domingo, 27 de septiembre de 2020

4 DE OCTUBRE: XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A

 


“Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos

y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”

4 DE OCTUBRE

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Isaías 5,1-7

La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel.

Salmo 79

La viña del Señor es la casa de Israel.

2ª Lectura: Filipenses 4,6-9

Poned esto por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 21,33-43

“En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo. –Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.” Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.” Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: -Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos. Y Jesús les dice: - ¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.”? - Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos.

Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.

El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: 'Respetarán a mi hijo'.

Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia".

Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».

Le respondieron: "Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo".

Jesús agregó: "¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ¿esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos".

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos.

Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.”

REFLEXIÓN

La parábola de los viñadores homicidas es una alusión clara a las relaciones entre el Reino de Dios y el pueblo de Israel, esto nos permite situar el Reino desde una perspectiva histórica.

En la primera lectura del profeta Isaías se compara a Israel con una viña plantada y protegida por Dios con todo lujo de cuidados, sin embargo, más que uvas dulces, produjo uvas agrias. La idea simbólica es recogida por Jesús en una alegoría en la que los diversos profetas del Señor fueron, por lo general, maltratados por el pueblo elegido. Finalmente, no se detuvieron ni ante el ”hijo” al que condujeron fuera de la viña para matarlo.

La conclusión histórica es clara: el Reino les será quitado para que lo disfruten los nuevos pueblos llegados del paganismo. Ellos son esa piedra que el judaísmo siempre despreció, y que sin embargo fue bien vista por Dios para ser el fundamento de su nuevo edificio.

Jesús relaciona el reino de Dios con toda la historia de la salvación. El Reino no es un brote recién nacido con Jesús, sino que en él más bien adquiere plenitud, pues siempre ha estado presente en la historia del pueblo como una invitación a un trabajo eficaz en orden a toda la humanidad.

También hoy nosotros nos integramos en esa historia, conscientes de que no somos los primeros ni seremos los últimos. Mas esto poco importa: en cada época el Reino se presenta como una llamada dirigida a los presentes que tienen a su cargo el cuidado de la viña. También hoy Dios nos envía sus mensajeros para comprobar si nuestro trabajo está en función del Reino o de nuestros intereses.

Podemos descubrir en nuestra Iglesia a esa viña que con tanto cuidado ha sido protegida por Dios si bien en más de una oportunidad los obreros han abusado de este benéfico cuidado de modo que la viña resultó ser una mera fuente de ganancias.

La parábola no niega que aquellos obreros trabajaran la viña, pero en lugar de ponerla al servicio de los intereses del Reino (intereses de todos los hombres), la usaron como su propiedad personal, recurriendo a la violencia y al asesinato con tal de no perder sus intereses.

Nadie es dueño de la Iglesia; que nadie confunda esta historia concreta de la Iglesia con la historia del Reino que siempre encontrará canales para no quedar aprisionado en nuestros esquemas mezquinos. Ni siquiera hace falta que otros pueblos nuevos entren a formar parte de la Iglesia para que se cumpla el plan de Dios; el Reino se hace presente allí donde existen hombres dispuestos a servir en una causa desinteresada.

En la parábola resulta claro el concepto de que Dios no confunde sus planes con los de quienes dicen trabajar en su viña. El estar dentro de la Iglesia no nos da garantías de estar trabajando para Dios si nuestra actitud profunda no se adecua a los criterios del Reino, bien clarificados en todo el Evangelio.



ENTRA EN TU INTERIOR

NO DEFRAUDAR A DIOS

La parábola de los «viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.

El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.

Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los criados que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.

¿Qué puede hacer ese señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, que Jesús anuncia y promueve, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».

A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para antes de Cristo, para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.

Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Si el Reino de Dios se asemeja a una viña, todos hemos sido llamados a trabajar en ella para el bien de toda la humanidad. Hoy Dios viene a preguntarnos si nuestro trabajo responde a esta intención primordial, o si otros intereses están desvirtuando el sentido de nuestra pertenencia a la fe cristiana. Si Dios es el único Señor de la viña, seamos consecuentes en nuestra conducta. Estemos atentos, pues llega el Señor para ver cómo anda nuestro trabajo de obreros de su Reino.

Todos estamos invitados a compartir los frutos del Reino, simbolizados en el pan y en el vino consagrados en la Eucaristía. Compartirlos es, a su vez, el símbolo de lo que debe ser nuestra vida cristiana: gozar en paz de los mismos bienes que Dios ha puesto a disposición de todos y no usurparlos egoístamente.

ORACIÓN

¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho?

Si en nuestro interior descubrimos alguna queja contra Dios, no hemos entendido nada de lo que Dios es para nosotros y nuestra relación con Dios será inadecuada.

El primer paso seguro hacia Dios es descubrir experimentalmente que Él ya ha dado todos los pasos hacia mí.

Toda nuestra vida espiritual consiste en responder a ese don total. Cualquier otra actitud es engañosa.

Para nosotros, Jesús es el ejemplo supremo.

Su punto de partida fue descubrir que Dios era “abba”. Que quiere decir: padre, madre, hermano, origen, meta…

Sentirnos fundamentados en Él será el salto definitivo.

Haz, Señor, que trabajemos en tu viña, no buscando nuestro propio interés, sino el interés de los demás, en interés de todos los destinatarios de tu Reino de justicia, de amor y de paz.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco (FANO)


Imagen para colorear.



 

 


domingo, 20 de septiembre de 2020

27 DE SEPTIEMBRE: XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A

 


“Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña”

27 DE SEPTIEMBRE

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Ezequiel 18,25-28

Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.

Salmo 24

Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.

2ª Lectura: Filipenses 2,1-11

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 21,28-32

“En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña” El le contestó: “No quiero.” Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, Señor.” Pero no fue.” ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: -El primero. Jesús les dijo: -Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis.”

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'.

El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.

Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.

¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.

En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".

REFLEXIÓN

De paradoja en paradoja vamos penetrando en el misterio del Reino de Dios, comprendiendo toda la novedad del mensaje de Jesús.

La parábola de los dos hijos es ilustrativa al respecto: el hijo que parecía desobediente resultó ser el obediente, el que parecía sumiso resultó ser desobediente y rebelde.

Como siempre, la explicación inmediata, la dio el mismo Jesús: hay dentro del judaísmo quienes afirman con sus labios cumplir la palabra de Dios, pero en realidad después sólo hacen sus caprichos; hay también quienes en un primer momento rechazan la Palabra con una vida disoluta y no religiosa, mas cuando llega la hora de la conversión, cambian de vida y se reconcilian con el Padre. De esta forma los publicanos y las prostitutas entran al reino, mientras que los sacerdotes, ancianos y fariseos permanecen fuera.

Como vemos, la parábola hace alusión al mensaje de Jesús y a la necesidad de cambiar de vida para entrar en el Reino.

La parábola analiza en pocos trazos la actitud religiosa de dos grupos bien definidos de creyentes; o, para ser más exactos quizá, dos momentos que pueden darse en un creyente, o dos aspectos de una misma personalidad que se dice religiosa.

A nosotros nos interesa el primer caso, porque quizá nos veamos, más de uno, retratados en él.

De una conducta rebelde se pasa a la aceptación de la voluntad de Dios. Ante la invitación del padre a trabajar en su viña, el primer hijo responde espontáneamente: “No quiero.” Más después lo piensa mejor y va a trabajar.

Es un comportamiento muy humano. En un primer momento ve la voluntad del padre como una imposición; la rebeldía es casi la afirmación de su identidad, más que el rechazo del padre. Es la situación típica del adolescente que necesita afirmarse como persona a través de muchos “no progresivos.”

La parábola parece considerar como normal en la vida del creyente una primera actitud de rebeldía.  En efecto, un sometimiento servil a Dios sería precisamente lo opuesto a su voluntad, libre en su amor y deseosa de una respuesta libre por parte del hombre. En la medida en que éste se siente capaz de rebelarse y lo hace, se afirma como hombre, como si se diera cuenta de que entregar la propia voluntad en manos de otro en forma indiscriminada es algo que atenta gravemente contra sí mismo.

Pero Dios prefiere este largo camino, saturado de libertad y de fracasos, al camino corto de los que dicen sí a todo, pero no se comprometen en serio con nada.

Una vez más resalta la pedagogía del Reino, tan opuesta y distinta a una pedagogía al servicio de los intereses de una institución religiosa; la pedagogía del Reino no tiene prisa en recoger frutos del hombre, no quiere frutos prematuros que después serán quemados por la helada tardía. Dios sabe esperar al hombre, le deja tiempo para que piense sus decisiones, para que reflexione sobre todo el alcance de un compromiso que –para ser tal- debe tener un cariz definitivo. Un Dios que no se escandaliza por la debilidad humana, ni por el pecado,  ni por la rebeldía: por ese trance ha de pasar todo hombre que quiera liberarse interiormente. El pecado nos confiere la experiencia de las ataduras interiores, y eso tiene un valor inmenso a la hora de elegir.

Dios nos da tiempo para que le respondamos; no nos apresuremos a escribir buena letra antes de tiempo. Estudiemos y reflexionemos el Evangelio, probemos si es el caso otros esquemas de vida, afirmemos nuestra personalidad de alguna manera, para que nuestra opción de fe sea sentida como un gesto esencialmente libre y definitivo. Es importante que el hombre que busca vivir en libertad, lo consiga. Jesús tiene la seguridad de que su Evangelio no defraudará al hombre sincero, por eso nos espera. Arriesga por nosotros mucho más de lo que nosotros arriesgamos: respeta, espera y confía. Hasta ahí llega él. El resto es nuestro.



ENTRA EN TU INTERIOR

VAN POR DELANTE

La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo» que lo acosan cuando se acerca al templo.

Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor»; pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.

El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.

Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Sólo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Sólo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.

Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús, no hay duda: el recaudador Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».

En este camino van por delante, no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

“Dijo: no quiero; pero después, recapacitó y fue”.

El verdadero amor espera sin límites, como decía Pablo.

 Si a la primera no somos capaces de decir “sí”, Dios acepta siempre nuestra rectificación. Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones.

No estamos capacitados para descubrir la meta a la primera. Descubrir lo que es bueno para nosotros es una tarea ardua.

Se nos da la posibilidad de aprender de los errores. No deben preocuparnos las equivocaciones. Pero me debe preocupar que sea incapaz de rectificar.

 Dios demuestra conocernos muy bien cuando perdona.

 Aprender a perdonarse y a seguir adelante, es de sabios.

ORACIÓN

Señor, somos cristianos de ida y vuelta, el sí y el no, siempre está presente en nosotros, pero tú prefieres un no arrepentido, que un sí apresurado. Tú eres respetuoso de nuestra libertad y tu paciencia con nosotros es infinita.

Hoy te pedimos perdón por haber buscado solamente el premio a nuestras buenas obras. Por haber evitado el mal solamente por temor a los castigos. Por una actitud cristiana desprovista de amor. Por no haber dado generosamente lo que hemos recibido gratis.

Haz que no hagamos de la religión un obstáculo de nuestra libertad interior. Que sepamos optar por la fe con plena conciencia de lo que hacemos. Que sepamos respetar a los demás cuando deben tomar alguna decisión.

Señor, que todos podamos, a través de la experiencia de nuestra debilidad y pecado, llegar hasta ti como hombres conscientes y libres, nacidos de la oración y de la conversión personal.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imagen de Patxi Velasco FANO

Imagen para colorear.



 


domingo, 13 de septiembre de 2020

20 DE SEPTIEMBRE: XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A

 


¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

20 DE SEPTIEMBRE

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Isaías 55,6-9

Mis planes no son vuestros planes.

Salmo 144

Cerca está el Señor de los que lo invocan.

2ª Lectura: Filipenses 1,20-24.27

PALABRA DEL DÍA

Mateo 20,1-16

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. El les dijo: -Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. El replicó a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los ´últimos.”

Versión para América Latina, extraída de la biblia del Pueblo de Dios

“Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.

Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.

Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.

Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.

Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.

Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.

Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.

Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.

Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.

El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?

Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.

¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.

Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»”.

REFLEXIÓN

A muchos, la parábola de hoy les puede parecer escandalosa, ya que, a primera vista, tiene un cierto aire de injusticia al menos si la medimos con un criterio social moderno, y parece que aun en tiempos de Jesús pudo parecer así, según lo que narra el mismo texto.

Dios es comparado a un propietario que va contratando a diversos grupos de obreros para su viña, conviniendo con todos ellos en un denario por jornada, aun en el caso de aquellos que, por ser contratados a la tarde, trabajarían solamente algunas horas. Como es natural, los que fueron contratados primeros protestaron.

También hoy ninguno de nosotros toleraría que un compañero de trabajo que solamente trabajara dos horas por día cobrara lo mismo que quien trabaja ocho horas. Sin embargo, Jesús aprueba la postura del propietario ya que la parábola únicamente quiere poner de relieve la absoluta libertad del dueño que quiso ser generoso sin pecar de injusto. En efecto, los primeros contratados no protestaron porque su paga era escasa, sino por la generosidad del propietario hacia los últimos. Por eso fueron acusados de “envidiosos”.

El marco histórico de interpretación de esta parábola, como de otras que veremos en los próximos domingos, se refiere a la entrada de los paganos al Reino de Dios, que fue con ellos sumamente generoso aun cuando llegaran más tarde que los judíos.

Como nos sugiere la primera lectura, el Reino de Dios tiene sus propios caminos –inspirados en el amor y la generosidad gratuita- que a menudo son incompatibles para quienes nos guiamos por un concepto de justicia distributiva. Así dice el oráculo de Isaías cuando le hace hablar a Dios: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.

En otras palabras la parábola critica ásperamente, hasta el escándalo, la actitud de quienes establecen sus relaciones con Dios como si fuese un contrato por el cual tenemos el derecho a exigirle a Dios tal o cual paga. Es aquí donde debemos abrir los ojos para comprender la paradoja de la parábola: en realidad en ningún caso –salvo quizá en el primer grupo de contratados- se trataba de un contrato propiamente dicho, pues era obvio que el propietario otorgaba el denario como un gesto suyo de amor. Lo justo hubiera sido que pagara medio denario o un cuarto de denario, mas al dar un denario a todos puso en evidencia su generosidad, por un lado y el interés de los primeros contratados, por otro. 

Llevando la parábola a nuestro hoy, los primeros contratados son los que se olvidan de que su pertenencia a la fe cristiana no les confiere privilegio alguno sobre las demás personas, pues esa pertenencia es un don gratuito de Dios.

Es escandaloso, por lo tanto, que pretendamos sacar provecho de algo a lo que no hemos contribuido con nuestro esfuerzo personal, ya que la fe nos fue dada como don de Dios y, digamos, como don de nuestros padres y familias.

No importa a qué hora de nuestra vida le abramos las puertas a Dios, si al amanecer, a media mañana o por la tarde, porque cuando la abrimos de par en par para que él entre y se quede a cenar con nosotros, comenzamos a recibir el denario del Reino.



ENTRA EN TU INTERIOR

BONDAD ESCANDALOSA

Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?

Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.

El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: « ¿Vas a tener tú envidia porque yo sea bueno? ».

La parábola es tan revolucionaria que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?

Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.

 Nosotros seguimos muchas veces con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien con esas personas a las que nosotros rechazamos.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Todos los cristianos somos partícipes de la vida divina por el bautismo. A través de este sacramento hemos sido injertados en Cristo. Por tanto, la dinámica de la bondad de Dios no debiera extrañarnos. Más aún, como forma parte de nuestra propia vida, tendríamos que ponerla en práctica, en la vida diaria y en la oración personal.

Hoy sería un buen día para, en oración, reflexionar sobre la propia vida personal de cada uno para ver en qué medida actúa con los criterios de Dios. Para ver si lleva una vida digna del evangelio de Cristo. Y tener especial cuidado de no trascender a las situaciones sociales injustas, en las que serían necesarios los planteamientos que Jesús nos ofrece en la parábola. Pues, a priori, no está en nuestras manos modificarlas. Al contrario de la vida de cada uno que si puede ser cambiada.

ORACIÓN

Señor, primeros o últimos, todos estamos invitados a compartir tu mesa. El don es el mismo para todos. Hoy quiero comulgar, tomando conciencia de la esencial igualdad de todos los hombres ante tu amor.

Hemos sido llamados a trabajar en tu viña. Haz que no busquemos privilegios ni los primeros puestos. Haz que nos sintamos felices de trabajar por tu Reino.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco (FANO)



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domingo, 6 de septiembre de 2020

13 DE SEPTIEMBRE: XXIV DOMINO DEL TIEMPO ORDINARIO A

 

“Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón,

cada uno a su hermano.”

13 DE SEPTIEMBRE

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera Lectura: Eclesiástico 27,33-28,9

Perdona la ofensa de tu prójimo para obtener tú el perdón.

Salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

Segunda Lectura: Romanos 14,7-9

En la vida y en la muerte somos del Señor.

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 18,21-35

“Entonces se adelantó Pedro y le preguntó:

- Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?

Jesús le contestó:

- Siete veces, no; setenta veces siete. Por esto el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados.

  Para empezar, le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso. El empleado se echó a sus pies suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo”.

El señor, conmovido, dejó marcharse a aquel empleado, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello y le decía apretando: “Págame lo que me debes”.

El compañero se echó a sus pies suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré”. Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

 Al ver aquello sus compañeros, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor lo sucedido. Entonces el señor llamó al empleado y le dijo:

- ¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné toda aquella deuda. ¿No era tu deber tener también compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?

Y su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.

Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios                                          

“Se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".

Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.

Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.

Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.

El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".

El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.

Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.

El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.

Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.

Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.

¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.

E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.

Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".

REFLEXIÓN

El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de comunidad.

El perdón no es más que una de las manifestaciones del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar.

La frase del evangelio "setenta veces siete", no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa.

Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús, hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de las ofensas.

Seguramente Jesús está haciendo referencia al “cántico de Lamec”: “si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete” (Gn 4,24). El perdón debe extenderse hasta donde llega el deseo de venganza.

La parábola no necesita explicación, como todas. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda. El empleado es incapaz de perdonar una minucia.

Al final del texto, encontramos un rabotazo del Antiguo Testamento: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

En el evangelio encontramos con mucha frecuencia esa incapacidad de aceptar plenamente el Dios de Jesús, que es sobre todo Padre. Eran judíos y les costó Dios y ayuda aceptar toda la originalidad de Jesús.

También nosotros nos encontramos mucho más a gusto con el Dios del Antiguo Testamento. Ese Dios que premia y castiga nos permite a nosotros hacer lo mismo con los demás. Esta es la razón por la que nos sentimos tan identificados con Él. Primero hemos fabricado un Dios a nuestra imagen, y después nos hemos conformado con imitarle.

ENTRA EN TU INTERIOR

SIEMPRE





A Mateo se le ve muy preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando».

Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.

Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él en abrir caminos al reino de Dios: el reino de la misericordia y la justicia para todos?

Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.

Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?

La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional.

A lo largo de los siglos se ha querido rebajar lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»: «da alicientes al ofensor» «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y deja irreconocible lo que pensaba y vivía Jesús.

Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Nuestro mundo puede hacerse más humanos, solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman su rostro moral introducimos el momento del perdón, tan esencial al evangelio. El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado y que la muerte. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las recíprocas relaciones de los hombres.

Jesús subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás que a Pedro, que le había preguntado cuántas veces debería perdonar al prójimo, le indicó la cifra simbólica de “setenta veces siete”, quería decir con ello que debería saber perdonar siempre.

ORACIÓN

Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos y concede que te sirvamos de todo corazón, para que experimentemos los efectos de tu misericordia.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco (FANO)



Imagen para colorear.