domingo, 17 de julio de 2016

24 DE JULIO: XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.”

24 DE JULIO
XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Génesis 18,20-32
“En atención a los diez, no la destruiré”.
SALMO 137
Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste.
2ª Lectura: Colosenses 2,12-14
“Por el bautismo fuiste sepultados con Cristo…”
PALABRA DEL DÍA
Lucas 11,1-13
“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y nos dejes caer en la tentación”. Y Les dijo: “Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirles: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".
REFLEXIÓN
Durante estos domingos la liturgia pone el acento en el tema de la vigilancia cristiana. Para conservar el don precioso de la vida nueva, el evangelio del domingo pasado nos alertaba sobre la necesidad de reforzar nuestra vida interior y la escucha serena de la palabra de Jesucristo.
            Hoy nos encontramos con el segundo elemento de esta vigilancia: la oración.
            ¿Qué quiere decir orar? ¿Para qué orar? ¿Cómo orar?
            Lucas es el evangelista de la oración y ve a Jesús como el gran orante en permanente diálogo con el Padre. Sobre todo, en los momentos importantes de su vida, nos muestra a Jesús que se retira a algún lugar solitario para orar al Padre.
            Así ora en el bautismo, en el desierto, antes de la elección de los doce, en la transfiguración, antes de la multiplicación de los panes, en la noche de la traición, en la cruz: “orad para no caer en la tentación”.
            Pero ¿cómo rezar?
            Los discípulos sabían las oraciones propias de todo judío piadoso, pero temían quedarse en puras fórmulas y además necesitaban una oración que los identificara como discípulos de Jesús.
            Por eso le dicen: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñaba a sus discípulos”.
            Y Jesús les enseña esta preciosa oración del Padrenuestro con la que reflexionaremos hoy.
            Hemos de tener en cuenta que la fórmula que comúnmente empleamos no es la de Lucas sino la de Mateo, un poco más amplia y extensa con siete invocaciones en lugar de las cinco de Lucas.
            “Cuando oréis, decid: Padre...
            Padre. Es hermoso comenzar así. Padre no es un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo.
            Jesús era enemigo de los grandes títulos, por eso nos dijo: “A nadie llaméis Padre, ni maestro, ni Señor, porque uno solo es vuestro Padre el del cielo, y uno solo es vuestro maestro, Cristo”.
            Para los judíos, Dios era sobre todo padre del pueblo hebreo, padre de una raza a la que había salvado de la esclavitud de Egipto. Dios había llamado a ese pueblo desde el desierto, lo había guiado y protegido y se había comprometido con él en alianza de amor y fidelidad.
            Jesús entiende como hijos de Dios a los pequeños y a los pobres; a los sinceros y a los humildes de corazón.

            No se nace hijo de Dios por pertenecer a una raza o a un color privilegiado, sino por tener un corazón de niño. Por tanto, Dios es Padre de todos; pero más que padre, se hace padre en la medida en que crea en nosotros un corazón nuevo.
            Es hijo el que recibe su palabra y la acepta con alegría, humilde y confiadamente.
            El hijo por excelencia es Jesús porque cumplió toda la voluntad del Padre con un amor extremo. Y en la medida en que nosotros nos identificamos con Cristo y vivimos su misma vida, en la medida en que cumplimos su palabra y practicamos su evangelio, nos hacemos hijos de Dios.
            Es entonces cuando decimos padre con confianza, sin miedo, serenamente. Y en esa palabra lo decimos y expresamos todo.
            Por eso rezar no es ponernos delante de Dios con una larga lista de peticiones en la mano. Él sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos.
            Rezar es sentir la alegría de estar con Dios, palpando su compañía en la calidez de los hermanos. Algo así como cuando estamos sentados a la sombra de un árbol frondoso, no hay que decir nada, basta sentir la frescura de la sombra.
            “Santificado sea tu nombre...”
            Dios es santo y esta es la razón que tenemos los cristianos para aspirar a la santidad, como Dios dijo al pueblo en el desierto: “Seréis santos, porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo”.
            Con la expresión santificado sea tu nombre, le decimos a Dios que se manifieste a nosotros, que se nos muestre como nuestro Dios y nuestro Padre, que no se quede oculto, que queremos verle y conocerle tal cual es. Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.
            Como hijos buscamos, antes que nada, el amor del Padre y vivir en ese amor para ser dignos de su nombre.
            Y como hijos tenemos la obligación de conocer quién es, qué hace, cómo se manifiesta.
            Por eso la comunidad cristiana tiene la misión en el mundo de santificar el nombre de Dios, es decir, de dar a conocer a todos, el verdadero rostro de Dios: Dios de amor, de paz, de misericordia, de justicia y de salvación.
            Un Dios encarnado en la historia en la persona de su hijo Jesucristo y que en ha plantado su tienda en medio de nosotros.
            “Venga tu reino...”
            El Reino no es un lugar geográfico, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive manifestándose en medio de los hombres.
            Como Jesús, el creyente debe comenzar su oración no pidiendo algo para sí, sino poniéndose al servicio del Reino de Dios, como vimos en domingos anteriores con los Doce apóstoles o con el envío y la misión de los Setenta y dos discípulos.
            Y esa es una oración que compromete. Porque orar así, es olvidarse de uno mismo para entregarse a un proyecto de salvación universal.
            Antes que pedir para uno mismo, nos ofrecemos por todos, porque la oración es ofrenda y culto a la vez. Rezar es decir: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
            La oración cristiana es una oración pobre: Señor, aquí me tienes con todo lo que soy y todo lo que tengo. Estoy a tu disposición, quiero llenarme de ti, de tu amor y de tu gracia. Quiero ser útil a mis hermanos. Quiero dar y darme.
            “Danos cada día nuestro pan del mañana..”.
            Estas tres últimas peticiones son más fáciles de entender. En lenguaje bíblico del pan significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo, cultura, educación, salud, trabajo, libertad.
            Esta petición, es la petición de todo hombre que todavía no se siente totalmente hombre.
            Y decimos “danos” y no “dame”, porque no puede haber verdadera oración mientras no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan.
            Por eso al pedir el pan, decimos cada día, esto es, el pan que ahora y aquí necesita esta comunidad, este pueblo, esta humanidad.
            Para unos será, sí, el pan material, el alimento diario. Para otros será el pan de la salud, de la compañía, para otros será el pan de la vivienda digna o el pan del trabajo, para otros será el pan de la paz y de la justicia.
            Hermanas y hermanos, el pan que hoy compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y práctico de que ya viene el Reino de Dios y su justicia.
“Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo...”.


            Nuevo compromiso en esta invocación. Cada vez que pecamos faltamos al amor a la comunidad, por lo que quedamos en deuda con ella. Por tanto, recibir el perdón de Dios significa devolver a la comunidad lo que le hemos quitado.
            Nadie puede arreglar sus cuentas con Dios si no las arregla con el hermano: “Deja tu ofrenda en el altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano, luego ve y presenta tu ofrenda”.
            “Y no nos dejes caer en tentación...”
            Cuando un hombre se decide a vivir según la palabra de Dios, según el evangelio, inevitablemente será probado en la misma vida: hay pruebas en el matrimonio, en la vida sacerdotal y religiosa, en el quehacer político, etc.
            Por eso, el creyente termina su oración con una petición que es también una voz de alarma. No caer en las trampas; y se dirige a Dios que está a nuestro lado para decirnos como al paralítico: “Levántate y anda”.
            El cristiano no presume de sus fuerzas ni tienta a Dios. Consciente de su fragilidad, vigila sobre sí mismo y abre sus ojos porque cada día es una prueba a nuestro amor y a nuestra fidelidad al Evangelio.

ENTRA EN TU INTERIOR
REAPRENDER LA CONFIANZA 
Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.
Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es ésta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».
Si algo hemos de reaprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos puede venir del Padre.
«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura moderna.
«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Hermanas y hermanos, rezar el padrenuestro, no es repetir mecánicamente, sino vivir su espíritu. Al fin y al cabo, fue eso lo que Jesús quiso enseñarles a sus apóstoles y a nosotros hoy: a vivir en constante oración. El Padrenuestro es, desde luego, una hermosa síntesis del camino del discípulo de Jesús.
Pero, mejor que muchos padrenuestros que caen de nuestros labios como las hojas de los árboles, es un Padrenuestro reflexionado y vivido a lo largo de todo el año. Rezar esta oración no es repetirla de forma mecánica, sino vivir su espíritu. Al fin y al cabo, fue eso lo que Jesús quiso enseñarles a sus apóstoles: a vivir en constante oración. El Padrenuestro es, desde luego, una hermosa síntesis del camino del discípulo de Jesús.
ORACIÓN
            Para aprender a orar según el ideario de Jesucristo nos reunimos, conscientes de que toda auténtica oración implica un cambio de vida y la vivencia de los valores del Evangelio.
Señor, Padre de quienes confían en tu amor, revela a los hombres el poder de tu liberación para que tu Reino cubra tu pueblo con el manto de la paz y de la justicia.
Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.

"Cuando oréis... decid."

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