“Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino
que yo tenía preparado para vosotros desde el principio del mundo…”
2 DE
NOVIEMBRE
CONMEMORACIÓN
DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
(3
formularios a libre elección del celebrante: Las tres lecturas deben escogerse, de los
formularios propuestos o del leccionario de Difuntos: Esta es mi propuesta)
1ª
Lectura: Job 19,1.23-27
Yo sé que
está vivo mi Redentor.
Salmo 22
El Señor
es mi pastor, nada me falta.
2ª
Lectura: Romanos 14,7-9.10-12
En la
vida y en la muerte somos del Señor.
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
25,31-46
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Cuando venga
en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el
trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a
unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las
ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá al rey a los de
su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado
para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme.” Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre y te alimentamos, o con sed y de dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o
en la cárcel y fuimos a verte?” y el rey les dirá. “”Os aseguro que cada vez
que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis.” Y entonces dirá a los de su izquierda: “apartaos de mí, malditos,
id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y
no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no
me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no
me visitasteis.” Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos
con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te
asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con
uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y éstos irán al
castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus
discípulos:
"Cuando el Hijo
del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su
trono glorioso.
Todas las naciones
serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor
separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a
su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a
los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en
herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y
ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me
alojaron;
desnudo, y me
vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le
responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer;
sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de
paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos
enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les
responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su
izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado
para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y
ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me
alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le
preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo,
enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá:
'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo
eterno, y los justos a la Vida eterna".
REFLEXIÓN
"Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero
aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá” (Juan 11,21).
En este pequeño reproche de la hermana de Lázaro a Jesús, se expresan los
dos sentimientos que nos embargan, ante el misterio de la muerte: dolor por la
separación de un ser querido y, a la vez, como cristianos, esperanza firme de
que se trata efectivamente de una separación, pero no de una pérdida. La vida
humana, y de esto somos conscientes cuando se trata de la muerte de alguien a
quien amamos, es demasiado valiosa para desaparecer sin rastro. Los cristianos
creemos que la muerte no es término, sino tránsito; no es ruptura, sino
transformación. Creemos además que, cuando nuestra existencia temporal llega al
límite de sus posibilidades, en ese límite se encuentra no con el vacío de la
nada, sino con las manos del Dios vivo, que acoge esa realidad entregada y
convierte esa muerte en semilla de resurrección, sea de la forma que sea.
La muerte es ciertamente la crisis radical del hombre; alguien ha dicho
irónicamente que ella es la expropiación forzosa de todo el ser y todo el haber
de los humanos. Es además una crisis irrefutable, a la que el hombre no puede
responder; quitándole el ser, la muerte le quita también la palabra; es muda y
hace mudos.
Sólo Dios puede responder a esa interpelación, que también le toca a él;
si realmente es el Dios fiel y veraz, el Padre misericordioso, el amigo y
aliado del hombre, no puede contemplar indiferente lo que le ha ocurrido a su
hijo. Dios está ahí para responder por él; y su respuesta es el cumplimiento de
la promesa de vida y de resurrección.
Pablo decía a sus fieles de Tesalónica, en un trance parecido al que
sufrimos con la pérdida de un ser querido: “No os aflijáis como los hombres sin
esperanza”. El apóstol no prohíbe a sus cristianos la tristeza, pero les
advierte que la suya no tiene que ser una tristeza desesperada. A la separación
sucederá el reencuentro, en un plazo más o menos próximo, pero en todo caso
seguro y ya a salvo de toda contingencia. El cristiano, como Cristo, no muere
para permanecer en la muerte, sino para resucitar; no entrega la vida a fondo
perdido; la devuelve a su Creador y en él alcanza vida eterna. Porque,
notémoslo bien, no hay dos vidas, ésta y la otra; lo que se suele designar como
“la otra vida” no es, en realidad, sino ésta plenificada, la que había
comenzado con el bautismo y la fe: “Quién cree posee la vida eterna” (Jn. 5,24)
y que ahora se consuma en la comunión inmediata con el ser mismo de Dios.
Por otra parte, estamos reunidos aquí también para rezar por nuestros
hermanos difuntos. La separación que la muerte representa no significa que el
que muere queda fuera del alcance de nuestro amor.
Nuestro amor le llega, en la medida en que lo necesite, en forma de
oración y recuerdo. Y es toda la Iglesia la que ahora se une a nosotros,
avalando, con su intercesión a estos hijos suyos en el momento de su encuentro
con Dios. No se encuentran con Dios en solitario; nosotros estamos con ellos,
la Iglesia estera está con ellos y evoca para ellos las palabras consoladoras
del evangelio: “Ven, bendito de mi Padre, hereda el Reino que yo tenía
preparado para ti desde el comienzo del mundo…”
Para Dios, ningún dolor, ningún sufrimiento se pierde, todos son asumidos
en su cruz salvadora y redentora, la única que no juzga ni condena sino que
perdona y acoge.
Con estos sentimientos
de dolor esperanzado, de amor solidario, participemos en la eucaristía que
ofrecemos ahora por el descanso de sus almas, pero a decir verdad, más de las
nuestras, llenas de perjuicios y de falsas esperanzas; una Eucaristía que es, a
la vez, celebración del encuentro con Cristo y expresión de nuestra fe en la
resurrección.
San Agustín, escribía a su madre este poema, ya mucho lo conocéis, pero
yo quiero volver a recordarlo, porque nos hace bien a todos:
No Llores
Si Me Amas de San Agustín
“ No llores si me amas,
si conocieras el
don de Dios y lo que es el cielo!
si pudieras oír
el cántico de los ángeles
y verme en medio
de ellos!
Si pudieras ver
desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos
senderos que atravieso!
Si por un
instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante
la cual las bellezas palidecen!
Cómo!...¿Tú me
has visto,
me has amado en
el país de las sombras
y no te resignas
a verme y
amarme en el país
de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte
venga a romper las ligaduras
como ha roto las
que a mí me encadenaban,
cuando llegue un
día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a
este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás
a verme,
sentirás que te
sigo amando,
que te amé, y
encontrarás mi corazón
con todas sus
ternuras purificadas.
Volverás a verme
en transfiguración, en éxtasis, feliz!
ya no esperando
la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de
la mano por
senderos nuevos
de Luz...y de Vida...
Enjuga tu llanto
y no llores si me amas!”
ENTRA EN
TU INTERIOR
EN LAS
MANOS DE DIOS
Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único
que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese
triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de
nuevo a nuestra vida cotidiana.
Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares
arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa
muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante
el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que
van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?
La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez
cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido
de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio
insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él
Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho
de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con
nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana
por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo
una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de
nuestro ser querido”
¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que
nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte?
¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también
increyentes?
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos
hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más
incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es
difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos
encontrar una esperanza.
A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que
todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a
nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra
invocación humilde a Dios:
“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué
hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al
amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar
más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida
plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos
volveremos a ver”.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Seremos juzgados según la aceptación o el rechazo de Cristo a quien no vemos en
carne y hueso, pero que se identifica con cuantos sufren en la tierra de los
hombres. El prójimo es así la pantalla de nuestra vida, el video para leer
nuestra conducta, el espejo para recomponer nuestra figura cristiana, porque
“quién no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”
(1Jn 4,20).
La sensibilidad y solidaridad efectivas ante el dolor ajeno son, el termómetro
de nuestro cristianismo.
No basta una acción caritativa que por sistema se limitará tan solo a la
limosna, que por otra parte solo sirve para tranquilizar nuestra conciencia la
mayoría de las veces. La acción caritativa asistencial sirve para situaciones límite
e inaplazables. Pero para dar de comer al hambriento hoy, mañana y pasado, hay
que dar trabajo al parado, hay que transformar las estructuras sociales
injustas de modo que el necesitado se sienta liberado de su pobreza y
promocionado como persona libre.
El cristiano que se inhibe ante los problemas sociales y las múltiples
necesidades de su entorno, pensando que ese no es asunto suyo, olvida que el
hombre es un ser que vive en sociedad y por tanto cualquier acción humana,
incluidas la abstención u omisión, tiene, necesariamente, repercusiones
sociales.
ORACIÓN
Oh Dios, Padre bueno y justo, inclinándonos humildemente ante el misterio de
unos designios que no comprendemos, te pedimos que escuches nuestras plegarias,
ilumines las tinieblas en que nos sume nuestro dolor y concedas a nuestros
hermanos difuntos vivir eternamente contigo en la felicidad de tu reino.
El culto eucarístico debe reflejar el culto de nuestra vida, y al revés; porque
se necesitan mutuamente. El culto completo del discípulo de Cristo se expresa
en la solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. Esta
es la religión que acepta el Señor.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano
Imagen
para colorear.
“Venid
vosotros, benditos de mi Padre…”
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