DOMINGO
30 DE DICIEMBRE
FIESTA DE
LA SAGRADA FAMILIA
1ª
Lectura: Eclesiástico 3,3-7.14-17
Salmo
127: “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
2ª
Lectura: Colosenses 3,12-21
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
2,41-52
“Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las
fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según
la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la
caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres
días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían, quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron
atónitos, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu
padre y yo te buscábamos angustiados. El les contestó: -¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no
comprendieron lo que quería decir. El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su
autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo
en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.
Versión
para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de
la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús
permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y
después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los
doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia
y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le
dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te
buscábamos angustiados".
Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían
que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.
Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia
delante de Dios y de los hombres”.
REFLEXIÓN
Podemos, a pesar de la
crisis y de las amenazas de todo tipo a que ha sido sometida, familia, afirmar
que sigue siendo el valor más cotizado, porque la familia es un canto a la
vida, porque es una razón segura de esperanza, porque es forja de personalidad
y telar de convivencia, porque es el pilar más seguro de la sociedad.
Hay, por desgracia,
culturas de muerte: desde la violencia asesina a la práctica del aborto, desde
la venta de armas a la injusticia que origina miseria, paro y pobreza… En la
familia se cree y se cultiva la vida. Se toca ese misterio, que viene de fuente
muy lejana. Uno se da cuenta de que la vida es algo que nos trasciende; no
somos señores de la vida, sino transmisores; no somos fuente, sino canal, y
también un poquito de vaso. Uno se da cuenta de que ésta es la vocación
fundamental, que nada gratifica tanto como crear vida, vehicular la vida,
cuidar y cultivar la vida.
¿Qué es, qué significa
para los padres un hijo? Sí, una vida nueva, algo que no existía y ahora es,
una prolongación de sí mismos, pero es, sobre todo, un misterio, es una
respuesta afirmativa al amor, es un reto y una tarea que la Vida encomienda, es
un gran Sí a nuestra razón de ser.
La familia es fruto de
una lejana atracción. Fue posible porque hubo una llamada que hizo a dos
personas salir de sí mismas en busca de un proyecto común. Fue un camino
apasionante, pero no fácil, porque había que vaciarse de sí, para dar cabida al
otro. El matrimonio significa una pascua, se muere a sí mismo para que viva el
otro, una pascua de amor.
Los esposos son
arquitectos de su propia casa. La construyen sobre la roca del amor, para que
pueda hacer frente a todos los vientos y tempestades que sobrevengan. No la
construyen sobre la arena movediza de la pasión o la ilusión o el interés (Mt
7,24-27). La casa se va levantando sobre varias columnas.
Fidelidad, que
significa una renovación continuada del Sí y que origina confianza creciente y
transparencia constante.
Generosidad, que se
manifiesta en el regalo de cada día, en el servicio de cada día, en la entrega
de cada día. No importa tanto las cosas grandes y costosas, sino el gesto
sencillo, el detalle pequeño, pero hecho con mimo, con intensidad.
Paciencia, sin límites,
porque ¿Quién no tiene su debilidad, su equivocación, su cansancio, su olvido?
¿Quién no tiene su rareza, su manía, su capricho y tontería? ¿Quién no se cansa
de lo mismo, de la monotonía, de lo que se repite, aunque sea muy bueno?
Respeto, porque el amor
nunca puede ser absorbente o dominante. La persona, por muy amada que sea, no
es cosa, sino misterio. El amor será respetuoso y humilde, para favorecer el
crecimiento del otro en su verdad, en sus valores y características propias.
Cada una de estas
columnas debe tener su adorno, su gracia, y es precisamente la alegría, el
sentido del humor, el saber relativizar los problemas. El amor, en verdad,
tiene “gracia”, en el doble sentido del humor y de santidad.
Conviene advertir que
la construcción es permanente, que la casa no se termina nunca de rematar. Y es
necesario tener en cuenta lo del salmo 126: “Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles”.
ENTRA EN TU INTERIOR
Hoy nos interesa
contemplar a la familia en sí misma, en su naturaleza, en sus raíces, que llegan hasta Dios, en su misión, en su
misterio.
Comunidad de vida y
amor: Tres sustantivos esenciales, creadores, definitivos. Estas tres grandes
dimensiones de la familia son las que realmente definen lo humano y las que más
nos acercan a Dios. Con estas tres columnas se puede construir, un mundo nuevo.
Comunidad, el único
lugar en el que el hombre se salva y se realiza. No puede llegar el hombre a
ser libre y auténtico, a ser persona, si no es a través de la apertura y la
integración con el otro. La comunidad es la que nos salva de la soledad, de la
marginación, del individualismo, de la autosuficiencia y la autocomplacencia,
actitudes todas que conducen a la tristeza y la esterilidad del corazón.
La comunidad a la vez nos poda y enriquece.
Nos poda el instinto egoísta y narcisista, que se repliega en sí mismo. Nos
enriquece, haciéndonos crecer en acogida, en comunión, en responsabilidad y
compromiso, en fecundidad y creatividad.
Vida, el don más
grande, el milagro permanente, el río que no cesa de fluir. En la familia la
vida se recibe, se crea y se cultiva. La vida puede tener nombre de hijo, y es
lo que más llena y gratifica. No hay nada comparable en la vida como la
experiencia de dar nueva vida. Ya no morirás del todo. La vida puede tener también
nombre de colaboración, de servicio, de superación, de comunión. La vida puede
estar en la ayuda mutua, en el compromiso mutuo, en poner en común las penas y
las alegrías cotidianas, los fracasos y los logros permanentes, las
preocupaciones y esperanzas de cada día.
Amor, la energía más
grande, la canción más hermosa, el hilo que une todo el tejido familiar. Lo más
delicado y lo más fuerte, lo más sencillo y lo más importante, lo más exigente
y lo más gratificante. El amor es el perfume invisible del hogar, su fuerza
secreta.
El amor es lo que
realmente une y da vida, el secreto de la libertad y de la dicha. El amor en la
familia lleva a poner al otro por encima de sí, a dar con generosidad y darse
en gratuidad, a vivir en colaboración y en comunión. En la familia es donde se
ama sin buscar ser amado.
Es el lugar donde el
amor se aprende por contagio, donde lo extraordinario resulta normal.
Una familia diferente.
Entre los católicos se
defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos
detenemos a reflexionar el contenido concreto de un proyecto familiar,
entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en
Jesús?
La familia, según él,
tiene su origen en el misterio del Creador que atrae a la mujer y al varón a ser
“una sola carne”, compartiendo su vida en una entrega mutua, animada por un
amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia amorosa
de los padres puede engendrar una familia sana.
Siguiendo la llamada
profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su
tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su
amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.
Los hijos son un regalo
y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La
actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y
bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de
quienes comienzan su andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada
mejor.
Una familia cristiana
trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual,
indiferente y agnóstica: construir su hogar desde Jesús. “Donde dos o tres se
reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es Jesús quien alienta,
sostiene y orienta la vida sana de la familia.
El hogar se convierte
entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de
la fe cristiana: la confianza en un Dios Bueno, amigo del ser humano; la
atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de
Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos. La lectura
del Evangelio en familia es, para todo esto, una experiencia decisiva.
En un hogar donde se le
vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia siempre
acogedora, sensible al sufrimiento de los más necesitados, donde se aprende a
compartir y a comprometerse por un mundo más humano. Una familia que no se
encierra solo en sus intereses sino que vive abierta a la familia humana.
Muchos padres viven hoy
desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su
tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las
comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien
encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico
exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Señor, sé, que la
gracia le viene a la familia de su relación contigo y de su apertura a la
redención de Cristo, tu Hijo. Esta fiesta de la familia, que se celebra dentro
del misterio que es la encarnación de tu Hijo Jesucristo. Si hace unos días
miraba a Belén como capital de la paz y fuente de salvación, hoy tengo que
mirar a Nazaret como la patria de la familia. Nazaret es punto de referencia
obligado para cuantos, como yo, quieren vivir en comunidad de vida y amor.
Hoy, Señor, recuerdo a
la Sagrada Familia, pero tengo que decir que toda familia es sagrada. Hay en
todas las familias algo de ti, algo de tu misterio. Toda familia humana hunde
sus raíces en ti. De ti recibe la gracia. Tú, Señor, bendices constantemente a
la familia, la fortaleces en las dificultades, la ayudas a estar más unida, le
das crecimiento y fecundidad.
ORACIÓN
· Quiero orar por la Iglesia, esposa de
Cristo, santa e inmaculada, para que sea la gran familia de los hijos de Dios.
· Quiero orar por todos los pueblos de
la tierra para que, superando diferencias y rivalidades, se unan más con lazos
de solidaridad y fraternidad.
· Quiero orar por todas las familias,
para que, creciendo en el amor, estén abiertas a la vida.
· Quiero orar, Señor, especialmente, por
las familias que sufren a causa de la pobreza, el paro, la enfermedad de
algunos de sus miembros, para que encuentren la ayuda solidaria que necesitan.
· Quiero orar por las familias que viven
en crisis por falta de entendimiento, de diálogo y de amor, para que,
guardándose fidelidad, prevalezca en ellos lo que les une.
· Finalmente, Señor, quiero orar por
todos los hombres y mujeres del mundo y por todas nuestras familias para que
seamos testigos de tu amor en el mundo.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
**********************
“En aquel
tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a
María y a José, y al niño acostado en el pesebre.”
MARTES 1
DE ENERO 2019
SOLEMNIDAD
DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
JORNADA
MUNDIAL DE ORACIÓN POR LA PAZ
1ª
Lectura: Números 6,22-27
Salmo 66:
“El Señor tenga piedad y nos bendiga”
2ª
Lectura: Gálatas 4,4-7
PALABRA
DEL DÍA
Lucas: 2,16-21
“En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo,
contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los
pastores. Y María conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por
lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le
pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de su
concepción”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al
recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que
decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba
en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por
todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y
se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes
de su concepción”.
REFLEXIÓN
Jesús fue el nombre
escogido por el cielo para designar al Mesías. Sabemos toda la fuerza que tiene
este nombre bendito. Decir Jesús puede ser para nosotros la mejor bendición.
Con el nombre de Jesús nos protegemos. Con el nombre de Jesús confesamos nuestra
fe, porque estamos confesando que en
Jesús, Yahvé nos salva. Con el nombre de Jesús rezamos, pero siempre que se
haga desde el espíritu: “Porque nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! Sino por
influjo del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Con el nombre de Jesús evangelizamos,
porque “no hay otro nombre por el cual el hombre pueda ser salvado” (Hch 4,12).
Sólo una mirada
agradecida y suplicante a María. Toda la gracia y la bendición de Dios pasó por
ella. Ella colaboró activamente con su docilidad y su entrega, con su acogida y
disponibilidad, con la fuerza de su fe y de su amor. Fue siempre: “La mujer
dócil a la voz del Espíritu… la que supo acoger como Abrahán la voluntad de
Dios” “Esperando contra toda esperanza”.
La bendecida por el Señor.
“El Señor te bendiga y
te proteja,
Ilumine su rostro sobre
ti
Y te conceda su favor;
El Señor se fije en ti
Y te conceda la paz”
(Núm 6,22ss)
Cada año, cada día,
cada instante necesitamos la bendición de Dios: que ilumine su rostro sobre
nosotros, que nos proteja y nos conceda su favor, que no parte sus ojos de
nosotros, esos ojos grandes que envuelven en amor y que penetran hondo,
pacificando.
Dios bendice desde el
principio: “Y los bendijo Dios”. Bendice Dios para que vivamos y para que
seamos felices en nuestra tarea. Bendición es el deseo de Dios expresado en
palabras buenas. Pero la palabra que dios dice, se cumple. Cada palabra suya es
como un beso de amor creativo. Dice, por ejemplo: ¡vive!, y el hombre empezó a
ser. Dice: ¡no temas!, y se acabaron los miedos. Dice: ¡paz!, y la alegría
nadie nos la puede quitar. Dice: ¡Espíritu!, y empezamos a renacer. ¡Bendícenos
hoy, Señor!
ENTRA EN TU INTERIOR
Lucas concluye su
relato del nacimiento de Jesús indicando a los lectores que «María guardaba
todas estas cosas meditándolas en su corazón». No conserva lo sucedido como un
recuerdo del pasado, sino como una experiencia que actualizará y revivirá a lo
largo de su vida.
No es una observación
gratuita. María es modelo de fe. Según este evangelista, creer en Jesús
Salvador no es recordar acontecimientos de otros tiempos, sino experimentar hoy
su fuerza salvadora, capaz de hacer más humana nuestra vida.
Por eso, Lucas utiliza
un recurso literario muy original. Jesús no pertenece al pasado.
Intencionadamente va repitiendo que la salvación de Jesús resucitado se nos
está ofreciendo “HOY”, ahora mismo, siempre que nos encontramos con él. Veamos
algunos ejemplos.
Así se nos anuncia el
nacimiento de Jesús: “Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador”. Hoy
puede nacer Jesús para nosotros. Hoy puede entrar en nuestra vida y cambiarla
para siempre. Con él podemos nacer a una existencia nueva.
En una aldea de Galilea
traen ante Jesús a un paralítico. Jesús se conmueve al verlo bloqueado por su
pecado y lo sana ofreciéndole el perdón: “Tus pecados quedan perdonados”. La
gente reacciona alabando a Dios: “Hoy hemos visto cosas admirables”. También
nosotros podemos experimentar hoy el perdón, la paz de Dios y la alegría
interior si nos dejamos sanar por Jesús.
En la ciudad de Jericó,
Jesús se aloja en casa de Zaqueo, rico y poderoso recaudador de impuestos. El
encuentro con Jesús lo transforma: devolverá lo robado a tanta gente y
compartirá sus bienes con los pobres. Jesús le dice: “Hoy ha llegado la
salvación a esta casa”. Si dejamos entrar a Jesús en nuestra vida, hoy mismo
podemos empezar una vida más digna, fraterna y solidaria.
Jesús está agonizando
en la cruz en medio de dos malhechores. Uno de ellos se confía a Jesús: “Jesús,
acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Jesús reacciona inmediatamente: “Hoy
estarás conmigo en el paraíso”. También el día de nuestra muerte será un día de
salvación. Por fin escucharemos de Jesús esas palabras tan esperadas: descansa,
confía en mí, hoy estarás conmigo para siempre.
Hoy comenzamos un año
nuevo. Pero, ¿qué puede ser para nosotros algo realmente nuevo y bueno? ¿Quién
hará nacer en nosotros una alegría nueva? ¿Qué psicólogo nos enseñará a ser más
humanos? De poco sirven los buenos deseos. Lo decisivo es estar más atentos a
lo mejor que se despierta en nosotros. La salvación se nos ofrece cada día. No
hay que esperar a nada. Hoy mismo puede ser para mí un día de salvación.
José Antonio Pagola (En
Eclesalia)
ORA EN TU
INTERIOR CON EL PADRE NUESTRO DE LA PAZ
Y ahora, una vez que tú
estás bendecido, dedícate a bendecir. Si Dios ha puesto su luz en ti, irradia.
Si Dios te ha pacificado, siembra la paz. Así como Dios nos ama para que nos
amemos, Dios nos bendice para que bendigamos, para que lleguemos a ser una
bendición. Que cuando te acerques a otro, sienta que sale de ti una irradiación
benéfica y pacificadora. Y cuando alguien se acerque a ti, que tú le acojas
entrañablemente y le digas bien, le digas cosas buenas, bonitas, y pueda volver
gozoso. Y si tú no te atreves a bendecir, dile eso: que Dios te bendiga, pero
de verdad.
PADRE que miras por
igual a todos tus hijos a quienes ves enfrentados.
NUESTRO: de todos, sea
cual sea nuestra edad, color o lugar de nacimiento.
QUE ESTÁS EN LOS
CIELOS, y en la tierra, en cada hombre, en los humildes y en los que sufren.
SANTIFICADO SEA TU
NOMBRE pero no con el estruendo de las armas, sino con el susurro del corazón.
VENGA A NOSOTROS TU
REINO, el de la paz, el del amor. Y aleja de nosotros los reinos de la tiranía
y de la explotación.
HÁGASE TU VOLUNTAD
siempre y en todas partes. En el cielo y en la tierra. Que tus deseos no sean
obstaculizados por los hijos del poder.
DANOS EL PAN DE CADA
DÍA que está amasado con paz, con justicia, con amor. Aleja de nosotros el pan
de cizaña que siembra envidia y división.
DÁNOSLE HOY porque
mañana puede ser tarde, la guerra amenaza y algún loco puede incendiarla.
PERDÓNANOS no como
nosotros perdonamos, sino como Tú perdonas.
NO NOS DEJES CAER EN LA
TENTACIÓN de almacenar lo que no nos diste, de acumular lo que otros necesitan,
de mirar con recelo al otro.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
Imagen
para colorear.
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MENSAJE
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA
52
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE
ENERO DE 2019
La buena
política está al servicio de la paz
1. “Paz a
esta casa”
Jesús, al enviar a sus
discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero:
“Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra
paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6).
Dar la paz está en el
centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está
dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las
tragedias y la violencia de la historia humana[1]. La “casa” mencionada por
Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus
características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin
distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el
que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con
interés.
Por tanto, este es
también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.
2. El
desafío de una buena política
La paz es como la
esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy[2]; es como una flor frágil
que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la
búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La
política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad
del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un
servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de
opresión, marginación e incluso de destrucción.
Dice Jesús: «Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc
9,35). Como subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus
diversos niveles ―local, regional, nacional y mundial― es afirmar el deber de
cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la
opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el
bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad»[3].
En efecto, la función y
la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los
que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y
de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La
política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad
y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente
de la caridad.
3.
Caridad y virtudes humanas para una política al servicio de los derechos
humanos y de la paz
El Papa Benedicto XVI
recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y
sus posibilidades de incidir en la pólis. […] El compromiso por el bien común,
cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso
meramente secular y político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando
está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa
ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia
humana»[4]. Es un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los
políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar
juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas
que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el
respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad.
A este respecto, merece
la pena recordar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el
cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận, fallecido en el año 2002,
y que fue un fiel testigo del Evangelio:
Bienaventurado el
político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su
papel.
Bienaventurado el
político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el
político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el
político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el
político que realiza la unidad.
Bienaventurado el
político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político
que sabe escuchar.
Bienaventurado el
político que no tiene miedo[5].
Cada renovación de las
funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una
oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran
la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al
servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que
son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones
presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.
4. Los
vicios de la política
En la política,
desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la
ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones.
Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a
los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las
decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos
vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de
la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción —en sus
múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de
aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de
las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder
mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la
tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al
cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un
beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al
exilio.
5. La
buena política promueve la participación de los jóvenes y la confianza en el
otro
Cuando el ejercicio del
poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos
privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados
por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la
sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. En
cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los
jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga
en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que
significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos
por el bien común. La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto,
reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más
bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir.
Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que
cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede
hacerse un instrumento de diálogo»[6].
Cada uno puede aportar
su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica vida
política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas,
se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación
encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías
relacionales, intelectuales, culturales y espirituales. Una confianza de ese
tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En
particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus
raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios
personales y, lamentablemente, se manifiesta también a nivel político, a través
de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad
que tanto necesita nuestro mundo globalizado. Hoy más que nunca, nuestras
sociedades necesitan “artesanos de la paz” que puedan ser auténticos mensajeros
y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia
humana.
6. No a
la guerra ni a la estrategia del miedo
Cien años después del
fin de la Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos
durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor
que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz
jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al
otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la
dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la
intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son
contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror
ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones
enteras en busca de una tierra de paz. No son aceptables los discursos
políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a
privar a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe subrayar que la paz se
basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el
respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y
de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.
Asimismo, nuestro
pensamiento se dirige de modo particular a los niños que viven en las zonas de
conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos
sean protegidos. En el mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de la
violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para
convertirse en soldado o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se
comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente
precioso para el futuro de la humanidad.
7. Un
gran proyecto de paz
Celebramos en estos
días los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que
fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto
la observación del Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la
conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las
propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene
asimismo, como expresión de su dignidad, la oblig ación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos»[7].
La paz, en efecto, es
fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca
y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que
exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del
alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y
comunitaria:
— la paz con nosotros
mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y ―como aconsejaba
san Francisco de Sales― teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para
ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;
— la paz con el otro:
el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre...; atreviéndose
al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
— la paz con la
creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de
responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del
mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
La política de la paz
―que conoce bien y se hace cargo de las fragilidades humanas― puede recurrir
siempre al espíritu del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador y Reina
de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su misericordia llega a sus
fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a
los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros
padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,50-55).
Vaticano, 8 de
diciembre de 2018
Francisco
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