“Mirad, la virgen
concebirá y dará a luz un hijo,
Y le pondrá por nombre
Emmanuel…”
22 DE DICIEMBRE
CUARTO DOMINGO DE
ADVIENTO
1ª Lectura: Isaías
7,10-14
He aquí que la virgen
concebirá y dará a luz un hijo.
Salmo 23: Va a entrar
el Señor, él es el Rey de la Gloria.
2ª Lectura: Romanos
1,1-7
Jesucristo, nuestro Señor, Hijo de Dios, nació
del linaje de David.
PALABRA DEL DÍA
Mateo 1,18-24
“Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba
desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por
obra del Espíritu Santo.
Su esposo, José, que era hombre justo y no quería
infamarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas tomó esta resolución, se
le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo:
- José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte
contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de los pecados.
Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho
el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le
pondrán de nombre Emanuel, que significa «Dios con nosotros».
Cuando se
despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su
mujer a su casa”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y,
cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu
Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería
denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a
María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del
Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de
Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el
Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien
pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: "Dios con
nosotros".
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le
había ordenado: llevó a María a su casa”
REFLEXIÓN
Estamos a las puertas de la Navidad y contemplamos a José y
María que esperan un hijo. La Virgen está a punto de dar a luz a Jesús, el
Emmanuel. Dios, que se hace uno de nosotros, para que nosotros nos convirtamos
en hijos suyos. María es la Virgen de la esperanza para toda la humanidad. José
la apoya, aceptando personalmente la voluntad de Dios, a pesar de los
interrogantes que se le presentan.
El itinerario que tuvieron que hacer María y José, así como
también Juan, porque confiaron plenamente en el plan de Dios, es el camino que
también nosotros debemos recorrer para descubrir de qué manera podemos llevar a Dios en
nuestro interior, como María. Dios verdaderamente se hace presente en nuestra vida.
De alguna manera podemos acompañar en los demás, como José. Lo podemos
descubrir en el testimonio de muchas personas que lo dan todo por servir y
amar, como hizo Juan.
Tenemos que sentirnos contentos y orgullosos de ser enviados,
de ser apóstoles, en medio de nuestro mundo. Ser testimonios de la buena Nueva.
Abrir caminos a la esperanza de un mundo nuevo. Un mundo, ciertamente, dividido por los egoísmos
y marcado por la violencia y el desprecio hacia los más débiles. Un mundo que
habla mucho de intereses y de progreso pero poco de justicia y de respeto a la
dignidad de cada persona. O quizá hablamos y no hacemos lo suficiente para dar
la vuelta a la situación. Por un mundo amado por Dios, llamado a ser redimido y
a ser transformado por la fuerza de su Espíritu Santo.
Los padres de Jesús comprendieron que no estaban solos.
Comprendieron que el Espíritu les guiaba y les sostenía. Les empujaba a tomar
decisiones. Ellos, como los profetas, entendieron qué significaba ser
instrumentos en manos de Dios. Este Dios que se fijaba en la humanidad de
aquellos a los que había llamado.
Dios los tomaba de la mano, los conducía y, por tanto, podían
confiarse y abandonar dudas y temores. Dios estaba con ellos. Tampoco nosotros
estamos solos. Por la fe, Abrahán partió sin saber a dónde le llevaría la voluntad de Dios. Moisés penetró en el Mar Rojo y caminó incansable por el desierto, con la esperanza de que su pueblo llegaría a la Tierra Prometida. Por la fe, los profetas se atrevieron a decir lo que tenían que decir, en nombre de Dios, sabiendo que no serían escuchados ni bien recibidos. Por la fe, Juan bautiza y espera encontrar un día al Señor, el Mesías. Por la fe María dice sí, confiando en la fuerza de Dios. Por la fe, José toma a María por esposa y acoge al niño que va a nacer, sin hacer caso a las habladurías y le pone el nombre. Y confía en que el Dios de Israel le confortará en las decisiones graves que habrá que tomar… Creer más allá de lo que somos capaces de ver en la inmediatez de la vida.
Dios no viene a condenar al mundo, sino a salvarlo. Dios
viene a liberar este mundo seducido por el consumo que todo lo devora. Dios
viene a liberarnos de nuestros miedos y de nuestra pasividad ante el mal. Dios
nos llama a dar este niño al mundo. El niño de la esperanza. El niño de la
ternura. El niño de la vida que puede recomenzar en nuestra familia. En la
aceptación valerosa de la enfermedad de un familiar.
En la muerte inesperada del amigo. En la lucha por un mundo
más justo. En la Misa de la Noche de Navidad leeremos el pregón de Navidad y
diremos que, después de tantos imperios caídos, en un humilde lugar de un
pueblo sometido, nació Jesús, hijo de David. El Mesías. Esperado tanto tiempo,
despreciado por los poderosos y aún más tarde perseguido. En su historia
empieza una larga historia de salvación y de vida. En la historia de los
humildes, como María y José.
En la experiencia de fidelidad en el servicio y en el amor
gratuito está el camino de la felicidad y el futuro de la humanidad.
ENTRA EN TU INTERIOR
LE PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS
Entre los hebreos no se le ponía al recién nacido un nombre
cualquiera, de forma
arbitraria, pues el «nombre», como en casi todas las culturas antiguas, indica
el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella. Por eso el evangelista
Mateo tiene tanto
interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de
quien va a ser el protagonista de su relato. El «nombre» de ese niño que todavía no ha nacido
es «Jesús», que significa «Dios salva». Se llamará así porque «salvará a
su pueblo de los
pecados». En el año 70, Vespasiano, designado como nuevo emperador mientras estaba
sofocando la rebelión judía, marcha hacia Roma, donde es recibido y aclamado con dos
nombres: «Salvador»
y «Benefactor». El evangelista Mateo quiere dejar las cosas claras. El «salvador» que
necesita el mundo no es Vespasiano, sino Jesús.
La salvación no nos llegará de ningún emperador ni de ninguna victoria de un pueblo sobre
otro. La humanidad necesita ser salvada del mal, de las injusticias y de la violencia;
necesita ser perdonada
y reorientada hacia una vida más digna del ser humano. Esta es la salvación que se nos
ofrece en Jesús.
Mateo le asigna además otro nombre: «Emmanuel». Sabe que nadie ha sido llamado así a lo
largo de la historia. Es un nombre chocante, absolutamente nuevo, que significa «Dios con
nosotros». Un
nombre que le atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios
nos acompaña, nos bendice y nos salva nosotros.
Ahora sabes «algo» de la Navidad. Puedes celebrarla,
disfrutar y felicitar.
Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes. Dios está
contigo.
Hay una pregunta que todos los años me ronda desde que
comienzo a observar por
las calles los preparativos que anuncian la proximidad de la Navidad: ¿Qué puede
haber todavía de verdad en el fondo de esas fiestas tan estropeadas por intereses
consumistas y por
nuestra propia mediocridad? No soy el único. A muchas personas les oigo hablar de la superficialidad
navideña, de la pérdida de su carácter familiar y hogareño, de la vergonzosa manipulación
de los símbolos
religiosos y de tantos excesos y despropósitos que deterioran hoy la Navidad.
Pero, a mi juicio, el problema es más hondo. ¿Cómo puede celebrar el
misterio de un «Dios hecho hombre» una sociedad que vive prácticamente de espaldas a
Dios, y que
destruye de tantas maneras la dignidad del ser humano? ¿Cómo puede celebrar «el nacimiento
de Dios» una sociedad en la que el célebre profesor francés G. Lipovetsky, al describir la
actual indiferencia, ha
podido decir estas palabras: «Dios ha muerto, las grandes finalidades se extinguen,
pero a todo el mundo le da igual, ¿esta es la feliz noticia»? Al parecer, son bastantes
las personas a
las que les da exactamente igual creer o no creer, oír que «Dios ha muerto» o que «Dios ha nacido». Su
vida sigue funcionando como siempre. No parecen necesitar ya de Dios. Y, sin embargo, la
historia contemporánea
nos está obligando ya a hacernos algunas graves preguntas.
Hace algún tiempo se hablaba de «la muerte de Dios»; hoy se habla de «la muerte del
hombre». Hace algunos años se proclamaba «la desaparición de Dios»; hoy se anuncia «la
desaparición del
hombre». ¿No será que la muerte de Dios arrastra consigo de manera inevitable la
muerte del hombre? Expulsado Dios mismos y que no refleja sino nuestras propias contradicciones
y miserias,
¿quién nos puede decir quiénes somos y qué es lo que realmente queremos? ¿No necesitamos
que Dios nazca de nuevo entre nosotros, que brote con luz nueva en nuestras conciencias, que
se abra camino en medio
de nuestros conflictos y contradicciones? Para encontrarnos con ese Dios no hay que ir muy
lejos. Basta acercarnos
silenciosamente a nosotros mismos. Basta ahondar en nuestros interrogantes y anhelos más
profundos. Este es el mensaje de la Navidad: Dios está cerca de ti, donde tú estás, con tal
de que te abras a
su Misterio. El Dios inaccesible se ha hecho humano y su cercanía misteriosa nos envuelve. En
cada uno de nosotros puede nacer Dios.
José Antonio Pagola
(El camino abierto por Jesús)
ORA EN TU INTERIOR
Emmanuel quiere decir que Dios se ha acercado al hombre,
ha besado sus llagas, lo
ha abrazado intensamente y se ha compenetrado con él, hasta hacerse él mismo hombre, incluso
con nuestras
miserias y nuestras llagas. Dios-con-nosotros, pero de verdad y para siempre, compañero y amigo, maestro y
protector. Y Dios en nosotros, entregándose hasta el fin.
Dios para nosotros, ofreciéndose y gastándose por nosotros,
al asumir la naturaleza
humana, Dios y el hombre se complementan, no hay rechazo mutuo. Lo humano y lo divino se
suman. Dios es capaz del
hombre, y el hombre es capaz de Dios. Un Dios humanizado y un hombre divinizado. Es Cristo, el
Emmanuel.
Ahora Dios podría decir: “Soy hombre” y nada humano me
resulta ajeno. Dios y el
hombre comparten suertes, compañeros. Y el hombre puede decir que ha conseguido
al fin un deseo de llegar a ser Dios. Fue posible no porque el hombre lo conquistara, sino
porque Dios se lo
regaló; no es que el hombre subiera, sino que Dios se rebajó. Se hizo hombre para que
fuéramos dioses.
ORACIÓN
Dios está con nosotros. Y su presencia se ha hecho mesa, pan
y vino, se ha hecho
compañía, banquete y participación. Este Jesús con quien vamos a unirnos por los
signos sacramentales es el mismo de Belén, el mismo de la cruz, el mismo de la resurrección.
Es el Cristo que
ha hecho de la tierra su casa para siempre.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Paxi
Velasco FANO
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