domingo, 22 de agosto de 2021

29 DE AGOSTO: XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B


"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

29 DE AGOSTO

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)

Primera Lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8

No añadirán nada a lo que les mando… Cumplan los mandamientos del Señor.

Salmo 14: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

Segunda Lectura: Santiago 1,17-18.21-22.27

Pongan en práctica la palabra.

LECTURA DEL DÍA

Marcos 7,1-8.14-15.21-23

“Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”. Él les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: “escuchad y entender todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterio, injusticias, fraude, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, falsedad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?” (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras tradiciones, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: “¡Que bien profetizo Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”

REFLEXIÓN

El capítulo 7 del evangelio de Marcos recoge una enseñanza de excepcional importancia, una enseñanza que por sí misma constituye una de las cumbres de la literatura religiosa de todos los tiempos. El pasaje que se proclama toma como punto de partida la pregunta que le hacen a Jesús los fariseos y los maestros de la Ley –las personas cualificadas del ambiente religioso y cultural de aquel tiempo- relacionada con el uso judío de las abluciones. A la ley mosaica sobre la pureza ritual (Lv. 11,15; Dt. 14,3-21) habían ido añadiéndose cada vez más prescripciones, que, transmitidas oralmente, eran consideradas vinculantes, con la misma fuerza que la ley escrita y, como ésta, reveladas por Yahvé. A Jesús se le interroga sobre la inobservancia de tales prescripciones: “¿por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?”, por parte de sus discípulos. Jesús no responde directamente, sino que, citando Isaías 29,13, saca a la luz lo falso y vacío que es el modo de obrar de los fariseos: su culto es sólo formal, dado que a la exterioridad de los ritos y de la observancia de la Ley no le corresponden el sentimiento interior y la práctica de vida coherente. La tradición de los hombres acaba así por sobreponerse y cubrir el mandamiento de Dios.

En el texto se afirma el criterio básico de la moral universal, introducido por la invitación: “escuchadme todos”. Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador, y, por consiguiente, no pueden ser impuras ni volver impuro a nadie. Lo que puede contaminar al hombre, haciéndole incapaz de vivir la relación con Dios, es su pecado, que radica en el corazón. El corazón del hombre, por tanto, es el centro vital y el centro de las decisiones de la persona, del que depende la bondad o la maldad de las acciones, palabras, decisiones. No corresponde a la voluntad de Dios ni se está en comunión con él multiplicando la observancia formal de leyes con una rigidez escrupulosa, sino purificando el corazón, iluminando la conciencia de manera que las acciones que llevemos a cabo manifiesten la adhesión al mandamiento de Dios que es el amor.

La Palabra que se proclama en este domingo nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué es lo que lo ocupa? ¿Por qué se afana? Son preguntas que liquidamos con excesiva facilidad porque “tenemos muchas cosas que hacer”.

 La Palabra de Dios pide ser escuchada con el corazón, pide un espacio, pide un poco de tiempo. Nuestro obrar, en verdad, no es especialmente cuestión de brazos o de mente, sino de corazón. Es el corazón el que anima lo que decimos, hacemos, decidimos. El corazón  es la sede de la conversión, de la decisión fundamental de acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Y la Palabra de Dios, cuando habita en el corazón, lo cura, lo libera de los sentimientos egoístas, de la rivalidad, del desinterés por el otro: sentimientos que nos impiden experimentar la realidad más grande y determinante: el Señor está cerca.

La Palabra de Dios, si le dejamos sitio en nuestro corazón, nos enseña a invocar al Señor y a ver al prójimo. Nos hace conscientes de que estamos bautizados y nos da las fuerzas necesarias para vivir de manera coherente. Nos hace comprender cómo hemos de obedecer a la ley de Dios, la ley definitiva del amor, ese amor con el que Jesús fue el primero en amarnos.



ENTRA EN TU INTERIOR

NO AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS

No sabemos cuándo ni dónde ocurrió el enfrentamiento. Al evangelista sólo le interesa evocar la atmósfera en la que se mueve Jesús, rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de las tradiciones, que se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del amor quiere introducir en sus vidas.

Los fariseos observan indignados que sus discípulos comen con manos impuras. No lo pueden tolerar: «¿Por qué tus discípulos no siguen las tradiciones de los mayores?». Aunque hablan de los discípulos, el ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está rompiendo esa obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un "espacio de libertad" donde lo decisivo es el amor.

Aquel grupo de maestros religiosos no ha entendido nada del reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue reinando la ley, las normas, los usos y las costumbres marcadas por las tradiciones. Para ellos lo importante es observar lo establecido por "los mayores". No piensan en el bien de las personas. No les preocupa "buscar el reino de Dios y su justicia".

El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras duras: «Vosotros  dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

Los doctores hablan con veneración de "tradición de los mayores" y le atribuyen autoridad divina. Pero Jesús la califica de "tradición humana". No hay que confundir jamás la voluntad de Dios con lo que es fruto de los hombres.

Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas de nuestros antepasados, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor. Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto el pasado, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia y de unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea.

Nuestra responsabilidad primera no es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables que nos puedan parecer.

José Antonio Pagola

 

ORA EN TU INTERIOR

Vengo a ti, Señor, con el corazón que tengo, repleto de sentimientos que me esfuerzo en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. No soy gente extraña para ti: soy tu hijo, soy miembro del cuerpo de Cristo en virtud del bautismo que he recibido, formo parte de tu Iglesia; sin embargo, cuántas veces estoy lejos de ti con el corazón y no me doy cuenta de que tú estás siempre cerca de mí, tú, el único de quien tengo una atormentadora necesidad.

Repíteme una vez más que no te encontraré multiplicando prácticas religiosas, sino abriendo el corazón a tu Palabra, orientando la vida según lo que te agrada, preocupándome del hermano y de la hermana. Repíteme que el amor –y sólo el amor- me hace puro. Y yo, acogiendo tu don, renovado en la mente y en el corazón, te diré: “Tú eres mi Señor”.

Expliquemos el evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO




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