domingo, 24 de julio de 2016

31 DE JULIO: XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes"
31 DE JULIO
DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23
"¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?"
Salmo 89
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-5.9-11
"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba..."
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 12,13-2
"En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia". Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?". Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha". Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te va a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios".
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
"En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
REFLEXIÓN
            En los domingos anteriores, se nos ha puesto de relieve la importancia de la escucha confiada de la palabra de Jesús y de la oración frente al acoso de las preocupaciones diarias.
            Hoy, continuando con esta tónica, las lecturas bíblicas insisten sobre el peligro de las riquezas, un tema favorito de Lucas.
            Es Lucas el evangelista que más que ningún otro, tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, subraya constantemente el peligro que entraña para la vida de la fe y para la comunidad cristiana el apego a las riquezas y el afán de lucro.
            El evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.
            Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó- no había sido enviado para ser juez o árbitro de conflictos económicos, jurídicos o sociales.
            Sin forzar el significado de este hecho, resulta evidente, a la luz de lo que hemos reflexionado en los domingos anteriores sobre la misión de Jesús y de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a Jesús y lo que debe mover a la Iglesia: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás, se os dará por añadidura”.
            Este breve episodio sirve de introducción al tema general de la codicia como obstáculo para el Reino de Dios. Jesús ha venido con una misión determinada, que es el anuncio de la buena noticia o evangelio.
            Las demás preocupaciones del hombre no le son ajenas, por supuesto, pero no entran en lo esencial de su misión, como tampoco es competencia de la Iglesia el legislar en cuestiones políticas o económicas.

            La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse de la codicia, nos da el criterio del Reino de Dios frente a la posible adquisición de bienes, vengan éstos por herencia o por trabajo personal.
            Por eso Jesús contrapone dos tipos de riquezas: la riqueza que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la riqueza del hombre en sí mismo que emplea todo cuanto tiene al servicio de la riqueza del espíritu, y que vale por lo que es y no por lo que tiene.
            El conocido texto de la segunda lectura –de hondas resonancias pascuales- contrapone, por su parte, los bienes de arriba y los bienes de abajo, de acuerdo con la simbología que contrapone los valores trascendentes e imperecederos con los intrascendentes y perecederos.
            Desde un sentido antropológico y religioso, el sentido del mensaje de Jesús es claro: de poco vale hacer grandes proyectos exclusivamente volcados en la acumulación de bienes, si cuando llegue la hora decisiva el hombre se encuentra vacío interiormente y con las manos vacías ante Dios.
            El texto pone ante nuestros ojos la cuestión, siempre temible y seria, del sentido de la vida.
            Hablamos del sentido de la vida, o sea, de la dirección fundamental, de su orientación, de eso hacia lo que tiende y camina.
            El sentido de la vida es lo que, al fin y al cabo, justifica este duro caminar por el desierto, sufriendo el cansancio y el trabajo, luchando y sufriendo, estudiando, comprando o vendiendo.... Y es ese sentido lo que da un valor humano no sólo a los bienes que poseamos sino a cualquier actividad que realicemos.
            Es desde este sentido de la vida como el hombre se enriquece interiormente, dejando de ser –como decíamos en domingos anteriores- una máquina de hace o tener cosas para transformarse en un ser creador y consciente de sí mismo y de su futuro.
            Los cristianos afirmamos que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: “Para mí, la vida es cristo”.
            Es Jesucristo con su modo de obrar, con su mensaje y en esa orientación constante hacia el Reino de Dios, el que da sentido a nuestra vida.
            Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro.
            Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y al servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de amar al prójimo como a uno mismo.
            En fin, que, si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere y necesita.
            Más la experiencia nos indica qué difícil es conjugar la tenencia de bienes y riquezas con el espíritu de solidaridad y justicia.
            Desafío para todo hombre es saber utilizar con sabiduría sus bienes a fin de que sean medios o instrumentos de su perfección personal y del bien comunitario.
            Los bienes que tan fácilmente pueden perderse no han de ser los bienes mejor apreciados, ni son los más preciosos.
            No tener a Dios como supremo bien, hace inútiles todos los bienes que se tengan.
            Poner en algo que no sea Dios la razón de la felicidad, es arriesgarse a perderla; no podrá asegurar sus bienes ni una noche siquiera quien no se asegura de que Dios es su Bien.
            La necedad del que tiene muchos bienes, pero olvida a Dios, es siempre mayor que sus graneros; porque deja llenar su vida de cuanto aún no se posee.
            Dejarse poseer por lo que puede uno tener todavía lleva a perder lo que desde siempre se tuvo, a Dios, a su generosidad, a su misericordia, a su gracia y a su salvación.
            “Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
            No sigáis engañándoos unos a otros.
            Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo”.
ENTRA EN TU INTERIOR
CONTRA LA INSENSATEZ
            Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
         En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
            Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
            El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar: “túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
            Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
            En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano:” los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
            Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
            Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Los cristianos afirmamos genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: "Para mí, la vida es Cristo". Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso del evangelio de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y a servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de "amar al prójimo como a uno mismo".
            En fin, que, si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere. Para eso, antes que nada, conscientes de que las cosas no cambian solas, sino que hay que hacerlas cambiar, comenzar por cambiar nuestro corazón, por cambiar el deseo de tener, por el ideal de compartir.
            Hermanos: "Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo."
            El apóstol Pablo nos invita hoy a centrar nuestra celebración litúrgica en la consideración de lo que es esencial en nuestra vida, para que todo lo que hagamos esté regido por el testimonio y las palabras de Jesucristo que "es la síntesis de todo y está en todos".
ORACIÓN
            Señor, que nos has resucitado con Cristo, haz que, buscando los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha, aspiremos a los bienes que nos enriquecen interiormente y que crean en el mundo un orden de paz y de justicia.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

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