"La paz esté con ustedes".
14 DE ABRIL
III DOMINGO DE PASCUA
Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19
Ustedes dieron muerte al autor de la vida,
pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo 4
En ti, Señor, confío. Aleluya.
Segunda Lectura: 1 Juan 2,1-5
Cristo es la Victima de propiciación por nuestros pecados
y por los del mundo entero.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 24,35-48
“En aquel tiempo, contaban
los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a
Jesús al partir el pan. –Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta
Jesús en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”. Llenos de miedo por la
sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué
surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en
persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos,
como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no
acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí
algo de comer?”. Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió
delante de ellos. Y les dijo: “esto es lo que os decía mientras estaba con
vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos
acerca de mí tenía que cumplirse”. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías
padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos,
comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios
“Los discípulos, por su
parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de
esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté
con ustedes".
Atónitos y llenos de temor,
creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó:
"¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies,
soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven
que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró
sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la
admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les
preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
Ellos le presentaron un
trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió
delante de todos.
Después les dijo:
"Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se
cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en
los Salmos".
Entonces les abrió la
inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba
escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén,
en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón
de los pecados.
Ustedes son testigos de
todo esto."
REFLEXIÓN
Cuando se habla de la
humanidad de Cristo Resucitado, se habla de la humildad, de la amistad, de la
cercanía, de la responsabilidad. Jesús resucitado aparece en gloria, pero
humanizada. Aparece como más humano, más amigo, más bueno. No va a vengarse o a
reírse de los enemigos que lo condenaron. No reúne a la gente para decirles que
se equivocaron. Se manifiesta tan sólo a los que realmente le aman y desean.
Jesús se hizo presente en
medio de sus discípulos. Y en adelante siempre se hará presente en medio de sus
discípulos. Cuando se reúnen para orar y reflexionar, para compartir y servir,
él estará en medio de ellos.
Los discípulos no acababan de
reconocer a Jesús. En el fondo es que no acababan de creer. Les parecía
demasiado bonito. Como a nosotros. No acabamos de creer que Jesús se ha quedado
con nosotros. Pero Jesús es comprensivo y paciente, enseña, estimula y espera.
Primero les saluda con la paz.
¡Qué falta les hacía y qué falta nos hace! Los discípulos vivían en el miedo y
en la duda, estaban agitados y nerviosos. Nosotros estamos marcados por las
prisas y la superficialidad. Todos necesitamos la paz de Jesús. Es una paz que
se ha fraguado en la lucha, que ha pasado por el sufrimiento y la angustia, que
ha vencido al miedo y a la muerte. Es un fruto de la Pascua. Si vivimos la
Pascua recibiremos la paz, y con la paz, la alegría y la confianza.
Después les enseña las manos y
los pies. Conservaba las heridas de los clavos, pero se habían convertido en
memorial de su amor. Manos benditas y pies gastados. Manos que se significaban
por el partir y el bendecir. Pies cansados de recorrer caminos de evangelización
y salvación. Así tienen que ser las manos y los pies de los discípulos de
Jesús. Que todos vean en ellos las heridas de la caridad y la misericordia, de
la paciencia y el perdón, de la generosidad y el servicio.
Y cuando veamos manos y pies
gastados o cansados o heridos o encallecidos, no dejemos de ver en ellos las
manos y los pies de Jesús prolongados. Cristo se hace presente no sólo en la
santidad de los templos y los sacramentos, sino en lo cotidiano de la vida, en
esa alegría o en ese dolor; en el trabajo conseguido o en el cáncer que dio la
cara, en el hijo que nace o en la muerte de un ser querido.
“¿Tenéis algo que comer?” Una
palabra más de su verdad y de su humanidad. Les pide algo para comer. Los
fantasmas no comen. Él es como nosotros y se adapta a nuestros usos y
costumbres. No hay un menú especial. Casi todas las apariciones de Jesús van
acompañadas de comida. Es prueba de humanidad y amistad, pero es también
referencia eucarística. Las comidas pascuales son sacramentales.
El encuentro termina con una
meditación de los hechos vividos a la luz de la Escritura. Es una catequesis
como la que dio a los discípulos de Emaús. Falta les hacía a estos hombres
mentalizados en la espera de un Mesías triunfante y glorioso. ¿Cómo podían
asimilar los tormentos y la derrota humillante de Jesús? ¿Qué difícil hacerles
entender que el Mesías tenía que padecer?
Los hombres pascuales, no se
presentarán como salvadores, sino como testigos del único Salvador. ¿Por qué
nos miráis como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o
virtud? ¡Sólo hay un nombre que puede salvar a los hombres, el de Jesús! Así se
expresaba Pedro después de la curación del paralítico.
ENTRA
EN TU INTERIOR
CREER
POR EXPERIENCIA PROPIA
No es fácil creer en Jesús
resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado y
comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no
experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde es
difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.
Algo de esto nos viene a decir
Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de
discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han
reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La
mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.
Entonces «Jesús se presenta en
medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”». Lo primero para despertar nuestra
fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de
nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz,
la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en
estos tiempos nada fáciles para la fe.
El relato de Lucas es muy
realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los
discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el
interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de
creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».
Así sucede también hoy. La fe
en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va
despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi
solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será
posible que sea verdad algo tan grande?
Según el relato, Jesús se
queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que
puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos»,
que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino
«en su nombre».
Creer en el Resucitado no es
cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante
es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio
en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
Los apóstoles, llenos del
Aliento de Jesús, empezaron a dar testimonio de la Resurrección con mucha
pasión y fuerza. Daban testimonio con signos y palabra.
El primer signo era, sin duda,
su misma vida transformada. Ellos también habían resucitado, se sentían hombres
nuevos, alegres, fraternos, valientes, esperanzados. Imposible el brillo de
estas vidas sin la Resurrección. ¿De dónde iban a sacar estos hombres incultos,
temerosos, fugitivos, encerrados por miedo, el poder de la palabra y la fuerza
del amor? Sólo se explica por la experiencia de una fuerza creadora superior,
por el contacto con la vida resucitada del Señor.
Signo fue también la virtud
curativa que emanaba de los apóstoles. Como en la persona de Jesús, bastaba a
veces tocar sus vestidos para recibir una gracia salvadora. Pedro y Juan
curaron a un paralítico. No tenían plata ni oro, pero tenían la fuerza sanadora
de Jesús resucitado. “En nombre de Jesús nazareno ponte a andar. Y tomándole de
la mano derecha lo levantó” (Hch 3,6-7). Todo un gesto liberador.
Al gesto se une la palabra:
¿Por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste por nuestro propio
poder o virtud? La causa de esta curación y la fuente de toda salvación es
Jesús.
Jesús se sigue apareciendo
hoy:
Se aparece al que lo desea y
lo busca apasionadamente, como María Magdalena.
Se aparece al que se siente
pobre y está vacío de sí mismo, como las mujeres que iban al sepulcro con sus
aromas.
Se aparece al que cree en él,
o quisiera creer, como Juan, Pedro y Tomás...
Se aparece al que lo espera o,
por lo menos, lo añora, como los discípulos de Emaús.
Jesús se aparece al que no
vive para sí, sino para el hermano, y va tejiendo día a día el manto
comunitario, como los discípulos cuando se reunían.
Se aparece a los que,
guardando su memoria, celebran la palabra y parten el pan, como las primeras
comunidades cristianas.
Jesús se aparece a todo el que
lo ama más que a sí mismo, como el mártir.
Se aparece a todo el que ama
al hermano más que a sí mismo, y ve en él a Cristo, y son capaces de hacer
suyos sus sufrimientos, sus dolores, sus alegrías, sus esperanzas.
El modelo completo de toda
esta preparación lo encontramos en María, la hija y la madre, la esclava y la
señora, la orante y la donante, siempre abierta a Jesús, siempre unida a Jesús,
siempre llena de Jesús.
ORACIÓN
FINAL
Jesús de Nazaret. Tú eres el
que centra toda la predicación apostólica, y al que tengo que mirar para
salvarme. Eres el santo, el justo, el que pasó haciendo el bien, el Mesías
esperado.
Te rechazaron y te mataron.
¡Qué ceguera y qué crueldad! No cabe un error más perverso: “Rechazasteis al
santo, al justo… matasteis al autor de la vida… y pedisteis el indulto de un
asesino”
Sí, Señor, muchas veces
preferimos la maldad a la santidad, la injusticia a la justicia, la crueldad a
la misericordia, la muerte a la vida, todo con mayúscula, cuando no te vemos en
el hermano que sufre, en el triste, en el solo, en el abandonado, en la mujer
maltratada, en el emigrante no aceptado, en el padre de familia sin trabajo.
Dame un corazón grande para amar, para acoger, para compartir, aunque tenga que
meter mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en la herida del costado,
hay muchas manos agujereadas y muchos costados abiertos por la injusticia y el
desamor. Amén.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO.
Imagen para colorear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario