“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece
en mí
Y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no
podéis hacer nada”.
28 DE ABRIL
V DOMINGO DE PASCUA
Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 9,26-31
Les contó cómo había visto al Señor en el camino.
Salmo 21
Bendito sea el Señor. Aleluya
Segunda Lectura: 1 Juan 3,18-24
Éste es su mandamiento: que creamos y que nos amemos.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 15,1-8
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: “yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A
todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo
poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os
he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en
mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al
que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe
gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus
discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y
mi Padre es el viñador.
El corta todos mis
sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios
por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo
permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece
en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los
sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque
separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en
mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al
fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí
y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre
consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.”
REFLEXIÓN
El discípulo de Jesús no sigue de lejos a su
maestro, no se limita a escucharle y aprender sus lecciones, ha de vivir unido
a él por la fe y por el amor. Tan unido como el sarmiento está unido a la cepa.
No son cosas distintas, forman una unidad, la vid. El cristiano es algo más que
creyente o practicante, es parte de Cristo.
Para que el sarmiento tenga
vida, ha de estar unido a la Vid. A mayor unión, más vida, más savia recibirá.
Y la savia es la palabra, la savia es el amor, la savia es el Espíritu santo.
Savia-palabra: “Mis palabras
permanecen en vosotros” (Jn 19,7). “Quien guarda su palabra ciertamente en él
el amor de Dios ha llegado a su plenitud” (1 Jn 2,5).
Savia-amor: “El amor que Tú me
has dado esté en ellos” (Jn 17,26). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la
muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien tiene al Hijo tiene la
vida”. (1 Jn 3,14; 5,12).
Savia-Espíritu: “Recibirá de
lo mío y os lo comunicará a vosotros” (Jn 16,14). “En cuanto a vosotros, estáis
ungidos por el santo. La Unción que de él habéis recibido permanece en vosotros
y no necesitáis que nadie os enseñe” (1 Jn 2,20-27). “Amor de Dios derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5).
La unión entre los sarmientos
y la vid ha de ser íntima, permanente, creciente, fecunda.
Intima. No es un colaborar, un
darse la mano, un compartir. Es un comulgar. Unión de
trasvase vital, común unión de
pensamiento y sentimiento, un solo corazón y una sola alma. La vid y los
sarmientos se alimentan de la savia, el que comulga se alimenta de Cristo. La
savia de Cristo pasa a la nuestra, una transfusión de sangre y Espíritu.
Permanente. No bastan
encuentros esporádicos. El sarmiento no se puede separar de la vid. Nuestro
motor tiene que estar siempre enchufado a la central espiritual del corazón de
Cristo. Sin su corriente nos apagamos. Hay momentos para cargar nuestras baterías,
pero esa energía acumulada nos vitaliza. Cristo, energía divina, siempre en tu
mente y en tu corazón.
Creciente. Se da todo un
proceso de vaciamiento propio y de posesión de Cristo, de purificación y
espiritualización, de comunicación y empatía, hasta llegar a la unidad
consumada que Jesús pedía al Padre.
Los frutos que el Padre espera
de nosotros son los del Espíritu, frutos de amor, de paz, de justicia, de
solidaridad, de servicio. Cada día has de ofrecer algún fruto al Señor. Cada
día una oración continuada y un amor entregado. La vida no está para guardarla,
sino para darla.
Estar unido a Cristo es vivir
en comunión con él; que su Espíritu nos aliente y vivifique.
Se reitera la necesidad de
permanencia. No bastan encuentros esporádicos, ratos de oración, por largos que
sean. Se necesita una vivencia cristiana continuada, cuando se reza y cuando se
trabaja, cuando se ríe y cuando se llora, cuando se sirve o cuando se es
servido, cuando hay luz o cuando hay tinieblas, cuando se agradece o cuando se
espera. No puede haber dicotomía en la vida espiritual.
Mira, para dejar que toda la
savia del Espíritu penetre en ti, necesitas vaciarte del todo. Esto no es
posible sin poda, sin despojo y sin muerte.
El trabajo de poda es ingrato
y doloroso, pero necesario. Tendemos a la dispersión, a las desviaciones, a la
exuberancia vanidosa, a la pasividad y el conformismo. Por ahí se nos va la
vida o se estanca el dinamismo vital de la savia. Hay que cortar o estimular,
quitando apegos, quemando ataduras, ahuyentando miedos y temores, alentando
pasividades. Así la savia, bien concentrada y orientada estallará en frutos
gozosos.
ENTRA
EN TU INTERIOR
NO
DESVIARNOS DE JESÚS
La imagen es sencilla y de
gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los
discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el
Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante.
Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo
más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve
dónde está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de
Jesús. Discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu
del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su
persona.
Por eso se hace una afirmación
cargada de intensidad: «el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la
vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus
palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está
desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el
factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su
religión muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá
por mucho tiempo: quedará reducida a «folklore» anacrónico que no aportará a
nadie la Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su
misión en el mundo contemporáneo, si los que nos decimos «cristianos» no nos
convertimos en discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un
mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una
experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una
pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una
sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato
y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede
convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy
preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera.
Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es
«la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»:
aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos,
redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su
proyecto.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
El mandamiento de Dios, y Juan
nos lo repite, es que creamos en Jesús y que nos amemos unos a otros.
Creer en Jesús de manera que
tengamos plena confianza en Dios. El que cree no tiene miedo. Se sabe pequeño e
inútil, pero confía; no en sus capacidades, sino en la fuerza del Espíritu.
El que cree confía incluso a pesar de su
pecado, porque conoce la misericordia de Dios, sabe que su Corazón es más
grande que nuestra conciencia. El pecado no es un obstáculo para la unión con
Cristo si confías y si te dejas podar, si te dejas quemar.
Creer también es amar. La fe y
la caridad son hermanas que van siempre unidas y mutuamente se ayudan y
enriquecen. San Juan lo expresa de muchas maneras, pero la razón última es que
Dios es amor, quien cree en el amor no puede por menos que abrirse al amor. Y
quien vive en el amor se llena de conocimiento y de luz, le resulta muy fácil
creer.
ORACIÓN
FINAL
Señor, tú me dices: “Mi
mandamiento es que os améis”. Para que tu Iglesia no tenga más preocupación que
la de amar cada vez con más pasión: ¡Señor, dame tu Espíritu!
“Os doy un mandamiento nuevo”,
nos dijiste: para que todo rastro de envejecimiento dé paso al amor que no
tiene fin. ¡Señor, dame tu Espíritu!
“Amaos como yo os he amado”:
para que la audacia de un amor sin reservas sea la señal de que tú estás
conmigo. ¡Señor, dame tu Espíritu!
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear.
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