"Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan
está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.
29 DE AGOSTO
DOMINGO XXII DEL TIEMPO
ORDINARIO (B)
Primera Lectura:
Deuteronomio 4,1-2.6-8
No añadirán nada a lo
que les mando… Cumplan los mandamientos del Señor.
Salmo 14: “Señor,
¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Segunda Lectura:
Santiago 1,17-18.21-22.27
Pongan en práctica la
palabra.
LECTURA DEL DÍA
Marcos 7,1-8.14-15.21-23
“Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos
letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras
(es decir, sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la
tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y
se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según
eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: “¿Por qué comen tus
discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los
mayores?”. Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas,
como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son
preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres”. En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
“escuchad y entender todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre
impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro
del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos,
homicidios, adulterio, injusticias, fraude, desenfreno, envidia, difamación,
orgullo, falsedad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre
impuro”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y
algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de
Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los
fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con
manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (Los fariseos y
los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo,
siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin
hacer primero las abluciones, y observan muchas otras tradiciones, como
purificar los vasos, las jarras y las ollas).
Jesús les contestó: “¡Que bien profetizo Isaías sobre
ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan
doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el
mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
Después, Jesús llamó a la gente y les dijo:
“Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al
hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del
hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los
homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el
desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas
estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”
REFLEXIÓN
El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de
excepcional importancia, una enseñanza que por sí misma constituye una de las
cumbres de la literatura religiosa de todos los tiempos. El pasaje que se
proclama toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los
fariseos y los maestros de la Ley –las personas cualificadas del ambiente
religioso y cultural de aquel tiempo- relacionada con el uso judío de las
abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (Lv. 11,15; Dt. 14,3-21)
habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas
oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley
escrita y, como ésta, reveladas por Yahvé. A Jesús se le interroga sobre la
inobservancia de tales prescripciones: “¿por qué comen tus discípulos con manos
impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”, por parte de
sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Isaías 29,13,
saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su
culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la
observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica
de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y
cubrir el mandamiento de Dios.
En el texto se afirma el criterio básico de la moral
universal, introducido por la invitación: “escuchadme todos”. Todas las cosas
creadas son buenas, según el proyecto del Creador, y, por consiguiente, no
pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre,
haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en
el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de
las decisiones de la persona, del que depende la bondad o la maldad de las
acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está
en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez
escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera
que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de
Dios que es el amor.
La Palabra que se proclama en este domingo nos invita a mirar
en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana?
Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque “tenemos muchas
cosas que hacer”.
La Palabra de Dios
pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo.
Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente,
sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos.
El corazón es la sede de la conversión,
de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los
sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro:
sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y
determinante: el Señor está cerca.
La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón,
nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que
estamos bautizados y nos da las fuerzas necesarias para vivir de manera
coherente. Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva
del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS
No sabemos cuándo ni dónde ocurrió el enfrentamiento. Al
evangelista sólo le interesa evocar la atmósfera en la que se mueve Jesús,
rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de las tradiciones, que
se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del amor quiere introducir
en sus vidas.
Los fariseos observan indignados que sus discípulos comen con
manos impuras. No lo pueden tolerar: «¿Por qué tus discípulos no siguen las
tradiciones de los mayores?». Aunque hablan de los discípulos, el ataque va
dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está rompiendo esa obediencia
ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un "espacio de
libertad" donde lo decisivo es el amor.
Aquel grupo de maestros religiosos no ha entendido nada del
reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue
reinando la ley, las normas, los usos y las costumbres marcadas por las
tradiciones. Para ellos lo importante es observar lo establecido por "los
mayores". No piensan en el bien de las personas. No les preocupa
"buscar el reino de Dios y su justicia".
El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras
duras: «Vosotros dejáis de lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Los doctores hablan con veneración de "tradición de los
mayores" y le atribuyen autoridad divina. Pero Jesús la califica de
"tradición humana". No hay que confundir jamás la voluntad de Dios
con lo que es fruto de los hombres.
Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara
prisionera de tradiciones humanas de nuestros antepasados, cuando todo nos está
llamando a una conversión profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor.
Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto el pasado, sino hacer
posible el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades cristianas capaces
de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino
de Dios en la sociedad contemporánea.
Nuestra responsabilidad primera no es repetir el pasado, sino
hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni
oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables que nos puedan parecer.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Vengo a ti, Señor, con el corazón que tengo, repleto de
sentimientos que me esfuerzo en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra.
No soy gente extraña para ti: soy tu hijo, soy miembro del cuerpo de Cristo en
virtud del bautismo que he recibido, formo parte de tu Iglesia; sin embargo,
cuántas veces estoy lejos de ti con el corazón y no me doy cuenta de que tú
estás siempre cerca de mí, tú, el único de quien tengo una atormentadora
necesidad.
Repíteme una vez más que no te encontraré multiplicando
prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida
según lo que te agrada, preocupándome del hermano y de la hermana. Repíteme que
el amor –y sólo el amor- me hace puro. Y yo, acogiendo tu don, renovado en la
mente y en el corazón, te diré: “Tú eres mi Señor”.
Expliquemos el
evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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