“Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del
mundo”
26 DE
MARZO
CUARTO
DOMINGO DE CUARESMA
DOMINGO
LAETARE
1ª Lectura:
1 Samuel 16,1b.6-7.10-13ª
Salmo 22
El Señor
es mi pastor, nada me falta.
2ª
Lectura: Efesios 5,8-14
Levántate
de entre los muertos y Cristo será tu luz.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
9,1-41
“En aquel tiempo, al
pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Entonces dijo: -Mientras estoy
en el mundo, yo soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo
barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: -Ve a lavarte
a la piscina de Siloé (que significa
Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos preguntaban: -¿No
es éste el que se sentaba a pedir? Unos decían: Es el mismo. Y otros. No es él,
pero se le parece. El respondía: Yo soy. Entonces llevaron ante los fariseos al
que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los
ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. El les
contestó: -Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo. Algunos de los fariseos comentaban:
-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban:
-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos.
Volvieron, pues a preguntarle al ciego: -Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto
los ojos? El contestó: -Que es un profeta. Ellos le dijeron: -Confiésalo ante
Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. El contestó: -Si es un
pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y que ahora veo. Le preguntaron de
nuevo: -¿Qué te hizo, cómo se abrió los ojos? Les contestó: -Os lo he dicho ya
y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez ¿También vosotros
queréis haceros discípulos suyos? Ellos lo llenaron de improperios y le
dijeron: -discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero -ese no sabemos de dónde
viene. Replicó él: -Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene,
y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que
nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios,
no tendría ningún poder. Le replicaron: -En
pecado naciste de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
-¿Crees en el Hijo del hombre? El contestó:-¿Y quién es, Señor, para que crea
en él? Jesús le dijo: -Lo estás viendo: el que te está hablando ése es. El
dijo: -Creo, Señor. Y se postró ante él”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Al pasar, vio a un
hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le
preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya
nacido ciego?".
"Ni él ni sus
padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las
obras de Dios.
Debemos trabajar en las
obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie
puede trabajar.
Mientras estoy en el
mundo, soy la luz del mundo".
Después que dijo esto,
escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del
ciego,
diciéndole: "Ve a
lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El
ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que
antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se
sentaba a pedir limosna?".
Unos opinaban: "Es
el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El
decía: "Soy realmente yo".
Ellos le dijeron:
"¿Cómo se te han abierto los ojos?".
El respondió: "Ese
hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a
lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi".
Ellos le preguntaron:
"¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé".
El que había sido ciego
fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús
hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez,
le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre
los ojos, me lavé y veo".
Algunos fariseos
decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado".
Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?".
Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron
nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?".
El hombre respondió: "Es un profeta".
Sin embargo, los judíos
no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta
que llamaron a sus padres
y les preguntaron:
"¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que
ahora ve?".
Sus padres
respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,
pero cómo es que ahora
ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para
responder por su cuenta".
Sus padres dijeron esto
por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la
sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron:
"Tiene bastante edad, pregúntenle a él".
Los judíos llamaron por
segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios.
Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".
"Yo no sé si es un
pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".
Ellos le preguntaron:
"¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?".
El les respondió:
"Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de
nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?".
Ellos lo injuriaron y
le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos
de Moisés!
Sabemos que Dios habló
a Moisés, pero no sabemos de donde es este".
El hombre les
respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a
pesar de que me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no
escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que
alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este hombre no
viniera de Dios, no podría hacer nada".
Ellos le respondieron:
"Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo
echaron.
Jesús se enteró de que
lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del
hombre?".
El respondió:
"¿Quién es, Señor, para que crea en él?".
Jesús le dijo: "Tú
lo has visto: es el que te está hablando".
Entonces él exclamó:
"Creo, Señor", y se postró ante él.
Después Jesús agregó:
"He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y
queden ciegos los que ven".
Los fariseos que
estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos
ciegos?".
Jesús les respondió:
"Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos',
su pecado permanece".
REFLEXIÓN
El Evangelio de S. Juan nos habla
de la sed o del hambre o de la ceguera, no sólo en el sentido primario, sino en
un sentido espiritual, y desde esas realidades humanas nos presenta a Jesús
como respuesta salvadora, el que puede saciar nuestra hambre y nuestra sed, el
que vino como luz para curar nuestras cegueras. Lo hace con signos y palabras.
Multiplica los panes para decir: yo soy el pan; pide de beber para decir: yo
tengo el agua; cura al ciego para decir: yo soy la luz.
La sed, el hambre, la ceguera, son
símbolos universales, como lo son el agua, el pan, la luz, todos cargados de fuerza,
de belleza y contenido.
El encuentro, no fue un encuentro
casual. Tampoco fue una iniciativa del ciego. Su ceguera era tan honda que no
sólo le impedía ver, sino incluso el deseo de ver. Hay muchos ciegos que se
instalan en su situación, quizá la mayoría.
El que toma la iniciativa es Jesús.
Él es la luz del mundo y su misión no es otra que luchar contra las tinieblas.
Por eso al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. No será una mirada
cualquiera, sino una mirada divina, hecha de misericordia y gracia. Este
encuentro del ciego con Jesús, de las tinieblas con la luz, es algo simbólico y
la acción resultante no será un milagro cualquiera, sino un signo mesiánico,
una catequesis sobre la iluminación, su proceso y exigencia; y se nos ofrece
también el contrasigno, la falta de respuesta, que imposibilita toda salvación.
El proceso de la curación es,
decimos, una hermosa catequesis. Se da primero una reflexión sobre el porqué y
el para qué de la ceguera. No es cosa del pecado, sino de la gracia; no es
castigo, sino bendición. Esta mirada en positivo podíamos aplicarla a todo.
El barro. Inexplicable medicina. No
aceite o colirio o aquella hiel de pez, que utilizó Tobías, sino barro, algo feo y oscuro. Es para sacar
al ciego de su conformismo, es para provocarle el deseo de ser lavado, de ser
curado. El milagro sólo es posible si se desea fuertemente. Dios suele llevar
al culmen de la negatividad para que el hombre grite su desesperación y para
que brille el culmen de la misericordia. “El abismo invoca al abismo” (Sal
41,8), el abismo de la miseria al abismo de la misericordia. Podemos recordar
los casos más conocidos, como el de Abraham, el de la Magdalena, el de Saulo,
el de Agustín.
La piscina de Siloé es la necesidad
de poner un medio humano, algo tiene el ciego que hacer. Lavarse los ojos, pero
no es el hecho en sí, sino la obediencia en la palabra, como le pasó a Naamán
el sirio con Eliseo, o sea, la fe. Ya se explica que no era una piscina
cualquiera, sino del Enviado, el Mesías. Era el agua del Espíritu. Será el agua
del bautismo. Hay que lavarse en la piscina de la Iglesia, pero con fe.
Se lavó y volvió con vista. Le
iluminó ese hombre, se llama Jesús, el Dios que verdaderamente salva, y “no hay
bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros podamos
salvarnos” (Hch 4,12). Fue iluminado para que pudiera ver, para que pudiera creer.
Su fe fue progresiva, primero ve a
Jesús como un hombre. Después lo verá como un profeta: que es un profeta y que
viene de dios. Al fin lo confesará postrado que es el Mesías. Y terminará
sufriendo persecución por dar testimonio de Jesús. Este ciego era un hombre
pobre, humilde, dócil, pero era valiente y libre, no calla ante los fuertes, no
cede ante la persecución; el ciego se convierte en un testigo, en un hijo de la
luz. Un buen ejemplo para todos: seamos luz, sobre todo viviendo en el amor,
porque “el que ama a su hermano permanece en la luz” (1 Jn 2,10).
ENTRA EN
TU INTERIOR
CAMINOS
HACIA LA FE
El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente "La curación
del ciego de nacimiento", pero es mucho más, pues el evangelista nos
describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas
hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo».
No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de
nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la
ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre
en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.
Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que
le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora.
Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por
primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.
Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El
hombre les explica su experiencia: «un hombre que se llama Jesús» lo ha curado.
No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús
hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.
Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de
explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo sé una cosa:
que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo
que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese
hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús.
No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.
Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden.
Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a
quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo».
Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo
puede impedir.
Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender,
sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del Hombre?» ¿Crees en el Hombre
Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación
del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se
encuentra más ciego que nunca: « ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dice: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Al
ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice:
«Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por
él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
San Pablo, parafraseando a Jesús,
que dijo: “El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de
la vida” (Jn 8,12), y también: “Vosotros sois la luz del mundo… Así, pues, que
brille vuestra luz ante los hombres” (Mt 5,14-16), hoy nos ha recordado:
“En otro tiempo erais tinieblas,
ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, sin tomar parte en
las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia…
La luz denuncia a las tinieblas y las pone al descubierto.”
No nos queda, pues, otra
alternativa que llamarnos cristianos denunciando a las tinieblas encarnadas
dentro de nosotros y fuera de nosotros, o renunciar al título de cristianos y a
nuestro bautismo. Con orgullo los primeros cristianos llamaban a los recién
bautizados “los iluminados”, y bien supo el imperio romano que esa palabra no
era una simple metáfora. Eran temibles aquellos hombres que caminaban con los
ojos bien abiertos.
Por eso Pablo nos urge a salir de
nuestro estado de inconsciencia: “Despierta tú que duermes, levántate de entre
los muertos y Cristo será tu luz”.
ORACIÓN
Si antes éramos tinieblas, ahora
somos luz en el Señor. Caminemos como hijos buscando lo que agrada al señor,
sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien
poniéndolas en evidencia con nuestra vida y nuestro compromiso bautismal.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
Imágenes para
colorear
CUARTA SEMANA
DE CUARESMA
SEMANA DE
LA LUZ
La cuaresma es tiempo de conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la
cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el
eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de
descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal;
toda la Iglesia vuelve a zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha
liberado, no lo es menos que nos hará libres.
La conversión cuaresmal no tiene
otra razón de ser que la de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por
carácter.
Se nos invita a redescubrir
nuestras raíces o, mejor, nuestra raíz, pues nuestra raíz permanente en este
mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de
los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de
entrar en comunión con el Dios de amor y de la vida.
El bautismo es un acto único en la
vida del creyente que le permite unirse a ese otro acto único que, en la
historia, marca el advenimiento de los últimos tiempos, la muerte y
resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace realidad en cada
hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado con él. La
grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso adquirido
por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a poco, se
desvela el sentido de nuestra historia.
A partir del jueves y hasta el sábado
de la quinta semana de Cuaresma, entramos de lleno en el PROCESO A JESÚS.
Los días que nos conducen a la
Semana Santa se caracterizan por el desenlace de la crisis suscitada por la
oposición contra Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. El
proceso se inició con el comienzo del ministerio en Galilea. Para unos, el
nuevo profeta tiene palabras de vida eterna, para otros, no es más que un
vulgar blasfemo. Para unos es piedra de tropiezo; para otros, piedra angular de
una vida fundada en su palabra. Pero el proceso que se abre contra Jesús es, en
definitiva, el proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no se le reprocha
tanto el que se proclame Dios cuanto que manifieste a un determinado Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario