”Me pondré en camino adonde está mi padre, y le
diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti;
ya no merezco llamarme hijo
tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
31 DE
MARZO
CUARTO
DOMINGO DE CUARESMA
(DOMINGO LAETARE)
(DOMINGO LAETARE)
(Al igual
que en el Domingo 3º, cuando hay catecúmenos se pueden
escoger las lecturas del
4º Domingo de Cuaresma del Ciclo A)
1ª
Lectura: Josué 5,9-12
El pueblo
de Dios celebró la Pascua
Al entrar
en la tierra prometida.
Salmo 33:
Gustad y
vez qué bueno es el Señor.
2ª
Lectura: 2 Corintios 5,17-21
Dios nos
reconcilió consigo por medio de Cristo.
PALABRA
DEL DÍA
Lucas: 15,1-3.11-32
“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los
publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas
murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les
dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su
padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El Padre les repartió
los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,
emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y
empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de
aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de
saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya
no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso
en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le
echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra
el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus
criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la
mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un
banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y
lo hemos encontrado. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.
Versión para América Latina extraída de la
Biblia del Pueblo de Dios
“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para
escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de
herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y
se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en
aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa
región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que
comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé
contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de
tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su
encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la
mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba
perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la
casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que
significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo
matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle
que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin
haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber
gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y
todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.
REFLEXIÓN
La parábola del hijo
pródigo es una página bellísima y consoladora. Se retratan las miserias humanas
y se define la respuesta de Dios a tantas miserias.
El hijo pródigo es el
hombre que busca fuera lo que tenía que encontrar dentro, que mendiga en la
ciudad lo que le sobra en casa.
La insatisfacción le
fuerza a una carrera alocada. Rompe todos los lazos, que a él le parecían
frenos y ataduras, pero que, a la verdad, eran cuerdas de amor y cauces de
superación. No sólo rompe con la familia -¡esa maravilla de padre, que era
también madre!-, sino que profana las relaciones familiares,
mercantilizándolas, convirtiéndolas en derechos y obligaciones –“¡Dame lo que
me toca!”.
Después, por la
insatisfacción, se entrega al consumismo desenfrenado, pero siempre más
insatisfecho, siempre más vacío, siempre más triste. Porque ni las cosas, por
muy placenteras que sean, ni las personas convertidas en objetos, en cosa, dan
felicidad o libertad. Producen desencanto, hastío o vacío y dependencia. La
imagen del hijo convertido en porquero, hambriento de algarrobas, le retrata
perfectamente. A la larga desearía convertirse en puerco.
Nos hace falta hablar
de la actualidad de esta miseria. Este muchacho insatisfecho se integraría
perfectamente en nuestra sociedad de consumo, en nuestras movidas, en nuestras
fiestas y diversiones. Podría terminar siendo un transeúnte desintegrado, un
delincuente, un drogadicto, un fanático de cualquier causa o cualquier ídolo.
Yo soy también hijo
pródigo cuando vivo volcado hacia fuera, cuando no sé encontrarme a mí mismo,
cuando me olvido de la razón de mi vida, cuando no busco a Dios, cuando pienso
sólo en divertirme, cuando gasto demasiado, cuando dedico demasiado tiempo a lo
superfluo, cuando no me comprometo en el trabajo y en el servicio. Acuérdate de
la parábola de los pozos, los que se esforzaban por cultivar y llenar el brocal
y se olvidaban de su razón de ser, del agua y del manantial.
El Padre es el sol de
la misericordia, del perdón y de la acogida. El Padre es ciertamente el centro
de la historia, es un sol que ilumina todo el cuadro. Toda una serie de
cualidades y actitudes paterno-maternas que conmueven. Quizá sea ésta, entre
todas las palabras (nombres, verbos, adjetivos) que podemos aplicarle, la que
mejor le define: el que se conmueve y el que nos conmueve. Es el hombre de la
pasión, de las entrañas, del corazón: el corazón conmovido ante la miseria.
Podemos destacar unas
cuantas actitudes conmovedoras:
Respeta: No ata al hijo
que se quiere marchar, ni le amenaza. Conoce y comprende al hijo y sabe que
tiene que ser él mismo, que debe madurar por sí mismo, que debe aprender en la
escuela de la vida. El amor no esclaviza, no es absorbente.
Sufre: El respeto o la
tolerancia no le lleva a la indiferencia. La marcha del hijo le produce un
desgarrón sangrante; herida abierta, más
dolorosa cada día que pasa. Se preguntaría el porqué. Se culpabilizaría: tal
vez no había sabido tratarle, tal vez lo había olvidado en algún momento, tal
vez no había dialogado con él lo bastante.
Espera: El sufrimiento
no le lleva a la depresión y el desencanto. Si el hijo ha roto con él, él no
quiere romper con el hijo. No dice: se acabó. No. Él sigue confiando en el
hijo. Espera que algún día su hijo resucite, se impongan sus buenos principios,
el milagro. El amor espera sin límites. Y es una esperanza activa, vigilante.
Su corazón envía mensajes constantes al hijo, y abre la ventana y sale al
camino. El amor siempre vigila y espera.
Acoge: El hijo pródigo,
por fin, cuando se encontraba en una situación lamentable, decide el retorno a
la casa paterna, añorando los valores que antes despreciaba o no valoraba lo
suficiente. Le mueve el hambre, pero le mueve más el recuerdo y el amor del
padre. El hijo desanda el camino libremente, pero es el padre quien tira de él.
El padre lo presiente, el amor no se equivoca. Sale a su encuentro. “Cuando
estaba todavía lejos, su padre lo vio”, ¡Sólo se ve bien con el corazón! “Y se
conmovió”: palabra clave, núcleo de toda la historia.
Perdona: Pero hablar de
perdón es poca cosa. No sólo perdona y olvida, sino que se conmueve, se alegra,
danza interiormente, hace fiesta. No es un perdón, es una resurrección, “estaba
muerto y ha revivido”. No sólo perdona, sino que dignifica, devuelve al hijo
miserable toda su grandeza y sus derechos: el vestido, el anillo, las
sandalias, el banquete; como el verdadero hijo que ha vuelto a encontrar.
Este padre es una
fotografía de Dios, y es una versión poética, dramática, de lo que hacía Jesús
con los pecadores.
ENTRA EN
TU INTERIOR
TODA UNA
LECCIÓN DE SEGUIMIENTO
Sin duda, la parábola
más cautivadora de Jesús es la del “padre bueno”, mal llamada “parábola del
hijo pródigo”. Precisamente este “hijo menor” ha atraído siempre la atención de
comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del
padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la
parábola habla también del “hijo mayor”, un hombre que permanece junto a su
padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le
informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido,
queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su
padre, sino rabia: “se indignó y se negaba a entrar” en la fiesta. Nunca se
había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a
invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni
le da órdenes. Con amor humilde “trata de persuadirlo” para que entre en la
fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto
todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre,
pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y
denigrar a su hermano.
Ésta es la tragedia del
hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre
lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su
padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su
hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en
la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis
religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e
increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la
Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos
clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es
propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El “hijo mayor” es una
interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo
quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia
religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor
grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades
abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre
dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos
amistad o los miramos con recelo?
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
La parábola del padre
bueno es una bella descripción del ser de Dios. La parábola sale de los labios
de Jesús ante la dureza y severidad de los fariseos y los maestros de la ley al
advertir que los cobradores de impuestos y otros pecadores se acercaban a él
para escucharlo. Reprueban la actitud de Jesús porque los acoge y porque
incluso tiene la osadía de comer con ellos. Para Jesús, las personas siguen
siendo personas, aunque estén marginadas por la sociedad. Para los fariseos,
algunas personas dejan de serlo porque no entran en el grupo de los buenos.
Dios lo único que no
puede dejar de hacer es amar. Si no amara, no sería Dios. Nuestra mentalidad
queda totalmente desbordada anta la grandeza de este amor. Y tenemos tendencia
a poner diques a la inmensidad de Dios. Entonces, tal vez con buena intención,
le decimos que sus caminos ciertamente no son nuestros caminos y que se
equivoca. Nos creemos, a veces, autorizados a enmendarle la plana. ¡Cuántas
veces, hermanos y hermanas, hemos hecho el papel del hijo mayor de la parábola!
Dios, en Jesucristo,
nos ha revestido con su propio traje de gala; el amor. Nos ha reconciliado de
una vez para siempre. Nos ha calzado con las sandalias de la libertad de los
hijos para que nada ni nadie nos esclavice. Nos ha colocado el anillo de su
alianza en un amor imperecedero.
Éste es el cristiano
que, ligero de equipaje, tan sólo provisto de la certeza de que Dios lo ha
reconciliado con él de una vez para siempre, prosigue en su camino cuaresmal
afianzado en su fe en un Dios de misericordia y espoleado por una esperanza de
amor sin límites. Y todo ello se hace realidad en un compromiso más sincero de
armonía interior, de acogida fraterna y de trato filial con Dios.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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