domingo, 27 de marzo de 2022

3 DE ABRIL: QUINTO DOMINGO DE CUARESMA.

 


“El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra…”

3 DE ABRIL

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: Isaías 43,16-21

Yo realizaré algo nuevo y daré de beber a mi pueblo.

Salmo 125

El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

2ª Lectura: Filipenses 3,8-14

Todo lo considero como basura,

con tal de asemejarme a Cristo en su muerte.

PALABRA DEL DÍA

Juan 8,1-11

“Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “el que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”.

Versión para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús fue al monte de los Olivos.

Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.

Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,

dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.

Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".

Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.

Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".

E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.

Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,

e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".

Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

REFLEXIÓN

En la recta final ya de nuestro itinerario cuaresmal, las lecturas de hoy nos hablan de novedad, de renovación, de caminar adelante con esperanza. Es la alegría de la Pascua, de la vida nueva, que vislumbramos ya al final del camino. Muy apropiada en este sentido es la 1ª lectura, en la que el profeta Isaías anuncia el retorno del exilio: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?”. En medio del desierto y de la soledad, el Señor abrirá un camino, ríos en el yermo, para que avance y beba su pueblo. El salmo evoca también esta vida renovada: no es un sueño, es una realidad. Los llantos y las lágrimas se han convertido en alegría, gritos y risas. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. También nosotros avanzamos por un camino que a menudo comporta cruz, pero con la esperanza de la resurrección. Es el camino de Jesús, el camino de la muerte a la vida que también nosotros nos disponemos a compartir, incorporados a él.

Otra vez un evangelio, que nos habla de la misericordia de Dios. El estilo de Dios, bien representado en Jesús, es completamente distinto que el de los escribas y los fariseos. Para ellos, todo eran acusaciones, murmuraciones, rencores, insidias, legalismos, condenas… Por dos veces dice que Jesús se inclinó y escribía con el dedo en el suelo. Es una imagen significativa de la actitud de Jesús, que “pasa” de aquella gente, a los que ni quiere escuchar. Para Jesús, lo único importante es la persona: liberarla, perdonarla, salvarla. Jesús da la vuelta a los argumentos de los fariseos: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, Evidentemente, todos se fueron escabullendo, “empezando por los más viejos”. Los acusadores se han convertido en acusados.

Aquellos que condenaban a la mujer pecadora, los que la querían matar lapidándola, lo decían y lo querían hacer en nombre de la Ley de Moisés, o sea, en nombre de su fe, de su religión, en definitiva en nombre de Dios. Y este tema tiene una gran actualidad, ya que hoy en día seguimos viendo grupos extremistas, fanáticos que matan en nombre de Dios, en nombre de la religión que sea, en nombre de una pretendida justicia divina. Es evidente que esto no puede ser. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva.

El texto del evangelio contrapone una vez más dos espíritus y dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la ley y el amor; o, como dice Pablo, “la justicia que viene de los hombres con la que viene de la fe de Cristo, la que viene de Dios…”.

Aparentemente Jesús está entre la espada y la pared. Se lo arrincona contra la ley para que opte ciegamente por ella condenando así a una mujer adúltera. “Debes elegir –se le dice- entre salvar la ley o salvar al pecador.” Jesús no duda un instante y opta por el hombre, así sea un hombre pecador y enfermo. El resto es fácil de comprender: los garabatos en la tierra, el desafío que ahora él mismo lanza a sus acusadores para que dejen correr la ley y apedreen, si así les place, a la mujer; la desbandada general de los “justos”, el silencio de la mujer.

El final es simple y tierno: una mujer pecadora “se levanta” y comienza a recorrer el camino de la libertad, libre de la ley y libre del pecado. Ya no caben dudas: lo nuevo está brotando…

Jesús subraya fuertemente la auténtica actitud del cristiano: condenar el pecado (“en adelante no peques más”) y salvar al pecador (“tampoco yo te condeno”).

De ninguna manera es blando ante el pecado, pues éste destruye y esclaviza al hombre, y, por lo mismo, debe ser denunciado y destruido dentro del mismo hombre. Desgraciadamente la palabra “pecado” ya poco nos dice y, en todo caso, viene cargada con recuerdos de un viejo catecismo fundado en el cumplimiento de normas y preceptos, con sanciones y castigos, y la imagen de un Dios justiciero y terrible.

Pero a falta de otra palabra más adecuada, descubrimos con el evangelio que “pecado” significa todo aquello que atenta contra nuestra dignidad de hombres. El pecado nos impide crecer y madurar, nos avergüenza y humilla. Envidia, celos, agresión, delación, violencia, perversiones, injusticias, odio…, son todas facetas de una misma y única realidad que corroe el corazón del hombre, anula sus proyectos y destruye su historia.



ENTRA EN TU INTERIOR

Una vez que Jesús ha sopesado bien la carga, ahora se dispone a quitársela a la mujer. Jesús miró ahora a la mujer asustada y agobiada. Mira a la mujer con toda la fuerza de su amor misericordioso. Ella comprendió; enseguida dejó de llorar, dejó de temer. Y empezó a sentirse aliviada.

Entonces Jesús, el único que podía haber tirado la piedra, cuando ya estaba la mujer sola, dijo bien alto, para que oyeran todos, también los ausentes, también los hombres de todos los siglos: “Mujer, yo tampoco te condeno”. Una palabra liberadora, una palabra misericordiosa, una palabra del cielo. Y la mujer empezó otra vez a llorar, pero de emoción y alegría. Y empezaría a entonar un canto agradecido a la misericordia.

No es difícil imaginar las consecuencias que hubiera tenido una sentencia condenatoria de Jesús contra la mujer, si le hubiera tirado alguna piedra. Todo fanatismo, toda crueldad, toda inquisición, toda pena de muerte, todo terrorismo político, toda guerra religiosa, hubieran sido justificados.

“Yo tampoco te condeno”. Ya había confesado Jesús que no había sido enviado “para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). No ha venido a castigar pecadores, sino a salvarlos. En cuanto a los pecados, él cargará con todos.

Esta palabra es el triunfo de la misericordia, una verificación de la enseñanza del hijo pródigo. Si el Padre castigaba con besos y banquetes, Cristo castigaba quitando condenas. Ni el Padre ni Cristo pedían cuentas. Las cuentas todas las pagará Cristo. Y es una palabra novedosa: no tanto el amor a la ley, sino la ley del amor.

ORA EN TU INTERIOR

Jesús quería a los pecadores, no al pecado. El pecado es en sí mismo un castigo. “El que comete pecado es un esclavo”, dirá Jesús un poco más adelante (Jn 8,34). No hace falta que nadie le condene, él mismo se condena. Todo pecado origina dependencia y tristeza. Y Jesús nos quiere libres y dichosos. Así, hace a la mujer una corrección fraterna. La corrección es buena, si nace del amor; buena y necesaria.

Seguro que la mujer aprendió bien la lección, no tanto por el peligro, sino porque miró los ojos de Jesús, como le pasó a Pedro.

Y de lo que sí estamos ciertos es que esa mujer jamás, jamás se atrevería a condenar a nadie. Aprendió de Jesús a ser humilde, a comprender a los demás, a no juzgar ni condenar. Nunca se atrevería a tirar piedra alguna. Aprendió en Jesús la misericordia.

ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, compasivo y misericordioso, defensor de los débiles y salvador de los pecadores. Aleja de mi corazón todo juicio y condenación. Hazme participe de tu compasión. Y ábreme el oído: “Anda y en adelante no peques más, porque puedes poner en peligro tu fe”.

Expliquemos el evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO.



 

 


domingo, 20 de marzo de 2022

27 DE MARZO: CUARTO DOMINGO DE CUARESMA.

 


”Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre,

he pecado contra el cielo y ante ti;

ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

27 DE MARZO

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(DOMINGO LAETARE)

(Al igual que en el Domingo 3º, cuando hay catecúmenos se pueden

escoger las lecturas del 4º Domingo de Cuaresma del Ciclo A)

1ª Lectura: Josué 5,9-12

El pueblo de Dios celebró la Pascua

Al entrar en la tierra prometida.

Salmo 33:

Gustad y vez qué bueno es el Señor.

2ª Lectura: 2 Corintios 5,17-21

Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo.

PALABRA DEL DÍA

Lucas:  15,1-3.11-32

“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio  y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.

El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.

El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.

Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.

Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".

Jesús les dijo entonces esta parábola:

Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.

El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.

Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.

El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!

Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;

ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.

Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,

porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.

Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.

El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.

El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,

pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.

¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.

Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.

Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.

REFLEXIÓN

La parábola del hijo pródigo es una página bellísima y consoladora. Se retratan las miserias humanas y se define la respuesta de Dios a tantas miserias.

El hijo pródigo es el hombre que busca fuera lo que tenía que encontrar dentro, que mendiga en la ciudad lo que le sobra en casa.

La insatisfacción le fuerza a una carrera alocada. Rompe todos los lazos, que a él le parecían frenos y ataduras, pero que, a la verdad, eran cuerdas de amor y cauces de superación. No sólo rompe con la familia -¡esa maravilla de padre, que era también madre!-, sino que profana las relaciones familiares, mercantilizándolas, convirtiéndolas en derechos y obligaciones –“¡Dame lo que me toca!”.

Después, por la insatisfacción, se entrega al consumismo desenfrenado, pero siempre más insatisfecho, siempre más vacío, siempre más triste. Porque ni las cosas, por muy placenteras que sean, ni las personas convertidas en objetos, en cosa, dan felicidad o libertad. Producen desencanto, hastío o vacío y dependencia. La imagen del hijo convertido en porquero, hambriento de algarrobas, le retrata perfectamente. A la larga desearía convertirse en puerco.

Nos hace falta hablar de la actualidad de esta miseria. Este muchacho insatisfecho se integraría perfectamente en nuestra sociedad de consumo, en nuestras movidas, en nuestras fiestas y diversiones. Podría terminar siendo un transeúnte desintegrado, un delincuente, un drogadicto, un fanático de cualquier causa o cualquier ídolo.

Yo soy también hijo pródigo cuando vivo volcado hacia fuera, cuando no sé encontrarme a mí mismo, cuando me olvido de la razón de mi vida, cuando no busco a Dios, cuando pienso sólo en divertirme, cuando gasto demasiado, cuando dedico demasiado tiempo a lo superfluo, cuando no me comprometo en el trabajo y en el servicio. Acuérdate de la parábola de los pozos, los que se esforzaban por cultivar y llenar el brocal y se olvidaban de su razón de ser, del agua y del manantial.

El Padre es el sol de la misericordia, del perdón y de la acogida. El Padre es ciertamente el centro de la historia, es un sol que ilumina todo el cuadro. Toda una serie de cualidades y actitudes paterno-maternas que conmueven. Quizá sea ésta, entre todas las palabras (nombres, verbos, adjetivos) que podemos aplicarle, la que mejor le define: el que se conmueve y el que nos conmueve. Es el hombre de la pasión, de las entrañas, del corazón: el corazón conmovido ante la miseria.

Podemos destacar unas cuantas actitudes conmovedoras:

Respeta: No ata al hijo que se quiere marchar, ni le amenaza. Conoce y comprende al hijo y sabe que tiene que ser él mismo, que debe madurar por sí mismo, que debe aprender en la escuela de la vida. El amor no esclaviza, no es absorbente.

Sufre: El respeto o la tolerancia no le lleva a la indiferencia. La marcha del hijo le produce un desgarrón sangrante;  herida abierta, más dolorosa cada día que pasa. Se preguntaría el porqué. Se culpabilizaría: tal vez no había sabido tratarle, tal vez lo había olvidado en algún momento, tal vez no había dialogado con él lo bastante.

 

Espera: El sufrimiento no le lleva a la depresión y el desencanto. Si el hijo ha roto con él, él no quiere romper con el hijo. No dice: se acabó. No. Él sigue confiando en el hijo. Espera que algún día su hijo resucite, se impongan sus buenos principios, el milagro. El amor espera sin límites. Y es una esperanza activa, vigilante. Su corazón envía mensajes constantes al hijo, y abre la ventana y sale al camino. El amor siempre vigila y espera.

Acoge: El hijo pródigo, por fin, cuando se encontraba en una situación lamentable, decide el retorno a la casa paterna, añorando los valores que antes despreciaba o no valoraba lo suficiente. Le mueve el hambre, pero le mueve más el recuerdo y el amor del padre. El hijo desanda el camino libremente, pero es el padre quien tira de él. El padre lo presiente, el amor no se equivoca. Sale a su encuentro. “Cuando estaba todavía lejos, su padre lo vio”, ¡Sólo se ve bien con el corazón! “Y se conmovió”: palabra clave, núcleo de toda la historia.

Perdona: Pero hablar de perdón es poca cosa. No sólo perdona y olvida, sino que se conmueve, se alegra, danza interiormente, hace fiesta. No es un perdón, es una resurrección, “estaba muerto y ha revivido”. No sólo perdona, sino que dignifica, devuelve al hijo miserable toda su grandeza y sus derechos: el vestido, el anillo, las sandalias, el banquete; como el verdadero hijo que ha vuelto a encontrar.

Este padre es una fotografía de Dios, y es una versión poética, dramática, de lo que hacía Jesús con los pecadores.



ENTRA EN TU INTERIOR

TODA UNA LECCIÓN DE SEGUIMIENTO

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del “padre bueno”, mal llamada “parábola del hijo pródigo”. Precisamente este “hijo menor” ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del “hijo mayor”, un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: “se indignó y se negaba a entrar” en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde “trata de persuadirlo” para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El “hijo mayor” es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

La parábola del padre bueno es una bella descripción del ser de Dios. La parábola sale de los labios de Jesús ante la dureza y severidad de los fariseos y los maestros de la ley al advertir que los cobradores de impuestos y otros pecadores se acercaban a él para escucharlo. Reprueban la actitud de Jesús porque los acoge y porque incluso tiene la osadía de comer con ellos. Para Jesús, las personas siguen siendo personas, aunque estén marginadas por la sociedad. Para los fariseos, algunas personas dejan de serlo porque no entran en el grupo de los buenos.

Dios lo único que no puede dejar de hacer es amar. Si no amara, no sería Dios. Nuestra mentalidad queda totalmente desbordada anta la grandeza de este amor. Y tenemos tendencia a poner diques a la inmensidad de Dios. Entonces, tal vez con buena intención, le decimos que sus caminos ciertamente no son nuestros caminos y que se equivoca. Nos creemos, a veces, autorizados a enmendarle la plana. ¡Cuántas veces, hermanos y hermanas, hemos hecho el papel del hijo mayor de la parábola!

Dios, en Jesucristo, nos ha revestido con su propio traje de gala; el amor. Nos ha reconciliado de una vez para siempre. Nos ha calzado con las sandalias de la libertad de los hijos para que nada ni nadie nos esclavice. Nos ha colocado el anillo de su alianza en un amor imperecedero.

Éste es el cristiano que, ligero de equipaje, tan sólo provisto de la certeza de que Dios lo ha reconciliado con él de una vez para siempre, prosigue en su camino cuaresmal afianzado en su fe en un Dios de misericordia y espoleado por una esperanza de amor sin límites. Y todo ello se hace realidad en un compromiso más sincero de armonía interior, de acogida fraterna y de trato filial con Dios.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO.




domingo, 13 de marzo de 2022

20 DE MARZO: TERCER DOMINGO DE CUARESMA.

 


“Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol,

 a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

20 de Marzo

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA

(Puede elegirse las lecturas del Ciclo A, sobre todo

si hay catecúmenos que van a recibir

el Bautismo)

1ª Lectura: Éxodo 3,1-8.11-15

“Yo soy” me envía a ustedes

Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso.

2ª Lectura: 1 Corintios 10,1-6.10-12

La vida del pueblo escogido, con Moisés en el desierto,

es una advertencia para nosotros

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 13,1-9

“Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no, y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues os  digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Y les dijo esta parábola: ·Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.

El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?

Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.

Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.

Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.

Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".

REFLEXIÓN

Dios es paciente. Moisés, que algo conocía sobre el nombre y la naturaleza de Dios, no se cansa de reconocerlo y de invocarle con este título: “Lento a la cólera y rico en amor y fidelidad”. Dios es paciente y misericordioso. La paciencia es hija del amor misericordioso y de la esperanza.

¡Qué paciencia la de Dios con su pueblo! ¡Qué paciencia la de Dios con nosotros! Una paciencia infinita, porque infinita es su misericordia. La paciencia es una de las joyas más brillantes de la corona divina. Por eso perdona una y mil veces. Perdona siempre. Espera un día y otro. Espera siempre.

Jesús nos enseñó hermosamente este misterio de la paciencia y del perdón de Dios. Nos lo enseñó con parábolas, como la cizaña, el hijo pródigo, y con su ejemplo: con el pueblo, con sus discípulos, con sus enemigos. Es el Siervo de Yahvé que “no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo vacilante”.

Jesús, ante la creencia de que las desgracias de aquellos galileos que Pilatos había ejecutado o las diecinueve personas que habían fallecido en Jerusalén al derrumbarse la torre de Siloé, eran consecuencia de su propio, pecado, les asegura que no. No eran ni mejores ni peores que los demás. La rectitud de las personas es fundamentalmente un trabajo interior. Es lo que comúnmente llamamos conversión. Se basa en la fe y en la esperanza y se manifiesta, como frutos en sazón, en la oración confiada y amorosa, en la entrega  desinteresada y cordial, en la sobriedad y libertad persona.

De una manera particular, este tiempo de Cuaresma es el tiempo oportuno para seguir cavando, a nivel personal y comunitario, nuestra propia tierra, abonarla con sentimientos, palabras y obras de misericordia y de paz, y convertirnos así en mensajeros de resurrección a nuestro alrededor.  


                               

ENTRA EN TU INTERIOR

NO BASTA CRITICAR

Si no os convertís, todos pereceréis.

No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.

Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad.

Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.

Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida.

Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección.

Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.

Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano.

Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: «Si no os convertís, todos pereceréis».

Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.

No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás. No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado.

Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los «slogans» y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Señor, tu solicitud por mi salvación, por mi felicidad, no tiene medida. Tampoco la tiene mi despreocupación. Si otros hubieran recibido de ti tantos beneficios, te serían fieles. ¡Conviérteme, Señor, y me convertiré a ti! No quiero parecer y estar lejos de ti, sin vida, sin fe.

Expliquemos el Evangelio a los niños

Imagen de Patxi Velasco FANO




domingo, 6 de marzo de 2022

13 DE MARZO: SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA.

 


“Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.

13 DE MARZO

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

1ª Lectura: Génesis 15,5-12.17-18

Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación.

2ª Lectura: Filipenses 3,17 – 4,1

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 9,28-36

“Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De pronto dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle”. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús sólo. Ellos guardaron silencio y, por el momento no contaron a nadie nada de lo que habían visto”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.

Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías,

que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". El no sabía lo que decía.

Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor.

Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo".

Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto”.

REFLEXIÓN

El Evangelio de hoy, vuelve a recordarnos uno de los aspectos de nuestra “hoja de ruta” en esta cuaresma: la oración. Oramos porque Jesús oró. Y ¡ojalá que oráramos como Jesús oraba! Él se retira a la montaña, al silencio, para orar. Pero se lleva a tres apóstoles. Mientras Jesús tiene una experiencia particular del sentido de su vida y de su muerte, los apóstoles duermen profundamente. Una escena curiosa que recuerda la de Getsemaní cuando Jesús, en oración, ve inminente su muerte. Los apóstoles también duermen. En la primera escena Jesús se siente transfigurado ante el sentido de su entrega. En la segunda, padece la cercanía del desenlace. De ambas, Jesús sale reforzado interiormente y con una entrega sin fisuras. Regresa al valle de la vida ordinaria o afronta sereno la llegada de los que le conducirán a la muerte.

Los apóstoles están fuera de lugar. Será necesaria la experiencia de Jesús resucitado para que se comporten de una manera más coherente. También nuestra oración debe ser todas estas cosas: claridad y sentido para tantos acontecimientos de nuestra vida, pero también tensión y angustia en momentos críticos. Si nuestra oración acaba, al final, en un acto de confianza en Dios, saldremos con determinación de todo tipo de situaciones.



ENTRA EN TU INTERIOR

ESCUCHAR SOLO A JESÚS

La escena es considerada tradicionalmente como "la transfiguración de Jesús". No es posible reconstruir con certeza la experiencia que dio origen a este sorprendente relato. Sólo sabemos que los evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.

En un primer momento, el relato destaca la transformación de su rostro y, aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como representantes de la ley y los profetas respectivamente, sólo el rostro de Jesús permanece transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.

Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que  a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón.

La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de Jesús: «Éste es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.

Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las comunidades cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar al resto de los libros bíblicos.

Hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: el impacto causado por Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Son "relatos de conversión" que invitan al cambio, al seguimiento a Jesús y a la identificación con su proyecto.

Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en esa actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Nosotros no podemos dormirnos. Porque ya vivimos con la presencia de Cristo resucitado en nuestra vida personal y en la vida de la Iglesia. Ni podemos caer en la comodidad de hacer lo que nos es más fácil y satisfactorio. Nuestro lema nos lo ofrece el mismo Dios: escuchar a su propio Hijo en los momentos de oración en el Tabor y en los quehaceres en el valle de la vida cotidiana.

Que él aumente nuestra fe y nuestra esperanza para continuar resueltamente nuestro itinerario hacia la Pascua. Jalonemos, pues, nuestra semana de resurrección.

Expliquemos el Evangelio a los niños

Imagen de Patxi Velasco FANO