COMIENZA
EN SANTO TRIDUO PASCUAL
18 DE
ABRIL
JUEVES
SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR
DÍA DEL
AMOR FRATERNO
1ª
Lectura: Éxodo 12,1-8.11-14
Prescripciones
sobre la cena pascual.
Salmo
115: El cáliz que bendecimos es comunión con la sangre de Cristo
2ª Lectura:
1 Corintios 11,23-26
Cada vez
que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
13,1-15
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había
llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le
había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y
Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios
y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una
toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies
a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón
Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó:
-“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.
Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te
lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo
los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha
bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio.
También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a
entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los
pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he
hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís
bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para
que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
REFLEXIÓN
Si la tarde del Jueves
Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para
siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el
fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del
Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No
hay calor más grande, no hay amor más grande.
El Hijo de Dios
descendió por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender.
Toda la vida de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz,
pasando por Nazaret.
Dios se hizo hombre
para aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición
de esclavo” (Flp 2,7).
¡Cuántas admiraciones
tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y
estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y
más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio
constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor
que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a
los hermano, no es amor.
Conocer el amor de
Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del
amor.
Es como el amor de los
amigos, pero más.
Es como el amor
enamorado, pero más.
Es como el amor del
padre y de la madre, pero más.
Es como el amor de los
hijos y los hermanos, pero más.
Es como el amor del que
sirve, pero más.
Es como el amor del que
comparte, pero más.
Es como el amor del que
perdona, pero más.
Es como el amor del que
se entrega, pero más.
Es como el amor humano
todo junto, pero más.
Sí, conocer el amor de
Cristo, que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar
hasta un cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que
pedimos es un conocimiento de participación y comunión.
Este conocimiento tiene
que ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios
te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el
amor.
Él te amó primero. En
ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor
divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y
generosidad.
El lavatorio de los
pies es el signo que prepara o complementa el del pan partido y la sangre
derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su
túnica divina y ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin
anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor
delicado y detallista, vestido con traje de criado.
Era un gesto muy
característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía.
Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía,
el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir,
nadie pasaba hambre junto a él.
Ahora, en la última
Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el
pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc
29,19).
ENTRA Y
ORA EN TU INTERIOR
Presencia admirable de
Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el
Señor.
Amor entregado. No sólo
presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a
dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama
por nosotros.
Amor de comunión. Al
comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de
Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.
Fermento de un mundo
nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y
de nuestro mundo, una acción de gracias.
Anticipo del banquete
del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que
volverán a estar juntos “No beberé más
de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber,
vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía
–última cena- pregustamos la Cena definitiva.
19 DE
ABRIL
VIERNES
SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
1ª
Lectura: Isaías 52,13-52,12
Él fue
traspasado por nuestras dolencias.
Salmo 30:
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
2ª
Lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Aprendió
a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de
salvación.
PALABRA
DEL DÍA
PASIÓN DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Juan 18,1-19,42
“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado
del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía
también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y
de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo
todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le
contestaron: “a Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también
con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a
tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el
Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad
marchar a estos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno
de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e
hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se
llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El
cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y
los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero
a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el
que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre
por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo
era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo
sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo,
el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La
criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los
discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias
habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro
estaba con ellos de pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús
acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado
abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el
templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por
qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado.
Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que
estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo
sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he
faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo
envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose,
y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?.” Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los
criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja,
le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida
cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el
amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y
poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo:
“¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no
fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo
vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos
autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús,
indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio,
llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?. Jesús le contestó:
“¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó:
“¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí,
¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo:
“Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para
esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad.
Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la
verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo
no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua
ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”.
Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una
corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto
color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y
le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco
afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús
afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les
dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias,
gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y
crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron:
“Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha
declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y,
entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús
no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo
autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No
tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por
eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento
Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no
eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces,
al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el
sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la
Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí
tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato
les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes:
“No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo
crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio
llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo
crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito:
“Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos,
porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en
hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a
Pilato: “No escribas: •El rey de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey
de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”. Los soldados,
cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para
cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a
ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y
echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de
Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María,
la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería,
dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí
tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que
se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de
vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se
la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el
día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el
sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les
quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las
piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al
llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió
sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él
sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que
se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la
Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de
Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió
a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él
fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a
verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se
acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado
todavía. Y como para los judíos era el
día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”
REFLEXIÓN
Juan nos ofrece una
perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.
Sus padecimientos y su
crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo
y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a
todos hacia él.
El episodio del huerto
muestra el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”,
se adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y
antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen
Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a
éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la
ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de
este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en
“la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad
escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto.
Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y
la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.
Junto a la cruz de
Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre”
y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en
medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que
acoge a la Madre de Jesús como suya.
Al morir, Jesús entrega
el Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo
brota “sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a
su comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro
nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y
de salvación para la humanidad.
Jesús ha cumplido su
misión: “Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver
victorioso a la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea
a su nuevo cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el
agua de su corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las
de María, su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre
nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.
ENTRA Y
ORA EN TU INTERIOR
La señal del cristiano
es la santa cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera
que haya un cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares
sagrados y la lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa
que la quiten de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro,
donde nadie nos la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos
vino la salvación, porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.
Pero permitidme sólo
una llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya
cruz tiene que haber amor.
Cristo sigue
crucificado. Tantos Cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos
debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos,
enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza,
problemas familiares, desilusiones, miedos…
Decimos que la cruz de
Cristo es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero
no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo
quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace
presente y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera
y salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.
Nuestra mirada al
crucificado debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes
venenosas a la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y
pusiera en alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene
que ser levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn
3,14-15). Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de
su hijo.
ORACIÓN
FINAL
Gracias, Jesús, porque
en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y
pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras
codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de
dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas
fuimos salvados. Amé.
20 DE
ABRIL
SÁBADO
SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR
VIGILIA
PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
Lecturas
del Antiguo Testamento
Génesis
1,1-2,2
Vio Dios
todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Salmo 103
Génesis
22,1-18
El
sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Salmo 15
Éxodo
14,15-15,1
Los
Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.
Salmo: Éx
15,1-18
Isaías
54,5-14
Con
misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
Salmo 29
Isaías
55,1-11
Venid a
mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.
Salmo:
Is. 12,2-6
Baruc
3,9-15.32
Caminad a
la claridad del resplandor del Señor.
Salmo 18
Ezequiel
36,16-28
Derramaré
sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.
Salmo 41
Lectura
del Nuevo Testamento
Romanos
6,3-11
- Cristo, una vez resucitado de entre los
muertos, ya no muere más.
Salmo 117
PALABRA
DE LA VIGILIA
Lucas
24,1-12
“El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron
al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la
piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con
vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les
dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del
hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al
tercer día resucitar”. Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y
anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María
la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo
tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al
sepulcro. Asomándose vio las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo
sucedido”.
21 DE
ABRIL
DOMINGO
DE PASCUA DE LA
RESURRECCIÓN
DEL SEÑOR
1ª
Lectura: Hechos 10,34.37-41
Hemos
comido y bebido con él después de su resurrección.
Salmo
117: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
2ª
Lectura: Colosenses 3,1-4
Buscad
los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
20,1-9
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro
al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó
a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto
quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.
Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se
adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el
suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro:
vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza,
no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio
y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de
resucitar de entre los muertos”.
REFLEXIÓN
¿Crees en la
resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o
una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya
visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y
catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no
enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús.
Sólo así podré ser testigo de la Pascua.
De algún modo una
sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una
providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del
Espíritu de Jesús.
La resurrección. Es el
triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso
horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La
muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como
nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu
fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.
Esta paz y este gozo
ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido
convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de
unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad
absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida,
sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los
que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado
es poder decir: “Cristo, vida mía”.
Es el triunfo del amor.
Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es
fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte.
Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de
Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom
8,35.38-39).
Es el triunfo de la
esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de
razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más
optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no
el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.
El triunfo de la
santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los
pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También
nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva.
“Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de
maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
El triunfo de la
alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”. Cristo resucitado irradia su paz y su alegría
dondequiera se manifieste. La paz y la alegría
van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al
Señor” Pedro matiza y califica esta
alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede
de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La
mayor alegría es sentirse amado.
No es una alegría
barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación
de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto,
él se nos ha manifestado en fe y amor.
La alegría,
naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se
alejan huyendo los temores. “No temas.
No temas. Soy yo” No está reñida con el
sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Cristo no sólo
resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua.
Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.
Un encuentro como el de
la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas,
pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a
anunciarlo a los discípulos”.
Un encuentro como el de
los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de
escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados,
testigos de la verdad de la Pascua.
ORA EN TU
INTERIOR
Abre tus puertas a
Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón.
Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él
quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere
exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de
alegría.
¿Sientes más paz y
alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más fuerza
espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más paciencia
y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más seguridad,
más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es
que Cristo ha resucitado.
ORACIÓN
FINAL
Te bendecimos, Padre,
por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el
desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva
humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el
vencedor de la muerte.
Según su mandato,
queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es
posible.
Vence con tu gracia
nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos
asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Paxi Velasco FANO
Imagen
para colorear
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