6 DE DICIEMBRE
(8 DE DICIEMBRE EN COSTA RICA)
SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
1ª Lectura: Isaías 60,1-6
La gloria del Señor amanecerá sobre ti.
Salmo 71
Que te adoren, Señor, todos los pueblos.
2ª Lectura: Efesios 3,3-3,5-6
También los paganos participan de la misma
herencia que nosotros.
EVANGELIO
Mt 2,2-12
“Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
preguntando:
- “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque
hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén
con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les
preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
- “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén de Judea, no eres ni mucho menos la última de
las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi
pueblo Israel”
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le
precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén,
diciéndoles:
- “Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando
lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de
pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a
pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron
en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y
mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no
volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de
Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que
acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo".
Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él
toda Jerusalén.
Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas
del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.
"En Belén de Judea, le respondieron, porque así está
escrito por el Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor
entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será
el Pastor de mi pueblo, Israel".
Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de
averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,
los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense
cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que
yo también vaya a rendirle homenaje".
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que
habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde
estaba el niño.
Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,
y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su
madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al
palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.”
REFLEXIÓN
La fiesta de la Epifanía es la primera que empezó a
celebrarse, después de la Pascua. Una fiesta que conserva toda su fuerza,
especialmente en la Iglesia Oriental. Es más que la Navidad. Es la
manifestación de Dios en el nacimiento, en la estrella a los Magos, en el
bautismo y en las bodas de Caná, los primeros signos de la presencia de Dios
entre nosotros.
Los evangelios de la infancia, tanto en Mateo como en
Lucas, tienen claras aperturas a la universalidad. Lucas las pone en labios de
Simeón: Cristo es “salvación para todas las naciones, luz para todas las
gentes”. Mateo lo plasma en el relato de la estrella –aparece en el lejano
Oriente- y los Magos la siguen.
Dios es para todos. El cielo, a la altura en que se fijan
las estrellas, todavía no es propiedad de nadie. Todos puede ver la estrella y
nadie puede apropiársela. Todos pueden gozar con la luz de la estrella, sin que
nadie le estorbe. Todos pueden levantar sus ojos y sus pensamientos a la luz de
la estrella, sin que nadie lo prohíba. Todos pueden embriagarse de belleza,
llenarse de esperanza y encenderse en amor a la luz de la estrella, sin tener
que pagar por ello.
Nos viene bien esta fiesta con aires ecuménicos y con
colores brillantes. A pesar de que el mundo se nos ha abierto en todos los
sentidos, a pesar de que aún los pueblos más lejanos hoy, en cierto sentido,
están cerca, a pesar de que las Iglesias y religiones han progresado en
comprensión y apertura, seguimos moviéndonos en un mundo pequeño. Nuestro corazón
sigue siendo pequeño, muy pequeño.
Hoy, día de la Epifanía, de la manifestación amorosa de
Dios a todas las gentes, le pedimos al Niño dinamismo ensanchador, la gracia de
abrirnos a los límites del mundo.
ENTRA EN
TU INTERIOR.
Hemos visto salir su estrella. Es la primera fase: el encuentro, la
llamada, el chispazo, la seducción. Los magos debieron conmoverse al ver salir
la estrella. Es la conmoción que sintieron los primeros discípulos que fueron
llamados por Jesús. Quiero recordar la expresión de Pedro: “Apártate de mí, que
soy un pecador” Es el tiempo de los primeros fervores y los primeros amores. Es
la primavera de la vida espiritual.
Sé, Señor, que la estrella puede ser la familia, la
parroquia, la clase, una palabra escuchada y grabada en mi alma. Un testimonio,
un pobre, un acontecimiento favorable, un sufrimiento o fracaso, una lectura,
una visita… Dios puede manifestarse directamente o puede valerse de muchos
signos. Pero si se manifiesta, algo muy grande se enciende en mi alma.
ORA EN TU
INTERIOR
Una inmensa alegría, que es el fruto de la fidelidad. En
cualquier momento vuelve a lucir la estrella, la buena estrella, la fiel
estrella. Puede bastar una palabra, como la de Jesús resucitado a la Magdalena.
Puede ser un cariñoso reproche. Puede ser una presencia de Dios. Puede ser una
bendición o una respuesta a mi llamada. Puede ser una especial providencia o el
cumplimiento de mis deseos. Puede ser la palabra de un hermano.
ORACIÓN
FINAL
Qué la luz de Jesucristo, como la luz de la estrella, ilumine a todas las
gentes.
Para que se multipliquen los testigos del amor de Dios a los hombres,
misioneros que sean portadores de salvación, especialmente a los más
necesitados. Para que todos los que sufren, los que buscan, los que dudan, los
que han perdido la esperanza, vuelvan a encontrar la luz de la estrella. Amén.
8 DE
DICIEMBRE
(9 DE
DICIEMBRE EN COSTA RICA)
FIESTA
DEL BAUTISMO DE JESÚS
1ª
Lectura: Isaías 42,1-4.6-7
Mirad a
mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quién me complazco.
Salmo 28
Te
alabamos, Señor.
2ª Lectura:
Hechos de los Apóstoles 10,34-38
Dios
ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret.
EVANGELIO
Mateo:
3,13-17
“Entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a
Juan para que lo bautizara.
Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
- Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a
mí?
Jesús le contestó:
- Déjame ya, que así es como nos toca a nosotros cumplir toda
justicia.
Entonces Juan lo dejó. Jesús, una vez bautizado, salió en
seguida del agua. De pronto quedó abierto el cielo y vio al Espíritu de Dios
bajar como paloma y posarse sobre él, y una voz del cielo dijo:
- Éste es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se
presentó a Juan para ser bautizado por él.
Juan se resistía, diciéndole: "Soy yo el que tiene
necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi
encuentro!".
Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer esto,
porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo
permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se
abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y
dirigirse hacia él.
Y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo
muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
REFLEXIÓN
Manifestación
Bautismal. Una nueva Epifanía
Después de la manifestación de la estrella a los Magos,
Dios volvió al silencio. Durante años y años Dios se oculta. Jesús pasó unos
treinta años en Nazaret, una vida normal de familia y trabajo. No hay palabras.
No hay signos. Hay silencios, hay oración, hay trabajo, hay sencillez, hay
familia. Si Juan presentía algo por aquello de la Visitación y sus saltos en el
vientre materno, se cansaría de esperar. Lo mismo los pastores de Belén. A
Simeón y Ana no les dio tiempo. José y María no tenían prisas, tan contentos de
que Jesús estuviera con ellos.
Juan, efectivamente, se cansó de esperar. Aparece en el
desierto y en el río como un terremoto espiritual. Su conciencia le empuja.
Dios mismo le empuja a que predique la conversión. Hay un presentimiento. Tiene
que hacer algo para adelantar la hora del Mesías. Diríamos que le facilita el
terreno.
Y Jesús sale de su casa, de Nazaret. Él también esperaba
su hora, pero no sabe cuándo. Porque él no actúa desde sí ni vive par sí, sino
desde y para el Padre.
Jesús quiere también recibir el bautismo de Juan. Quiere
escucharlo, quiere escuchar al que habla con palabras de fuego. Quiere
renovarse con el rito bautismal. Quiere estar más cerca de Dios y llenarse más
de Él.
En la
cola de los pecadores
Jesús se llamaría así mismo Hijo del Hombre. Asumía toda
la condición humana, su dignidad y sus capacidades, pero también sus llagas y
sus miserias. No tiene pecado, es
semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, pero quiere cargar con los
pecados del hombre, “con los pecados del mundo”, diría Juan. Es una imagen
reveladora. Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Cuando Jesús entró en el agua es uno de los momentos de
más ocultamiento de Jesús. ¿Quién podría pensar que era el Mesías, al verlo en
la cola de los pecadores, sometiéndose a un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados? Hasta ahí llegó Jesús.
Pero cuando sube del agua, se abre el cielo, desciende la
gracia, se manifiesta Dios. Una nueva Epifanía, como un anticipo de la Pascua,
o del Tabor. Jesús se siente renacer.
Desciende el Espíritu, como paloma de paz, como ungüento
de alegría, como energía de libertad, como fuerza de amor. Jesús sintió que el
Espíritu de Dios lo penetraba, lo empapaba, lo llenaba de felicidad, lo
resucitaba. Fue como el Pentecostés de Jesús. Una experiencia que marcará su
vida. Siempre actuará movido por el Espíritu.
Esta experiencia de libertad, de perdón y resurrección se
extenderá también a los hombres, a ti y a mí. Había asumido nuestros pecados,
ahora nos devolvía la gracia.
La voz del Padre. Es como si el Padre quisiera presentar
públicamente a su Hijo, una presentación en toda regla, una presentación a la
Humanidad: Es mi Hijo amado, es mi predilecto. Es lo que más quiero. Estaba
conmigo y os lo entrego. Pero yo estaré con él, porque no puedo dejar de
amarle. Es mi Vida. Es todo lo que tengo.
La voz del Hijo. La palabra del Hijo no podía ser otra
que: ¡Abba, Padre! Eco también de la palabra eterna. Una palabra llena de
reconocimiento, de confianza, de gratitud y de amor. Sí, Padre. Lo que Tú
quieras. Yo para esto he venido para reunir a los hijos dispersos e integrarlos
en nuestra Comunión. He venido para dar vida, para dar mi vida, para vencer la
muerte. He venido para limpiar el mundo de los espíritus del mal, y rehacer tu
obra, para instaurar tu Reino. He venido para que te conozcan a ti, único Dios
verdadero y a tu enviado Jesucristo.
ENTRA EN
TU INTERIOR.
Lo mismo que después del Tabor, Jesús tuvo que bajar para acompañar a los
hombres, después del Bautismo empezará a servir. La experiencia del Bautismo le
ha marcado para el servicio. Ha sido ungido por el Espíritu para servir. Él
explicará esta palabra en Nazaret. Siguiendo el texto de Isaías: “El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha ungido, me ha enviado a anunciar la Buena
Noticia a los pobres…· (Is 4,18).
Me pregunto, Señor, si me he dado cuenta que a mí también
me marcaron en el Bautismo para el servicio, con una marca indeleble, eterna.
ORA EN TU INTERIOR.
El profeta nos invita a mirar al Siervo de Yahvé. No lleva armas ni
alforja. No grita ni vocea. No amenaza ni castiga. No se doblega ni vacila. En
sus manos libres levanta la bandera de la justicia. Se alía con la misericordia
para abrir los ojos del ciego, curar heridas y enfermedades. Prefiere la
misericordia al sacrificio. Se carga de libertad para expulsar demonios y sacar
cautivos de la prisión. Es médico de corazones. Trae las mejores noticias para
los pobres, que serán sus preferidos. Proclama amnistía de todas las deudas.
Inaugura tiempos de bendición y jubileo de gracia.
Yo sólo quiero, Señor, sentir los dolores y los
sufrimientos de mis hermanos como míos. Sentir sus alegrías y sus tristezas,
como mías. Yo sólo quiero, Señor, que nadie sea indiferente para mí, que no me
haga impermeable al sufrimiento de mis hermanos.
ORACIÓN
FINAL
Manifiesta la luz de tu verdad, de tu amor, a todos los
hombres que te buscan. Manifiesta tu misericordia a todos los hombres que
sufren: que pobres, enfermos y oprimidos por el mal reciban, como el hombre
apaleado al borde del camino, el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Renueva en mí, Padre, la gracia del bautismo; que viva de acuerdo con sus
exigencias.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
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