“El que esté libre de pecado, que le tire la
primera piedra…”
7 DE
ABRIL
QUINTO
DOMINGO DE CUARESMA
1ª
Lectura: Isaías 43,16-21
Yo
realizaré algo nuevo y daré de beber a mi pueblo.
Salmo 125
El Señor
ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
2ª
Lectura: Filipenses 3,8-14
Todo lo
considero como basura,
con tal
de asemejarme a Cristo en su muerte.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
8,1-11
“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en
adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “el que esté sin pecado, que
le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y
quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y
le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”.
Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en
adelante no peques más”.
Versión
para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús fue al monte de
los Olivos.
Al amanecer volvió al
Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los
fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y,
poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús:
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos
ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para
ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a
escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se
enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera
piedra".
E inclinándose
nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras,
todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó
solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le
preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha
condenado?".
Ella le respondió:
"Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no
peques más en adelante".
REFLEXIÓN
En la recta final ya de
nuestro itinerario cuaresmal, las lecturas de hoy nos hablan de novedad, de
renovación, de caminar adelante con esperanza. Es la alegría de la Pascua, de
la vida nueva, que vislumbramos ya al final del camino. Muy apropiada en este
sentido es la 1ª lectura, en la que el profeta Isaías anuncia el retorno del
exilio: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo
algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?”. En medio del desierto y de la
soledad, el Señor abrirá un camino, ríos en el yermo, para que avance y beba su
pueblo. El salmo evoca también esta vida renovada: no es un sueño, es una
realidad. Los llantos y las lágrimas se han convertido en alegría, gritos y
risas. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. También
nosotros avanzamos por un camino que a menudo comporta cruz, pero con la
esperanza de la resurrección. Es el camino de Jesús, el camino de la muerte a
la vida que también nosotros nos disponemos a compartir, incorporados a él.
Otra vez un evangelio,
que nos habla de la misericordia de Dios. El estilo de Dios, bien representado
en Jesús, es completamente distinto que el de los escribas y los fariseos. Para
ellos, todo eran acusaciones, murmuraciones, rencores, insidias, legalismos,
condenas… Por dos veces dice que Jesús se inclinó y escribía con el dedo en el
suelo. Es una imagen significativa de la actitud de Jesús, que “pasa” de
aquella gente, a los que ni quiere escuchar. Para Jesús, lo único importante es
la persona: liberarla, perdonarla, salvarla. Jesús da la vuelta a los
argumentos de los fariseos: “El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra”, Evidentemente, todos se fueron escabullendo, “empezando por los más
viejos”. Los acusadores se han convertido en acusados.
Aquellos que condenaban
a la mujer pecadora, los que la querían matar lapidándola, lo decían y lo
querían hacer en nombre de la Ley de Moisés, o sea, en nombre de su fe, de su
religión, en definitiva en nombre de Dios. Y este tema tiene una gran actualidad,
ya que hoy en día seguimos viendo grupos extremistas, fanáticos que matan en
nombre de Dios, en nombre de la religión que sea, en nombre de una pretendida
justicia divina. Es evidente que esto no puede ser. Dios no quiere la muerte
del pecador, sino que se convierta y que viva.
El texto del evangelio
contrapone una vez más dos espíritus y dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la
ley y el amor; o, como dice Pablo, “la justicia que viene de los hombres con la
que viene de la fe de Cristo, la que viene de Dios…”.
Aparentemente Jesús
está entre la espada y la pared. Se lo arrincona contra la ley para que opte
ciegamente por ella condenando así a una mujer adúltera. “Debes elegir –se le
dice- entre salvar la ley o salvar al pecador.” Jesús no duda un instante y opta
por el hombre, así sea un hombre pecador y enfermo. El resto es fácil de
comprender: los garabatos en la tierra, el desafío que ahora él mismo lanza a
sus acusadores para que dejen correr la ley y apedreen, si así les place, a la
mujer; la desbandada general de los “justos”, el silencio de la mujer.
El final es simple y
tierno: una mujer pecadora “se levanta” y comienza a recorrer el camino de la
libertad, libre de la ley y libre del pecado. Ya no caben dudas: lo nuevo está
brotando…
Jesús subraya fuertemente
la auténtica actitud del cristiano: condenar el pecado (“en adelante no peques
más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”).
De ninguna manera es
blando ante el pecado, pues éste destruye y esclaviza al hombre, y, por lo
mismo, debe ser denunciado y destruido dentro del mismo hombre.
Desgraciadamente la palabra “pecado” ya poco nos dice y, en todo caso, viene
cargada con recuerdos de un viejo catecismo fundado en el cumplimiento de
normas y preceptos, con sanciones y castigos, y la imagen de un Dios justiciero
y terrible.
Pero a falta de otra
palabra más adecuada, descubrimos con el evangelio que “pecado” significa todo
aquello que atenta contra nuestra dignidad de hombres. El pecado nos impide
crecer y madurar, nos avergüenza y humilla. Envidia, celos, agresión, delación,
violencia, perversiones, injusticias, odio…, son todas facetas de una misma y
única realidad que corroe el corazón del hombre, anula sus proyectos y destruye
su historia.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Una vez que Jesús ha
sopesado bien la carga, ahora se dispone a quitársela a la mujer. Jesús miró
ahora a la mujer asustada y agobiada. Mira a la mujer con toda la fuerza de su
amor misericordioso. Ella comprendió; enseguida dejó de llorar, dejó de temer.
Y empezó a sentirse aliviada.
Entonces Jesús, el
único que podía haber tirado la piedra, cuando ya estaba la mujer sola, dijo
bien alto, para que oyeran todos, también los ausentes, también los hombres de
todos los siglos: “Mujer, yo tampoco te condeno”. Una palabra liberadora, una
palabra misericordiosa, una palabra del cielo. Y la mujer empezó otra vez a
llorar, pero de emoción y alegría. Y empezaría a entonar un canto agradecido a
la misericordia.
No es difícil imaginar
las consecuencias que hubiera tenido una sentencia condenatoria de Jesús contra
la mujer, si le hubiera tirado alguna piedra. Todo fanatismo, toda crueldad,
toda inquisición, toda pena de muerte, todo terrorismo político, toda guerra
religiosa, hubieran sido justificados.
“Yo tampoco te
condeno”. Ya había confesado Jesús que no había sido enviado “para condenar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). No ha venido a
castigar pecadores, sino a salvarlos. En cuanto a los pecados, él cargará con
todos.
Esta palabra es el
triunfo de la misericordia, una verificación de la enseñanza del hijo pródigo.
Si el Padre castigaba con besos y banquetes, Cristo castigaba quitando
condenas. Ni el Padre ni Cristo pedían cuentas. Las cuentas todas las pagará
Cristo. Y es una palabra novedosa: no tanto el amor a la ley, sino la ley del
amor.
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús quería a los
pecadores, no al pecado. El pecado es en sí mismo un castigo. “El que comete
pecado es un esclavo”, dirá Jesús un poco más adelante (Jn 8,34). No hace falta
que nadie le condene, él mismo se condena. Todo pecado origina dependencia y
tristeza. Y Jesús nos quiere libres y dichosos. Así, hace a la mujer una
corrección fraterna. La corrección es buena, si nace del amor; buena y
necesaria.
Seguro que la mujer
aprendió bien la lección, no tanto por el peligro, sino porque miró los ojos de
Jesús, como le pasó a Pedro.
Y de lo que sí estamos
ciertos es que esa mujer jamás, jamás se atrevería a condenar a nadie. Aprendió
de Jesús a ser humilde, a comprender a los demás, a no juzgar ni condenar.
Nunca se atrevería a tirar piedra alguna. Aprendió en Jesús la misericordia.
ORACIÓN
FINAL
Señor Jesús, compasivo
y misericordioso, defensor de los débiles y salvador de los pecadores. Aleja de
mi corazón todo juicio y condenación. Hazme participe de tu compasión. Y ábreme
el oído: “Anda y en adelante no peques más, porque puedes poner en peligro tu
fe”.
Expliquemos
el evangelio a los niños.
Imagen para colorear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario