domingo, 21 de mayo de 2017

28 DE MAYO: VII DOMINGO DE PASCUA: SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.


“Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo..."

28 DE MAYO

VII DOMINGO DE PASCUA

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

1ª Lectura:  Hechos de los Apóstoles 1,1-11

Se fue elevando a la vista de sus apóstoles.

Salmo 46

Entre voces de júbilo, Dios asciendo a su trono. Aleluya.

2ª Lectura: Efesios 1,17-23

Lo hizo sentar a su derecha en el cielo.

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 28,16-20

“Los once discípulos fueron a Galilea al monte donde Jesús los había citado.

Al verlo se postraron ante él, los mismos que habían dudado.

Jesús se acercó y les habló así:

- Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin de esta edad.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.

Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".
REFLEXIÓN

La Ascensión del Señor, quiere significar: cercanía al Padre, igualdad de poder y de gloria.
    
        Pero en vez de Ascensión podríamos hablar de comunión. Que Jesucristo suba al Padre quiere decir que se abraza en comunión perfecta con el Padre. El Padre y yo somos uno, decía Jesús. Pero aquí se añade la dimensión humana del Hijo, que vive también en comunión trinitaria.

            En la Ascensión se destaca la glorificación de la naturaleza humana, divinizada de Jesucristo. El Hijo de Dios se despojó del manto divino para asumir la humanidad y vivir entre los hombres.

Y ahora, en la Ascensión, el Hijo del Hombre se adorna con el manto de Dios para vivir eternamente en Él. Lo humano y lo divino se suman, no se contrarrestan. Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho Dios.

            La realización plena de este dinamismo se encuentra en Jesucristo. Pero alcanza de una manera u otra a todos los hombres. Dios se hizo hombre. Pero el misterio de la encarnación se prolonga indefinidamente.

            Dios se hizo hombre en el hijo de María, pero se sigue haciendo hombre en los pobres, en los enfermos, en todos los que sufren. Se hace hombre en los hermanos, en todos los que están llamados a ser hermanos.


            Dios se humaniza en el amor humano. En los que se quieren, en los que viven en común, en los que rezan en común, en los que tienen entrañas de misericordia.

            Dios se humaniza en los que creen en Jesús y guardan su palabra, en los que se dejan guiar por el Espíritu, en los que transforman sus vidas viviendo en Jesucristo.

            Y el hombre se hace Dios. Hay una semilla divina en todo ser humano, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Esta semilla debe desarrollarse en plenitud.

            Es camino de salir de sí, de no vivir para sí, sino en relación solidaria, en comunión.

            Jesús sube al cielo.

            El cielo no es un lugar, sino una manera de estar, otra manera de ser. El cielo está donde se vive y cuando se vive en amor. El cielo es experimentar la presencia de Dios.
            Hay fuerzas que nos ayudan a llegar al cielo:

•          El deseo, hijo del amor y de la esperanza.

•          La oración, que es diálogo y encuentro, que es apertura a Dios.

•          El servicio desinteresado y alegre, que es un camino directo hacia Dios.

•          La pobreza, para aligerar el equipaje.

•          El esfuerzo, para poder llegar a la cima.

•          La fortaleza, para superar los caminos y los momentos oscuros.

•          La misericordia, para aprender a sentir como Dios.

Todo se resume en el amor como nos recuerda la oración litúrgica: “Tú que por el camino del amor descendiste hasta nosotros, haz que nosotros por el mismo camino ascendamos hasta ti”.

Alguien dijo que uno no está donde está sino donde ama, donde tiene su corazón. Así de sencillo, pero así de verdad y así de gratificante.

Uno está más donde anhela, donde piensa, donde sufre, donde suspira, donde quiere, donde ama.

Y esto que es verdad ahora, es más verdad cuando se vive más en el Espíritu. Porque el Espíritu, que es amor, está donde ama y donde le aman.

Salimos ganando con la Ascensión del Señor:

•          Porque nos garantiza su presencia: “ánimo, no temáis…”

•          Porque está más dentro de nosotros, en mayor intimidad.

•          Porque puede estar con todos nosotros, sin limitación de espacio.

•          Porque puede estar siempre con nosotros, sin limitación de tiempo.

•          Porque está con nosotros en su Espíritu, la presencia más lograda y más rica. Es una presencia divina que acompaña y transforma. Es como si el mismo Cristo viviera en nosotros, hasta convertirnos en otros Cristos. Presencia dinámica y transformadora.

•          Porque está con nosotros en su Palabra, presencia que se convierte en luz para el camino.
•          Porque está con nosotros en el pan partido y en los sacramentos, presencia real, que acompaña, consuela, fortalece y alimenta.

•          Porque está con nosotros en los hermanos, en los que le recuerdan y le aman, en los que comulgan, en los que se unen, en los que se comprometen.

•          Porque está con nosotros en los enfermos, en los pobres y en los que sufren, presencia ardiente, llagas dolorosas del cuerpo del Señor Jesús.

Jesús está presente en el hombre. ¿Qué tú no lo ves? Es porque te falta fe y te falta amor. Grita como el ciego de nacimiento: “Señor, que pueda ver, Señor, que pueda verte”.

ENTRA EN TU INTERIOR

ESCUELA DE JESÚS

La situación que se vive hoy en nuestras comunidades cristianas no es nada fácil. En nuestro corazón de seguidores de Jesús surgen no pocas preguntas: ¿dónde reafirmar nuestra fe en estos tiempos de crisis religiosa? ¿qué es lo importante en estos momentos? ¿qué hemos de hacer en las comunidades de Jesús? ¿hacia dónde hemos de orientar nuestros esfuerzos?

Mateo concluye su relato evangélico con una escena de importancia excepcional. Jesús convoca por última vez a sus discípulos para confiarles su misión. Son las últimas palabras que escucharán de Jesús: las que han de orientar su tarea y sostener su fe a lo largo de los siglos.

Siguiendo las indicaciones de las mujeres, los discípulos se reúnen en Galilea. Allí había comenzado su amistad con Jesús. Allí se habían comprometido a seguirlo colaborando en su proyecto del reino de Dios. Ahora vienen sin saber con qué se pueden encontrar. ¿Volverán a verse con Jesús después de su ejecución?

El encuentro con el Resucitado no es fácil. Al verlo llegar, los discípulos «se postran» ante él; reconocen en Jesús algo nuevo; quieren creer, pero «algunos vacilan». El grupo se mueve entre la confianza y la tristeza. Lo adoran pero no están libres de dudas e inseguridad. Los cristianos de hoy los entendemos. A nosotros nos sucede lo mismo.



Lo admirable es que Jesús no les reprocha nada. Los conoce desde que los llamó a seguirlo. Su fe sigue siendo pequeña, pero a pesar de sus dudas y vacilaciones, confía en ellos. Desde esa fe pequeña y frágil anunciarán su mensaje en el mundo entero. Así sabrán acoger y comprender a quienes a lo largo de los siglos vivirán una fe vacilante. Jesús los sostendrá a todos.

La tarea fundamental que les confía es clara: «hacer discípulos» suyos en todos los pueblos. No les manda propiamente a exponer doctrina, sino a trabajar para que el mundo haya hombres y mujeres que vivan como discípulos y discípulas de Jesús. Seguidores que aprendan a vivir como él. Que lo acojan como Maestro y no dejen nunca de aprender a ser libres, justos, solidarios, constructores de un mundo más humano.

Mateo entiende la comunidad cristiana como una "escuela de Jesús". Seremos muchos o pocos. Entre nosotros habrá creyentes convencidos y creyentes vacilantes. Cada vez será más difícil atender a todo como quisiéramos. Lo importante será que entre nosotros se pueda aprender a vivir con el estilo de Jesús. El es nuestro único Maestro. Los demás somos todos hermanos que nos ayudamos y animamos mutuamente a ser sus discípulos.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            Queda todavía mucho, muchísimo por hacer. Jesús necesita de todos nosotros. No ha llegado aún el momento del descanso. Ofrécele al Señor todo lo que puedas: quizá sólo sea una oración o un dolor o una palabra o un servicio o un gesto de solidaridad y comunión. Todo vale, con tal de que sea hecho en el Espíritu. Es el momento de tu compromiso. No podemos quedarnos mirando al cielo cuando hay tanto que hacer en la tierra. No podemos rezar “venga tu Reino”, si no ponemos nuestro esfuerzo para que la sociedad cambie. No podemos esperar “un cielo nuevo y una tierra nueva”, si no hacemos algo por conseguirlo.

            Hoy, litúrgicamente, se apaga el cirio que nos ha iluminado durante toda la cincuentena pascual. Eso significa que cada uno de nosotros tiene que ser una pequeña antorcha que ilumine y encienda al mundo.

ORACIÓN

            Concédenos, Señor, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti fervorosas gracias ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Dibujos de Paxi Velasco (FANO)


Dibujo para colorear.





SEPTIMA SEMANA DE PASCUA

“No os dejaré huérfanos: os enviaré el Espíritu”. El discurso de despedida de Jesús, que leemos en este tiempo de la Ascensión, se hace oración. Antes de dejar a los suyos, Jesús invoca al Padre por aquellos que ha recibido de su mano. 

            Recibirán el Espíritu. La Iglesia va a recibir su constitución: no ya un código de mandamiento, sino una ley interior incesantemente reescrita y puesta al día por el Espíritu. De edad en edad, la Iglesia nacerá del Espíritu y será llamada a reencontrar la fuente de su existencia. Vivirá del Espíritu, abandonándose a la pasión de amar que la abrasa.

            Los discípulos van a recibir el Espíritu. De siglo, la Iglesia será la caja de resonancia de la Buena Nueva sobre el escenario del mundo; prefigurará la unión de todas las cosas en el amor al Padre.

            “¡No os dejaré huérfanos!”. El Espíritu, que hace a la Iglesia, es el don pascual del Señor Jesús. Por tanto, no vamos a celebrar Pentecostés como algo distinto a la Pascua, sino, más bien, como la eclosión de lo que Jesús ha sembrado venciendo a la muerte. Los cincuenta días del tiempo de Pascua no habrán sido demasiados para acoger al Espíritu de Cristo, vivo para siempre.

            En este sentido, somos invitados también a hacer un retiro en el cenáculo esta semana, con María, la madre de Jesús, y los apóstoles, para pedir la efusión del Espíritu. En el curso, a menudo monótono, del tiempo, la celebración litúrgica permite que irrumpan los tiempos de Dios, para que se renueve el gran don pascual. Pedir con insistencia el don del Espíritu durante esta semana que precede a la fiesta de Pentecostés tiene, pues, mucho asentido; repetir incansablemente: “Ven, espíritu Santo”, es profesar en la fe que ciertamente vendrá (nuestra oración no es un grito insensato), pero que su venida depende necesariamente de nuestra petición y de nuestra sumisión a él.


            En el Cenáculo estaba presente María. Discretamente. Está con la Iglesia para siempre, como icono de acogida y de fecundidad. En ella, la Palabra se ha hecho carne por el Espíritu, pues “nada es imposible para Dios”: también en la Iglesia la Palabra se hará carne de los hombres, por la fuerza del Espíritu.

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