domingo, 25 de septiembre de 2016

2 DE OCTUBRE: XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera. “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.”
2 DE OCTUBRE
XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Habacuc 1,2-3: 2.2-4
¿Hasta cuándo clamaré, ¿Señor, sin que me escuches?
Salmo 94
Señor, que no seamos sordos a tu voz.
2ª Lectura: Timoteo 1,6-8.13-14
Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos.
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 17,5-10
“En aquel tiempo, los Apóstoles dijeron al Señor: -Auméntanos la fe. El Señor contestó: -Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera. “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “¿En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería."
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'?
¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.”
REFLEXIÓN
Hoy Jesús, nos recuerda que nos basta una fe pequeñita, siempre y cuando sea auténtica fe, es decir, una manera digna de mirar la vida desde la perspectiva del Evangelio. Frente a lo mucho que tenemos que hacer o resolver, el hombre de la fe parece algo pequeño e insignificante. Sin embargo, ha sido ese hombre pequeño el que ha generado este formidable proceso de humanización de la vida.
La fe se nos presenta como un poder interior por medio del cual somos capaces de afrontar la vida, particularmente las circunstancias adversas, sabiendo que, al fin y al cabo, todo lo que existe tiene un sentido y todo está bajo cierta óptica o mirada de Dios.
La fe en Cristo no es un recetario de fórmulas mágicas ni un libro de horóscopos más o menos halagüeños. Es, en cambio, una manera de afrontar la vida, de mirarla de frente para asumir las dificultades y para encontrar respuesta a sus interrogantes, tanto a nivel teórico como práctico.
Arrancar de raíz la morera y plantarla en el mar es una utopía. Pero esa utopía es el signo de la vida humana: hacer de un niño endeble un adulto responsable; transformar un corazón duro y egoísta en un alma generosa abnegada, sacar vida de donde hay muerte, salud de donde hay enfermedad, libertad de donde existe esclavitud.
La fe es capaz de resolver las contradicciones de la vida, el absurdo de plantar un árbol en el mar. Porque si miramos serenamente la vida humana, la encontramos llena de absurdos, de callejones sin salida, de guerra y violencias que no tienen ninguna justificación lógica, de actitudes que sólo el enajenamiento mental puede ser capaz de sostener.
Y, sin embargo, la fe, esa fe difícil, lejos de aislarnos de esta existencia un tanto absurda, nos obliga a mirarla de frente, a criticarla, a ver sus aristas, sus posibles porqués. Jesús dice que basta un poco de fe para ponernos en esta actitud, porque es la poquita fe que el hombre necesita para enfrentarse a su propia existencia.
A veces pedimos demasiada fe, una fe “grande” que nos aligere el peso de pensar, de buscar, de equivocarnos, de luchar, de desalentarnos, de caer y volver a levantarnos. Es esa fe grande que se busca en novenarios infalibles, en santuarios famosos, en devociones mágicas; una fe grande como una montaña pero que no es capaz de mover ni siquiera un granito de arena.
La segunda parte del texto evangélico de hoy presenta otra faceta de esta fe fácil y difícil.
La parábola del siervo campesino es bastante clara en su significado global: el siervo que hace lo que le ha estipulado su contrato de trabajo, no tiene por qué pedir ni exigir un trato especial u otro tipo de privilegios. Simplemente, ha cumplido con su deber.
Así sucede con el hombre de fe: su deber de hombre creyente es encontrarle un sentido a la vida y ser fiel a ese sentido. Ya es suficiente premio el vivir de esa manera.
La fe fácil busca a Dios, no por él mismo, sino por los posibles beneficios que le pueda reponer.
La fe difícil busca a Dios como un punto de referencia para mirar de frente la propia vida, allí donde está el trabajo del hombre caminante.
La fe fácil se preocupa por el premio que Dios debe darle por el buen cumplimiento de sus preceptos y mandamientos. Es una fe para que el hombre gane sin arriesgarse.
La fe difícil trata de ganar la batalla de la vida; arriesga todo con tal de darle un valor a las cosas diarias. No hace bien las cosas porque están mandadas ni evita el mal porque está prohibido. Simplemente, es su conciencia de hombre recto que lo impulsa en esta o en la otra dirección.
La fe fácil trata de atar a Dios para que él cumpla lo que el hombre propone y desea. Es la fe que fabrica una religión desde los intereses y criterios del hombre.
La fe difícil cuestiona al hombre desde sí mismo, teniendo como punto de partida la Palabra de Dios tal como la reveló Jesucristo. Elabora una teología desde el Evangelio y como camino para vivir mejor el Evangelio en cada circunstancia.
Podríamos seguir enumerando características de una y otra fe, pero estos ejemplos son suficientes como para que asumamos el seguimiento de Cristo con humildad y sencillez, porque al fin y al cabo “el justo vive por la fe”. Quien no vive no puede decir que tiene fe, por más práctica religiosas que haga. Pero, a la inversa, tener fe es aprender a vivir con total intensidad, con gozo sereno, con la experiencia humilde de sentirse hombre.
Por eso el hombre de fe no se ufana y envanece por su fe; porque simplemente está haciendo lo que es suyo: vivir como hombre aquí y ahora. Con esta fe pequeña como un grano de mostaza tenemos suficiente y de sobra para sentirnos plenamente satisfechos.
ENTRA EN TU INTERIOR
AUMÉNTANOS LA FE
De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital:  «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.
Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?
Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".

Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.
Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.
          Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.
           Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.
          Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Si nos reunimos en nombre de Jesucristo, es porque la fe en él nos ha llamado, porque sabemos que cuando nos reunimos en su nombre, él se hace presente como un vínculo de unidad, para decirnos que somos Iglesia, pueblo de Dios y miembros de su cuerpo.
            La fe es en nuestra vida, su aire y su agua. La fe es la luz que orienta nuestros pasos por los inciertos rumbos del desierto.
            Una fe pequeña, como un granito de mostaza, pero fiel, confiada y robustecida con la oración y con la vida.
ORACIÓN
            Señor, aviva en nosotros el fuego de tu gracia para que con espíritu de energía, amor y buen juicio, no tengamos miedo de dar la cara por Jesucristo, asumiendo nuestra existencia con plena conciencia y responsabilidad.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.


lunes, 19 de septiembre de 2016

25 DE SEPTIEMBRE: XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.”
25 DE SEPTIEMBRE
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Amós 6,1ª.4-7
Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.
Salmo 145
Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
2ª Lectura: 1 Timoteo 6,11-16
Cumple todo lo mandado, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 15,19-31
“Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico...pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado.
Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: 'Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.' Pero Abrahán le dijo: 'Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan hacerlo; ni de ahí puedan pasar hacia nosotros.'
Replicó: 'Pues entonces, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también ellos a este lugar de tormento.' Abrahán le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.' Él dijo: 'No, padre Abrahán, que, si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán.' Le contestó: - Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
"Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
REFLEXIÓN
La palabra de Dios de hoy continúa con la temática del domingo pasado, de la cual no es más que un ejemplo concreto en forma de parábola.
No cabe duda de que la actitud nuclear del evangelio, el eje a cuyo alrededor gira todo lo demás, es la compasión. Antes que cualquier otra cosa, Jesús es un hombre compasivo, que muestra a un Dios Compasión y que, en consecuencia, invita a vivir desde esa misma actitud: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” -
Hasta tal punto es algo que identifica a Jesús, que los evangelios han reservado una palabra para aplicarla exclusivamente a él y a personajes de sus parábolas (el samaritano, el padre del hijo pródigo, el rey que perdona una ingente suma a su siervo): “Se le conmovieron las entrañas”.
Expresión de fraternidad y vivida como servicio, la compasión es la capacidad de situarse en el lugar del otro, sentir y sufrir con él. Es probablemente el máximo signo de madurez humana y todas las tradiciones espirituales lo reconocen así. En el budismo, especialmente, se afirma que, mientras alguien no sea capaz de ponerse en el lugar de los demás, no podrá alcanzar la iluminación. 
Si la compasión constituye el nervio del evangelio, no tiene que resultar extraño que las denuncias más fuertes vayan dirigidas contra la indiferencia. Es el caso de la parábola del “juicio final”, en la que el criterio determinante no es ante todo la violencia que hizo daño a otros, sino la indiferencia que nos lleva a desentendernos del necesitado. Mientras que el bien se enjuicia por lo que cada uno hizo, el mal se valora en función de lo que cada cual dejó de hacer: “Tuve hambre y no me disteis de comer…”.
Ocurre lo mismo en la parábola del “buen samaritano”, en la que la indiferencia queda retratada en la actitud del sacerdote y del levita, que no hacen daño a nadie…, pero “dieron un rodeo y pasaron de largo”. Y esa misma denuncia vuelve a aparecer en la parábola que hoy comentamos.
La clave de comprensión de la misma quizás la encontremos en la expresión “abismo inmenso”. Un abismo que, aunque Lucas lo refleje en el más allá de la muerte, había sido creado exclusivamente por la indiferencia del rico. No había hecho daño; sencillamente, no había visto al necesitado. Es ese “no ver” –la indiferencia de “ojos que no ven, corazón que no siente”- el que crea un abismo insalvable en nuestras relaciones personales, en nuestros países y en nuestro mundo.
La parábola, por otra parte, destila ironía –hemos tendido a olvidar el humor y la ironía de Jesús- por los cuatro costados. Para empezar, el rico aparece innominado –no tener nombre en aquella cultura era prácticamente sinónimo de no existir; a veces, se le designa como “Epulón”, pero ése es un adjetivo, popularizado por la predicación, que arranca de la costumbre romana de los “épulos” o banquetes; “epulón” era el encargado de dirigirlos-; el pobre, por el contrario, se llama Lázaro (o Eleazar: “Dios ayuda”).
A su muerte, el mendigo “es llevado por los ángeles al seno de Abraham”; el rico, por el contrario, “se murió y lo enterraron”. La indiferencia no pervive.
Lo que se produce con la muerte es una completa inversión de papeles. Se trata de un planteamiento muy propio de Lucas. Ya cuando relató las Bienaventuranzas, al mensaje de dicha (“Felices vosotros los pobres…”), le añadió una severa advertencia (“En cambio, ¡ay de vosotros los ricos…!”).
Lo que esa imagen del abismo viene a revelar es la fractura que produce constantemente nuestra indiferencia, a la que, sin embargo, no solemos prestar atención. Contra ella, advertía Martin Luther King: “Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas”.
¿Por qué caemos tan fácilmente en la indiferencia? La indiferencia ante los otros y ante el mundo esconde, indudablemente, una mayor o menor insensibilidad. Una sensibilidad bloqueada o endurecida recluye a la persona en un caparazón egocéntrico y la instala en una actitud indiferente –la opuesta a la compasión-, que está en el origen de las injusticias que vemos a diario en nuestro mundo.
La vivencia de la compasión requiere una sensibilidad limpia y una afectividad liberada. Tanto el endurecimiento (o la congelación) de la sensibilidad como el bloqueo afectivo impiden sentir-con-los-otros. Es lo que ocurre en el caso del narcisismo: por carencias afectivas no resueltas, la persona ha quedado encapsulada en su propio caparazón protector y no ve a los otros sino en tanto en cuanto los necesita, viviéndolos –de un modo inconsciente en la mayoría de los casos- como si fueran “objetos” a su servicio.        
Cada vez vemos más claramente que, en su comienzo biológico, el ser humano es pura necesidad y, por tanto, vulnerabilidad. Cuando el niño recibe una respuesta adecuada a esa necesidad de ser amado y reconocido, empieza a abrirse su capacidad de amar. Pero cuando aquella respuesta no se da, el niño, en un instintivo mecanismo de defensa, se encierra en una capa de protección, en la que su capacidad de amar queda bloqueada.
La conclusión de todo ello parece clara. Para vivir la compasión, necesitamos, antes que nada, poder vibrar. La no vibración ante los otros, aparte de síntoma de una sensibilidad rígida o congelada, hace imposible la compasión. Necesitamos restablecer el contacto con nuestro cuerpo y con nuestros sentimientos, porque sólo si despierta nuestra capacidad de sentir, podremos después sentir-con-los-otros, es decir, experimentar compasión.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO IGNORAR AL QUE SUFRE
El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en  «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama  «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al  «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Llama poderosamente la atención que los cristianos, después de dos mil años de lectura y meditación de la Palabra de Dios, aún no sepamos distinguir entre el rico y el pobre, que no sepamos condenar ese sistema que defiende a unos y destruye a los otros, que no hayamos abierto los ojos para darnos cuenta de que hasta la misma historia está trazando el camino que en su momento trazara Jesucristo.
            Y si esta ceguera nos entristece, eso no debe impedirnos que la condenemos porque es una ceguera consciente y responsable. Un cristiano tiene demasiados elementos en la palabra de Dios como para no querer ver lo que esta cruda parábola nos pone ante los ojos.
            Como bien concluye Jesús: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerte.”
            Volvamos pues, a las fuentes de nuestra fe, la Historia de la Salvación, para entender que hoy y aquí Dios sigue jugando sus cartas en favor de los pobres. Optar por Cristo es optar también por ellos.
            Hagamos oración los problemas y las cruces cotidianas y pongamos en práctica ese don que recibimos en nuestro bautismo cuando se nos ungió con el Santo Crisma, ser profeta que denuncia todo lo que atenta contra la vida y la dignidad de las personas.
ORACIÓN
            Abre, Señor, los ojos de nuestro endurecido corazón para que, después de escuchar tu palabra, seamos instrumentos activos de la instauración de tu Reino de justicia.
            Haz que en la mesa eucarística nadie se sienta rico ni pobre. Que sientan que en esa mesa está el pan de todos, y ese pan compartido es el signo claro de nuestro compromiso con los más necesitados.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.


Imagen para colorear.
El pobre Lázaro sigue gritando.











domingo, 11 de septiembre de 2016

18 DE SEPTIEMBRE: XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO,.


“Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.”

18 DE SEPTIEMBRE

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Amós 8,4-7

Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.

Salmo 112

Que alaben al Señor todos sus siervos.

2ª Lectura: 1ª Timoteo 2,1-8

Pidan al Señor por todos los hombres, porque él quiere que todos se salven.

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 16,1-13

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: [Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: - ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. El administrador se puso a echar sus cálculos: - ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quién me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amor, y dijo al primero: - ¿Cuánto debes a mi amo? Este respondió: -Cien barriles de aceite. Él le dijo: -Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe “cincuenta”. Luego dijo a otro: -Y tú, ¿cuánto debes? Él contestó: -Cien fanegas de trigo. Le dijo: -Aquí está tu recibo: escribe “ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.] El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.”
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús decía a sus discípulos:
"Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?
Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero"
REFLEXIÓN
El evangelista Lucas no parece cansarse cuando una y otra vez vuelve al tema de  las riquezas, ese obstáculo que el creyente debe saber sortear si pretende entrar en el Reino de Dios.
            Pero hoy nos sorprende con una parábola cuyo injusto y astuto protagonista es presentado por Jesús como modelo digno de imitarse para los asuntos del Reino.
            Hoy, es conveniente que comencemos por la frase final, verdadera clave de todos los textos relacionados con el Reino y las riquezas: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
            Si nadie puede tener dos amos al mismo tiempo porque terminará por cumplir con uno solo o no cumplir con ninguno, solo queda, por tanto, elegir entre uno y otro: o el Reino de Dios y su justicia, o el reino del dinero y sus injusticias.
            Jesús, que penetra lo más íntimo del corazón del hombre, sabe que su corazón está llamado a amar y entregarse; y siempre amará algo o a alguien, siempre buscará en el encuentro con las cosas o las personas esa corriente de dar y recibir, de vaciarse y de llenarse.
            Mirad, hermanas y hermanos, la vida del cristiano se mueve entre el esfuerzo y la esperanza. Por eso la liturgia de estos domingos ordinarios nos va dando una de cal y otra de arena.
            Si el pasado domingo nos habló del corazón grande de Dios con las tres parábolas de la misericordia. Éste vuelve a ponernos alerta contra el peligro de las riquezas.
            ¿Por qué esta insistencia? Durante mucho tiempo, parece que el único pecado que ha interesado ha sido el relacionado con el sexto mandamiento. La experiencia de muchos años de confesionario así me lo ha hecho ver, el pecado contra el sexto mandamiento siempre está presente, sin embargo, nadie se confiesa de su actitud ante el dinero, nadie se confiesa por tener una empleada de hogar inmigrante y no pagarle lo justo.
            Jesús trató los pecados contra el sexto mandamiento con tacto y con clemencia. Pensemos, por ejemplo, en el caso de la mujer pecadora. Nadie se atrevió a tirarle la primera piedra.
            En cambio, el gran pecado para Jesús era el apego a las riquezas, que corrompen y envilece.
            Las riquezas, sin ser malas en sí, constituyen un serio peligro para vivir el ideal evangélico cuando se pone el corazón en ellas y exclusivamente en ellas sin pensar en el mal que puede generar. ¿Piensan los que trafican con drogas en el mal que hacen? ¿En las familias y las vidas que destrozan? No, solo en la cantidad de dinero que ganan a costa de la tragedia de muchos.
            Y este pecado no era algo nuevo para Jesús, recordemos la primera lectura tomada hoy de la profecía de Amós situada ochocientos años antes del nacimiento de Jesús:
            “Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano? Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo”.
            La primera parte de este texto de Amós es la acusación dura contra estos avaros. La segunda, el último versículo, es un juramento de Dios contra ellos: “Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará vuestras acciones.
            ¿Por qué será que parece que este texto se escribiera ayer?
            Para entender la parábola que hoy Jesús nos propone, hay que saber que, en aquellos tiempos, los administradores no necesariamente cobraban su salario directamente del amo, sino de los deudores. Una parte del importe de la deuda pasaba al administrador en concepto de sueldo por su gestión. Aquel administrador ha recibido una orden de despido y se ve en la calle. La única forma de asegurar su futuro es renunciando a lo que los deudores tenían que pagarle. Se gana amigos renunciando a sus ingresos. Esta es la lección de la parábola. Del administrador se alaba y resalta su capacidad previsora de ganarse amigos con el dinero propio.
            Y, a continuación, Jesús nos dice: “Ganaos amigos con el dinero injusto”. El dinero injusto es todo el dinero. Si el mundo es de Dios y ha puesto riquezas en él para todos sus hijos, toda abundancia a costa de la pobreza de tantos hace injusto todo dinero. No dice Jesús que renunciemos al dinero, sino que demos prioridad a Dios sobre el dinero, porque el amigo que tenemos que ganar es Dios.
            Lo mismo que el administrador astuto de la parábola devolvió a los deudores parte de los intereses abusivos perdonándoles lo suyo, así también se debe devolver a las víctimas de una injusta situación social, que hace radicalmente injusto el dinero, parte de lo que se ha acaparado.
            Hermanas y hermanos, no hay culto válido sin solidaridad con el necesitado, lo mismo que no hay eucaristía sin caridad.
            Los cristianos debemos ponernos junto a las esperanzas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, particularmente de los pobres. Nada de lo auténticamente humano debe dejarnos indiferentes.
            Todos tenemos a nuestro lado o encontramos a nuestro paso alguien que es más pobre que nosotros: familias humildes que pasan apuros, gente sin trabajo, enfermos y ancianos abandonados, marginados que necesitan una mano amiga.
            El cristiano, hermanas y hermanos, es el que siente como suyas las alegrías, las tristezas, los sufrimientos, los dolores de los demás.
            El cristiano es el que sabe llorar con el que llora, reír con el que ríe, sufrir con el que sufre.
            Por eso, poner el corazón en Dios y no en el dinero, es compartir con los demás, y eso no sólo como un gesto solidario, sino también como expresión del amor fraterno que, como gracia y favor de Dios, se ha recibido. Es una forma de manifestar la gratitud a Dios, que nos ha dado los bienes de este mundo y la gracia de tener el corazón abierto al amor de los demás.
            El amor fraterno, en sentir más alegría en dar que en recibir, es la señal luminosa del amor de Dios. Si con Dios se vive, con su amor se ama, se sirve y se comparte con los demás.
ENTRA EN TU INTERIOR
DINERO
La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Sólo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia.
En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de Profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.
Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente  «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce "dinero limpio". La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.
¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. «Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
Jesús viene a decir así a los ricos: "Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre". Dicho con otras palabras: la mejor forma de "blanquear" el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.
Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.
Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.
 José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Si somos sinceros, descubriremos que, en nuestra vida, confiamos demasiado en las cosas externas, y demasiado poco en lo que realmente somos. Con frecuencia, servimos al dinero y nos servimos de Dios. Le llamamos Señor, pero el que manda de verdad es el dinero. Justo lo contrario de lo que nos pide Jesús.
Cada uno en sus circunstancias concretas tiene que tomar una postura coherente con sus creencias. En este tema, es inútil actuar por programación, es decir, echar el carro por delante de los bueyes.
Encontramos en los evangelios una diferencia notable con la tradición bíblica. Tanto en todo el AT como en tiempo de Jesús, las riquezas eran consideradas como un don de Dios. Sólo los profetas arremeten contra la riqueza que se ha conseguido con injusticia. Este matiz desaparece en los evangelios y se considera la riqueza, sin más, contraria al Reino.
Para comprender el evangelio de hoy, hay que tener en cuenta que, en las parábolas, no se ha de tomar al pie de la letra cada uno de los detalles que se narran; hay que entrar en la intención del que la narra. Al contrario que en la alegoría, en la parábola se trata de una sola enseñanza que hay que sacar del conjunto del relato. El relato nos obliga a sacar una moraleja que nos haga cambiar de actitud vital. Esta en concreto, no está invitándome a ser injusto, sino a sentarme y echar cálculos, para elegir lo que de verdad sea mejor para mis auténticos intereses.
El administrador calculador, trataba de conseguir ventajas materiales. A nosotros se nos invita a ser sagaces para sacar ventajas espirituales, aunque sea a costa de las seguridades materiales. El evangelio nos invita a ser sabios para sacar provecho de todo, incluso de las riquezas, para alcanzar lo que vale de veras.
No hacen falta muchas cavilaciones para darse cuenta de que ponemos mucho más interés en los asuntos materiales que en los espirituales, no sólo por el tiempo que les dedicamos, sino sobre todo por la intensidad de nuestra dedicación. Es lamentable que personas muy inteligentes y con varias carreras, tengan un nivel de conocimientos religiosos propios de un niño de primera comunión. En religión, lo único exigido es “creer”.
ORACIÓN
            Señor, que nos has hecho administradores de los bienes materiales como una manera de servir a todos los hermanos, haz que este pequeño negocio sea camino para conseguir el gran negocio de tu Reino.
            El pan eucarístico no es propiedad exclusiva de nadie: es el patrimonio de quienes se sienten unidos en la gran mesa de la humanidad. Comulgar es comprender que administrar el don de Dios, patrimonio de todos y garantía de justicia y paz universales.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Fano.

Imagen para colorear.




 


domingo, 4 de septiembre de 2016

11 DE SEPTIEMBRE: XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
11 DE SEPTIEMBRE
XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª Lectura: Éxodo 32,7-11.13-14
El Señor enunció al castigo con que había amenazado a su pueblo.
Salmo: 50
Me levantaré y volveré mi padre.
2ª Lectura: Timoteo 1,12-17
Cristo vino al mundo para salva a los pecadores.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 15,1-32
“Todos los recaudadores y descreídos se le iban acercando para escucharlo; por eso tanto los fariseos como los letrados lo criticaban diciendo:
- Éste acoge a los descreídos y come con ellos.
 Entonces les propuso Jesús esta parábola:
 - Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga a hombros, muy contento; al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: - ¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido.
Os digo que lo mismo dará más alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no sienten necesidad de enmendarse.
Y si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles: - ¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido.
Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.
[Y añadió:
- Un hombre tenía dos hijos. El menor le dijo a su padre:
-Padre, dame la parte de la fortuna que me toca.
El padre les repartió los bienes.
A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".
Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. El hijo empezó:
- Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados:
- Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha encontrado. Y empezaron el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y la danza; llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:
- Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y salvo.
 Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo, pero él replicó a su padre:
- A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.
El padre le respondió:
- Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!  Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se le ha encontrado.”]
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
REFLEXIÓN

“Muchos publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Y por eso los fariseos y maestros de le ley murmuraban y criticaban: Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”.
            Con esta introducción, Lucas nos sitúa en el contexto de todo este capítulo 15 que comenzamos hoy. Jesús escandaliza a la gente piadosa, solamente por manifestar en sus actos y palabras a un Dios que se complace en estar con los pecadores y gente de mala reputación, porque no tienen necesidad de médicos los sanos sino los enfermos.
            Es el gran escándalo del Reino de Dios, y también su gran secreto; es una auténtica revolución en la mentalidad religiosa de ayer y de hoy; aquí está la gran señal para distinguir entre una religión farisaica, hipócrita y mercantilista de otra religión menos vistosa y puritana, pero más profundamente humana y mejor reveladora de lo divino.
            Para que todos entremos en este misterio del Reino de Dios, aceptándolo o escandalizándonos, Jesús nos revela el misericordioso rostro de Dios a través de tres maravillosas parábolas que de una manera o de otra, expresan el mismo mensaje.
            Las dos primeras parábolas expresan una fina ironía dirigida a los fariseos y maestros de la ley. Los que se consideraban justos, pero que no eran tales, por eso no sienten la necesidad de cambiar de vida. Y porque no conocen la conversión, tampoco pueden conocer el más maravilloso aspecto de Dios: su gozo y su alegría:
            “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
            Este es el nuevo mensaje: Dios se alegra por la conversión del hombre. El cambio de vida se hace gozo en el cielo y en la tierra.
            Este mensaje central se desarrolla con detalle en la más famosa parábola del evangelista Lucas, la llamada parábola del hijo pródigo, pero que en realidad, deberíamos titular “del Padre misericordioso”.
            Jesús nos presenta una típica familia de campo; todos trabajan para lo mismo, ya que la tierra es el patrimonio familiar, por lo que es un pecado grave pretender dividirla o enajenarla. Sin embargo para aquel padre lo importante no era todo eso, sino la relación con sus hijos. Respeta su libertad, sabe callar y esperar.
            Ante la petición del hijo menor, accede, pues sabe que su hijo ya no es un niño; quiere ahora hacer su vida; el padre lo comprende, no sin gran dolor.
            Él conoce a fondo el corazón de su hijo; sabe de su debilidad, pero también de las posibilidades que hay en él. Sabe que tiene que hacerse hombre en la escuela de la vida, sabe que tiene que aprender a caerse y a levantarse, que tiene que aprender de sus errores, y acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de su hijo.
            Así ve Jesús a Dios, el Padre por excelencia. No impone su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Es un Dios que cree en el amor, y que el amor es más fuerte que el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre, por eso espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor que hace vivir al pecador.
            El nuestro es un Dios que no tiene más ley que el amor ni más justicia que el perdón. Un Dios que no castiga ni aplasta, sino que espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre: Un duro y doloroso proceso hacia la luz.
            Otro concepto que se clarifica mucho desde esta parábola es el pecado. El pecado aparece como una decisión personal, como algo que define a uno mismo.
            El hijo menor quiso hacer su vida y tener un nombre e identidad propios. Acostumbrado al solícito amor protector del padre, creyó que la vida era cosa fácil. Nunca había reparado en el sacrificio que le había costado al padre levantar su casa y su hacienda; por eso no le dio importancia y se marchó.
            Por tanto, el pecado aparece como la fuga de la condición humana, como un evadirse de la responsabilidad de todos los días, como un negarse a construir algo en un proceso lento y un tanto duro. El pecado es el camino ancho y fácil, pero que no lleva a la vida.
            Y el pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza. Y así el hijo menor parte de la casa, abandona el hogar y da la espalda al padre y a toda su familia. El pecado es incomprensible si antes no comprendemos que formamos parte de una comunidad, la familia de los hombres. Y el pecado nos vuelve contra la comunidad.
            Por eso pecar no es un simple asunto personal, porque atenta al bien de todo. Así, quien odia deja de aportar amor, quien miente, deja de aportar verdad, quien avasalla y aplasta al otro, deja de aportar libertad.
            Y por primera vez en su vida comprende que ha perdido su dignidad de hombre y de hijo y comienza a envidiar las algarrobas que comían los cerdos.
            Sin embargo esto es lo maravilloso de la vida, esa amarga y humillante experiencia puede ser el punto de partida de un nuevo y largo camino: la conversión. En el fondo de uno mismo hay una fuerza irresistible, una llama que nunca se apaga, una fuerza que no viene de nosotros.
            La parábola describe tres momentos en la conversión del hombre:
          Recapacitar.
          Ponerse en camino.
          Volver al Padre.
            Y después el momento crítico levantarse y partir.
ENTRA EN TU INTERIOR
CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS.
Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.
Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado "reprimida" en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía "la parábola del hijo pródigo", pero nunca la han escuchado en su corazón.
El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.
A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.

El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre "lo vio" venir hambriento y humillado, y "se conmovió" hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.
Enseguida "echa a correr". No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. "Se le echó al cuello y se puso a besarlo". Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.
El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.
El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.
Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
            Hoy comenzamos nuestra celebración con una consoladora frase de Pablo: “Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo porque me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio…, porque Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano.”
            Sí, hoy debemos dar gracias a Dios porque tiene confianza en cada uno de nosotros; porque confía y espera aun cuando lo abandonemos o damos la espalda a los hermanos.
            Es esta confianza que Dios nos tiene lo que nos permite hoy reunirnos en la mesa del Señor, a pesar de sentirnos pecadores; porque Él está en nosotros devolviéndonos la salud perdida.
ORACIÓN
            Te damos gracias, Señor, porque fiándote de nosotros, nos haces capaces de construir nuestra vida sin temor, a fin de que seamos los sujetos y actores de nuestro propio destino.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes de Fano, 

Imagen para colorear.