domingo, 26 de marzo de 2017

2 DE ABRIL: QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (A)




“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá…”

2 DE ABRIL

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: Ezequiel: 37,12-14

Os infundiré mi espíritu y viviréis.

Salmo 129

Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

2ª Lectura: Romanos 8,8-11

El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos

habita en vosotros.

PALABRA DEL DÍA

Juan 11,1-45

“En aquel tiempo, un tal Lázaro de Betania, la aldea de Marta y de María, había caído enfermo. Las hermanas le mandaron un recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo. Jesús, al oírlo, dijo: -Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: -Vamos otra vez a Judea. Los discípulos replican: -Maestro, hace poco intentaron apedrearte los judíos, ¿y ahora vas a volver allí? Jesús contestó: -¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió: -Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo. Entonces le dijeron sus discípulos: -Señor, si duerme, se salvará. Entonces Jesús les replicó claramente: -Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora, vamos a su casa. Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás. –Vamos también nosotros y muramos con él. Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba unos tres kilómetros de Jerusalén y muchos judíos habían ido para dar los pésames a las dos hermanas. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: -Tu hermano resucitará. Marta respondió: -Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dice: -Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Jesús, viendo llorar a los judíos que lo acompañaban, sollozó y muy conmovido preguntó: -¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: -Señor, ven a verlo. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: -Y uno que le ha abierto los ojos al ciego, ¿no podía haber impedido que muriera este? Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Entonces dijo: -Quitad la losa. Marta le dijo: -Señor, ya huele mal, porque lleva tres días. Jesús le dijo: -¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la losa y Jesús, levantando los ojos, dijo: -Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero, lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y, dicho esto, gritó con voz potente: -Lázaro, ven afuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: -Desatadlo y dejadlo andar. Y muchos judíos, al ver lo que había hecho, creyeron en Jesús”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo".
Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea".
Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?".
Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él".
Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo".
Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará".
Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto,
y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo".
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él".
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.
Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas".
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día".
Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?".
Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama".
Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto".
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado,
preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás".
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!".
Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?".
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,
y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto".
Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?".
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado".
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!".
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

REFLEXIÓN

            Toda la historia de la resurrección de Lázaro, tiene un valor de signo. Lázaro significa debilidad humana, pero Jesús lo quería. Lázaro significa herida de muerte, pero Jesús la asumía. Lázaro significa hombre mortal, y Jesús viene en su auxilio. Qué suerte tuvo Lázaro de tener a Jesús por amigo. Qué suerte tiene el hombre de tener a Dios por amigo y salvador.

            Jesús resucitará a Lázaro. Significa que tiene poder de resucitar a todos los amigos que mueren. Primero lloró su muerte, porque le duelen los sufrimientos y penas del hombre. Después lo sacó de la tumba, para dar a entender que a todos puede sacar de sus sepulcros. Lo dijo maravillosamente: Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.


            Sólo pide una cosa, fe. Jesús es un médico que no sana si no confía en él. Creer es confiar, abrirse a él, acercarse a la fuente, dejarse llevar a la piscina, dejarse amar. Lázaro se dejó amar. Las hermanas confiaron en Jesús: Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Como creyó la Samaritana y creyó el ciego de nacimiento. Creer es escuchar su palabra, alimentarse y llenarse de Jesús, su pan es medicina de inmortalidad. Creer es confesarlo como Salvador.

           La resurrección de Lázaro anuncia también la propia resurrección de Jesús. Pero ¿cómo pudo morir si era la Vida? ¿Qué necesidad tenía de morir si iba a resucitar?

            Si esta línea de argumentación prevaleciera, podríamos ahorrar a Jesús todo tipo de debilidades y sufrimientos. ¿Por qué fue tentado si él no iba a caer? ¿Por qué pidió de beber si él ofrecía agua viva? ¿Por qué lloró la muerte si lo iba enseguida a resucitar? Aceptar estas hipótesis triunfalistas sería desconocer la realidad-dramática realidad- de la Encarnación. Aceptó la condición humana con  todas sus consecuencias. Y quiso salvar al hombre, pero desde dentro; quiso curar las heridas, pero padeciéndolas él primero. Todo lo que él asume y sólo lo que él asume queda redimido.

ENTRA EN TU INTERIOR

NUESTRA ESPERANZA

El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?»

Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.

La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?

Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.

Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita como “una sociedad de incertidumbre” (Z. Bauman). Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?

Como los humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto vivirá… ¿Crees esto?»

A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            Sólo, desde esta actitud, comprendemos quién es Jesús en la historia del mundo. De pie, delante del muerto, grita con fuerte voz: Hombre, sal de la tumba y ven, pues, tienes que caminar mucho todavía. El mundo avanza y crece, las sociedades evolucionan, la Iglesia se reforma, el cristianismo adopta nuevas formas de existencia, los  cristianos se abren a una mentalidad distinta. Desata tu cuerpo y despréndete de cuanto te impide ser un hombre libre: deja las ataduras tradicionales con que las sociedades amortajan a sus víctimas para que vivan sin hablar, para que tengan pies y no caminen, brazos y no actúen, ojos y no vean. Si crees en Dios, cree en la vida. Si crees en el Espíritu, ponte a andar. La muerte está dentro de ti; la muerte eres tú mismo en cuanto te niegas a vivir…

            Lázaro es el símbolo anticipado del mismo Jesús. También él dormirá en la cruz, y su muerte será la ocasión para que se manifieste el poder del Dios de la vida. Por eso Lázaro y Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir, aquí y ahora, con la nueva vida del Espíritu. Que la vida, es decir, la regeneración y la transformación de las estructuras muertas, florezca como una primavera que no sabe de retornos: que muestra sus flores para que aparezcan los frutos.

            No podemos llamarnos cristianos si no vivimos conforme al espíritu de Cristo que da muerte al pecado bajo todas sus formas y nos introduce a la justicia de Dios, expresión de la totalidad de la salvación que debe hacerse carne en la historia.

            La muerte de Lázaro pone al descubierto la muerte de una sociedad sumergida en el miedo y en la desesperanza. Jesús lo resucita como signo de que la obra de Dios tiende necesariamente a devolver al hombre el más preciado de sus dones: la vida. La fe en Cristo hoy nos hace renacer para que caminemos sin mordazas ni ataduras, como hombres libres.

ORACIÓN

“Cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, sabréis que yo soy el Señor. Os infundiré mi espíritu y viviréis: os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago”.

            Hermanos: esta palabra del Señor hoy se cumple en nosotros. Dios lo dice y lo hace. Que su palabra sea también la nuestra. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.

Imagen para colorear

QUINTA SEMANA DE CUARESMA

SEMANA DE LA VIDA

La quinta semana de cuaresma es la semana de la vida.

            Los textos de esta quinta semana nos presentan el combate de Jesús con sus enemigos. Los enemigos son aquellos que se tienen por fieles a la ley de Moisés. La ley de Moisés se convierte, para ellos en su ley, en escudo y acusación contra Jesús. Por tener a Moisés y querer ser fieles a él, desprecian y olvidan a Jesús. Un intento de fidelidad que se convierte en infidelidad.

            Jesús se presenta como vencedor de la muerte: vence la muerte que ha eclipsado a su amigo Lázaro; saca de la muerte a la mujer adúltera, a la que todos querían apedrear. Aplicando la ley al pie de la letra, los que se tienen por justos condenan a muerte; superando la ley con generosidad divina, Jesús libra de la muerte a la mujer. Jesús es el que viene a salvar y dar vida a quienes estaban perdidos.

            La vida suscita una provocación: los enemigos de Jesús no soportan la vida y toda su actuación se encaminará a quitar la vida a Aquel que da la vida. Muerte y vida entablan un gigantesco combate. Al final, la vida triunfará, no sin antes pasar por el combate.

            El episodio de Lázaro  y el relato de la mujer adúltera son la clave de interpretación de esta semana. Su proclamación no debería faltar en alguna de las diversas celebraciones.

            “Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús; quien crea en mí, aunque muera, vivirá. Creer en el Amor absoluto es esperar que el amor esté “garantizado” en algún sitio. Es esperar que la vida “renazca de él”. Más allá del final, o cuando llega el final, el amor comienza dando vida. El amor es una corriente que no muere.

            Los catecúmenos y los bautizados ya pueden abrirse a la esperanza y confiarse totalmente a Dios.

            La semana termina con un “listo para sentencia”: “No tenéis idea; no calculáis que antes que perezca la nación conviene que uno muera por el pueblo… Desde aquel día estuvieron decididos a matarlo.

jueves, 23 de marzo de 2017

26 DE MARZO: CUARTO DOMINGO DE CUARESMA (A)




“Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo”

26 DE MARZO

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

DOMINGO LAETARE

1ª Lectura: 1 Samuel 16,1b.6-7.10-13ª

Salmo 22

El Señor es mi pastor, nada me falta.

2ª Lectura: Efesios 5,8-14

Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

PALABRA DEL DÍA

Juan 9,1-41

“En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Entonces dijo: -Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que  significa Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos preguntaban: -¿No es éste el que se sentaba a pedir? Unos decían: Es el mismo. Y otros. No es él, pero se le parece. El respondía: Yo soy. Entonces llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. El les contestó: -Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo. Algunos de los fariseos comentaban: -Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban: -¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Volvieron, pues a preguntarle al ciego: -Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? El contestó: -Que es un profeta. Ellos le dijeron: -Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. El contestó: -Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y que ahora veo. Le preguntaron de nuevo: -¿Qué te hizo, cómo se abrió los ojos? Les contestó: -Os lo he dicho ya y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez ¿También vosotros queréis haceros discípulos suyos? Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: -discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero -ese no sabemos de dónde viene. Replicó él: -Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder. Le replicaron: -En  pecado naciste de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: -¿Crees en el Hijo del hombre? El contestó:-¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: -Lo estás viendo: el que te está hablando ése es. El dijo: -Creo, Señor. Y se postró ante él”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.
Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?".
"Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.
Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo".
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego,
diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?".
Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo".
Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?".
El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé".
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo".
Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta".
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres
y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?".
Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego,
pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta".
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él".
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador".
"Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo".
Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?".
El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?".
Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés!
Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este".
El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos.
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad.
Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.
Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada".
Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?".
El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?".
Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando".
Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él.
Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven".
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?".
Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".

REFLEXIÓN

            El Evangelio de S. Juan nos habla de la sed o del hambre o de la ceguera, no sólo en el sentido primario, sino en un sentido espiritual, y desde esas realidades humanas nos presenta a Jesús como respuesta salvadora, el que puede saciar nuestra hambre y nuestra sed, el que vino como luz para curar nuestras cegueras. Lo hace con signos y palabras. Multiplica los panes para decir: yo soy el pan; pide de beber para decir: yo tengo el agua; cura al ciego para decir: yo soy la luz.

            La sed, el hambre, la ceguera, son símbolos universales, como lo son el agua, el pan, la luz, todos cargados de fuerza, de belleza y contenido.

            El encuentro, no fue un encuentro casual. Tampoco fue una iniciativa del ciego. Su ceguera era tan honda que no sólo le impedía ver, sino incluso el deseo de ver. Hay muchos ciegos que se instalan en su situación, quizá la mayoría.

            El que toma la iniciativa es Jesús. Él es la luz del mundo y su misión no es otra que luchar contra las tinieblas. Por eso al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. No será una mirada cualquiera, sino una mirada divina, hecha de misericordia y gracia. Este encuentro del ciego con Jesús, de las tinieblas con la luz, es algo simbólico y la acción resultante no será un milagro cualquiera, sino un signo mesiánico, una catequesis sobre la iluminación, su proceso y exigencia; y se nos ofrece también el contrasigno, la falta de respuesta, que imposibilita toda salvación.


            El proceso de la curación es, decimos, una hermosa catequesis. Se da primero una reflexión sobre el porqué y el para qué de la ceguera. No es cosa del pecado, sino de la gracia; no es castigo, sino bendición. Esta mirada en positivo podíamos aplicarla a todo.

            El barro. Inexplicable medicina. No aceite o colirio o aquella hiel de pez, que utilizó Tobías,  sino barro, algo feo y oscuro. Es para sacar al ciego de su conformismo, es para provocarle el deseo de ser lavado, de ser curado. El milagro sólo es posible si se desea fuertemente. Dios suele llevar al culmen de la negatividad para que el hombre grite su desesperación y para que brille el culmen de la misericordia. “El abismo invoca al abismo” (Sal 41,8), el abismo de la miseria al abismo de la misericordia. Podemos recordar los casos más conocidos, como el de Abraham, el de la Magdalena, el de Saulo, el de Agustín.

            La piscina de Siloé es la necesidad de poner un medio humano, algo tiene el ciego que hacer. Lavarse los ojos, pero no es el hecho en sí, sino la obediencia en la palabra, como le pasó a Naamán el sirio con Eliseo, o sea, la fe. Ya se explica que no era una piscina cualquiera, sino del Enviado, el Mesías. Era el agua del Espíritu. Será el agua del bautismo. Hay que lavarse en la piscina de la Iglesia, pero con fe.

            Se lavó y volvió con vista. Le iluminó ese hombre, se llama Jesús, el Dios que verdaderamente salva, y “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros podamos salvarnos” (Hch 4,12). Fue iluminado para que pudiera ver, para que pudiera creer.

            Su fe fue progresiva, primero ve a Jesús como un hombre. Después lo verá como un profeta: que es un profeta y que viene de dios. Al fin lo confesará postrado que es el Mesías. Y terminará sufriendo persecución por dar testimonio de Jesús. Este ciego era un hombre pobre, humilde, dócil, pero era valiente y libre, no calla ante los fuertes, no cede ante la persecución; el ciego se convierte en un testigo, en un hijo de la luz. Un buen ejemplo para todos: seamos luz, sobre todo viviendo en el amor, porque “el que ama a su hermano permanece en la luz” (1 Jn 2,10).

ENTRA EN TU INTERIOR

CAMINOS HACIA LA FE

El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente "La curación del ciego de nacimiento", pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo».

No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.

Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.

Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: «un hombre que se llama Jesús» lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.

Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.

Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir.

Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del Hombre?» ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: « ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dice: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            San Pablo, parafraseando a Jesús, que dijo: “El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12), y también: “Vosotros sois la luz del mundo… Así, pues, que brille vuestra luz ante los hombres” (Mt 5,14-16), hoy nos ha recordado:

            “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia… La luz denuncia a las tinieblas y las pone al descubierto.”

            No nos queda, pues, otra alternativa que llamarnos cristianos denunciando a las tinieblas encarnadas dentro de nosotros y fuera de nosotros, o renunciar al título de cristianos y a nuestro bautismo. Con orgullo los primeros cristianos llamaban a los recién bautizados “los iluminados”, y bien supo el imperio romano que esa palabra no era una simple metáfora. Eran temibles aquellos hombres que caminaban con los ojos bien abiertos.

            Por eso Pablo nos urge a salir de nuestro estado de inconsciencia: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

ORACIÓN

            Si antes éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor. Caminemos como hijos buscando lo que agrada al señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia con nuestra vida y nuestro compromiso bautismal.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Fano.

Imágenes para colorear


CUARTA SEMANA DE CUARESMA

SEMANA DE LA LUZ

La cuaresma es tiempo de conversión; pero, ojo, no nos engañemos: la cuaresma es, ante todo, tiempo de gracia; la conversión es una inmersión en el eterno designio de Dios. No se trata tanto de hacer un esfuerzo cuanto de descubrir lo que ya somos, por la gracia. La cuaresma es un tiempo bautismal; toda la Iglesia vuelve a zambullirse en Cristo. Si es verdad que ya nos ha liberado, no lo es menos que nos hará libres.

            La conversión cuaresmal no tiene otra razón de ser que la de llegar a ser por la gracia lo que ya somos por carácter.

            Se nos invita a redescubrir nuestras raíces o, mejor, nuestra raíz, pues nuestra raíz permanente en este mundo es Jesús, muerto y resucitado, que no cesa de germinar en la tierra de los hombres. Esta raíz permanente es obra del Espíritu, que nos hace capaces de entrar en comunión con el Dios de amor y de la vida.

            El bautismo es un acto único en la vida del creyente que le permite unirse a ese otro acto único que, en la historia, marca el advenimiento de los últimos tiempos, la muerte y resurrección de Jesús. Lo que aconteció en Jesús se hace realidad en cada hombre. Nuestro hombre viejo, escribió Pablo, fue crucificado con él. La grandeza del bautismo consiste en que nos integra en el compromiso adquirido por Cristo, muerto y resucitado, de cara a la vida nueva. Así, poco a poco, se desvela el sentido de nuestra historia.

            A partir del jueves y hasta el sábado de la quinta semana de Cuaresma, entramos de lleno en el PROCESO A JESÚS.

            Los días que nos conducen a la Semana Santa se caracterizan por el desenlace de la crisis suscitada por la oposición contra Jesús: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. El proceso se inició con el comienzo del ministerio en Galilea. Para unos, el nuevo profeta tiene palabras de vida eterna, para otros, no es más que un vulgar blasfemo. Para unos es piedra de tropiezo; para otros, piedra angular de una vida fundada en su palabra. Pero el proceso que se abre contra Jesús es, en definitiva, el proceso de Dios mismo. En efecto, a Jesús no se le reprocha tanto el que se proclame Dios cuanto que manifieste a un determinado Dios.