“Mis ovejas escuchan mi
voz, y yo las conozco y ellas me siguen…”
8 DE MAYO
IV DOMINGO DE PASCUA
(DOMINGO DEL BUEN
PASTOR)
JORNADA PONTIFICIA
MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
1ª Lectura: Hechos
13,14.43-52
Salmo 99; Somos su
pueblo y ovejas de su rebaño.
2ª Lectura: Apocalipsis
7,9.14-17
PALABRA DEL DÍA
Juan 10,27-30
“Dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las
conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para
siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera
a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos
unos”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me
siguen,
y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las
arrebatará jamás de mi mano.
Aquello que el Padre me ha dado lo superará todo, y
nadie puede arrebatarlo de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos una sola cosa.”
REFLEXIÓN
Los textos del tiempo pascual continúan volviendo nuestros
ojos hacia el surgimiento y expansión de la comunidad cristiana, nacida
precisamente con Cristo resucitado.
Pero este nacimiento y esta expansión no tienen nada de
mágico, sino que constantemente responden tanto a un designio misterioso del
Padre, cuyos caminos desconocemos, como a determinadas contingencias humanas
que condicionan el crecer de la Iglesia.
Los textos que hoy comentamos nos plantean con suficiente
crudeza esta realidad de la comunidad cristiana, que, si se siente asida de la
mano del Padre, también está enraizada en una experiencia histórica que puede
posibilitar o dificultar sus pasos por el mundo.
El texto del evangelio de Juan tendría que ser como una
especie de telón de fondo de toda la actividad de la comunidad eclesial, como
un punto de referencia constante para evitar peligrosas distorsiones o
malentendidos. Jesús se presenta como el Pastor de la comunidad de los
discípulos, pastor que está en íntima relación con el Padre: “Yo y el Padre
somos uno”.
Lo interesante del texto es que Jesús no especifica quiénes
son sus ovejas, pero sí que sus ovejas escuchan su voz y lo siguen; él, por su
parte, las conoce íntimamente y da la vida por ellas.
Si el domingo pasado
veíamos el carácter institucional de la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro,
el Pedro del amor, el texto de hoy sale al paso de cualquier tipo de
cristianismo basado puramente en prioridades institucionales o jurídicas. En
efecto, son discípulos de Jesús aquellos que verdaderamente escuchan su voz, es
decir, que cumplen y viven el mandato liberador del Padre revelado en
Jesucristo.
Más importante que los lazos institucionales y visibles, son
los estrechos lazos íntimos que unen al creyente con Cristo. Jesús no parece
dejarse engañar por las apariencias, ya que sabe lo que pasa en el corazón del
hombre.
El conoce a los suyos con una mirada interior, profunda, mezcla de conocimiento y de amor.
ENTRA EN TU INTERIOR
ESCUCHAR SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS
La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro
del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con
aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su
falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista
dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a
explicarles qué significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más
esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen».
Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo
esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.
Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús.
Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva
en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús
en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo
en una ocasión que “la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo
ha de correr siempre agua fresca”. En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos
de hacer correr el agua fresca de Jesús.
Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo
progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de
una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes,
comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro
de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús,
nuestro único Señor.
Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús.
Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una “religión
burguesa” que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o
aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a
Jesús.
La aventura consiste en creer lo que el creyó, dar
importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la
defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres
para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a
la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.
Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden
encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de
manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará
ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El evangelio de hoy puede quedar una vez más en una hermosa
frase, más o menos poética, si no surge hoy el compromiso de preguntarnos por
esa voz de Cristo que tenemos que escuchar y cumplir para llamarnos sus
discípulos. Si no conocemos a Jesucristo, tampoco podremos ser reconocidos por
él porque podrá pasar delante de nuestras narices sin que nos demos cuenta. No
basta que él nos conozca o nos quiera reconocer como sus llamados; un diálogo
necesita la inter-relación, el encuentro de dos, la experiencia mutua de dos
que se conocen, que se quieren y que se comprometen a algo en común.
“Yo y el Padre somos uno”, dijo Jesús. Y esa comunión
perfecta de amor, conocimiento y experiencia, es puesta como modelo de la
relación del discípulo con Cristo.
Hay quien consagra su
vida íntegramente a la entrega y el servicio, en los distintos campos de la
“pastoral”, los trabajos del pastor. Quieren vivir como Cristo pastor y
confirmar su misión entre nosotros. Importan los distintos servicios, desde la
palabra a los sacramentos, desde la educación a las humildes obras de misericordia.
Pero importa, sobre todo, la caridad pastoral, la manera como se hacen las
cosas, el amor que se pone en ello, la capacidad para renunciar y el
sacrificio, hasta dar la vida, si es preciso, por los demás. Esta caridad
pastoral elige preferentemente a los pobres. Así lo hacía el Buen Pastor.
Expliquemos el evangelio a los niños
Imagen de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear
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