“Maestro, que pueda
ver”.
24 DE OCTUBRE
DOMINGO XXX DEL TIEMPO
ORDINARIO (B)
JORNADA MUNDIAL DE LA PROPAGACIÓN DE LA FE
(DOMUND)
1ª Lectura: Jeremías
31,7-9
Guiaré entre consuelos
a los ciegos y cojos.
Salmo 125: “El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres.
2ª Lectura: Hebreos
5,1-6
Tú eres sacerdote
eterno, según el rito de Melquisedec.
PALABRA DEL DÍA
Marcos 10,46-52
“En aquel tiempo, al salir de Jericó con sus
discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba
sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno,
empezó a gritar: -Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí. Muchos lo
regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: -Hijo de David, ten
compasión de mí. Jesús se detuvo y dijo: -Llamadlo. Llamaron al ciego,
diciéndole: -Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se
acercó a Jesús. Jesús le dijo: -¿qué quieres que haga por ti? El ciego le
contestó: -Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: -anda, tu fe te ha curado. Y
al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”.
Versión parta América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de
allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo
-Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino.
Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso
a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí”.
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él
gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!”.
Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”. Entonces llamaron
al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Él te llama”.
Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un
salto y fue hacia él.
Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Él
respondió: “Maestro, que yo pueda ver”.
Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. En seguida
comenzó a ver y lo siguió por el camino”.
REFLEXIÓN
Como dice el refranero popular: no hay peor ciego que aquel
que no quiere ver. En este caso la gente que seguía a Jesús le seguía a él,
pero no habían entendido su mensaje, y antes que convertirse en intercesores
del pobre ciego ante Jesús, se convierten –creyendo que así son más fieles a
Jesús- en auténticos distanciadores del ciego. Tanto es así que el ciego tiene
ahora dos problemas; ni puede ver a Jesús, ni se le puede acercar. La imagen es
tan gráfica que, si fuera un acontecimiento real en la vida de Jesús, parecería
más bien una auténtica parábola.
Este ejemplo nos debería hacer pensar en cuántas veces
nosotros como comunidad cristiana y como Iglesia, ejercemos también esta
pastoral disuasoria. Sabemos perfectamente aquellos que no se pueden acercar a
Jesús: los niños, los ciegos, los leprosos, los pecadores públicos, los que son
causa de escándalo. Jesús nos sorprende y no sólo se acerca él mismo,
personalmente, a ellos, sino que incluso algunas veces, para enseñarnos a
nosotros lo que tenemos que hacer, hace que seamos nosotros mismos los que los
llevemos a él. Ésta es la gran lección del evangelio de hoy. Más que marginar y
distanciar, lo que tenemos que hacer es vencer nuestra ceguera y acercar a los
demás, especialmente a los que tienen más dificultades hasta Jesús.
Si el ciego gritaba elogios a Jesús, como es llamarlo “Hijo
de David”, rogándole al mismo tiempo que se compadeciera de él mientras la
gente le regañaba, parece que Jesús también tiene que hacer oír su voz y hace
que la multitud también se vea obligada a llamar al ciego. Es entonces, en este
intercambio de gritos y de palabras, cuando la gente descubre el auténtico
mensaje de Jesús: “Ánimo, levántate, que te llama”.
Marcos presenta al ciego como prototipo del verdadero
discípulo. Quienes acompañaban a Jesús –ha repetido el evangelista en capítulos
anteriores- oyen su palabra, pero no entienden; creen ver, pero en realidad
están ciegos. Por eso, en la práctica, toman un camino diferente al del propio
maestro.
El ciego Bartimeo, por el contrario, es consciente de que no
ve y, a diferencia de los discípulos que reclamaban "los primeros
puestos", pide únicamente "ver". Y en el momento mismo en que
ve, sigue a Jesús por el camino: un camino que no es topográfico, sino
teológico, el que propone el propio Jesús.
Empezamos a vivir cuando, decididamente, queremos ver. A
falta de esta determinación, sobrevivimos en la ignorancia de quienes somos, en
la creencia de estar separados de los otros y del mundo y en la búsqueda, más o
menos compulsiva, de "distracciones" y compensaciones.
Tendemos a oír solo la voz de nuestra mente, en la creencia
ilusoria de que ella nos mostrará el camino de la vida. Pero la mente tiene una
visión corta y estrecha.
Nos hace girar en torno al yo, como si se tratase de nuestra
verdadera identidad. Y, dando eso por supuesto, nos hace deudores de lo que le
ocurra a ese yo.
Soledad, miedo, ansiedad y, en definitiva, existencia
centrada en el “yo”: esas son las características que acompañan a tal
identificación. Al vivir con la creencia de que somos el yo, no podemos hacer
sino preocuparnos por él. Ahora bien, preocuparnos por algo que no tiene
consistencia propia conduce directamente a la ansiedad.
Ese es el motivo por el que la identificación con la mente
nos encierra en una prisión, hecha de ignorancia y de sufrimiento, en la que
nos reducimos a circunstancias no permanentes, viviendo desconectados de nuestra
verdadera identidad. Estamos ciegos, con el agravante de que creemos ver.
ENTRA EN TU INTERIOR
CON OJOS NUEVOS
La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para
urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo
así seguirán a Jesús por el camino del evangelio. El relato es de sorprendente
actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es “un mendigo ciego sentado al borde del camino”.
En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro.
No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera.
¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino,
incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta
luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No
sabemos siquiera qué futuro queremos para ella, instalados en una religión que
no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al evangelio, pero
fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando
cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Este grito repetido con fe va a
desencadenar su curación.
Hoy se oye en la Iglesia quejas y lamentos, críticas,
protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y
confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta
Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le
llega a través de sus enviados: “Ánimo, levántate, que te llama”. Este es el
clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar.
No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está
llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le
impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De
su corazón solo brota una petición: “Maestro, que pueda ver”. Si sus ojos se
abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista
y “le seguía por el camino”.
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El
salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de
mirar a Jesús, si leemos su evangelio con ojos nuevos, si captamos la
originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un modo más
humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la
alegría de vivir siguiéndole de cerca.
José Antonio Pagola.
ORA EN TU INTERIOR
Éste es el mensaje que nosotros, como fieles seguidores de
Jesús en el siglo XXI, tenemos que decir y repetir. Nosotros también estamos
llamados y tenemos la misión de hacer levantar a la humanidad y acompañarla
hasta Jesús. Ésta es la tarea de los seguidores y de los discípulos de Jesús. Y
ésta es también ahora la misión de la Iglesia en el mundo. Nuestro discurso
(con las palabras) y nuestras acciones (con la vida y el ejemplo) tienen que
invitar a los que viven alejados de nuestra sociedad o distanciados de Jesús a
poder levantarse de sus marginaciones sociales y poder acercarse a él.
Frecuentemente parece como si los gritos de nuestro mundo, como los del ciego
del evangelio de hoy, nos estorbasen. Demasiado a menudo parece que nosotros,
como Iglesia y como comunidad, hacemos callar los gritos del mundo pero no los
sabemos incorporar ni tampoco los sabemos conducir hacia Jesús.
Por eso, en el fondo, la curación del ciego Bartimeo es un
anuncio de la curación que Jesús nos propone a todos, porque de hecho nos
propone una nueva mirada sobre el mundo, sobre el camino de la vida y sobre
aquellos que quedan al margen, responsabilizándonos de todos ellos. Pidámosle
también al Señor, que tenga piedad de nosotros y que haga que cada vez veamos
más. ¡Maestro, que pueda ver!
ORACIÓN
Aquí estoy, Señor, como el ciego al borde del camino…
Cansado, sudoroso, polvoriento, mendigo por necesidad y por
oficio.
Pasas a mi lado y no te veo.
Tengo los ojos cerrados a la luz.
Costumbre, dolor, desaliento…
Sobre ellos han crecido duras escamas que me impiden verte.
¡Que vea, Señor, tus sendas!
¡Que vea, Señor, los caminos de la vida!
¡Que vea, Señor, ante todo, tu rostro, tus ojos, tu corazón!
Florentino Uribarri en (Hoja Dominical Eucaristía)
Expliquemos el
evangelio a los niños
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
Imagen para colorear.
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