“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todo tu ser.”
29 DE
OCTUBRE
XXX
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª
Lectura: Éxodo 22,20-26
Si
explotáis a viudas y huérfanos se encenderá mi ira contra vosotros.
Salmo 17
Yo te
amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
2ª
Lectura: 1 Tesalonicenses 1,5c-10
Abandonasteis
los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo.
EVANGELIO
DEL DÍA
Mateo
22,34-40
“En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho
callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para
ponerlo a prueba: -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él les
dijo: -“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo
tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a
él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la
Ley entera y los Profetas.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho
callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar,
y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para
ponerlo a prueba:
"Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la
Ley?".
Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande y el primer mandamiento.
El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo.
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los
Profetas".
REFLEXIÓN
Aunque no lo parezca a primera vista, el evangelio de hoy
complementa al del domingo pasado. Veíamos, en efecto, que a Dios hay que darle
lo que es de Dios… Y nos preguntamos: ¿Qué es lo debido a Dios? O de otra
forma: ¿En qué consiste la ley fundamental del Reino de Dios?
A esta pregunta responde hoy Jesús en uno de los textos
más conocidos: el Mandamiento principal es éste: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” El segundo mandamiento es
semejante a éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” La pregunta le había
sido formulada a Jesús por un fariseo, miembro del partido defensor de la Ley.
Más de 600 eran las leyes religiosas que debían cumplir los judíos piadosos;
sin embargo, agregó Jesús: “Estas dos leyes sostienen la Ley entera y los
profetas.”
La respuesta de Jesús no era, en realidad, una novedad en
la biblia, como, lo confirma, entre otros textos, la primera lectura de hoy,
sacada del Éxodo. Pero vista desde la perspectiva del Reino nos ofrece nuevos
motivos de reflexión, completando conceptos ya elaborados en domingos
anteriores.
La expresión “Reino de Dios” siempre nos asusta un poco y
nos complica la vida más de lo necesario, pues la palabra “Reino” –al menos en
las épocas que vivimos- tiene cierta carga afectiva que no nos ayuda mucho para
entender la expresión evangélica. Quizá por eso el evangelista Juan prefirió
omitirla, por lo general, en su evangelio, hablando más bien de la Verdad, de
la Vida Nueva, de la Luz y, sobre todo, del Amor. Es él –o quien fuese en su
lugar- quien en su primera carta define a Dios simplemente: “Dios es Amor.”
Si Dios es Amor, su Reino es el del Amor, y quienes
entran en él no pueden vivir sino del Amor. Amar no es solamente la ley del
Reino; es la necesidad de todo hombre que quiere simplemente vivir. Sin amor no
se puede vivir, pues amor es dar vida, construir la comunidad, buscar la paz,
casarse, tener hijos, proteger a los demás, compartir la misma historia, etc.
Si la ley del Reino es el amor –amor total, sin
limitación alguna-, justo es que nos preguntemos por la función que debe
cumplir la comunidad cristiana –o Iglesia- en el mundo. Muchos se preguntarán
si realmente es hoy signo del único mandato del amor, o si también ella no está
aplastada bajo el peso de cientos y cientos de leyes que la aprisionan.
Hoy llegamos a una clara conclusión: el Reino de Dios se
hace presente -dentro de cada hombre como en el seno de las instituciones,
laicas o religiosas- en la medida en que se vive al servicio de un Dios que se
llama Amor. Fuera de esta perspectiva podremos hacer muchas cosas: actos de
culto, oraciones, levantar templos, obras misioneras y cruzadas de fe; podremos
ser los modelos del hombre honesto de moralidad intachable y mucho más, pero
aún permaneceríamos fuera de las puertas del Reino.
Esta es la ley que nos permite dirimir toda duda de
conciencia, todo conflicto generacional o institucional: respetar el derecho
fundamental de amar y de ser amado. Lo demás es accesorio, y es hora de que lo
comprendamos porque “amar es cumplir la ley entera” (Rom. 13,10).
ENTRA EN
TU INTERIOR
PASIÓN
POR DIOS, COMPASIÓN POR EL SER HUMANO
Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por
caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no sólo incapacitan
para una relación sana con Dios, sino que pueden desfigurar y destruir
gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.
La escena que se narra en los
evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que maestros
religiosos y letrados clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en
«fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Imposible
moverse con un corazón sano en esta red.
La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir
el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?,
¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros
maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».
Que nadie piense que se está hablando aquí de emociones o sentimientos
hacia un Ser Imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios
con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida;
orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios
como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos quiere bien.
Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia
desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno
y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo
que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e
hijas.
Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos. Así lo
recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor
real a Dios sin descubrir el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión
sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los
satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están
descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y
compasión por la humanidad».
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús nos dice que siempre que afirmamos que amamos al
prójimo, en realidad estamos mintiendo un poco, pues el amor preconizado por el
Evangelio del Reino identifica al otro con uno mismo, de tal forma que el otro
deja de ser otro para ser parte esencial de nuestro yo: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
Un motivo más para comprender que el amor a Dios y el
amor al prójimo coinciden en un solo gesto de amor: quien dice que ama a Dios,
ya no es uno solo, sino él-con-el-prójimo. El Reino no viene para cubrir
nuestro hueco interior, sino para comunicarnos con los demás sin barrera ni
frontera alguna.
Un amor que hace suyo los sufrimientos, dolores, alegrías
y anhelos de los hermanos, porque para el que ama, nadie le es indiferente.
Hoy y siempre, quiero, Señor, amarte con todo el corazón,
con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser y amar a mis hermanos y
hermanas como a mí mismo.
ORACIÓN
Señor, que el amor no pase a ser una palabra más de mi
diccionario. Haz que de sentido a lo que hoy me has dicho, saliendo al encuentro
de mi prójimo y haciendo todo lo posible para que el gran mandamiento sea una
realidad en mi vida y entre mis hermanos y hermanas.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Paxi Velasco (FANO)
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