10 DE ABRIL
DOMINGO DE RAMOS
EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
PALABRA PARA LA
PROCESIÓN DE LOS RAMOS
Lucas: 19,28-40
“Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al
acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a
dos discípulos diciéndoles: “Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis
un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si
alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, contestadle: “El Señor lo
necesita”. Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras
desataban el borrico, los dueños les preguntaron: “¿Por qué desatáis el
borrico?” Ellos contestaron: “El Señor lo necesita”. Se lo llevaron a Jesús, lo
aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la
gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada
del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron
a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo:
“¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria
en lo alto”. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: “Maestro, reprende
a tus discípulos”. Él replicó: “Os digo, que si estos callan, gritarían las
piedras”.
MISA DEL DÍA
1ª Lectura: Isaías;
50,4-7
No aparté mi rostro de
los insultos,
y sé que no quedaré
avergonzado.
Salmo 21:
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
2ª Lectura: Filipenses:
2,6-1
Cristo se humilló a sí
mismo; por eso Dios lo exaltó.
PALABRA DEL DÍA
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
Lucas: 23,1-49 (Breve)
“El senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y
letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron
a acusarlo diciendo: “Hemos comprobado que este anda amotinando a nuestra
nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es
el Mesías rey”. Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Él
le contestó: “Tú lo dices”. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
“No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza
diciendo: “Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí”.
Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la
jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en
Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento;
pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba
verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no
le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados
acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se
burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel
mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy
mal. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo,
les dijo: “Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y
resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en
este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque
nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que
le daré un escarmiento y lo soltaré. Por la fiesta tenía que soltarles a uno.
Ellos vociferaron en masa diciendo: “¡Fuera ese! Suéltanos a Barrabás”. (A este
lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un
homicidio). Pilato volvió a dirigirle la palabra con intención de soltar a
Jesús. Pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Él les dijo
por tercera vez: “Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ningún
delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré”.
Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba
creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al
que le pedían (al que habían metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a
Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo conducían, echaron mano de un
cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la
llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que
se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les
dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotros y por
vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: “Dichosas las
estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”.
Entonces empezarán a decirles a los montes: “Desplomaos sobre mostros”! y a las
colinas: “Sepultadnos”; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el
seco?. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y
cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a
los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y se repartieron sus ropas
echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas
diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de
Dios, el elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre
y diciendo: “si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima
un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le increpaba: “¿Ni siquiera
temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque
recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y
decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió:
“Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Era ya eso de mediodía y
vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se
escureció el sol. El velo del templo se rasgó
por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu””. Y dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo que
pasaba, daba gloria a Dios diciendo: “realmente, este hombre era justo”. Toda
la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que
ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a
distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que
estaban mirando”.
Versión para
Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había
sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de
ellos.
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de
Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara
detrás de Jesús.
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de
mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
"¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por
sus hijos.
Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices
las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no
amamantaron!
Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre
nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos!
Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la
leña seca?".
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para
ser ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado "del
Cráneo", lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el
otro a su izquierda.
Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen". Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre
ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes,
burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es
el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose
para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos,
¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es
el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba,
diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No
tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos
nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a
establecer tu Reino".
El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el Paraíso".
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la
oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde.
El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu". Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a
Dios, exclamando: "Realmente este hombre era un justo".
Y la multitud que se había reunido para contemplar el
espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían
acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José,
hombre recto y justo,
que había disentido con las decisiones y actitudes de
los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una
sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido
sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el
sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús
siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
Después regresaron y prepararon los bálsamos y
perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley”.
REFLEXIÓN
LA PASIÓN SEGÚN LUCAS: EL EVANGELISTA DEL CICLO
C.
Silencio ante Herodes (Lc 23,9)
Sólo Lucas nos recoge esta escena de la Pasión. Jesús fue
llevado de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato. Era un juego de intereses y
cobardías. Y resulta que, en el camino del uno y del otro, Jesús les
reconcilió, “se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados” (23,12).
Lo que más nos impresiona es el silencio de Jesús. Es un
silencio muy elocuente, que se repite a lo largo de la Pasión, pero aquí es aún
más significativo. Contrasta con “la palabrería” de Herodes. El rey es vano y
superficial, Jesús es digno, auténtico. No quiere ser un bufón de la corte o
una estrella para el espectáculo.
Un silencio lleno de dignidad y profundidad, no sólo en
cuanto a palabras, sino en cuanto a signos. Podía haber hablado con señales,
pero no quiso comprar su libertad ni con palabras ni con milagros. Hubiera sido
como una broma al Espíritu que había recibido.
Consuelo de los que lloran (Lc 23,27-31)
Lucas recoge las lágrimas de estas buenas mujeres, que son la
flor de la ternura, uno de los aspectos más luminosos de la Pasión. Son
lágrimas de desconsuelo, lágrimas nada más, lágrimas de mujeres compasivas,
pero son un reflejo de la parte sana del pueblo, una manifestación de los pequeños,
de los pobres de Yahveh, de los que no tienen fuerza contra el poder, pero que
agradan extraordinariamente a Dios. Estas lágrimas son muy valiosas, como las
dos monedas de la viuda en el templo, como las lágrimas de todos los pobres y
todas las víctimas.
Para Jesús no pasan inadvertidas. Olvidándose de su situación
desesperada, agradece su compasión y las consuela. No lloréis por mí…
Palabras de perdón (Lc 23,34)
De la cruz otros evangelistas recogen el grito desgarrado del
abandono. Lucas tres hermosas palabras, la primera de perdón. Mientras le
crucificaban. Cristo está rezando al Padre y suplicando el perdón para sus
verdugos, que “no saben lo que hacen”.
Necesitábamos esta palabra viva. Muchas veces nos había
enseñado Jesús que perdonáramos y que amáramos a los enemigos. Nos parecía
imposible. Ahora sabemos que sí, que se puede perdonar siempre, que se puede
perdonar todo. Jesús es un maestro en el arte del perdón.
Promesas y esperanzas (Lc 23,42-43)
La segunda palabra recogida por Lucas en la cruz es una gran
promesa a una buena persona y a un “buen ladrón”.
Este hombre tiene una vista extraordinaria, porque es capaz
de ver en ese compañero de suplicios al verdadero Rey y Señor. Una fe muy
hermosa. Este va a ser la última oveja perdida que Jesús recupera; con ella de
la mano, o quizá sobre el hombro, se presentará al Padre.
El ladrón no se atrevía a pedir más que un recuerdo cuando
llegue a su Reino. Jesús le promete eterna compañía y pronta liberación: ya,
hoy mismo, cuando el día está acabando, estarás conmigo en el Paraíso, y allí
ya no tendrás que robar, te bañarás en la abundancia de Dios.
El grito de la confianza (Lc 23,46)
Lucas nos explica el sentido del grito de Jesús al expirar.
Era un grito de entrega total al Padre: “A tus manos encomiendo mi espíritu”,
toda mi vida, en tus manos, Padre. En el momento decisivo de la muerte, un
grito de confianza absoluta. La última palabra: Padre. Fue la primera: aquí
estoy. Padre. Y es la última: A ti voy. Padre.
En algún momento de la Pasión y la cruz, Jesús sintió la duda
y el abandono total y lo gritó. ¿Dónde estás, Dios mío? ¿Tiene algún sentido
todo esto? Ahora al final, vuelve la luz, la paz, la presencia. Ahora sabe que
no caerá en el vacío, que la muerte es fecunda. La victoria de la fe, del amor.
ENTRA EN TU INTERIOR
Escándalo y locura.
Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios
crucificado solo podía ser vista como un escándalo y una locura. ¿A quién se le
ha ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se
ha atrevido a confesar algo semejante.
Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el
Crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las
autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal,
la crueldad del odio y el fanatismo de la justicia. Pero ahí precisamente, en
esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con
todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética,
de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más
puro e insondable de su misterio, como amor y solo amor. Por eso padece con
nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.
Este Dios crucificado no es el Dios poderoso y controlador,
que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es
un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final nuestra libertad, aunque
nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus
criaturas que verdugo suyo.
Este Dios crucificado
no es tampoco el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue
turbando la conciencia de no pocos creyentes. Dios no responde al mal con mal.
“En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres,
sino reconciliando al mundo consigo” (2 Cor 5,19). Mientras nosotros hablamos
de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con
su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes.
Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren
los más inocentes: los niños hambrientos y no nacidos, las mujeres maltratadas,
los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro
bienestar, los olvidados por nuestra religión.
Los cristianos
seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el recuerdo de
todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes
seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su
muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un
mundo más humano.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Estas realidades no son cosa del pasado. La Pasión y la
Pascua se prolongan. Miramos al Cristo del siglo I y al Cristo del siglo XXI.
La historia se repite, pero multiplicada por millones. “Masas dolientes y
hambrientas a causa de la injusticia humana reclaman la victoria de la vida, la
resurrección, la exaltación en el Reino de Dios, que está en marcha”.
Está en marcha. El triunfo se ha anticipado en Jesucristo,
pero no se ha completado. Seguimos, no recordando, sino celebrando y viviendo
el drama. Porque sí, “en esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24).
Expliquemos el
Evangelio a los niños
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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