domingo, 3 de julio de 2016

10 DE JULIO: XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tú corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”
10 DE JULIO
XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Deuteronomio 30,10-14
“Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos…”
Salmo 68
Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
2ª Lectura: Colosenses 1,15-20
“Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura…”
PALABRA DEL DÍA
Lucas 10,25-37
“En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”. Él contestó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tú corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”, Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida”. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”. Díjole Jesús: “Anda, haz tu lo mismo”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
REFLEXIÓN
Este domingo prosigue en nuestra reflexión del evangelio, el tema general de las condiciones del discípulo de Jesús.
            Lo iniciamos hace dos domingos con el tema de la vocación. Vocación o llamada que pasa por el seguimiento, como vimos el pasado domingo, y se plasma en actitudes nuevas, tales como:
          El amor sin fronteras, que hemos visto hoy con la parábola del buen samaritano.
          La escucha activa de la palabra, que veremos el próximo domingo.
          La oración confiada al Padre: El Padre Nuestro. Dentro de quince días.
Como vemos, a medida que avanza el evangelio nos obliga a interiorizar más y más en el seguimiento de Jesús, que no sólo implica un compromiso con los pobres, sino también un crecimiento personal y una mayor conciencia de uno mismo.
            Con razón Lucas plantea reiteradamente en su evangelio el tema de la reflexión y de la oración como dos elementos que deben unirse al amor servicial y comprometido del discípulo de Cristo.
            Estamos en constante movimiento, en constante búsqueda. Pasamos por innumerables experiencias, generalmente agitados y ansiosos, como buscando algo que siempre parece escapársenos.
            Pero: ¿Qué buscamos? ¿Y cómo conseguir eso que buscamos?
            Tal fue la pregunta que aquel escriba le hizo a Jesús: Cómo conseguir la vida eterna, o sea la vida plena, total, absoluta.
            No la del más allá o la del más acá, sino toda la vida, como algo rebosante que justifique todo esto que hacemos a lo largo de tantos años.
            La pregunta del escriba puso a prueba a Jesús, porque mal profeta sería quien no tuviese una respuesta para la pregunta más fundamental del ser humano.
            Jesús desconcertó a aquel que creía saberlo todo sobre la ley, porque le hizo descubrir que la respuesta no podía ser tan nueva, porque el hombre es muy viejo y ha atesorado la suficiente experiencia a lo largo de los siglos como para no equivocarse en la respuesta.
            Lo que sucede es que podemos tener la respuesta en la cabeza, pero no vivirla desde el corazón. “Haz tú lo mismo”, “haz eso que ya sabes”, fue la respuesta de Jesús.
            El cristianismo que surge del evangelio no reconoce más forma de relacionarse con Dios que la del amor.
            Sólo el amor. No hay dos mandatos, como no hay dos leyes: sólo amar a Dios, amarse a sí mismos, amar al prójimo.
            Para el cristiano esta es la única ley del cumpliendo Reino de Dios, su única y absoluta norma. Todo lo demás es comentario de esa única ley.
            El judaísmo y en gran medida también nuestro cristianismo, preconiza la relación con Dios desde los méritos que ganamos o perdemos y la observancia de los mandamientos y los preceptos rituales.
            Por eso vamos por la vida con la ley del mínimo esfuerzo, para muchos cristianos lo importante es oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, con eso tengo bastante.
            Pero no podemos presentarnos ante Dios con la credencial de las buenas obras como el publicano en el templo, ¿os acordáis? “Te doy gracias Señor, porque yo no soy como ese…
            Jesús recuerda lo que fue desde el principio: basta amar. Sólo es necesario amar para relacionarse con Dios y con los hermanos.
            ¿Realmente hemos aprendido a amar a Dios y a amar a los hermanos?
            El amor anula toda ley, porque el que ama no cumple algo porque está mandado, sino que vive lo que la ley del amor le exige.
            Cumplir únicamente la ley es una forma infantil e inmadura de ser cristiano. El amor, en cambio, libera interiormente, no ata ni esclaviza ni nos hace caminar bajo el temor o la amenaza.
            El amor produce paz y alegría, porque es un amor maduro que sabe dar y recibir. No es el amor egoísta de yo te doy para que me des. Es el amor humilde que recibe al otro porque necesita darle y darse al otro.
            La parábola que hemos escuchado, conocida popularmente como la del buen samaritano nos dice que el amor de Dios, a quien no vemos, debe hacerse realidad en el prójimo, a quien vemos.
            Podemos decir que es una parábola de denuncia, porque pone al descubierto la falsedad de una religión que se contenta con adorar a Dios en el templo, rezar y cumplir la ley, mientras pasa de largo ante un pobre hombre apaleado y dejado medio muerto a la vera del camino.
            Para el judío solo podía ser hermano el que compartía su sangre, su raza y su credo.
            Y es ahí donde la palabra de Jesús va mucho más allá de la antigua ley. “Habéis oído que se dijo, amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo, pero yo os digo...”.
            El mandato habla de amar al otro como a uno mismo, o sea que la primera norma en las relaciones humanas es amarse a uno mismo.
            Esta expresión, a pesar de su claro origen bíblico, ha sido considerada por muchos como egoísta.

            Sin embargo, amarse a uno mismo es descubrirse y sentirse persona, libre y creador de uno mismo.


            El que ha sabido encontrarse consigo mismo, el que ha roto las dependencias ajenas, el que se valora y respeta a sí mismo, el que sabe defender su identidad y sus derechos, podrá amar al otro de la misma manera, tratándolo como persona, como alguien que tiene valor por sí mismo.
            Rompiendo tanto con la indiferencia –como el sacerdote y el levita- como con el odio y la opresión.
            Si nos odiamos a nosotros mismos, si vivimos una fe sombría y triste, si no descubrimos la alegría de vivir cuidando y mimando nuestro cuerpo y nuestro espíritu, si reprimimos en nosotros los impulsos del amor y de la ternura...
            ¡Pobre del prójimo a quién amemos de la misma manera!
            La mejor forma de acercarnos al otro es con alma de samaritano, de buen samaritano, y descubrir que, efectivamente, ese hombre tirado en el camino no pertenece a nuestro país, raza, credo o status social.
            Más aún, es un total desconocido y precisamente por eso nos acercamos y, no contentos con prestarle los primeros auxilios, hacemos que otros lo sigan cuidando para que ningún detalle sea descuidado.
            Y la misteriosa pregunta de Jesús: ¿Quién de los tres fue prójimo del hombre caído?. No preguntó quién amó más a ese prójimo.
            Porque lo importante, la ley del Reino, es sentirse prójimo del otro, o sea, sentirlo tan cercano a uno mismo que lo tratemos como nos tratamos a nosotros mismos, tan cercano o próximo que se le ama como a uno mismo: No hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan a vosotros o tratad a los demás como queréis que ellos os traten, decía Jesús.
            Jesús invita a todos los cristianos y a toda la iglesia a crear proximidad allí donde hay lejanía, odios y rencores.
            A romper barreras, a destruir todo motivo de separación y enfrentamiento.
            En síntesis: El Reino de Dios nos exige una sola condición para acceder a la vida plena: Amar.
            Amarse a uno mismo, amar a los demás como a uno mismo y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo el ser.
            No nos preguntemos ¿Quién es ni prójimo? Seamos prójimo de todos,
            “Vete y has tú lo mismo”.
ENTRA EN TU INTERIOR
HAZ TÚ LO MISMO
Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de la gente.
Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al necesitado.

En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos bandidos. Agredido y despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No sabemos quién es. Sólo que es un «hombre». Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la violencia, la enfermedad, la desgracia o la desesperanza.
«Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote. El texto indica que es por azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no es bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el templo. Su ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de largo».

Su falta de compasión no es sólo una reacción personal, pues también un levita del templo que pasa junto al herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y un peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre.
Cuando la religión no está centrada en un Dios Amigo de la vida y Padre de los que sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de la vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas. Según Jesús, no son los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón.

Por el camino llega un samaritano. No viene del templo. No pertenece siquiera al pueblo elegido de Israel. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o no. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a éste a quien hemos de imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú lo mismo».
¿A quién imitaremos al encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis económica de nuestros días?
José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR
            La palabra de Jesús de hoy nos desenmascara y deshace nuestra trampa. Pocas parábolas tan claras como esta: Alguien está tirado en el camino. No importa su nombre, país, sexo o edad. Bástenos saber que es un hombre que necesita de otro hombre para vivir.
            Podemos pasar con alma de levita o sacerdote del templo: con los ojos bajos y cara de piadosos, pensando lo contento que estará Dios por lo bien que cumplimos con el acto litúrgico. Cumplimos hasta el último ritual, incluida la moneda en la alcancía. Pero el ritual no nos dice qué hacer con un hombre necesitado. Lo mejor será “seguir de largo dando un rodeo”
            Podemos llegar también con alma de samaritano y descubrir que ese hombre tirado en medio del camino no pertenece a nuestro país, raza, credo o condición social. Y precisamente por eso nos acercamos y, no contentos con prestarle los primeros auxilios, hacemos que otros hagan lo que resta para que ninguno sea descuidado.
            El cristiano debiera tomar la iniciativa también en esto: hacerse prójimo del otros; crear proximidad afectiva allí donde no la hay.
            Al fin y al cabo, cualquiera ama al prójimo. Eso lo cumplen hasta los paganos, decía Jesús. El cristiano es invitado a crear proximidad, a romper barreras, a destruir el odio y la indiferencia.
            Es el camino de la vida. Lo demás es muerte.
ORACIÓN
            Alimentados con los dones que hemos recibió, te suplicamos, Señor, que, participando frecuentemente de este sacramento, crezcan los efectos de nuestra salvación.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.
Imagen para colorear.
“Déjate de rodeos, mira hacia abajo, bájate de la burra y sirve al herido…”


           

           

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