“Señor, acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino”
20 DE
NOVIEMBRE
XXXIV
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©
SOLEMNIDAD
DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
1ª
Lectura: 2 Samuel 5,1-3
Ungieron
a David como rey de Israel.
Salmo 121
Vamos
alegres a la casa del Señor
2ª
Lectura: Colosenses 1,12-20
Nos ha
trasladado al reino del Hijo de su Amor.
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
23,35-43
“En aquel tiempo, las
autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido. Se burlaban de
él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de
los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega,
latina y hebrea: “Este es el Rey de los judíos”. Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo
y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios estando
en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que
hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de
mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás
conmigo en el paraíso.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“El pueblo permanecía
allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a otros: ¡que se
salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También los soldados se
burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si
eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había
una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti
mismo y a nosotros".
Pero el otro lo
increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma
pena que él?
Nosotros la sufrimos
justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada
malo".
Y decía: "Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
Él le respondió:
"Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
REFLEXIÓN
Este último domingo del tiempo ordinario, en el que contemplamos a Jesucristo
como Rey del Universo, hemos escuchado cómo sufre el escarnio y la burla en el
momento de dar la vida en la cruz. Es toda una paradoja ver a todo un Dios
muriendo en la cruz. Pero no sólo eso, sino también sentir las burlas e
insultos que le dirigen las autoridades judías y los soldados romanos. Además,
habían puesto un rótulo para ridiculizarlo: “Jesús Nazareno, Rey de los
judíos”. Hubiesen querido despreciarlo más poniendo “este ha dicho que era Rey
de los judíos”. Un espectáculo espantoso.
Paradójicamente, como decía, él era Rey, pero su reino no era de este mundo.
¿Qué querían decir cuando le pidieron por tres veces que se salvara él mismo?
¿Quizá que hiciese un milagro y bajase de la cruz? ¿Tal vez que demostrara su
poder? Lo que más hizo sufrir a Jesús fue el abandono de los suyos. Más que la
prueba que le pedían los demás para mostrar con prodigios que él era el Mesías.
¿Cómo podemos responder a esta prueba de amor que nos da Jesús? Más aún, ¿cómo
deberíamos responder los cristianos cuando nos sentimos incomprendidos y quizá
acusados? Con el mismo ejemplo y las mismas formas que Jesús: el amor y el
perdón. Él simplemente dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Sin embargo, fue un malhechor quien descubrió el reinado y el mesianismo de Jesús, y fue en la cruz. Muchos no lo reconocieron cuando pasaba curando enfermos y haciendo milagros. Y él lo reconoce y confiesa cuando está crucificado a su lado. Como dice san Agustín, “en su corazón creyó, y con la lengua hizo la profesión de fe”. Y dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Quizá esperaba la salvación para el futuro, pero el gran día no se haría esperar. Jesús, exaltado en la cruz, le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ojalá que, el día en que vuelva lleno de gloria, nos pudiese decir a cada uno de nosotros estas mismas palabras.
Jesús reina, como se nos muestra hoy, sirviendo y salvando a la humanidad. Su
trono es la cruz, su cetro una caña, su manto real es una pequeña túnica
púrpura, su corona es de espinas. En su reino los últimos son los primeros y
los primeros, últimos. Ahora podemos llegar a comprender por qué el reino de
Dios no viene espectacularmente, sino que viene en cada corazón que lo confiesa
y que hace un lugar a su majestad.
Cada uno de nosotros puede ser constructor de su reino si trabajamos por la paz
y la justicia, si somos capaces de servir como hizo el mismo Jesús, de perdonar
como él, de luchar por la vida y la fraternidad. Cristo es la cabeza del cuerpo
que es la Iglesia. Nosotros somos sus miembros. Todos los creyentes. En
definitiva, todos los cristianos formamos parte de su cuerpo, del cual es él la
Cabeza. En este “Cristo total” todos los bautizados asumimos la misión y el
destino de Cristo: hacer posible ya aquí, en medio de nuestro mundo, la
realidad del reino, y esperar con confianza que un día resucitaremos como él.
Hoy contemplamos cómo le corresponde a Jesucristo, por derecho, el título de
Rey. Él es el Señor absoluto de todo y de todos. Por él todo fue creado. Dios
Padre puso en sus manos las realidades visibles e invisibles. Nada escapa a su
mano providente y todo está bajo su dominio. En él se encuentra la plenitud de
la verdad y la vida. Pero, a pesar de todo esto, su reino no es como los de
este mundo. Su reino no se impone, se propone. ¡Cuántas veces en nuestro
mundo se imponen los poderes políticos y económicos! Pero el reino de Dios es
un reino de servicio, de entrega amorosa. Dios reina entregando su vida por
nosotros desde la cruz. Sin su sacrificio en la cruz no se puede comprender su
reino.
¡Qué diferente son los que reinan según los criterios de este mundo: por la
belleza física, por los títulos, por el dinero, por el cargo, por la palabra,
por influencias, por orgullo! Y el reino de Dios es un reino de Justicia, de amor
y de paz. Esta fiesta de hoy nos recuerda que Jesús es el único soberano ante
una sociedad que parece querer dar la espalda a Dios. Un reinado que Cristo
vino a establecer con la bondad y la mansedumbre de un pastor.
No nos avergoncemos de un Cristo perseguido y muerto por ser testigo de la
verdad. “el que es de la verdad, escucha mi voz”: el que con sinceridad de
corazón mira al rey divino y acepta su camino de humildad y renuncia, ése es su
súbdito fiel.
ENTRA EN
TU INTERIOR
¿BURLARSE
O INVOCAR?
Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las
burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha
captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva
de Dios al ser humano.
Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se
burlan de Jesús haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo
si es el Mesías». Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino
avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de
los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes,
crucificado junto a él: « ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».
Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué
«Mesías» puede ser éste si no tiene poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase
de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no
puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios
de su parte si no interviene para liberarlo?
De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de
mí cuando llegues a tu reino». Es el otro delincuente que reconoce la inocencia
de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo
pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás
conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo
y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del
Padre.
¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación
escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la
historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro
pecado y nuestra impotencia ante la muerte?
Hay quienes también hoy se burlan de Jesús Crucificado. No saben lo que
hacen. No lo harían con Che Guevara ni con Martin Luther King. Se están
burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más
digna ante ese Jesús Crucificado, revelación suprema de la cercanía de Dios al
sufrimiento del mundo, burlarse de él o invocarlo?
José Antonio
Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Rey, apenas hay
otra palabra menos apropiada para Jesús.
Un rey que toca
leprosos, que prefiere la gente normal a los poderosos del pueblo.
Un rey que lava los
pies de los suyos, un rey que no tiene dinero y que no puede defenderse.
Jesús crucificado es un
extraño rey: su trono es la cruz, su corona es de espinas. No tiene manto, está
desnudo. No tiene ejército. Hasta los suyos le han abandonado. ¡Menudo rey!
Reino. Y ya que
hablamos del rey, tenemos que hablar del reino. Jesús habló del reino de Dios,
del reinado de Dios.
Un reinado en que los
últimos del mundo son los primeros.
Un reinado que prefiere
a los publicanos y a las prostitutas, antes que a los doctos letrados y los
puros fariseos.
Un reinado sin tronos,
sin palacio, sin ejército, sin poder.
Un reinado de viudas
pobres, que echan dos céntimos de limosna.
Un reinado de samaritanos,
que cuidan a un herido.
Un reinado en que son
preferidos los sencillos como niños.
Un reinado de gente
pobre, que sabe sufrir, de corazón limpio, comprometida con la justicia.
¡Menudo reino!
Dios se siembra desde
dentro y hace vivir. Reina desde el amor.
“Reinar”. En
nuestro mundo reina el terror, reina la miseria, reina la explotación,
reina la venganza, reina el negocio sucio, reina la violencia.
Cuando en nuestro mundo
reine la confianza mutua, cuando todos vivan decentemente, cuando no haya
analfabetos, cuando los negocios sean honrados, cuando nos contentemos con
menos… entonces podremos empezar a hablar de que Dios reina. Desde dentro,
desde la humanización de los corazones.
¿Reinará Dios alguna
vez? Tenemos la tentación de pensar que no. La violencia y la rapacidad y
el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad y la
austeridad. Eso es una tentación.
Pero Jesús creía en la
fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imparable del
Espíritu, del Viento de Dios.
Y entretanto, tú y yo
nos enfrentamos a una invitación urgente: ¿quieres comprometerte con Jesús a
construir el reino?
ORACIÓN
A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el
Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de
nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho
sacerdotes de Dios, su Padre, a él, la gloria y el poder por los siglos de los
siglos.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
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