“Yo soy el pan vivo
bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es
mi carne para la Vida del mundo”.
14 DE JUNIO
SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y
LA SANGRE DEL SEÑOR
(EN ESPAÑA Y EN OTROS
PAÍSES:
DÍA NACIONAL DE CARIDAD)
1ª Lectura:
Deuteronomio 8,2-3.14-16
Te di un alimento que
ni tú ni tus padres conocían.
Salmo 147
Bendito sea el Señor.
2ª Lectura: 1 Corintios
10,16-17
El pan es uno y los que
comemos de ese pan formamos un solo cuerpo.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 6,51-58
“Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo
daré es mi carne para que el mundo tenga vida".
Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este
hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que
si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida
en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el
pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que
coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga
de Cafarnaún”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida.
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne? Jesús les dijo: Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo
del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come
mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último
día. Mi carne es verdadera comida y mi carne es verdadera bebida. El que come
mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha
enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por
mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus
padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.
REFLEXIÓN
La Iglesia vive de la Eucaristía: el amor de Cristo reúne a
los hijos de Dios, se ofrece por ellos, los alimenta, los envía. Y se ha de
conocer que han participado en tan grande sacramento por el amor que ofrecen a
sus hermanos de toda raza, pueblo y nación.
Dar la vida y entregarse con generosidad a favor de los
demás, es la prueba más evidente y grande del amor: La Eucaristía nos acerca
siempre a aquel amor que es más grande que la muerte. Amor inagotable que sale
al encuentro del corazón del hombre.
La Eucaristía celebrada y vivida, se convierte en escuela de
amor, pues está evidenciando en la entrega de Cristo, el valor del hombre ante
Dios. La Eucaristía actualiza el servicio de Cristo que no vino a ser servido
sino a servir y dar la vida en rescate por todos, y es lugar de renovación de
la misión de la Iglesia, sobre todo a favor de los más necesitados.
Quien coma de este pan vivirá para siempre, nos dice Jesús.
Comer de este pan de la Eucaristía es exigencia de compartir. Comer de este
pan, significa que no debe haber nunca un pobre debajo de nuestra mesa comiendo
las migajas que caen de ella, sino sentado a nuestro lado.
En el día final seremos juzgados y reconocidos por cuanto se
haya hecho en el amor y servicio a los demás: tuve hambre y me diste de
comer.... Si Cristo se ofrece de una manera tan sacrificada en la eucaristía,
el que come de este pan santo ha de entregarse por los demás.
La Eucaristía ha de llevarnos a ponernos junto a las
esperanzas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo,
particularmente de los pobres. Nada de lo auténticamente humano debe dejarnos
indiferentes.
El cristiano es el que siente como suyas las alegrías, las
tristezas, los sufrimientos, los dolores de los demás.
El cristiano es el que sabe llorar con el que llora, reír con
el que ríe, sufrir con el que sufre.
Por eso no podemos separar Eucaristía y Caridad, no somos una
ONG. Nuestro ejercicio de la solidaridad y de la caridad es consecuencia de
nuestro ser cristiano, es consecuencia del amor derramado en nuestros corazones
por Cristo Jesús, que en el sacramento eucarístico se hace alimento para el camino
y primicia de vida eterna.
Por eso, compartir con los demás, no es sólo un gesto
solidario, sino también expresión del amor fraterno que, como gracia y favor de
Dios, se ha recibido. Es una forma de manifestar la gratitud a Dios, que nos ha
dado los bienes de mundo y la gracia de tener el corazón abierto al amor de los
demás.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. La caridad
no es una simple ayuda, sino la expresión del amor de Dios. En esto se
manifestará que hemos conocido a Dios y que hemos pasado de la muerte a la
vida, en que amamos a los hermanos.
El amor fraterno es la señal luminosa del amor de Dios. Si
con Dios se vive, con su amor se ama y se sirve a los demás.
¿Cómo no vamos a amar a nuestros hermanos habiendo sido
nosotros amados de tal manera por Dios que nos ha dado a su propio Hijo?
Los cristianos tenemos un testamento nuevo, un sacrificio
nuevo, un mandamiento nuevo, un alimento nuevo. Esto nos tiene que convertir en
hombres nuevos capaces de crear una nueva humanidad, una nueva civilización del
amor.
Y es precisamente en la Eucaristía donde resplandece y
continua en el tiempo esa novedad del misterio pascual y del amor fraterno y
universal.
La Eucaristía es acción de gracias y la caridad
reconocimiento. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos.
La Eucaristía es alabanza de las maravillas de dios, la
caridad, hacer vivo el amor de Cristo: amaos los unos a los otros como yo os he
amado.
La Eucaristía es sacrificio y la caridad amor en la entrega:
aunque me dejara quemar vivo, si no tengo caridad de nada me sirve, dice Pablo
en primera Corintios 13.
La Eucaristía es presencia escondida. La caridad es
coherencia y sinceridad: el que no ama a su hermano a quién ve, cómo va a amar
a Dios al que no ve.
La Eucaristía, en fin, es fuente y cima de la vida cristiana.
Y la caridad es la señal de que somos reconocidos como discípulos de Cristo: en
esto se conocerá que sois discípulos míos, en el amor que exista entre
vosotros.
Esta será la medida con la que nos medirán en el último día.
Esperamos, por la misericordia de Dios, escuchar en aquel
momento, las palabras: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino que os
tenía preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y me distéis de
comer, tuve sed y me distéis de beber, estuve enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme.
Y ojalá respondamos: bendito tú, Señor, porque yo era el
hambriento y me diste el pan del cielo que es tu cuerpo. Porque yo era el
sediento y me diste a beber la copa de tu sangre. Porque yo estaba desnudo y me
vestiste con traje de fiesta.
ENTRA EN TU INTERIOR
LO DECISIVO ES TENER HAMBRE
El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para
insistir en la necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos
en nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me
come a mí, vivirá por mí».
El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando
dice que hay que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo.
«Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los
cristianos. Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que
venimos haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina
aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente
en nosotros por la gracia del sacramento de la eucaristía.
Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina
pensada y aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia
de incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él
para que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más
evangélica.
Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a
cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo
exige un acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre
todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras
experiencias de contacto vital con Jesús.
Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más
profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su
Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y
transforme las zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino,
lo más simple y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más
básicas y esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él;
despertar nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el
centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia
languidece sin remedio.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
“Oh banquete precioso y admirable”. Ningún banquete más
sabroso y nutritivo, porque el mismo Cristo es el plato fuerte. Cristo es el
que nos invita a comer y es nuestra comida. El hombre puede alimentarse de
Dios.
Al alimentarnos de Cristo, recibimos su fuerza y su energía:
“Este es el pan bajado del cielo, para que el hombre coma de él y no muera”. Al
alimentarnos de Cristo, recibimos tal plenitud de vida, que superamos todo tipo
de muerte: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”. Al
alimentarnos de Cristo, se realiza una unión íntima con Cristo alimento: “El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí y yo en él”.
“Por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se
nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales” (Santo Tomás
de Aquino: Opusc. 57,1-4).
ORACIÓN
Concédenos, Señor Jesucristo, disfrutar eternamente del gozo
de tu divinidad que ahora pregustamos, en la comunión de tu Cuerpo y de tu
Sangre.
Expliquemos el Evangelio
a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco (FANO)
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