“Paz a vosotros. Como
el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento
sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
24 DE ABRIL
II DOMINGO DE PASCUA
DOMINGO DE LA DIVINA
MISERICORDIA
1ª Lectura: Hch.
5,12-16
Salmo 117: Dad gracias
al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
2ª Lectura: Apocalipsis
1,9-13.17-18
PALABRA DEL DÍA
San Juan: 20,19-31
“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre
ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús. Y los discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les
contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado no lo creo”.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se
puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”, Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí
tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo,
sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Por
qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
Muchos otros signos, que no están escritos en este
libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que
creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis
vida en su nombre.”
Versión para
Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la
semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos,
les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su
costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
"Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los
perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no
estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al
Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus
manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no
lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos
reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté
con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí
están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas
incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto.
¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia
de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre”.
REFLEXIÓN
Nuestra fe en la resurrección de Jesucristo no puede ser sólo
conceptual. La fe en Jesucristo no es cuestión de conceptos, sino de comunión.
“Nunca nos olvidamos de que Cristo es ante todo comunión. Él no ha venido para
crear una religión nueva, sino para suscitar una comunión” (Roger Schutz). Así lo expresaba San Pablo:
“… y conocerle a él, el poder de la resurrección y la comunión en sus
padecimientos… tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp
3,10-11). No puede haber fe pascual si no participamos de la resurrección de
Cristo.
En todo este proceso la iniciativa la pone el Señor, que
viene a nuestro encuentro, se pone en “medio” de nosotros, y nos comunica su
Espíritu. Es autocomunicación de Dios; por medio del Espíritu vivificante se
nos comunica la vida de Cristo resucitado.
La experiencia de los apóstoles y demás discípulos del Señor
es significativa. Andaban dispersos o encerrados por el miedo. Estaban tristes
y desesperanzados. La muerte de Jesucristo, a pesar de los avisos y
recomendaciones, había supuesto para ellos un mazazo “mortal”; no sólo no
levantaban cabeza –toda su fe y sus proyectos, se habían venido abajo, un
ridículo espantoso-, sino que estaban “muertos”. Entonces Cristo resucitado se
esfuerza por reunirlos, como el pastor a sus ovejas, se presenta, poniéndose en
medio de ellos, vivificándoles.
Cristo es, efectivamente, el centro de la Iglesia, el centro
de nuestra vida, el centro del mundo. Nuestros pensamientos y miradas, siempre
a Cristo. Ninguna comunidad puede ser cristiana si no pone en el medio a
Cristo, si no está centrada en Cristo. Él se convierte en amigo, en Señor, en
comunicador de señorío y de vida.
Y “exhaló su aliento sobre ellos”. Y el aliento era el
Espíritu. “Recibid el Espíritu Santo” Máxima donación de Cristo. El Espíritu es
su vida íntima. Nos entrega su vida resucitada. “Cristo, vida nuestra”. Cristo
se está dando a sí mismo para que los suyos vivan; pero no con el miedo, sino
con la vida nueva de su Espíritu.
ENTRA EN TU INTERIOR
Recorrido hacia la Fe
Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una
experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar, se lo comunican llenos de
alegría: “Hemos visto al Señor”. Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué
les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno
de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro. Los discípulos le
dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede
aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: “Si no veo
en sus manos la señal de sus clavos… y no meto la mano en su costado, no lo
creo”. Solo creerá en su propia experiencia.
Este discípulo que se resiste a creer de manera ingenua, nos
va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo
resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos
escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.
A los ocho días, se presenta de nuevo Jesús a sus discípulos.
Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no
tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su
honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.
Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: “Trae tu dedo,
aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado”. Esas heridas,
antes que “pruebas” para verificar algo, ¿no son “signos” de su amor entregado
hasta la muerte? Por eso, Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas:
“No seas incrédulo, sino creyente”.
Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de
pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le
invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y
laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en
la hondura de su fe: “Señor mío y Dios mío”. Nadie ha confesado así a Jesús.
No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas
e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe
superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y
amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el
Misterio de Dios encarnado en Jesús.
La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados
y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los
evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros
más fuerza que nuestras propias dudas. “Dichosos los que crean sin haber
visto”.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Nos regala su vida divina, Dios mismo penetrando en nosotros
y siendo nuestra más íntima realidad. Desde esa profundidad. Dios nos urge, nos
cura, nos ilumina, nos fortalece, nos santifica con su amor. Múltiples y
enriquecedoras formas de actuar. Podríamos decir que esa acción del Espíritu de
Jesús en nosotros es:
Curativa, porque quita los miedos y tristezas y los
innumerables traumas que vamos acumulando, es una acción liberadora.
Santificadora, porque perdona los pecados y envuelve en
gracia. “A quiénes perdonéis…” El Espíritu es experiencia de perdón.
Vivificadora, es el aspecto positivo de lo que venimos
diciendo. El ·Espíritu restablece la fe y llena de frutos, y va contagiando de
la vida de Cristo.
Pacificadora y gozosa: Jesús saluda con su paz y devuelve la
alegría. Esa paz y alegría indefinibles son marca del Espíritu.
Comunitaria, porque crea unidad, porque reúne a los
dispersos, porque Cristo se pone en el centro, porque los corazones se sienten
unidos y porque los bienes se ponen en común. El Espíritu crea comunidad y la
comunidad hace presente a Cristo. Esto es lo que sucede en cada eucaristía.
Tomás palpó las llagas: ¡Dios mío! Tomás tocó las entrañas de
Dios: se acabaron para siempre sus dudas. Tomás se sentía ardiendo: ¡Señor mío
y Dios mío!. Las llagas de Cristo fueron curativas, se podría hacer un estudio,
no sólo se lo que significaron para Tomás, sino lo que han significado para la
Iglesia, para nosotros:
Han ayudado a crecer, porque prueban la realidad del Dios
encarnado y de Cristo resucitado. Cristo no es una idea o un mito, es una
realidad palpitante.
Han ayudado a rezar, porque son objeto de gran devoción y
suscitan la mayor confianza. A través de esas llagas se quiere penetrar en
Dios. Y, por otra parte, esas llagas son oración permanente ante el Padre.
Han ayudado a sufrir, porque Cristo se hace presente en todas
las llagas, porque todas las llagas se unen a las de Cristo, y esta comunión de
llagas produce consuelo y fortaleza. Ahora podríamos fijarnos en cuáles son las
llagas más dolorosas de Cristo hoy.
Han ayudado a luchar. Si Cristo recibió tantas heridas en su
combate, ¿nos vamos a asustar nosotros porque tengamos algún rasguño? “No
habéis resistido todavía hasta la sangre” (Hb 12,4).
Han ayudado a amar. Las llagas son prueba del amor más
grande, capaz de dejarse romper por nosotros. Pues amor con amor se paga. A más
entrega, más amor.
ORACIÓN FINAL
Que la alegría de esta Pascua no se quede en meras palabras o
solamente en los ritos. Que esa alegría florezca en un despertar del espíritu
comunitario en cada uno de nuestros hogares, siendo servidores los unos de los
otros.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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