domingo, 20 de noviembre de 2016

27 DE NOVIEMBRE: PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.



“Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.
27 DE NOVIEMBRE
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
1ª Lectura: Isaías 2,1-5
El Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del reino de Dios
Salmo 121: Vamos alegres a la casa del Señor
2ª Lectura: Romanos 13,11-14
Nuestra salvación está cerca
EVANGELIO DEL DÍA
Mateo 24,37-44
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban, hasta el día en que Noé entró en el arca, y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.”
REFLEXIÓN
A nadie se le oculta que la historia es sabía maestra y que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan poco y tan poco nos interesa.  Aprender sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos concretos.
            ¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento?
            Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos limitemos a señalar algunos datos altamente significativos.
            Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente les correspondía vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la historia.
Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa colmo la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello.
            El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.
            Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los acontecimientos históricos, profanos, por cierto, que se interpretaban como guiados hacia un acabamiento que les daría sentido definitivo.
En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que apuntaban… Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la pregunta clave.
Fácil nos es ahora comprender el significado del evangelio con que la liturgia abre el adviento, en este Año A. Cuando se redactó el texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón y numerosos cristianos, entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación… Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que nunca, tratando de divisar en el horizonte la alborada que había anunciado Isaías.
            El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad. “estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor”.
            El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el tiempo de la historia, como un tiempo de “vigilancia”, de guardia con los ojos abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo, trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada inoportuna del ladrón.
ENTRA EN TU INTERIOR
SIGNOS DE LOS TIEMPO
Los evangelios han recogido de diversas formas la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos.    
Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta "vigilancia" para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.
Así recoge el Vaticano II esta preocupación: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura...".
Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: "Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión". ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin hacer ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            El Señor es “el que viene” y ésta es la razón por la que nosotros debemos velar y vigilar. Debemos esperar su revelación. Él se manifestará. Revelarse es descubrir algo desconocido, des-esconderse. Manifestarse implica algo de transfiguración: es epifanía. Podemos comenzar esta meditación considerando el cap. 60 de Isaías.
            Hay una vigilancia activa. Se nos pide hacer unas cosas y no hacer otras. De esta vigilancia activa nace la fidelidad. El infiel se adueña de la cosa encomendada, ya sea para usufructo propio (Mt 21,33-46), ya sea por mala administración y pereza (Mt 25,14-30). El siervo fiel y el infiel (Mt 24,45).
            La falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se alimentan mutuamente una a otra. No se acepta la invitación del señor porque el corazón está apegado a su propio juicio, a su propio espacio interior, a su propio negocio. Los invitados a la boda prefieren su propia fiesta. Y también está el infiel que juega a dos puntas: va a la fiesta, pero se reserva el vestido (la posibilidad) de no estar en ella (Mt 22,1-4).
            Pero hay una vigilancia que es más que la mera atención: la vigilancia expectante. Hay que recurrir a la Escritura para ver a los varones justos, a las mujeres piadosas y al pueblo fiel de Dios con esta esperanza expectante. Juan el Bautista que manda preguntar a Jesús si es él a quien esperaban (Mt 11,3), o José de Arimatea que aguardaba (Mc 15,43), o Simeón (Lc 2,25) o el pueblo fiel al que hablaba Ana (Lc 2,38) y que esperaba (Lc 3,15). Cabe la pregunta si nuestra vigilancia tiene esta dosis de esperanza expectante.
(Jorge Mario Bergoglio. Papa Francisco. Mente abierta, corazón creyente)
ORACIÓN
Dios Todopoderoso, aviva en mí al comenzar el Adviento, el deseo de salir a tu encuentro, que vaya acompañado de obras buenas, para que, colocado un día a tu derecha, merezca, por tu gracia, poseer el reino eterno.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.


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