“El que esté libre de
pecado, que le tire la primera piedra…”
3 DE ABRIL
QUINTO DOMINGO DE
CUARESMA
1ª Lectura: Isaías
43,16-21
Yo realizaré algo nuevo
y daré de beber a mi pueblo.
Salmo 125
El Señor ha estado
grande con nosotros, y estamos alegres.
2ª Lectura: Filipenses
3,8-14
Todo lo considero como
basura,
con tal de asemejarme a
Cristo en su muerte.
PALABRA DEL DÍA
Juan 8,1-11
“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer
se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “el que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y
quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y
le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”.
Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en
adelante no peques más”.
Versión para
Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía
a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer
que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de
mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que
no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el
suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras
otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que
permanecía allí,
e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde
están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
REFLEXIÓN
En la recta final ya de nuestro itinerario cuaresmal, las
lecturas de hoy nos hablan de novedad, de renovación, de caminar adelante con
esperanza. Es la alegría de la Pascua, de la vida nueva, que vislumbramos ya al
final del camino. Muy apropiada en este sentido es la 1ª lectura, en la que el
profeta Isaías anuncia el retorno del exilio: “No recordéis lo de antaño, no
penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo
notáis?”. En medio del desierto y de la soledad, el Señor abrirá un camino,
ríos en el yermo, para que avance y beba su pueblo. El salmo evoca también esta
vida renovada: no es un sueño, es una realidad. Los llantos y las lágrimas se
han convertido en alegría, gritos y risas. “El Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres”. También nosotros avanzamos por un camino que a
menudo comporta cruz, pero con la esperanza de la resurrección. Es el camino de
Jesús, el camino de la muerte a la vida que también nosotros nos disponemos a
compartir, incorporados a él.
Otra vez un evangelio, que nos habla de la misericordia de
Dios. El estilo de Dios, bien representado en Jesús, es completamente distinto
que el de los escribas y los fariseos. Para ellos, todo eran acusaciones,
murmuraciones, rencores, insidias, legalismos, condenas… Por dos veces dice que
Jesús se inclinó y escribía con el dedo en el suelo. Es una imagen
significativa de la actitud de Jesús, que “pasa” de aquella gente, a los que ni
quiere escuchar. Para Jesús, lo único importante es la persona: liberarla,
perdonarla, salvarla. Jesús da la vuelta a los argumentos de los fariseos: “El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, Evidentemente, todos se
fueron escabullendo, “empezando por los más viejos”. Los acusadores se han
convertido en acusados.
Aquellos que condenaban a la mujer pecadora, los que la
querían matar lapidándola, lo decían y lo querían hacer en nombre de la Ley de
Moisés, o sea, en nombre de su fe, de su religión, en definitiva en nombre de
Dios. Y este tema tiene una gran actualidad, ya que hoy en día seguimos viendo
grupos extremistas, fanáticos que matan en nombre de Dios, en nombre de la
religión que sea, en nombre de una pretendida justicia divina. Es evidente que
esto no puede ser. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta
y que viva.
El texto del evangelio contrapone una vez más dos espíritus y
dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la ley y el amor; o, como dice Pablo, “la
justicia que viene de los hombres con la que viene de la fe de Cristo, la que
viene de Dios…”.
Aparentemente Jesús está entre la espada y la pared. Se lo
arrincona contra la ley para que opte ciegamente por ella condenando así a una
mujer adúltera. “Debes elegir –se le dice- entre salvar la ley o salvar al
pecador.” Jesús no duda un instante y opta por el hombre, así sea un hombre
pecador y enfermo. El resto es fácil de comprender: los garabatos en la tierra,
el desafío que ahora él mismo lanza a sus acusadores para que dejen correr la
ley y apedreen, si así les place, a la mujer; la desbandada general de los
“justos”, el silencio de la mujer.
El final es simple y tierno: una mujer pecadora “se levanta”
y comienza a recorrer el camino de la libertad, libre de la ley y libre del
pecado. Ya no caben dudas: lo nuevo está brotando…
Jesús subraya fuertemente la auténtica actitud del cristiano:
condenar el pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco
yo te condeno”).
De ninguna manera es blando ante el pecado, pues éste
destruye y esclaviza al hombre, y, por lo mismo, debe ser denunciado y
destruido dentro del mismo hombre. Desgraciadamente la palabra “pecado” ya poco
nos dice y, en todo caso, viene cargada con recuerdos de un viejo catecismo
fundado en el cumplimiento de normas y preceptos, con sanciones y castigos, y
la imagen de un Dios justiciero y terrible.
Pero a falta de otra palabra más adecuada, descubrimos con el
evangelio que “pecado” significa todo aquello que atenta contra nuestra
dignidad de hombres. El pecado nos impide crecer y madurar, nos avergüenza y
humilla. Envidia, celos, agresión, delación, violencia, perversiones,
injusticias, odio…, son todas facetas de una misma y única realidad que corroe
el corazón del hombre, anula sus proyectos y destruye su historia.
ENTRA EN TU INTERIOR
Una vez que Jesús ha sopesado bien la carga, ahora se dispone
a quitársela a la mujer. Jesús miró ahora a la mujer asustada y agobiada. Mira
a la mujer con toda la fuerza de su amor misericordioso. Ella comprendió;
enseguida dejó de llorar, dejó de temer. Y empezó a sentirse aliviada.
Entonces Jesús, el único que podía haber tirado la piedra,
cuando ya estaba la mujer sola, dijo bien alto, para que oyeran todos, también
los ausentes, también los hombres de todos los siglos: “Mujer, yo tampoco te
condeno”. Una palabra liberadora, una palabra misericordiosa, una palabra del
cielo. Y la mujer empezó otra vez a llorar, pero de emoción y alegría. Y
empezaría a entonar un canto agradecido a la misericordia.
No es difícil imaginar las consecuencias que hubiera tenido
una sentencia condenatoria de Jesús contra la mujer, si le hubiera tirado
alguna piedra. Todo fanatismo, toda crueldad, toda inquisición, toda pena de
muerte, todo terrorismo político, toda guerra religiosa, hubieran sido
justificados.
“Yo tampoco te condeno”. Ya había confesado Jesús que no
había sido enviado “para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él” (Jn 3,17). No ha venido a castigar pecadores, sino a salvarlos. En cuanto a
los pecados, él cargará con todos.
Esta palabra es el triunfo de la misericordia, una verificación
de la enseñanza del hijo pródigo. Si el Padre castigaba con besos y banquetes,
Cristo castigaba quitando condenas. Ni el Padre ni Cristo pedían cuentas. Las
cuentas todas las pagará Cristo. Y es una palabra novedosa: no tanto el amor a
la ley, sino la ley del amor.
ORA EN TU INTERIOR
Jesús quería a los pecadores, no al pecado. El pecado es en
sí mismo un castigo. “El que comete pecado es un esclavo”, dirá Jesús un poco
más adelante (Jn 8,34). No hace falta que nadie le condene, él mismo se condena.
Todo pecado origina dependencia y tristeza. Y Jesús nos quiere libres y
dichosos. Así, hace a la mujer una corrección fraterna. La corrección es buena,
si nace del amor; buena y necesaria.
Seguro que la mujer aprendió bien la lección, no tanto por el
peligro, sino porque miró los ojos de Jesús, como le pasó a Pedro.
Y de lo que sí estamos ciertos es que esa mujer jamás, jamás
se atrevería a condenar a nadie. Aprendió de Jesús a ser humilde, a comprender
a los demás, a no juzgar ni condenar. Nunca se atrevería a tirar piedra alguna.
Aprendió en Jesús la misericordia.
ORACIÓN FINAL
Señor Jesús, compasivo y misericordioso, defensor de los
débiles y salvador de los pecadores. Aleja de mi corazón todo juicio y
condenación. Hazme participe de tu compasión. Y ábreme el oído: “Anda y en
adelante no peques más, porque puedes poner en peligro tu fe”.
Expliquemos el
evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO.
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