“Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco
se convencerán, aunque un muerto resucite.”
25 DE
SEPTIEMBRE
XXVI
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª
Lectura: Amós 6,1ª.4-7
Por eso
irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los
disolutos.
Salmo 145
Alabemos
al Señor, que viene a salvarnos.
2ª
Lectura: 1 Timoteo 6,11-16
Cumple
todo lo mandado, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
15,19-31
“Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y
celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que,
echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía
de la mesa del rico...pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió, pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a
lo lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: 'Padre Abrahán,
ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y
refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.' Pero Abrahán le
dijo: 'Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al
contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y
además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los
que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan hacerlo; ni de ahí puedan pasar
hacia nosotros.'
Replicó: 'Pues entonces, te ruego, padre, que le envíes a la
casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no
vengan también ellos a este lugar de tormento.' Abrahán le dijo: 'Tienen a
Moisés y a los profetas; que les oigan.' Él dijo: 'No, padre Abrahán, que, si
alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán.' Le contestó: - Si no
oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto
resucite.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
"Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado
Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y
hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de
Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos,
levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a
Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua,
porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus
bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su
consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De
manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y
tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a
Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que
ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los
escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los
muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los
Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se
convencerán'".
REFLEXIÓN
La palabra de Dios de hoy continúa con la temática del domingo pasado, de
la cual no es más que un ejemplo concreto en forma de parábola.
No cabe duda de que la actitud nuclear del evangelio, el eje a cuyo
alrededor gira todo lo demás, es la compasión. Antes que cualquier otra cosa,
Jesús es un hombre compasivo, que muestra a un Dios Compasión y que, en consecuencia,
invita a vivir desde esa misma actitud: “Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo” -
Hasta tal punto es algo que identifica a Jesús, que los evangelios han
reservado una palabra para aplicarla exclusivamente a él y a personajes de sus
parábolas (el samaritano, el padre del hijo pródigo, el rey que perdona una
ingente suma a su siervo): “Se le conmovieron las entrañas”.
Expresión de fraternidad y vivida como servicio, la compasión es la
capacidad de situarse en el lugar del otro, sentir y sufrir con él. Es
probablemente el máximo signo de madurez humana y todas las tradiciones
espirituales lo reconocen así. En el budismo, especialmente, se afirma que,
mientras alguien no sea capaz de ponerse en el lugar de los demás, no podrá
alcanzar la iluminación.
Si la compasión constituye el nervio del evangelio, no tiene que resultar
extraño que las denuncias más fuertes vayan dirigidas contra la indiferencia.
Es el caso de la parábola del “juicio final”, en la que el criterio
determinante no es ante todo la violencia que hizo daño a otros, sino la
indiferencia que nos lleva a desentendernos del necesitado. Mientras que el
bien se enjuicia por lo que cada uno hizo, el mal se valora en función de lo
que cada cual dejó de hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer…”.
Ocurre lo mismo en la parábola del “buen samaritano”, en la que la
indiferencia queda retratada en la actitud del sacerdote y del levita, que no
hacen daño a nadie…, pero “dieron un rodeo y pasaron de largo”. Y esa misma
denuncia vuelve a aparecer en la parábola que hoy comentamos.
La clave de comprensión de la misma quizás la encontremos en la expresión
“abismo inmenso”. Un abismo que, aunque Lucas lo refleje en el más allá de la
muerte, había sido creado exclusivamente por la indiferencia del rico. No había
hecho daño; sencillamente, no había visto al necesitado. Es ese “no ver” –la
indiferencia de “ojos que no ven, corazón que no siente”- el que crea un abismo
insalvable en nuestras relaciones personales, en nuestros países y en nuestro
mundo.
La parábola, por otra parte, destila ironía –hemos tendido a olvidar el
humor y la ironía de Jesús- por los cuatro costados. Para empezar, el rico
aparece innominado –no tener nombre en aquella cultura era prácticamente
sinónimo de no existir; a veces, se le designa como “Epulón”, pero ése es un
adjetivo, popularizado por la predicación, que arranca de la costumbre romana
de los “épulos” o banquetes; “epulón” era el encargado de dirigirlos-; el
pobre, por el contrario, se llama Lázaro (o Eleazar: “Dios ayuda”).
A su muerte, el mendigo “es llevado por los ángeles al seno de Abraham”;
el rico, por el contrario, “se murió y lo enterraron”. La indiferencia no
pervive.
Lo que se produce con la muerte es una completa inversión de papeles. Se
trata de un planteamiento muy propio de Lucas. Ya cuando relató las
Bienaventuranzas, al mensaje de dicha (“Felices vosotros los pobres…”), le
añadió una severa advertencia (“En cambio, ¡ay de vosotros los ricos…!”).
Lo que esa imagen del abismo viene a revelar es la fractura que produce
constantemente nuestra indiferencia, a la que, sin embargo, no solemos prestar
atención. Contra ella, advertía Martin Luther King: “Cuando reflexionemos sobre
nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados,
sino el escandaloso silencio de las buenas personas”.
¿Por qué caemos tan fácilmente en la indiferencia? La indiferencia ante
los otros y ante el mundo esconde, indudablemente, una mayor o menor
insensibilidad. Una sensibilidad bloqueada o endurecida recluye a la persona en
un caparazón egocéntrico y la instala en una actitud indiferente –la opuesta a
la compasión-, que está en el origen de las injusticias que vemos a diario en
nuestro mundo.
La vivencia de la compasión requiere una sensibilidad limpia y una
afectividad liberada. Tanto el endurecimiento (o la congelación) de la
sensibilidad como el bloqueo afectivo impiden sentir-con-los-otros. Es lo que
ocurre en el caso del narcisismo: por carencias afectivas no resueltas, la
persona ha quedado encapsulada en su propio caparazón protector y no ve a los
otros sino en tanto en cuanto los necesita, viviéndolos –de un modo
inconsciente en la mayoría de los casos- como si fueran “objetos” a su
servicio.
Cada vez vemos más claramente que, en su comienzo biológico, el ser
humano es pura necesidad y, por tanto, vulnerabilidad. Cuando el niño recibe
una respuesta adecuada a esa necesidad de ser amado y reconocido, empieza a
abrirse su capacidad de amar. Pero cuando aquella respuesta no se da, el niño,
en un instintivo mecanismo de defensa, se encierra en una capa de protección,
en la que su capacidad de amar queda bloqueada.
La conclusión de todo ello parece clara. Para vivir la compasión,
necesitamos, antes que nada, poder vibrar. La no vibración ante los otros,
aparte de síntoma de una sensibilidad rígida o congelada, hace imposible la
compasión. Necesitamos restablecer el contacto con nuestro cuerpo y con
nuestros sentimientos, porque sólo si despierta nuestra capacidad de sentir,
podremos después sentir-con-los-otros, es decir, experimentar compasión.
ENTRA EN
TU INTERIOR
NO
IGNORAR AL QUE SUFRE
El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El
rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo
piensa en «banquetear espléndidamente
cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su
vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de
llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No
posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios
es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es
enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También
muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo
llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda
que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado
de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo
tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero
no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la
indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o
falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el
contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo
cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El
encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni
qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras
ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a
reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas
que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También
sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, través de la
pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento
afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por
anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes
encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata
de aliviar su situación.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Llama
poderosamente la atención que los cristianos, después de dos mil años de
lectura y meditación de la Palabra de Dios, aún no sepamos distinguir entre el
rico y el pobre, que no sepamos condenar ese sistema que defiende a unos y
destruye a los otros, que no hayamos abierto los ojos para darnos cuenta de que
hasta la misma historia está trazando el camino que en su momento trazara
Jesucristo.
Y si esta ceguera nos entristece, eso no debe impedirnos
que la condenemos porque es una ceguera consciente y responsable. Un cristiano
tiene demasiados elementos en la palabra de Dios como para no querer ver lo que
esta cruda parábola nos pone ante los ojos.
Como bien concluye Jesús: “Si no escuchan a Moisés y a
los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerte.”
Volvamos pues, a las fuentes de nuestra fe, la Historia
de la Salvación, para entender que hoy y aquí Dios sigue jugando sus cartas en
favor de los pobres. Optar por Cristo es optar también por ellos.
Hagamos oración los problemas y las cruces cotidianas y
pongamos en práctica ese don que recibimos en nuestro bautismo cuando se nos
ungió con el Santo Crisma, ser profeta que denuncia todo lo que atenta contra
la vida y la dignidad de las personas.
ORACIÓN
Abre, Señor, los ojos de nuestro endurecido corazón para
que, después de escuchar tu palabra, seamos instrumentos activos de la
instauración de tu Reino de justicia.
Haz que en la mesa eucarística nadie se sienta rico ni pobre.
Que sientan que en esa mesa está el pan de todos, y ese pan compartido es el
signo claro de nuestro compromiso con los más necesitados.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
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