“Este es mi Hijo, el
escogido, escuchadle”.
13 DE MARZO
SEGUNDO DOMINGO DE
CUARESMA
1ª Lectura: Génesis
15,5-12.17-18
Salmo 26: El Señor es
mi luz y mi salvación.
2ª Lectura: Filipenses
3,17 – 4,1
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 9,28-36
“Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto
de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió,
sus vestidos brillaban de blancos. De pronto dos hombres conversaban con él:
eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba
a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y
espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras
estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué hermoso es estar aquí.
Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía
lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se
asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo,
el escogido, escuchadle”. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús sólo. Ellos
guardaron silencio y, por el momento no contaron a nadie nada de lo que habían
visto”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a
Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.
Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,
que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la
partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero
permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que
estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús:
"Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y
al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.
Desde la nube se oyó entonces una voz que decía:
"Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".
Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los
discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían
visto”.
REFLEXIÓN
El Evangelio de hoy, vuelve a recordarnos uno de los aspectos
de nuestra “hoja de ruta” en esta cuaresma: la oración. Oramos porque Jesús
oró. Y ¡ojalá que oráramos como Jesús oraba! Él se retira a la montaña, al
silencio, para orar. Pero se lleva a tres apóstoles. Mientras Jesús tiene una
experiencia particular del sentido de su vida y de su muerte, los apóstoles
duermen profundamente. Una escena curiosa que recuerda la de Getsemaní cuando
Jesús, en oración, ve inminente su muerte. Los apóstoles también duermen. En la
primera escena Jesús se siente transfigurado ante el sentido de su entrega. En
la segunda, padece la cercanía del desenlace. De ambas, Jesús sale reforzado
interiormente y con una entrega sin fisuras. Regresa al valle de la vida
ordinaria o afronta sereno la llegada de los que le conducirán a la muerte.
Los apóstoles están fuera de lugar. Será necesaria la
experiencia de Jesús resucitado para que se comporten de una manera más
coherente. También nuestra oración debe ser todas estas cosas: claridad y
sentido para tantos acontecimientos de nuestra vida, pero también tensión y
angustia en momentos críticos. Si nuestra oración acaba, al final, en un acto
de confianza en Dios, saldremos con determinación de todo tipo de situaciones.
ENTRA EN TU INTERIOR
ESCUCHAR SOLO A JESÚS
La escena es considerada tradicionalmente como "la
transfiguración de Jesús". No es posible reconstruir con certeza la
experiencia que dio origen a este sorprendente relato. Sólo sabemos que los
evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia
que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.
En un primer momento, el relato destaca la transformación de
su rostro y, aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como
representantes de la ley y los profetas respectivamente, sólo el rostro de
Jesús permanece transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.
Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de
lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús: «Maestro, qué bien se está
aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Coloca a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a los dos grandes personajes bíblicos. A cada
uno su tienda. Jesús no ocupa todavía un lugar central y absoluto en su
corazón.
La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera
identidad de Jesús: «Éste es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro
transfigurado. No ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están
apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las
demás nos han de llevar hasta él.
Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia
decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las
comunidades cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos
cuatro escritos constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de
equiparar al resto de los libros bíblicos.
Hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: el impacto
causado por Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le
siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina
académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle
sobre su trayectoria histórica. Son "relatos de conversión" que
invitan al cambio, al seguimiento a Jesús y a la identificación con su
proyecto.
Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en
esa actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón
de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar
cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a
transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que
el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Nosotros no podemos dormirnos. Porque ya vivimos con la
presencia de Cristo resucitado en nuestra vida personal y en la vida de la
Iglesia. Ni podemos caer en la comodidad de hacer lo que nos es más fácil y
satisfactorio. Nuestro lema nos lo ofrece el mismo Dios: escuchar a su propio
Hijo en los momentos de oración en el Tabor y en los quehaceres en el valle de
la vida cotidiana.
Que él aumente nuestra fe y nuestra esperanza para continuar
resueltamente nuestro itinerario hacia la Pascua. Jalonemos, pues, nuestra
semana de resurrección.
Expliquemos el
Evangelio a los niños
Imagen de Patxi Velasco
FANO
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