domingo, 31 de julio de 2016

7 DE AGOSTO: XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


” Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

7 DE AGOSTO

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Sabiduría 18,6-9

Todos los santos eran solidarios en los peligros y en los bienes.

Salmo 32

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

2ª Lectura: Hebreos 11,1-2.8-19

La fe es seguridad de lo que espera, y prueba de lo que no se ve.

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 12,35-40

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: [No temas, pequeño rebaño: porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes, y dad limosnas; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.] Tened ceñida la cintura y encendida las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. [Pedro le preguntó: -Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos? El Señor le respondió: - ¿Quién es el administrador fiel y solícito a quién el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quién su amo al llegar lo encuentro portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y a beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.”]

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.
Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.
Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.
Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!"
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?".
El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!
Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,
su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más."

REFLEXIÓN

A medida que avanza el Evangelio de Lucas, también avanza el camino de Jesús, ese largo camino que ha de terminar en Jerusalén,
            Jesús es el gran caminante que va abriendo una brecha en la historia, confiado en la palabra del Padre. Es el nuevo Abrahán que camina hacia una tierra desconocida sin poder fijar su tienda en ninguna parte, como nos lo recuerda la segunda lectura:
            “Por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios”.
           Jesús le dijo a uno que quería seguirle: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.
            Y esa es la situación, también, del hombre, peregrino en el desierto de la vida: caminar.
            Y ese caminar es la necesaria travesía para llegar a la vida, a la plenitud de la vida. Y es, también, un servicio que prestamos a quienes caminan con nosotros.
            Y caminar sin detenerse: hoy, mañana, siempre, hasta que la muerte sobrevenga para rubricar que, efectivamente, somos “huéspedes y peregrinos de la tierra”.
            Por eso Jesús vuelve hoy a insistir en el tema de la vigilancia cristina, que se va entrelazando con el tema del juicio divino.
            Sobre estas ideas esenciales se desarrolla el mensaje bíblico de este domingo.
            Dos breves comparaciones de Jesús aluden a la necesidad de vigilar constantemente, sobre todo en los momentos más críticos de la vida.
            Cuando el joven dueño de la finca vuelva, avanzada la noche, después de haber celebrado su boda, los criados han de estar atentos para recibirlo con los honores que se merece. La misma vigilancia ha de mantener toda persona que sospeche que puede ser asaltada de noche por un ladrón.
            De la misma manera sucederá con el Hijo del Hombre: llegará como el novio o el ladrón en cualquier momento, en el más crítico, cuando uno menos se lo imagine. Entonces, no queda más remedio que estar preparados. Feliz el hombre que nunca baja su guardia.
            Estar preparados porque Dios va a venir en cualquier momento.
            Este es, pues, el mejor resumen del evangelio de hoy.
            En cualquier momento puede venir el dueño de la finca a tomarnos cuenta. No somos dueños de nada, sólo somos administradores de todo, incluida la vida.
            Dios nos lo ha dado todo para que seamos administradores fieles y prudentes. A quienes caiga en la tentación del administrador necio del evangelio, puede ocurrirle lo que a él.
            El secreto está en vivir con la sensatez de quien tiene en cuenta los valores del Reino. Como veíamos el domingo pasado, el peligro más grande que ve Jesús que puede hacer peligrar esos valores del Reino es el mal uno del dinero, el afán de la riqueza.
            Sólo quien ha descubierto la fraternidad, el amor a Dios, la paz interior, la alegría de saberse amado por Dios, sólo ése antepondrá el Reino de Dios al reino de este mundo.
            Hay muchos pobres, tan terriblemente pobres, que solo tienen dinero, nada más, ni amor, ni alegría, ni paz interior, solo dinero.
            Estos que anteponen el Reino de Dios al reino de este mundo, son pocos, por eso Jesús se refiere a ellos como “pequeño rebaño”.
            Quien no ha tenido un encuentro personal con Dios, sino que vive la fe sociológica que heredó de sus padres, no puede descubrir el Reino.
            La razón de esta afirmación es que el Reino es algo nuevo que trajo Jesús y está, como él dijo, dentro de nosotros porque es la experiencia de un encuentro personal con Jesús a quien experimentamos como nuestro salvador.
            A Cristo tenemos que descubrirlo cada uno, como se descubre a la persona que se ama.
            No se puede servir a dos amos. No se puede encender dos velas una a Dios y otra al mundo. No se puede compaginar dos formas de vida, la cristiana y la que el mundo nos ofrece, representada por ese materialismo que confunde el ser con el tener.
            Jesús nos dice: “Vosotros no sois del mundo, si fuerais del mundo el mundo amaría lo suyo”.
            ¿Hasta cuándo vamos a andar compaginando la doble vida: por un lado, el crucifijo en el pecho, la estampita en la cartera, la vela a este o a aquel santo y, por otro una vida al margen de la voluntad de Dios, expresada solo en Palabras?
            Lo primero es muy fácil, basta dejarse llevar por la sociedad, por el mundo. Vivir conforme a Dios es mucho más difícil y exige una vigilancia, que es la que nos recomienda el evangelio de hoy.
            Es cosa de pocos, A esos pocos, que libremente, se han decidido, el Padre les ha dado el Reino: “No temas pequeño rebaño, porque al Padre le ha parecido bien daros el reino”, eso es lo que esperamos.
            La Eucaristía que celebramos nos ayudará a vivir este estilo cristiano. Cuando el sacerdote dice: Este es el Sacramento de nuestra fe.... Quiere decir: de este sacramento podemos sacar la fe porque en él, si creemos, se nos da el pan del peregrino que nos ayuda en nuestro caminar.
            Hay dos formas de vivir, con la esperanza puesta en dios y con la esperanza puesta en las cosas de aquí abajo. El que adopta la forma de vivir que el evangelio le sugiere, ése vivirá feliz en la tierra y, después, vivirá otra vida en el cielo. “Ven bendito de mi Padre...”.

ENTRA EN TU INTERIOR
LOS NECESITAMOS MÁS QUE NUNCA

Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?
En los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo: mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las llamadas más conocidas dice así: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?
Las dos imágenes son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.
Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora de reaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada.
Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo.
Por eso, hemos de valorar, cuidar y agradecer el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos.
Estos creyentes pueden ser hoy el fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos más que nunca para construir una Iglesia abierta a los problemas del mundo actual, y cercana a los hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

La eucaristía como sacramento, hace presente una realidad que está siempre en nosotros, aunque oculta: la presencia de Dios como don total que me capacita para darme totalmente y alcanzar de ese modo mi plenitud.
Está viniendo siempre, porque está en lo más íntimo de mí mismo, y puedo ir descubriéndolo en cada instante. Cada instante que pasa sin descubrirlo es tiempo perdido.
La eucaristía es el sacramento del amor y la unidad que son la base de todas las posibilidades de ser plenamente humano. El signo que realizamos no añade nada a mi ser, pero lo necesito para descubrir lo que hay en mí.

ORACIÓN

Señor, que nos has puesto como administradores de nuestra vida, danos fortaleza y prudencia necesarias para que, sirviéndote a ti, seamos miembros útiles de la comunidad.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

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domingo, 24 de julio de 2016

31 DE JULIO: XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


"Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes"
31 DE JULIO
DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23
"¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?"
Salmo 89
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-5.9-11
"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba..."
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 12,13-2
"En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia". Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?". Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha". Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te va a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios".
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
"En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
REFLEXIÓN
            En los domingos anteriores, se nos ha puesto de relieve la importancia de la escucha confiada de la palabra de Jesús y de la oración frente al acoso de las preocupaciones diarias.
            Hoy, continuando con esta tónica, las lecturas bíblicas insisten sobre el peligro de las riquezas, un tema favorito de Lucas.
            Es Lucas el evangelista que más que ningún otro, tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, subraya constantemente el peligro que entraña para la vida de la fe y para la comunidad cristiana el apego a las riquezas y el afán de lucro.
            El evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.
            Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó- no había sido enviado para ser juez o árbitro de conflictos económicos, jurídicos o sociales.
            Sin forzar el significado de este hecho, resulta evidente, a la luz de lo que hemos reflexionado en los domingos anteriores sobre la misión de Jesús y de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a Jesús y lo que debe mover a la Iglesia: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás, se os dará por añadidura”.
            Este breve episodio sirve de introducción al tema general de la codicia como obstáculo para el Reino de Dios. Jesús ha venido con una misión determinada, que es el anuncio de la buena noticia o evangelio.
            Las demás preocupaciones del hombre no le son ajenas, por supuesto, pero no entran en lo esencial de su misión, como tampoco es competencia de la Iglesia el legislar en cuestiones políticas o económicas.

            La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse de la codicia, nos da el criterio del Reino de Dios frente a la posible adquisición de bienes, vengan éstos por herencia o por trabajo personal.
            Por eso Jesús contrapone dos tipos de riquezas: la riqueza que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la riqueza del hombre en sí mismo que emplea todo cuanto tiene al servicio de la riqueza del espíritu, y que vale por lo que es y no por lo que tiene.
            El conocido texto de la segunda lectura –de hondas resonancias pascuales- contrapone, por su parte, los bienes de arriba y los bienes de abajo, de acuerdo con la simbología que contrapone los valores trascendentes e imperecederos con los intrascendentes y perecederos.
            Desde un sentido antropológico y religioso, el sentido del mensaje de Jesús es claro: de poco vale hacer grandes proyectos exclusivamente volcados en la acumulación de bienes, si cuando llegue la hora decisiva el hombre se encuentra vacío interiormente y con las manos vacías ante Dios.
            El texto pone ante nuestros ojos la cuestión, siempre temible y seria, del sentido de la vida.
            Hablamos del sentido de la vida, o sea, de la dirección fundamental, de su orientación, de eso hacia lo que tiende y camina.
            El sentido de la vida es lo que, al fin y al cabo, justifica este duro caminar por el desierto, sufriendo el cansancio y el trabajo, luchando y sufriendo, estudiando, comprando o vendiendo.... Y es ese sentido lo que da un valor humano no sólo a los bienes que poseamos sino a cualquier actividad que realicemos.
            Es desde este sentido de la vida como el hombre se enriquece interiormente, dejando de ser –como decíamos en domingos anteriores- una máquina de hace o tener cosas para transformarse en un ser creador y consciente de sí mismo y de su futuro.
            Los cristianos afirmamos que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: “Para mí, la vida es cristo”.
            Es Jesucristo con su modo de obrar, con su mensaje y en esa orientación constante hacia el Reino de Dios, el que da sentido a nuestra vida.
            Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro.
            Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y al servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de amar al prójimo como a uno mismo.
            En fin, que, si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere y necesita.
            Más la experiencia nos indica qué difícil es conjugar la tenencia de bienes y riquezas con el espíritu de solidaridad y justicia.
            Desafío para todo hombre es saber utilizar con sabiduría sus bienes a fin de que sean medios o instrumentos de su perfección personal y del bien comunitario.
            Los bienes que tan fácilmente pueden perderse no han de ser los bienes mejor apreciados, ni son los más preciosos.
            No tener a Dios como supremo bien, hace inútiles todos los bienes que se tengan.
            Poner en algo que no sea Dios la razón de la felicidad, es arriesgarse a perderla; no podrá asegurar sus bienes ni una noche siquiera quien no se asegura de que Dios es su Bien.
            La necedad del que tiene muchos bienes, pero olvida a Dios, es siempre mayor que sus graneros; porque deja llenar su vida de cuanto aún no se posee.
            Dejarse poseer por lo que puede uno tener todavía lleva a perder lo que desde siempre se tuvo, a Dios, a su generosidad, a su misericordia, a su gracia y a su salvación.
            “Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
            No sigáis engañándoos unos a otros.
            Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo”.
ENTRA EN TU INTERIOR
CONTRA LA INSENSATEZ
            Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
         En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
            Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
            El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar: “túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
            Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
            En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano:” los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
            Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
            Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Los cristianos afirmamos genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: "Para mí, la vida es Cristo". Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso del evangelio de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y a servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de "amar al prójimo como a uno mismo".
            En fin, que, si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere. Para eso, antes que nada, conscientes de que las cosas no cambian solas, sino que hay que hacerlas cambiar, comenzar por cambiar nuestro corazón, por cambiar el deseo de tener, por el ideal de compartir.
            Hermanos: "Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo."
            El apóstol Pablo nos invita hoy a centrar nuestra celebración litúrgica en la consideración de lo que es esencial en nuestra vida, para que todo lo que hagamos esté regido por el testimonio y las palabras de Jesucristo que "es la síntesis de todo y está en todos".
ORACIÓN
            Señor, que nos has resucitado con Cristo, haz que, buscando los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha, aspiremos a los bienes que nos enriquecen interiormente y que crean en el mundo un orden de paz y de justicia.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Pan del cielo para todos.

31 DE JULIO: XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes"
31 DE JULIO
DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Eclesiastés 1,2; 2,21-23
"¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?"
Salmo 89
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-5.9-11
"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba..."
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 12,13-2
"En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia". Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?". Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha". Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te va a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios".
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
"En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
REFLEXIÓN
            En los domingos anteriores, se nos ha puesto de relieve la importancia de la escucha confiada de la palabra de Jesús y de la oración frente al acoso de las preocupaciones diarias.
            Hoy, continuando con esta tónica, las lecturas bíblicas insisten sobre el peligro de las riquezas, un tema favorito de Lucas.
            Es Lucas el evangelista que más que ningún otro, tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, subraya constantemente el peligro que entraña para la vida de la fe y para la comunidad cristiana el apego a las riquezas y el afán de lucro.
            El evangelio nos trae un caso real y una parábola que generaliza el caso.
            Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó- no había sido enviado para ser juez o árbitro de conflictos económicos, jurídicos o sociales.
            Sin forzar el significado de este hecho, resulta evidente, a la luz de lo que hemos reflexionado en los domingos anteriores sobre la misión de Jesús y de sus discípulos, que es solamente el interés del Reino de Dios lo que mueve a Jesús y lo que debe mover a la Iglesia: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás, se os dará por añadidura”.
            Este breve episodio sirve de introducción al tema general de la codicia como obstáculo para el Reino de Dios. Jesús ha venido con una misión determinada, que es el anuncio de la buena noticia o evangelio.
            Las demás preocupaciones del hombre no le son ajenas, por supuesto, pero no entran en lo esencial de su misión, como tampoco es competencia de la Iglesia el legislar en cuestiones políticas o económicas.

            La parábola de Jesús que explica por qué hay que cuidarse de la codicia, nos da el criterio del Reino de Dios frente a la posible adquisición de bienes, vengan éstos por herencia o por trabajo personal.
            Por eso Jesús contrapone dos tipos de riquezas: la riqueza que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la riqueza del hombre en sí mismo que emplea todo cuanto tiene al servicio de la riqueza del espíritu, y que vale por lo que es y no por lo que tiene.
            El conocido texto de la segunda lectura –de hondas resonancias pascuales- contrapone, por su parte, los bienes de arriba y los bienes de abajo, de acuerdo con la simbología que contrapone los valores trascendentes e imperecederos con los intrascendentes y perecederos.
            Desde un sentido antropológico y religioso, el sentido del mensaje de Jesús es claro: de poco vale hacer grandes proyectos exclusivamente volcados en la acumulación de bienes, si cuando llegue la hora decisiva el hombre se encuentra vacío interiormente y con las manos vacías ante Dios.
            El texto pone ante nuestros ojos la cuestión, siempre temible y seria, del sentido de la vida.
            Hablamos del sentido de la vida, o sea, de la dirección fundamental, de su orientación, de eso hacia lo que tiende y camina.
            El sentido de la vida es lo que, al fin y al cabo, justifica este duro caminar por el desierto, sufriendo el cansancio y el trabajo, luchando y sufriendo, estudiando, comprando o vendiendo.... Y es ese sentido lo que da un valor humano no sólo a los bienes que poseamos sino a cualquier actividad que realicemos.
            Es desde este sentido de la vida como el hombre se enriquece interiormente, dejando de ser –como decíamos en domingos anteriores- una máquina de hace o tener cosas para transformarse en un ser creador y consciente de sí mismo y de su futuro.
            Los cristianos afirmamos que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: “Para mí, la vida es cristo”.
            Es Jesucristo con su modo de obrar, con su mensaje y en esa orientación constante hacia el Reino de Dios, el que da sentido a nuestra vida.
            Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro.
            Siguiendo con el caso de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y al servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de amar al prójimo como a uno mismo.
            En fin, que, si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere y necesita.
            Más la experiencia nos indica qué difícil es conjugar la tenencia de bienes y riquezas con el espíritu de solidaridad y justicia.
            Desafío para todo hombre es saber utilizar con sabiduría sus bienes a fin de que sean medios o instrumentos de su perfección personal y del bien comunitario.
            Los bienes que tan fácilmente pueden perderse no han de ser los bienes mejor apreciados, ni son los más preciosos.
            No tener a Dios como supremo bien, hace inútiles todos los bienes que se tengan.
            Poner en algo que no sea Dios la razón de la felicidad, es arriesgarse a perderla; no podrá asegurar sus bienes ni una noche siquiera quien no se asegura de que Dios es su Bien.
            La necedad del que tiene muchos bienes, pero olvida a Dios, es siempre mayor que sus graneros; porque deja llenar su vida de cuanto aún no se posee.
            Dejarse poseer por lo que puede uno tener todavía lleva a perder lo que desde siempre se tuvo, a Dios, a su generosidad, a su misericordia, a su gracia y a su salvación.
            “Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
            No sigáis engañándoos unos a otros.
            Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo”.
ENTRA EN TU INTERIOR
CONTRA LA INSENSATEZ
            Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
         En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
            Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
            El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar: “túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
            Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
            En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano:” los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
            Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
            Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Los cristianos afirmamos genéricamente que Jesucristo da sentido a nuestra vida, o, como decía Pablo: "Para mí, la vida es Cristo". Sin embargo, no basta esta genérica expresión para que las cosas cambien mucho. Se necesita la reflexión de cada uno para preguntarse si se refiere al Cristo del Evangelio, por un lado, y para ver qué implica vivir hoy y aquí conforme a Cristo, imagen del Padre y prototipo del hombre nuevo, por otro. Siguiendo con el caso del evangelio de hoy, podríamos preguntarnos qué debiera hacerse para que tanto los bienes materiales, como los culturales, artísticos, científicos, etc., constituyan un bien de toda la humanidad y a servicio del crecimiento de cada hombre, como una forma práctica y concreta de vivir aquello de "amar al prójimo como a uno mismo".
            En fin, que, si sacáramos todas las consecuencias de estas breves reflexiones evangélicas, tendríamos motivo suficiente para afirmar nuestra confianza en la proyección humana del Evangelio y para iniciar ese cambio que nuestra sociedad tanto requiere. Para eso, antes que nada, conscientes de que las cosas no cambian solas, sino que hay que hacerlas cambiar, comenzar por cambiar nuestro corazón, por cambiar el deseo de tener, por el ideal de compartir.
            Hermanos: "Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo."
            El apóstol Pablo nos invita hoy a centrar nuestra celebración litúrgica en la consideración de lo que es esencial en nuestra vida, para que todo lo que hagamos esté regido por el testimonio y las palabras de Jesucristo que "es la síntesis de todo y está en todos".
ORACIÓN
            Señor, que nos has resucitado con Cristo, haz que, buscando los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha, aspiremos a los bienes que nos enriquecen interiormente y que crean en el mundo un orden de paz y de justicia.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

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