“Si conocieras el don de Dios, y quién es el
que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”.
19 DE
MARZO
TERCER
DOMINGO DE CUARESMA
1ª
Lectura: Éxodo 17,3-7
Salmo 94
Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor.
2ª
Lectura: Romanos 5,1-2.5-8
PALABRA
DEL DÍA
Juan
4,5-42
“Llegó Jesús a un
pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José:
allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí
sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de
Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. (Sus discípulos se
habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú,
siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos
no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de
Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de
dónde sacas el agua viva?, ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio
este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó:
“El que bebe de esta agua vuelve a tener sed: el agua que yo le daré se
convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que
venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer
le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón, que no tienes
marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la
verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres
dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar
culto está en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en
que ni en este monte, ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis,
nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en
espíritu y verdad”. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy, el que habla
contigo”. En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera
hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: “¿Qué le preguntas o de qué le
hablas?”. La mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a la
gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este
el Mesías?”. Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían: “Maestro, come” Él les dijo: “Yo
tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis”. Los discípulos
comentaban entre ellos: “¿Le habrá traído alguien de comer?”. Jesús les dijo:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo
esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la
siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida
eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el
proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis
sudado. Otros sudaron, y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores. En aquel
pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la
mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los
samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no
creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
de verdad el Salvador del mundo”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Llegó a una ciudad de samaria
llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
Allí se encuentra el
pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era
la hora del mediodía.
Una mujer de samaria
fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".
Sus discípulos habían ido
a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le
respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió:
"Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber',
tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".
"Señor, le dijo
ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas
esa agua viva?
¿Eres acaso más grande
que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que
sus hijos y sus animales?".
Jesús le respondió:
"El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
pero el que beba del
agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se
convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".
"Señor, le dijo la
mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta
aquí a sacarla".
Jesús le respondió:
"Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".
La mujer respondió:
"No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no
tienes marido,
porque has tenido cinco
y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad".
La mujer le dijo:
"Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres
adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe
adorar".
Jesús le respondió:
"Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se
adorará al Padre.
Ustedes adoran lo que
no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de
los judíos.
Pero la hora se acerca,
y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu
y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
Dios es espíritu, y los
que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".
La mujer le dijo:
"Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos
anunciará todo".
Jesús le respondió:
"Soy yo, el que habla contigo".
En ese momento llegaron
sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin
embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por
qué hablas con ella?".
La mujer, dejando allí
su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
"Vengan a ver a un
hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?".
Salieron entonces de la
ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los
discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro".
Pero él les dijo:
"Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen".
Los discípulos se
preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?".
Jesús les respondió:
"Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su
obra.
Ustedes dicen que aún
faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y
miren los campos: ya están madurando para la siega.
Ya el segador recibe su
salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que
cosecha comparten una misma alegría.
Porque en esto se
cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha'
Yo los envié a cosechar
adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el
fruto de sus esfuerzos".
Muchos samaritanos de
esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba:
"Me ha dicho todo lo que hice".
Por eso, cuando los
samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él
permaneció allí dos días.
Muchos más creyeron en
él, a causa de su palabra.
Y decían a la mujer:
"Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y
sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".
REFLEXIÓN
La imagen de Jesús cansado,
sediento a la hora más calurosa del día es conmovedora y sugestiva. Lleva mucho
tiempo caminando, hablando, sanando, salvando, y se fatiga. Por eso se sienta
esperando algún alivio. En los países donde el agua es escasa, el pozo es un
lugar de encuentro.
Jesús no se limita a sentir la
fatiga humana, sino que quiso asumirla toda. Quiso aliviar con la suya la
fatiga de todos los hombres. Por eso invita: “Venid a mí y descargad sobre mis
hombros y mis espaldas vuestro peso, vuestro agobio, vuestra debilidad, vuestra
preocupación. Descargad sobre mí todo lo que os cansa y os deprime. Yo, seré
vuestra fuerza y consuelo, vuestra esperanza y alegría”.
El tema de la sed y del agua es
central en este domingo.
Aparece, en primer lugar, un pueblo
torturado por la sed en el desierto. Es un problema material pero es
fundamentalmente un problema de fe. El Dios de Israel que se reveló a Moisés
como el Dios que ve, que oye y que actúa, como el Dios que no se desentiende de
la vida de los hombres, los ha abandonado: ¿Está el Señor con nosotros?.
• Han experimentado a un Dios que ha
pasado por ellos liberándolos: Y TIENEN SED.
• Han experimentado a un Dios que les
ha dado continuas pruebas de su poder: Y TIENEN SED.
• Han experimentado al Dios de la promesa:
Y TIENEN SED.
La sed del hombre es inagotable. Nunca está saciado, nunca está conforme,
siempre quiere más.
Esta tentación se repite también hoy, nosotros somos como ese pueblo que
a pesar de haber experimentado lo que Dios ha hecho y hace con nosotros,
seguimos teniendo sed y nos revelamos. Y ante un sufrimiento grande, ante una
muerte inesperada, ante una crisis fuerte, miramos en seguida al cielo: ¿Está o
no está Dios con nosotros?. Y la respuesta la encontramos en Jesús, el Hijo de
Dios.
El evangelio nos presenta a una mujer de Samaria que acude al pozo a por
agua para calmar su sed. Pero el problema va a derivar en otras dimensiones más
profundas. La samaritana será un símbolo del hombre que no consigue apagar su
sed. Todo hombre está herido de insatisfacción. Vamos de un pozo a otro, de un
bar a otro, de un mercado a otro, buscando nuevos productos para calmar la sed
que nos tortura, pero al final seguimos con más sed.
La sed son nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestras ansias, nuestras
necesidades.
Y en la samaritana descubrimos sed de felicidad, sed de amor, sed
religiosa, sed del Mesías, sed de Dios.
Jesús le ofrece el agua viva, le ofrece un surtidor de agua que salta
hasta la vida eterna, de forma que ya no volverá a tener sed y no tendrá que
volver al pozo a sacarla. Jesús, el sediento, le ofrece meter un manantial en
sus entrañas. Nos ofrece a todos, meter un manantial en nuestras entrañas.
ENTRA EN
TU INTERIOR
LA
RELIGIÓN DE JESÚS
Cansado del camino, Jesús se sienta
junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto
llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a
hablar con ella de lo que lleva en su corazón.
En un momento de la conversación,
la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y samaritanos. Los
judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los samaritanos suben al
monte Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de Jacob. ¿Dónde hay que
adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué piensa el profeta de
Galilea?
Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar
determinado, por muy venerable que pueda ser. El Padre del cielo no está atado
a ningún lugar, no es propiedad de ninguna religión. No pertenece a ningún
pueblo concreto.
No lo hemos de olvidar. Para encontrarnos con Dios, no es necesario ir a
Roma o peregrinar a Jerusalén. No hace falta entrar en una capilla o visitar
una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de cuidados intensivos
de un hospital, desde cualquier cocina o lugar de trabajo podemos elevar
nuestro corazón hacia Dios.
Jesús no habla a la samaritana de «adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo.
Hasta por tres veces le habla de «adorar al Padre». Por eso, no es necesario
subir a una montaña para acercarnos un poco a un Dios lejano, desentendido de
nuestros problemas, indiferente a nuestros sufrimientos. El verdadero culto
empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos acompaña de cerca a lo
largo de nuestra vida.
Jesús le dice algo más. El Padre está buscando «verdaderos adoradores».
No está esperando de sus hijos grandes ceremonias, celebraciones solemnes,
inciensos y procesiones. Lo que desea es corazones sencillos que le adoren «en
espíritu y en verdad».
«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús y dejarnos
conducir como él por el Espíritu del Padre que lo envía siempre hacia los
últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice Jesús de manera
clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en espíritu». Dios
es amor, perdón, ternura, aliento vivificador..., y quienes lo adoran deben
parecerse a él.
«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad. Volver una y otra vez
a la verdad del Evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús sin encerrarnos en
nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿hemos
aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los verdaderos adoradores que
busca el Padre?
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús le dijo a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios y quién es
el que te pide de beber le pedirías tú, y él te daría agua viva… el que bebe de
esta agua (del pozo de Jacob) vuele a tener sed; pero el que beba del agua que
yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se le convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. El pozo de
Jacob es aquí símbolo del Antiguo Testamento; pero Cristo es superior porque su
agua calma la sed para siempre. Condición: conocer el don de Dios, avivar la
fe, proceder con sinceridad y reconocernos pecadores y necesitados ante Dios.
El encuentro de la samaritana con
Jesús fue pasando de ser casual a un nivel personal y profundo; tanto, que la
mujer se olvida de sí misma y de su cántaro y va a anunciar a sus paisanos, los
habitantes de Sicar, lo que ha visto y oído. La dinámica de un encuentro de fe
con Dios, por medio de Jesús en quien cree, la ha convertido en apóstol. Una
lección se desprende: Nosotros debemos ser para nuestros hermanos y para el
mundo la voz de Cristo, es decir, signo y sacramento del encuentro del hombre
sediento con Dios y con su don del Agua viva que es Jesús.
ORACIÓN
FINAL
Señor, quiero que quede siempre flotando en nuestro aire existencial la
intuición genial y definitiva de aquel gran sediento de lo infinito que fue
Agustín de Hipona, y hacer mía su sed: “Inquieto estará mi corazón mientras no
descanse en Ti, Señor”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
Imágenes
de Fano.
Imagen
para colorear.
TERCERA
SEMANA DE CUARESMA
SEMANA
BAUTISMAL – SEMANA DEL AGUA
“Es amor lo que quiero,
no sacrificios”, pues “toda la ley se resume en una palabra: ¡amarás!”. Los
profetas Oseas y Jeremías lo Habían dicho y repetido: el único sacrificio que
agrada a Dios es el de un corazón sincero; el amor es el horizonte de toda la religión.
¿Por qué, entonces, encontró Jesús una oposición tan feroz cuando puso de
manifiesto estos datos fundamentales de la fe? Sin duda, porque con ello ponía
en evidencia a los fariseos y a los sacerdotes… Los unos habían transformado la
ley de libertad en comportamiento estereotipado; los otros habían hecho del
culto un contrato sin alma. Para que el corazón recuperara su lugar central en
la religión fue necesario que el profeta Jesús muriese por haber amado hasta el
final.
Dios lo hace todo
nuevo, incluido el corazón del hombre. Es el Dios de la mañana, de la primavera
y de la aurora. Al leproso le da una carne como de un niño pequeño, y a su
pueblo la verdeante hermosura de las colinas del Líbano. Pero el pueblo es
sordo y obstinado; retrocede en lugar de avanzar; la fidelidad ha muerto, pues
su amor es fugaz como las brumas de la mañana. Pueblo duro que ignora la piedad
con las que Dios le ha gratificado sin medida.
Pueblo que no quiere
acoger al profeta en su propia patria y se cierra en una ceguera cuando el
Mesías hace resonar en sus muros la llegada del Reino de Dios. ¿Cómo podría
Dios hacerlo aún todo nuevo? A veces, un hombre presiente la novedad. Aquí un
escriba, allí un publicano. Este se mantiene a la sombra del Templo, repitiendo
humildemente la oración de su corazón: “Ten piedad de mí, pues soy pecador”. El
otro ha comprendido que el amor vale más que todos los sacrificios. Gracias a
esta clase de hombres llega el Reino de Dios.
Un Reino donde se
cumple la ley reduciéndola a la sencillez de su plenitud. Ley del corazón y del
amor que se desarrolla en acción de gracias: “Señor, con todo el corazón te
seguimos, buscamos tu rostro; acógenos, no retires tu misericordia, no repudies
tu Alianza”. La Ley brota de la Alianza: conduce al sacrificio de acción de
gracias, que vale más que todos los holocaustos. “¡Ven, Israel!” Volved al
Señor y decid a Dios: te ofrecemos en sacrificio las palabras de nuestros
labios!”
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