domingo, 26 de marzo de 2017

2 DE ABRIL: QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (A)




“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá…”

2 DE ABRIL

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: Ezequiel: 37,12-14

Os infundiré mi espíritu y viviréis.

Salmo 129

Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

2ª Lectura: Romanos 8,8-11

El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos

habita en vosotros.

PALABRA DEL DÍA

Juan 11,1-45

“En aquel tiempo, un tal Lázaro de Betania, la aldea de Marta y de María, había caído enfermo. Las hermanas le mandaron un recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo. Jesús, al oírlo, dijo: -Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: -Vamos otra vez a Judea. Los discípulos replican: -Maestro, hace poco intentaron apedrearte los judíos, ¿y ahora vas a volver allí? Jesús contestó: -¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió: -Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo. Entonces le dijeron sus discípulos: -Señor, si duerme, se salvará. Entonces Jesús les replicó claramente: -Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora, vamos a su casa. Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás. –Vamos también nosotros y muramos con él. Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba unos tres kilómetros de Jerusalén y muchos judíos habían ido para dar los pésames a las dos hermanas. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: -Tu hermano resucitará. Marta respondió: -Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dice: -Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Jesús, viendo llorar a los judíos que lo acompañaban, sollozó y muy conmovido preguntó: -¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: -Señor, ven a verlo. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: -Y uno que le ha abierto los ojos al ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este? Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Entonces dijo: -Quitad la losa. Marta le dijo: -Señor, ya huele mal, porque lleva tres días. Jesús le dijo: -¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la losa y Jesús, levantando los ojos, dijo: -Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero, lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y, dicho esto, gritó con voz potente: -Lázaro, ven afuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: -Desatadlo y dejadlo andar. Y muchos judíos, al ver lo que había hecho, creyeron en Jesús”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo".
Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea".
Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?".
Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él".
Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo".
Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará".
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto,
y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo".
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él".
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".
Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?".
Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama".
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto".
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado,
preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!".
Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?".
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,
y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto".
Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?".
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!".
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

REFLEXIÓN

            Toda la historia de la resurrección de Lázaro, tiene un valor de signo. Lázaro significa debilidad humana, pero Jesús lo quería. Lázaro significa herida de muerte, pero Jesús la asumía. Lázaro significa hombre mortal, y Jesús viene en su auxilio. Qué suerte tuvo Lázaro de tener a Jesús por amigo. Qué suerte tiene el hombre de tener a Dios por amigo y salvador.

            Jesús resucitará a Lázaro. Significa que tiene poder de resucitar a todos los amigos que mueren. Primero lloró su muerte, porque le duelen los sufrimientos y penas del hombre. Después lo sacó de la tumba, para dar a entender que a todos puede sacar de sus sepulcros. Lo dijo maravillosamente: Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.


            Sólo pide una cosa, fe. Jesús es un médico que no sana si no confía en él. Creer es confiar, abrirse a él, acercarse a la fuente, dejarse llevar a la piscina, dejarse amar. Lázaro se dejó amar. Las hermanas confiaron en Jesús: Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Como creyó la Samaritana y creyó el ciego de nacimiento. Creer es escuchar su palabra, alimentarse y llenarse de Jesús, su pan es medicina de inmortalidad. Creer es confesarlo como Salvador.

           La resurrección de Lázaro anuncia también la propia resurrección de Jesús. Pero ¿cómo pudo morir si era la Vida? ¿Qué necesidad tenía de morir si iba a resucitar?

            Si esta línea de argumentación prevaleciera, podríamos ahorrar a Jesús todo tipo de debilidades y sufrimientos. ¿Por qué fue tentado si él no iba a caer? ¿Por qué pidió de beber si él ofrecía agua viva? ¿Por qué lloró la muerte si lo iba enseguida a resucitar? Aceptar estas hipótesis triunfalistas sería desconocer la realidad-dramática realidad- de la Encarnación. Aceptó la condición humana con  todas sus consecuencias. Y quiso salvar al hombre, pero desde dentro; quiso curar las heridas, pero padeciéndolas él primero. Todo lo que él asume y sólo lo que él asume queda redimido.

ENTRA EN TU INTERIOR

NUESTRA ESPERANZA

El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?»

Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.

La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?

Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.

Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita como “una sociedad de incertidumbre” (Z. Bauman). Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?

Como los humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto vivirá… ¿Crees esto?»

A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            Sólo, desde esta actitud, comprendemos quién es Jesús en la historia del mundo. De pie, delante del muerto, grita con fuerte voz: Hombre, sal de la tumba y ven, pues, tienes que caminar mucho todavía. El mundo avanza y crece, las sociedades evolucionan, la Iglesia se reforma, el cristianismo adopta nuevas formas de existencia, los  cristianos se abren a una mentalidad distinta. Desata tu cuerpo y despréndete de cuanto te impide ser un hombre libre: deja las ataduras tradicionales con que las sociedades amortajan a sus víctimas para que vivan sin hablar, para que tengan pies y no caminen, brazos y no actúen, ojos y no vean. Si crees en Dios, cree en la vida. Si crees en el Espíritu, ponte a andar. La muerte está dentro de ti; la muerte eres tú mismo en cuanto te niegas a vivir…

            Lázaro es el símbolo anticipado del mismo Jesús. También él dormirá en la cruz, y su muerte será la ocasión para que se manifieste el poder del Dios de la vida. Por eso Lázaro y Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir, aquí y ahora, con la nueva vida del Espíritu. Que la vida, es decir, la regeneración y la transformación de las estructuras muertas, florezca como una primavera que no sabe de retornos: que muestra sus flores para que aparezcan los frutos.

            No podemos llamarnos cristianos si no vivimos conforme al espíritu de Cristo que da muerte al pecado bajo todas sus formas y nos introduce a la justicia de Dios, expresión de la totalidad de la salvación que debe hacerse carne en la historia.

            La muerte de Lázaro pone al descubierto la muerte de una sociedad sumergida en el miedo y en la desesperanza. Jesús lo resucita como signo de que la obra de Dios tiende necesariamente a devolver al hombre el más preciado de sus dones: la vida. La fe en Cristo hoy nos hace renacer para que caminemos sin mordazas ni ataduras, como hombres libres.

ORACIÓN

“Cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, sabréis que yo soy el Señor. Os infundiré mi espíritu y viviréis: os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago”.

            Hermanos: esta palabra del Señor hoy se cumple en nosotros. Dios lo dice y lo hace. Que su palabra sea también la nuestra. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.

Imagen para colorear

QUINTA SEMANA DE CUARESMA

SEMANA DE LA VIDA

La quinta semana de cuaresma es la semana de la vida.

            Los textos de esta quinta semana nos presentan el combate de Jesús con sus enemigos. Los enemigos son aquellos que se tienen por fieles a la ley de Moisés. La ley de Moisés se convierte, para ellos en su ley, en escudo y acusación contra Jesús. Por tener a Moisés y querer ser fieles a él, desprecian y olvidan a Jesús. Un intento de fidelidad que se convierte en infidelidad.

            Jesús se presenta como vencedor de la muerte: vence la muerte que ha eclipsado a su amigo Lázaro; saca de la muerte a la mujer adúltera, a la que todos querían apedrear. Aplicando la ley al pie de la letra, los que se tienen por justos condenan a muerte; superando la ley con generosidad divina, Jesús libra de la muerte a la mujer. Jesús es el que viene a salvar y dar vida a quienes estaban perdidos.

            La vida suscita una provocación: los enemigos de Jesús no soportan la vida y toda su actuación se encaminará a quitar la vida a Aquel que da la vida. Muerte y vida entablan un gigantesco combate. Al final, la vida triunfará, no sin antes pasar por el combate.

            El episodio de Lázaro  y el relato de la mujer adúltera son la clave de interpretación de esta semana. Su proclamación no debería faltar en alguna de las diversas celebraciones.

            “Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quien crea en mí, aunque muera, vivirá. Creer en el Amor absoluto es esperar que el amor esté “garantizado” en algún sitio. Es esperar que la vida “renazca de él”. Más allá del final, o cuando llega el final, el amor comienza dando vida. El amor es una corriente que no muere.

            Los catecúmenos y los bautizados ya pueden abrirse a la esperanza y confiarse totalmente a Dios.

            La semana termina con un “listo para sentencia”: “No tenéis idea; no calculáis que antes que perezca la nación conviene que uno muera por el pueblo… Desde aquel día estuvieron decididos a matarlo.

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