús, por un lado, nos enseña que el destino es la vida eterna, pero que esta vida en el más allá no es igual a la vida terrena, sino que es una continuidad de la persona. Por otro lado, el martirio de la madre de los siete hijos en tiempos de la guerra macabea da ocasión para proclamar con coraje y valentía la fe en la resurrección para la vida. Mientras san Pablo pide oraciones a los cristianos de Tesalónica para que “la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros”, una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el juez supremo, que es Dios.

El evangelio nos muestra cómo saduceos, que eran provenientes de las familias de la nobleza sacerdotal, rechazaban toda evolución del judaísmo, oponiéndose a la fe en la resurrección. Y entonces, para ridiculizar la resurrección, ponen el caso de unos hermanos que van casándose con la viuda de uno de ellos. Esta ley del levirato tenía por objeto perpetuar la descendencia y mantener a la viuda en el seno de la familia del difunto. Realmente con este ejemplo querían probar la imposibilidad de la resurrección desde un punto de vista terrenal. Los saduceos pensaban en la resurrección como en una mera continuación de la vida terrenal, con matrimonios y con todo lo que acontece en este mundo. Y Jesús habla de la resurrección como de un cambio radical. Jesús contrapone este mundo con el mundo futuro; en el que la gente no muere.

Pero además, como los saduceos aceptaban sólo los primeros libros de la biblia, les da una segunda oportunidad citando un texto de las Sagradas Escrituras, concretamente el libro del Éxodo, en el que Dios se revela a Moisés como Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Si Abrahán, Isaac y Jacob estuviesen muertos definitivamente esta fórmula sería irrisoria. Jesús dice que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen vida en él. Nuestros difuntos viven para Dios.

Por tanto, el mensaje que la Palabra hoy nos anuncia es una llamada a la esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida que ya tiene y que ya goza, sino la que le espera en Dios.

Pero la esperanza cristiana no nos debe hacer vivir alejados de la realidad del mundo ni de la historia, sino entregados enteramente a hacer historia: historia de la salvación. Construir la historia no es tarea sólo de los no cristianos. Es, aún con más razón, misión de los que creen en el Señor de la historia y en la marcha de toda la historia humana hacia su decisión final en Dios.
Sí, como cristianos tenemos que esperar en Dios. Tenemos que esperar con fe que él abrirá las puertas de la eternidad a nuestra mente, a nuestros corazones, a nuestros cuerpos, a nuestra vida. No sabemos cómo será, pero nos toca confiar, fiarnos de Dios. Porque la esperanza cristiana en la resurrección es un mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología. Es permanecer siempre en el Señor, como estando sumergidos en el mar, en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal. Anuncia el triunfo de Dios sobre sus enemigos, el único de los cuales es la misma muerte. Vale la pena ser testimonios ante nuestro mundo de este mensaje de esperanza con palabras y obras.

Jesús nos viene a abrir el camino de la fe en la resurrección con su testimonio. El reino de Dios es el reino de la vida en el cual la persona perdura en la gloria por siempre. Ésta es nuestra fe, y por esto tendríamos que vivir de tal manera que la esperanza en la eternidad brillase en nuestros rostros y en la forma de vivir cada minute de nuestra existencia. Nosotros tenemos esta fe. Dios ha querido que existamos y nos ha dado la vida. Es dios quién ha inventado la maravilla de la vida, quien llama a la vida a todos los seres que él quiere. Nosotros creemos en esta vida en plenitud que Dios nos prometió, en la resurrección, aunque somos incapaces de imaginarla. Esta nueva vida superará cualquier cosa que nos lleguemos a imaginar. Jesús mismo nos dice que no podemos llegar ni a imaginar lo que el Padre tiene preparado para todos aquellos que lo aman. Y es que cada uno de nosotros está llamado a vivir para siempre.

“Nosotros creemos en tu Palabra, Señor. Creemos que la muerte no es el final, sino un paso a la eternidad,. Y te pedimos que nos acompañes en este camino de fe, porque siempre necesitamos reforzar estas convicciones para permanecer a tu lado”.

ENTRA EN TU INTERIOR

A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS

Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.

Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.

Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.

Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman".

Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida "preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.

Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.

Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.

Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado" (salmo 25,1-2).

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

El evangelio de hoy terminaba diciendo:  "...porque para Él, todos están vivos". ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en permanecer vivos para nosotros, es decir, que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos sólo para Él?

 ¿No podría ser, que el consumirnos en favor de los demás, fuese la auténtica  consumación del ser humano? Eso es lo que recordamos en cada eucaristía como praxis de Jesús. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

ORACIÓN

Para Dios todo está siempre en un eterno presente.

Esa existencia eterna en Dios, se manifiesta en el tiempo,
y da origen a todas las criaturas que forman el universo.

Como ser humano puedo vivir mi relación con el Absoluto.

La experiencia de lo Absoluto, es mi verdadera Vida.

 No confundir con mi vida biológica que sólo es un accidente.

 Cuando tomo lo accidental por substancial,
 estoy equivocándome de cabo a rabo.

 Si descubro el engaño, procuraré vivir a tope,
 es decir, al límite de mis posibilidades más humanas.

 Mi presente se funde con mi pasado y mi futuro.

 Desde mi contingencia, puedo experimentar un ahora eterno.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO

                                                      
Imagen para colorear.