“Quien quiera ser el primero, que sea el último
de todos y el servidor de todos...”
22 DE SEPTIEMBRE
XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Sabiduría 2,12.17-20
Condenaremos al justo a una muerte ignominiosa.
Salmo 53: “El Señor sostiene mi vida”
2ª Lectura: Santiago 3,16-4,3
Los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros,
ante todo.
PALABRA DEL DÍA
Marcos 9,30-37
“En aquel tiempo, Jesús y
sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no querían que
nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: -El Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después
de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba
miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: -¿De
qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían
discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce y les
dijo: -Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
-El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge
a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios.
“Al salir de allí
atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba sus
discípulos, y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos
de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".
Pero los discípulos no
comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una
vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el
camino?".
Ellos callaban, porque
habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó
a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el
último de todos y el servidor de todos".
Después, tomando a un niño,
lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:
"El que recibe a uno
de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí
al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
REFLEXIÓN
Por segunda vez, Jesús explica
a sus discípulos cómo, de acuerdo con lo anunciado por los profetas, conforme
leemos en la primera lectura del libro de la sabiduría, tiene que ser entregado
en manos de los hombres y morir y resucitar al tercer día. Quiere salir al
paso, de una vez, de las falsas expectativas mesiánicas que se habían ido
creando interesadamente entre el pueblo y entre sus dirigentes, incluso entre
sus discípulos.
Los discípulos no prestan
atención, no escuchan; ellos a lo suyo, a lo que les preocupa más que nada.
Desde el principio han ido forjándose una idea demasiado interesada del futuro
de Jesús y, viendo sus milagros y escuchando sus palabras y disfrutando de la
general buena aceptación del pueblo, ya se veían compartiendo el éxito popular
de Jesús. Lo que les importaba era su papel en el triunfo, sacar el mejor
partido posible, ocupar los primeros puestos. Algunos parecían ya estar
adjudicados como el de Pedro, pero quedaban muchos más. Y de eso discutían,
distraídos, cuando Jesús los vuelve a la realidad con una pregunta: ¿de qué
hablabais por el camino? Y se quedaron callados, avergonzados, sin saber qué
decir. Pero Jesús sí que quiere aclarar las cosas: el que quiere ser el primero
de todos, que sea el último de todos, el servidor de todos.
Lo malo es que, dos mil años
después, los nuevos discípulos de Jesús seguimos como los, primeros: sin
enterarnos, sin tomar en serio el Evangelio, enfrascados en nuestras cosas, en
nuestros intereses, en nuestras pequeñas guerras y diferencias, en un discutible
forcejeo por copar los primeros puestos, títulos, dignidades, prebendas. De
nada sirve que Jesús recomiende acoger a los niños, o sea, los débiles;
nosotros nos dedicamos a acoger y agasajar a los grandes, a los que mandan, a
las altas jerarquías eclesiásticas, civiles, políticas y militares. Ellos
representan a Dios. Pero Jesús ha dicho que Él está en los niños, en los
débiles, en los que tienen hambre, en los pobres, en los enfermos.
Porque esa es la cuestión.
Aceptar de una vez que mandar, reinar, gobernar, presidir, dirigir, trabajar…
todo es servir. Vivir es servir, o sea, convivir, compartir, comunicar,
consensuar, hacer todo y siempre con todos, entre todos, al servicio de todos,
buscando el bien de todos, sin partidismos, sin nepotismos, sin
discriminaciones, sin chantajes contra nadie, ni ventajas sobre los demás. Todos
iguales, todos hermanos en Cristo que dio su vida para que tengamos vida y la
tengamos sobrada y feliz.
ENTRA
Y ORA EN TU INTERIOR
DOS
ACTITUDES MUY DE JESÚS
El grupo de Jesús atraviesa
Galilea camino de Jerusalén. Lo hacen de manera reservada, sin que nadie se
entere. Jesús quiere dedicarse enteramente a instruir a sus discípulos. Es muy
importante lo que quiere grabar en sus corazones: su camino no es un camino de
gloria, éxito y poder. Es lo contrario: conduce a la crucifixión y al rechazo,
aunque terminará en resurrección.
A los discípulos no les entra
en la cabeza lo que les dice Jesús. Les da miedo hasta preguntarle. No quieren
pensar en la crucifixión. No entra en sus planes ni expectativas. Mientras
Jesús les habla de entrega y de cruz, ellos hablan de sus ambiciones: ¿quién
será el más importante en el grupo? ¿quién ocupará el puesto más elevado?
¿quién recibirá más honores?
Jesús «se sienta». Quiere
enseñarles algo que nunca han de olvidar. Llama a los Doce, los que están más
estrechamente asociados a su misión y les invita a que se acerquen, pues los ve
muy distanciados de él. Para seguir sus pasos y parecerse a él han de aprender
dos actitudes fundamentales.
Primera actitud: «Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos». El discípulo
de Jesús ha de renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades. En su grupo
nadie ha de pretender estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no
tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor
de todos»
La segunda actitud es tan
importante que Jesús la ilustra con un gesto simbólico entrañable. Pone a un
niño en medio de los Doce, en el centro del grupo, para que aquellos hombres
ambiciosos se olviden de honores y grandezas, y pongan sus ojos en los pequeños,
los débiles, los más necesitados de defensa y cuidado.
Luego, lo abraza y les dice:
«El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Quien acoge a
un "pequeño" está acogiendo al más "grande", a Jesús. Y
quien acoge a Jesús está acogiendo al Padre que lo ha enviado.
Una Iglesia que acoge a los
pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira
hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo
la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús.
José Antonio Pagola
ORACIÓN
A veces, Señor, la pequeñez de
mi ser criatura me parece inadecuada e insuficiente para contener mis grandes
deseos. Y hago de todo para acabar con aquellos a quienes advierto como límites
a mi necesidad de expandirme, de “sentirme grande”: ser más que los otros,
recibir más que los otros, contar más que los otros.
Tú sales al encuentro de esta
prepotente necesidad de sobresalir y me propones ponerla al servicio del amor,
haciéndome el último de todos, el siervo de todos, el más pacífico, el más
dócil, el más misericordioso, acogedor con todos.
Envía de lo alto tu Espíritu
de sabiduría, para que haga de mi vida una obra de paz.
No me cansaré de repetir: “El
que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO
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