lunes, 19 de septiembre de 2016

25 DE SEPTIEMBRE: XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.”
25 DE SEPTIEMBRE
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Amós 6,1ª.4-7
Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.
Salmo 145
Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
2ª Lectura: 1 Timoteo 6,11-16
Cumple todo lo mandado, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 15,19-31
“Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico...pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: 'Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.' Pero Abrahán le dijo: 'Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan hacerlo; ni de ahí puedan pasar hacia nosotros.'
Replicó: 'Pues entonces, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también ellos a este lugar de tormento.' Abrahán le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.' Él dijo: 'No, padre Abrahán, que, si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán.' Le contestó: - Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
"Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
REFLEXIÓN
La palabra de Dios de hoy continúa con la temática del domingo pasado, de la cual no es más que un ejemplo concreto en forma de parábola.
No cabe duda de que la actitud nuclear del evangelio, el eje a cuyo alrededor gira todo lo demás, es la compasión. Antes que cualquier otra cosa, Jesús es un hombre compasivo, que muestra a un Dios Compasión y que, en consecuencia, invita a vivir desde esa misma actitud: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” -
Hasta tal punto es algo que identifica a Jesús, que los evangelios han reservado una palabra para aplicarla exclusivamente a él y a personajes de sus parábolas (el samaritano, el padre del hijo pródigo, el rey que perdona una ingente suma a su siervo): “Se le conmovieron las entrañas”.
Expresión de fraternidad y vivida como servicio, la compasión es la capacidad de situarse en el lugar del otro, sentir y sufrir con él. Es probablemente el máximo signo de madurez humana y todas las tradiciones espirituales lo reconocen así. En el budismo, especialmente, se afirma que, mientras alguien no sea capaz de ponerse en el lugar de los demás, no podrá alcanzar la iluminación. 
Si la compasión constituye el nervio del evangelio, no tiene que resultar extraño que las denuncias más fuertes vayan dirigidas contra la indiferencia. Es el caso de la parábola del “juicio final”, en la que el criterio determinante no es ante todo la violencia que hizo daño a otros, sino la indiferencia que nos lleva a desentendernos del necesitado. Mientras que el bien se enjuicia por lo que cada uno hizo, el mal se valora en función de lo que cada cual dejó de hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer…”.
Ocurre lo mismo en la parábola del “buen samaritano”, en la que la indiferencia queda retratada en la actitud del sacerdote y del levita, que no hacen daño a nadie…, pero “dieron un rodeo y pasaron de largo”. Y esa misma denuncia vuelve a aparecer en la parábola que hoy comentamos.
La clave de comprensión de la misma quizás la encontremos en la expresión “abismo inmenso”. Un abismo que, aunque Lucas lo refleje en el más allá de la muerte, había sido creado exclusivamente por la indiferencia del rico. No había hecho daño; sencillamente, no había visto al necesitado. Es ese “no ver” –la indiferencia de “ojos que no ven, corazón que no siente”- el que crea un abismo insalvable en nuestras relaciones personales, en nuestros países y en nuestro mundo.
La parábola, por otra parte, destila ironía –hemos tendido a olvidar el humor y la ironía de Jesús- por los cuatro costados. Para empezar, el rico aparece innominado –no tener nombre en aquella cultura era prácticamente sinónimo de no existir; a veces, se le designa como “Epulón”, pero ése es un adjetivo, popularizado por la predicación, que arranca de la costumbre romana de los “épulos” o banquetes; “epulón” era el encargado de dirigirlos-; el pobre, por el contrario, se llama Lázaro (o Eleazar: “Dios ayuda”).
A su muerte, el mendigo “es llevado por los ángeles al seno de Abraham”; el rico, por el contrario, “se murió y lo enterraron”. La indiferencia no pervive.
Lo que se produce con la muerte es una completa inversión de papeles. Se trata de un planteamiento muy propio de Lucas. Ya cuando relató las Bienaventuranzas, al mensaje de dicha (“Felices vosotros los pobres…”), le añadió una severa advertencia (“En cambio, ¡ay de vosotros los ricos…!”).
Lo que esa imagen del abismo viene a revelar es la fractura que produce constantemente nuestra indiferencia, a la que, sin embargo, no solemos prestar atención. Contra ella, advertía Martin Luther King: “Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”.
¿Por qué caemos tan fácilmente en la indiferencia? La indiferencia ante los otros y ante el mundo esconde, indudablemente, una mayor o menor insensibilidad. Una sensibilidad bloqueada o endurecida recluye a la persona en un caparazón egocéntrico y la instala en una actitud indiferente –la opuesta a la compasión-, que está en el origen de las injusticias que vemos a diario en nuestro mundo.
La vivencia de la compasión requiere una sensibilidad limpia y una afectividad liberada. Tanto el endurecimiento (o la congelación) de la sensibilidad como el bloqueo afectivo impiden sentir-con-los-otros. Es lo que ocurre en el caso del narcisismo: por carencias afectivas no resueltas, la persona ha quedado encapsulada en su propio caparazón protector y no ve a los otros sino en tanto en cuanto los necesita, viviéndolos –de un modo inconsciente en la mayoría de los casos- como si fueran “objetos” a su servicio.        
Cada vez vemos más claramente que, en su comienzo biológico, el ser humano es pura necesidad y, por tanto, vulnerabilidad. Cuando el niño recibe una respuesta adecuada a esa necesidad de ser amado y reconocido, empieza a abrirse su capacidad de amar. Pero cuando aquella respuesta no se da, el niño, en un instintivo mecanismo de defensa, se encierra en una capa de protección, en la que su capacidad de amar queda bloqueada.
La conclusión de todo ello parece clara. Para vivir la compasión, necesitamos, antes que nada, poder vibrar. La no vibración ante los otros, aparte de síntoma de una sensibilidad rígida o congelada, hace imposible la compasión. Necesitamos restablecer el contacto con nuestro cuerpo y con nuestros sentimientos, porque sólo si despierta nuestra capacidad de sentir, podremos después sentir-con-los-otros, es decir, experimentar compasión.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO IGNORAR AL QUE SUFRE
El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en  «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama  «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al  «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Llama poderosamente la atención que los cristianos, después de dos mil años de lectura y meditación de la Palabra de Dios, aún no sepamos distinguir entre el rico y el pobre, que no sepamos condenar ese sistema que defiende a unos y destruye a los otros, que no hayamos abierto los ojos para darnos cuenta de que hasta la misma historia está trazando el camino que en su momento trazara Jesucristo.
            Y si esta ceguera nos entristece, eso no debe impedirnos que la condenemos porque es una ceguera consciente y responsable. Un cristiano tiene demasiados elementos en la palabra de Dios como para no querer ver lo que esta cruda parábola nos pone ante los ojos.
            Como bien concluye Jesús: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerte.”
            Volvamos pues, a las fuentes de nuestra fe, la Historia de la Salvación, para entender que hoy y aquí Dios sigue jugando sus cartas en favor de los pobres. Optar por Cristo es optar también por ellos.
            Hagamos oración los problemas y las cruces cotidianas y pongamos en práctica ese don que recibimos en nuestro bautismo cuando se nos ungió con el Santo Crisma, ser profeta que denuncia todo lo que atenta contra la vida y la dignidad de las personas.
ORACIÓN
            Abre, Señor, los ojos de nuestro endurecido corazón para que, después de escuchar tu palabra, seamos instrumentos activos de la instauración de tu Reino de justicia.
            Haz que en la mesa eucarística nadie se sienta rico ni pobre. Que sientan que en esa mesa está el pan de todos, y ese pan compartido es el signo claro de nuestro compromiso con los más necesitados.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.


Imagen para colorear.
El pobre Lázaro sigue gritando.











No hay comentarios:

Publicar un comentario