"Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos
que tú eres el santo consagrado por Dios”
22 DE AGOSTO
DOMINGO XXI DEL TIEMPO
ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Josué
24,1-2.15-18
Serviremos al Señor, porque
él es nuestro Dios.
Salmo 33: “Gustad y ved
qué bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios
5,21-32
Este es un gran
misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
LECTURA DEL DÍA
Juan 6,60-69
“Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este
modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. Adivinando Jesús
que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?”, ¿y si
vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es quien da
vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y
son vida”. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he
dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces
muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús
les dijo a los doce: “¿también vosotros queréis marcharos?”. Simón Pedro le
contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna;
nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mi carne
es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Al oír sus palabras,
muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién
puedo admitir eso?”
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban,
les dijo: “Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir
a donde estaba antes? El Espíritu es quién da vida; la carne para nada
aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de
esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio
quiénes no creían y quién iba a traicionar). Después añadió: “Por eso les he
dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron
para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce:
“¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santo de Dios”.
REFLEXIÓN
Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en
la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos muestran su malestar por las
afirmaciones “irracionales” de su Maestro, unas afirmaciones difíciles de
aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente al escándalo y la
murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer en él sólo después
de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de Enoc, porque eso
significaría no aceptar su origen divino, algo carente de sentido, puesto que
él es el “Preexistente”, viene precisamente del cielo, según Juan 3,13-15.
A Jesús no le coge por
sorpresa esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada
hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de
la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El
hombre, que es dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don
de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el
Espíritu y no obra según la carne comprende la revelación de Jesús y es
introducido en la vida de Dios. Es a través de la fe como el discípulo debe
acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica
el Espíritu y transforma la carne.
A nosotros, a mí, nos dice hoy el Señor, todavía con mayor
claridad y dureza, que es preciso estar con él o dejarle. Ahora bien, a
nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad y el atrevimiento de
repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida
eterna”. Somos frágiles, nuestro
corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos de repetir
constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene palabras de
vida eterna.
ENTRA EN TU INTERIOR
¿POR QUÉ NOS QUEDAMOS?
Durante estos años se han multiplicado los análisis y
estudios sobre la crisis de las Iglesias cristianas en la sociedad moderna.
Esta lectura es necesaria para conocer mejor algunos datos, pero resulta
insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra reacción. El episodio
narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir la crisis con hondura
más evangélica.
Según el evangelista, Jesús resume así la crisis que se está
creando en su grupo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con
todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto. Jesús introduce en quienes le
siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que propone
puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida más digna
y plena.
Pero, no por el hecho de estar en su grupo, está garantizada
la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su espíritu y su vida. Su presencia en
el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es real. La verdadera crisis en
el interior del cristianismo siempre es ésta: ¿creemos o no creemos en Jesús?
El narrador dice que «muchos se echaron atrás y no volvieron
a ir con él». En la crisis se revela quiénes son los verdaderos seguidores de
Jesús. La opción decisiva siempre es ésa: ¿quiénes se echan atrás y quiénes
permanecen con él, identificados con su espíritu y su vida? ¿Quién está a favor
y quién está en contra de su proyecto?
El grupo comienza a disminuir. Jesús no se irrita, no
pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una pregunta a los que se han
quedado junto a él: «También vosotros queréis marcharos?». Es la pregunta que
se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia: ¿Qué queremos nosotros? ¿Por
qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su espíritu y
viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
La respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a
acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de hacer
por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con él. El único motivo
para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será
positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos
convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos
de sus palabras de vida.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus
palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades,
trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida,
tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame
tu espíritu para que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos
de la prueba, cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio,
en vez de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia
realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú
sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos.
Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos amigos,
dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo que no
me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré arraigado y
atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros. En
efecto, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO.
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