“Porque todo el que
se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
23 DE OCTUBRE
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Eclesiástico (Sirácide) 35,15-17.20-22
La oración del humilde llega hasta el cielo.
Salmo 33
El Señor no está lejos de sus fieles.
2ª Lectura: 2ª de Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18
Ahora solo espero la corona merecida.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 18,9-14
“En aquel tiempo, dijo Jesús esta
parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás: -Dos hombres subieron al templo a orar. Uno
era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su
interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones,
injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago
el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo:
¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa
justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que
se humilla será enaltecido.”
Versión para
América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Refiriéndose a algunos que se
tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al
Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así:
'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son
ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago
la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano,
manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy
un pecador!'.
Les aseguro que este último
volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza
será humillado y el que se humilla será ensalzado".
REFLEXIÓN
Desde hace algunos domingos, la Palabra
de Dios nos habla de la importancia de la oración en la vida del cristiano y
nos enseña las cualidades de la oración sincera que surge de la fe.
Jesús es nuestro maestro y
nos enseña a rezar. Él es el modelo, es la persona orante por excelencia, ya
que goza de una comunicación muy próxima con el Padre por el Espíritu Santo.
Es el Hijo quien con su
oración se dirige a Dios para interceder por todos nosotros. Por esto, los
cristianos, cuando rezamos a Dios lo hacemos en nombre de Jesús.
Hoy hemos escuchado al
evangelista san Lucas, que es quien más subraya el hecho de la oración como don
del Espíritu Santo. Es el Evangelio en el que más veces podemos contemplar a
Jesús orando. Y es aquí donde el discípulo de Cristo, contemplándolo y escuchándolo,
aprende a rezar.
Y hoy, más que a la
oración de Jesús, asistimos a una enseñanza fundamental en la vida del
cristiano, referida a la vida de oración: la oración auténtica es confiada,
perseverante, llena de amor y de humildad.
Hoy, precisamente el
Evangelio pone el énfasis en la humildad del corazón, virtud que, a la luz de
la gracia de Dios, hace que nos veamos y
nos valoremos tal cual somos, descubriendo nuestras limitaciones, pero
descubriendo también las cualidades que Dios ha depositado en nosotros. La
oración de fe, la oración humilde no consiste en repetir palabras y decir:
“Señor, Señor”, sino en llevar en el corazón la voluntad del Padre. Jesús
decía: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios”.
La conocida parábola de
los dos orantes, el fariseo y el pecador publicano, puede ser considerada como
una síntesis del pensamiento de Jesús acerca del sentimiento religioso y de lo
que constituye una auténtica actitud religiosa.
La fuerza de la parábola
radica en la contraposición de dos actitudes religiosas, contraposición que
subraya cierta radicalidad del mensaje de Jesús. También podríamos decir que la
parábola refleja dos criterios; el criterio de los hombres y el criterio de
Dios, un tema éste favorito en los evangelios sinópticos, y referido por
ejemplo a temas como el amor, el culto, el ayuno, la justicia etc.
El fariseo se presenta
ante Dios muy seguro de sí mismo, y se presenta con la carta credencial de sus
buenas obras, de sus limosnas, ayunos y oraciones. Por eso da gracias a Dios: porque
no es como las demás personas, porque se distingue por la santidad, porque ha
conseguido, cree él, en vida lo que otros no llegan ni a vislumbrar. Dios está
ciertamente de su lado, porque él es fuerte, sabe controlarse, domina sus
pasiones y no tiene nada que reprocharse.
Y el caso es, que no
podemos decir que el fariseo no fuera sincero; no. El está convencido de lo que
dice. Es santo y se siente santo; y por eso su orgullo es santo. Era, por
ejemplo, el orgullo de los judíos ante los paganos a quienes santamente
despreciaban.
La suya es la santidad de
los fuertes, de los que ya no tienen nada que aprender, de los que lograron la
máscara perfecta, esa máscara con la que caminan por la calle pensando en Dios,
pero sin saludar a sus prójimos.
Es un santo, y por tanto
que no se le hable de conversión ni de cambio interior. Eso es para los
pecadores. Él está más allá, él es de Dios y sólo escucha lo que Dios le diga.
Por eso empieza su oración
despreciando a todos los que no son como él: “¡Oh Dios! Te doy gracias, porque
no soy como los demás...”.
Ha perdido el sentido de
la misericordia y del perdón. Por eso
Jesús acertó cuando los llamó, “ciegos que guían a otros ciegos”.
Da gracias a Dios y lo
hace a partir de su corazón orgulloso, de su cumplimiento estricto de la ley y
los preceptos. Sin embargo, a Dios no le complace esta actitud. Porque el
fariseo cree que tiene el derecho y los méritos suficientes para ser salvado,
Considera a Dios como un contable de virtudes y defectos, olvidando que la salvación
es un don y un regalo de Dios. Y, finalmente, porque pone la seguridad en sus
obras.
El otro personaje de la
parábola es el recaudador de impuestos, el publicano que aprovecha su puesto
oficial al servicio de roma para enriquecerse con la extorsión de los pobres.
No es un hombre que
acostumbre a rezar ni mucho ni poco. Sabe lo que quiere y no se preocupa por lo
demás. Pero el día que decidió ir al templo para hacer su oración comprendió
que aquello tenía que significar un comienzo de vida nueva y un cambio radical.
Si no tenía nada que
ofrecer a Dos ni nada de que vanagloriarse como religioso, al menos se
presentaría como era, sin vestido de fiesta, sin esconderse detrás de una fórmula
o de una promesa simulada.
Por eso este sale del
templo justificado y el fariseo no. Salió justificado, porque se había colocado
ante Dios en su justa y exacta posición; simplemente se mostró como era y desde
ese yo pequeño y pecador arrancó su humilde oración.
El publicano se gana el
favor de Dios no porque sea pecador, sino porque reconoce su pecado y pone su
confianza en la bondad y misericordia del Padre que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. En el fondo estaba
sediento de bondad y amor de Dios.
Esto debe hacernos pensar
y reflexionar sobre nuestra oración. ¿En quién tenemos puesta nuestra
confianza? ¿Somos como el fariseo que se cree autosuficiente sólo porque
cumple? ¿O somos como el publicano que pone la confianza en Dios porque nos
sabemos pecadores, y por eso amados y necesitados de él?
Sólo aquel que se acerca
dispuesto a recibir al médico de nuestro corazón y del espíritu, y reconoce con
humildad sus limitaciones, puede salir curado de su condición.
Al rezar el Padrenuestro
pediremos perdón por nuestras culpas y nos comprometeremos a perdonar a quién
nos haya ofendido. Hemos visto como el fariseo y el publicano fueron
simultáneamente al templo a rezar, pero se sentían distanciados y no formaban
comunidad.
El Señor nos llama hoy y
siempre a encontrarnos con Dios y formar una comunidad que esté unida en la fe,
en el amor y en la caridad, superando desigualdades y creando lazos de unión. Y
nos ofrece la Eucaristía como sacramento de amor y de perdón, como remedio para
seguir construyendo comunión cogidos de su mano.
ENTRA EN TU INTERIOR
LA POSTURA JUSTA
Según Lucas, Jesús dirige la parábola
del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y
desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar
representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero,
¿cuál es la postura justa y acertada ante Dios? Ésta es la pregunta de fondo.
El fariseo es un observante escrupuloso
de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente seguro en el templo.
Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria
de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza,
su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.
En seguida se observa algo falso en esta
oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia
historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse
como superior a los demás.
Este hombre no sabe lo que es orar. No
reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar
a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es
de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración "atea".
Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.
La oración del publicano es muy
diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio
de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador.
Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!,
ten compasión de este pecador».
Este hombre sabe que no puede
vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de
él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es
pecador, pero está en el camino de la verdad.
El fariseo no se ha encontrado con Dios.
Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida la postura correcta
ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene
siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa
conciencia brota su oración: «Ten compasión de este pecador».
Los dos suben al templo a orar, pero
cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con
él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante
es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por
el contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir
del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Las dos formas de orar
propuestas en la parábola son el reflejo de dos formas de entender y vivir la
relación con Dios. El fariseo, erguido, ocupa el centro de su relación con
Dios. Le da gracias no por Dios mismo, sino por ser él, el fariseo, como es. No
alaba a Dios, se alaba a sí mismo. Dios debería estar orgulloso de él, como él
está de sí mismo. Falta poco para que Dios tenga que estarle agradecido. Su orgullo
se traduce, inmediatamente en menosprecio de los demás a los que juzga sin
misericordia injustos, adúlteros, o simplemente, publicano, como el que tiene a
su lado. No podía salir del templo justificado por Dios, porque se ha presentado
ante Dios como ya justificado por sus propios méritos. El publicano se ha
quedado atrás. Ha elegido el último lugar y no se atreve a levantar los ojos
hacia Dios; se expone en toda su indigencia ante su presencia y pide a Dios,
reconocido como tal en su actitud humilde, lo único que su situación le
permite, lo que verdaderamente necesita, lo que Dios no puede negarle: su
misericordia, una mirada compasiva hacia su condición de pecador. Y Jesús
asegura que éste baja a su casa justificado, convertido en justo, como todos,
los que llegan a serlo, por pura misericordia de Dios.
ORACIÓN
Señor Dios, que no eres parcial contra
el pobre, que escuchas las súplicas del oprimido y que no desoyes el grito de
tu comunidad, envía tu Espíritu a nuestros corazones a fin de que nos
presentemos ante ti con un corazón humilde y sincero.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano
Imagen para colorear.
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