“¿No ha vuelto más
que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe
te ha salvado.”
9 DE OCTUBRE
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17
Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que
el de Israel.
Salmo 97
El Señor revela a las naciones su salvación.
2ª Lectura: Timoteo 2,8-13
Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre
los muertos.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 17.11-19
“Yendo Jesús camino de Jerusalén,
pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: -Id a
presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno
de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos,
y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un
samaritano, Jesús tomó la palabra y dijo: -¿No han quedado limpios los diez?;
los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar
gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
Versión para
américa Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Mientras se dirigía a Jerusalén,
Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le
salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle:
"¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo:
"Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron
purificados.
Uno de ellos, al comprobar que
estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús
con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces:
"¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a
Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete,
tu fe te ha salvado".
REFLEXIÓN
Demos gracias a Dios, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, y Padre nuestro, pues por pura gracia de su
benevolencia nos ha salvado por la sangre de su Hijo y en él nos ha llamado a
ser herederos de la gloria que nos ha prometido.
El tema de este domingo,
hermanas y hermanos, no es de manera alguna ajeno al de domingo anterior, ya
que se nos hablaba de la gratuidad de la salvación, pues Dios nos ama tanto que
antes de nuestro interés por salvarnos, Él ya ha hecho todo para hacernos entrar
en su proyecto de vida eterna a su lado, por los méritos de su hijo. Más, aún,
es por la acción de su Espíritu que deseamos la salvación que no es
definitivamente otra cosa que la intimidad con Él en el amor.
Si el domingo pasado
hablábamos de la fe fácil y de la fe difícil, hoy nos muestra un acontecimiento
concreto que ejemplifica nuestra reflexión.
El propósito que tiene el
autor del libro de los reyes en este pasaje que acabamos de proclamar en la
primera lectura, es mostrar al Dios de Israel como el Dios de todos los
hombres, incluso de sus enemigos entre los cuales se encuentran los sirios a
cuyo rey sirve Naamán como general de su ejército. Éste hombre es un símbolo de
todos los hombres que se abren al favor del único Dios verdadero y lo descubren
para luego creer solo en Él y rendirle culto; especialmente un culto de
adoración agradecida.
Podríamos decir que Naamán
es el tipo de los alejados de la fe y que, una vez que ven lo que el Dios
misericordioso hace con ellos, responden al llamado de la fe con ánimo
agradecido. Al volver a su tierra, el sirio pide permiso a Eliseo para llevarse
un poco de la tierra en donde se adora al verdadero Dios. Es como el
reconocimiento de que Dios ha elegido al pueblo de Israel como el lugar donde
quiere mostrar su misericordia con todos los pueblos de la tierra. Aunque
vuelva a su tierra, donde se adoran a otros dioses, Naamán, según lo promete,
descubrió al verdadero Dios en el favor recibido y en adelante sólo a él quiere
servir fielmente.
Naamán, hermanas y
hermanos, descubrió a un Dios que le salió al paso en el camino de su vida. En
el evangelio vemos a un hombre agradecido que sanó y descubrió en Cristo al
Dios verdadero, presente entre nosotros. Ambos hombres sanaron físicamente y
por su fe encontraron la salvación. En realidad, la salud tan apreciada por
todos, y por Dios mismo, es poca cosa cuando se alcanza la salud eterna por la
fe. Es lo que sucede, al leproso agradecido.
La lepra, en tiempos de
Jesús se tenía como un castigo de Dios, pues ya, el que la padecía, ni siquiera
era digno de asistir al templo para alabar y agradecer a Dios por sus
beneficios. Quedaba marginado de la sociedad y debía permanecer fuera de la
ciudad para no contagiar a los demás.
Era considerado como un
ser impuro y, si llegaba a sanar, como lo indica el libro del Levítico, debía
presentarse a los sacerdotes que eran los únicos que podían dar fe de su
curación. Podía integrarse a la sociedad después de cumplir con los ritos de
purificación previstos por la ley de Moisés. Es por eso que Jesús los manda a
presentarse ante los sacerdotes. Cuando se alejan de Jesús, los diez leprosos
no han sido sanados, es en el camino donde sanan.
Es uno solo de los diez el
que, al verse favorecido por Jesús vuelve para agradecerle. Esto le pareció más
importante que presentarse a los sacerdotes. Parece, pues, que para este
leproso era más importante mostrar su gratitud y reconocimiento a Jesús, que
llegar pronto a cumplir con lo prescrito por la ley para volver a la vida
normal, como lo hacen los otros nueve.
Pero la gratitud a Jesús,
a quien el leproso reconoce como Dios, por el gesto de postrarse a sus pies, es
lo que completa en él la obra que Dios tenía prevista: su salvación. Los nueve
restantes sólo se reintegraron a la sociedad, el solitario se reintegró a la
amistad con Dios por su reconocimiento.
“Levántate, vete; tu fe te
ha salvado”. Le dice Jesús, para asegurarle el efecto de su actitud agradecida;
un resultado insospechado por aquel hombre sencillo y de sentimientos nobles.
Hermanas y hermanos, se
dice que la gratitud muestra lo más noble que hay en todos y en cada uno de
nosotros. Y así es. La gratitud es reflejo de una paz interior libre de
soberbia y de una serie de sentimientos y actitudes por demás opuestas a la fe y
al amor.
La gratitud sólo nace del
interior humilde que sabe que nada merece, como lo veíamos el domingo pasado,
que reconoce, más bien, que todo es gracia. Que Dios no nos debe nada y que, al
contrario, como criaturas le debemos todo. La gratitud nos lleva a la fe que
nos hace reconocer, alabar y anunciar la gran misericordia de Dios con toda la
humildad y al mismo tiempo con todos y cada uno de nosotros.
Uno de los regalos más
importantes que Dios nos da es la fe. Una fe que nos hace justos y nos salva. Una
fe que pide permanecer obedientes al Maestro, disponiendo nuestro corazón en la
escucha de su Palabra. Y si de verdad creemos que la fe es un don gratuito de
Dios, ¿por qué no damos gracias por este regalo?
Ciertamente el
agradecimiento es un indicador de nuestro nivel espiritual personal. Una
persona agradecida muestra atención por los demás, una capacidad de amar y de
comprender, que es lo que se encuentra a faltar en los nueve leprosos. ¿Soy
agradecido? ¿Sabemos ser agradecidos con los que nos rodean, amigos,
familiares, compañeros?
El individualismo, tan
acentuado hoy día, es un camino ancho que, junto a la crítica fácil, conduce al
disentimiento social, familiar y eclesial.
La fiesta más bella de la
gratuidad a Dios es la Eucaristía, pues eso es lo que significa, acción de
gracias. Y en ella aprendemos a reconocer que todo lo recibimos de Dios a
través de los que formamos la gran comunidad humana, especialmente la comunidad
eclesial.
En
la Eucaristía nos vemos identificados con el Dios del amor que lo único que
quiere es nuestro bien, el máximo bien: nuestra salvación. Porque Dios, el
Padre de la misericordia, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad.
Ahora
en el Pan que ofrecemos, el Verbo se hará presente. Y todos recibiremos el
mismo Pan de Vida, un solo Pan a repartir para todos. Que este gesto que
vivimos en la Eucaristía se haga presente en nuestra vida como cristianos.
ENTRA EN TU INTERIOR
CURACIÓN
El
episodio es conocido. Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes
para que les autoricen a volver sanos a sus familias. El relato podía haber
terminado aquí. Al evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción
de uno de ellos.
Una
vez curados, los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece
como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «ve
que está curado» y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el
origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios a grandes
gritos» y «dando gracias a Jesús».
Por
lo general, los comentaristas interpretan su reacción en clave de
agradecimiento: los nueve son unos desagradecidos; sólo el que ha vuelto sabe
agradecer. Ciertamente es lo que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús
no habla de agradecimiento. Dice que el samaritano ha vuelto «para dar gloria a
Dios». Y dar gloria a Dios es mucho más que decir gracias.
Dentro
de la pequeña historia de cada persona, probada por enfermedades, dolencias y
aflicciones, la curación es una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios
como Salvador de nuestro ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de
Lion: "Lo que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida". Ese
cuerpo curado del leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios.
Creemos
saberlo todo sobre el funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de
una grave enfermedad no deja de sorprendernos. Siempre es un
"misterio" experimentar en nosotros cómo se recupera la vida, cómo se
reafirman nuestras fuerzas y cómo crece nuestra confianza y nuestra libertad.
Pocas
experiencias podremos vivir tan radicales y básicas como la sanación, para
experimentar la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza
de la muerte. Por eso, al curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de
forma renovada a Dios que viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y
fuente de vida nueva.
La
medicina moderna permite hoy a muchas personas vivir el proceso de curación con
más frecuencia que en tiempos pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan,
pero la sanación puede ser, además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva
relación con Dios. Podemos pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la
acogida, de la duda a la confianza, del temor al amor.
Esta
acogida sana de Dios nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen
daño. Nos puede enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos
puede sanar integralmente.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Como
sucede con tantos textos evangélicos, también éste debe movernos a una profunda
y sincera oración y reflexión.
“Tu fe
te ha salvado” … Sólo cuando esta frase puede aplicarse a nuestra vida, cuando
sentimos que ya no somos los mismos de antes, cuando la fe cristiana produce un
verdadero cambio en la persona y en la sociedad, sólo entonces podemos comenzar
a sentirnos cristianos.
Entre
tanto, retornemos a Cristo, al Cristo de la fe difícil y comprometida, no sea
que en su nombre nos estemos alejando cada día más.
Como
aquel leproso, volvámonos alabando a Dios a grandes gritos y echémonos a los
pies de Jesús, dándole gracias porque hoy su palabra nos ha abierto los ojos.
ORACIÓN
Demos
gracias a Dios porque “si morimos con Cristo, viviremos con él; si
perseveramos, reinaremos con él; si somos infieles, él permanece fiel, porque
no puede negase a sí mismo”. Demos gracias porque nos ha llamado para ser su
comunidad y su pueblo santo.
Expliquemos el Evangelio a
los niños.
Imágenes de Fano.
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