“Quien quiera ser el
primero, que sea el último
de todos y el servidor
de todos...”
19 DE SEPTIEMBRE
XXV DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Sabiduría
2,12.17-20
Condenaremos al justo a
una muerte ignominiosa.
Salmo 53: “El Señor
sostiene mi vida”
2ª Lectura: Santiago
3,16-4,3
Los que tienen la
sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo.
PALABRA DEL DÍA
Marcos 9,30-37
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon
de la montaña y atravesaron Galilea; no querían que nadie se enterase, porque
iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: -El Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los
tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: -¿De qué discutíais por
el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era
el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: -Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y, acercando
a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -El que acoge a un
niño como este en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a
mí, sino al que me ha enviado”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no
quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba sus discípulos, y les decía: "El
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres
días después de su muerte, resucitará".
Pero los discípulos no comprendían esto y temían
hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la
casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre
quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo:
"El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el
servidor de todos".
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos
y, abrazándolo, les dijo:
"El que recibe a uno de estos pequeños en mi
Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a
aquel que me ha enviado".
REFLEXIÓN
Por segunda vez, Jesús explica a sus discípulos cómo, de
acuerdo con lo anunciado por los profetas, conforme leemos en la primera
lectura del libro de la sabiduría, tiene que ser entregado en manos de los
hombres y morir y resucitar al tercer día. Quiere salir al paso, de una vez, de
las falsas expectativas mesiánicas que se habían ido creando interesadamente
entre el pueblo y entre sus dirigentes, incluso entre sus discípulos.
Los discípulos no prestan atención, no escuchan; ellos a lo
suyo, a lo que les preocupa más que nada. Desde el principio han ido forjándose
una idea demasiado interesada del futuro de Jesús y, viendo sus milagros y
escuchando sus palabras y disfrutando de la general buena aceptación del
pueblo, ya se veían compartiendo el éxito popular de Jesús. Lo que les
importaba era su papel en el triunfo, sacar el mejor partido posible, ocupar
los primeros puestos. Algunos parecían ya estar adjudicados como el de Pedro,
pero quedaban muchos más. Y de eso discutían, distraídos, cuando Jesús los
vuelve a la realidad con una pregunta: ¿de qué hablabais por el camino? Y se
quedaron callados, avergonzados, sin saber qué decir. Pero Jesús sí que quiere
aclarar las cosas: el que quiere ser el primero de todos, que sea el último de
todos, el servidor de todos.
Lo malo es que, dos mil años después, los nuevos discípulos
de Jesús seguimos como los, primeros: sin enterarnos, sin tomar en serio el
Evangelio, enfrascados en nuestras cosas, en nuestros intereses, en nuestras
pequeñas guerras y diferencias, en un discutible forcejeo por copar los
primeros puestos, títulos, dignidades, prebendas. De nada sirve que Jesús
recomiende acoger a los niños, o sea, los débiles; nosotros nos dedicamos a
acoger y agasajar a los grandes, a los que mandan, a las altas jerarquías
eclesiásticas, civiles, políticas y militares. Ellos representan a Dios. Pero
Jesús ha dicho que Él está en los niños, en los débiles, en los que tienen
hambre, en los pobres, en los enfermos.
Porque esa es la cuestión. Aceptar de una vez que mandar,
reinar, gobernar, presidir, dirigir, trabajar… todo es servir. Vivir es servir,
o sea, convivir, compartir, comunicar, consensuar, hacer todo y siempre con
todos, entre todos, al servicio de todos, buscando el bien de todos, sin
partidismos, sin nepotismos, sin discriminaciones, sin chantajes contra nadie,
ni ventajas sobre los demás. Todos iguales, todos hermanos en Cristo que dio su
vida para que tengamos vida y la tengamos sobrada y feliz.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
DOS ACTITUDES MUY DE JESÚS
El grupo de Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén. Lo
hacen de manera reservada, sin que nadie se entere. Jesús quiere dedicarse
enteramente a instruir a sus discípulos. Es muy importante lo que quiere grabar
en sus corazones: su camino no es un camino de gloria, éxito y poder. Es lo
contrario: conduce a la crucifixión y al rechazo, aunque terminará en
resurrección.
A los discípulos no les entra en la cabeza lo que les dice
Jesús. Les da miedo hasta preguntarle. No quieren pensar en la crucifixión. No
entra en sus planes ni expectativas. Mientras Jesús les habla de entrega y de
cruz, ellos hablan de sus ambiciones: ¿quién será el más importante en el
grupo? ¿quién ocupará el puesto más elevado? ¿quién recibirá más honores?
Jesús «se sienta». Quiere enseñarles algo que nunca han de
olvidar. Llama a los Doce, los que están más estrechamente asociados a su
misión y les invita a que se acerquen, pues los ve muy distanciados de él. Para
seguir sus pasos y parecerse a él han de aprender dos actitudes fundamentales.
Primera actitud: «Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y servidor de todos». El discípulo de Jesús ha de renunciar a
ambiciones, rangos, honores y vanidades. En su grupo nadie ha de pretender
estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no
tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor
de todos»
La segunda actitud es tan importante que Jesús la ilustra con
un gesto simbólico entrañable. Pone a un niño en medio de los Doce, en el
centro del grupo, para que aquellos hombres ambiciosos se olviden de honores y
grandezas, y pongan sus ojos en los pequeños, los débiles, los más necesitados
de defensa y cuidado.
Luego, lo abraza y les dice: «El que acoge a un niño como
éste en mi nombre, me acoge a mí». Quien acoge a un "pequeño" está
acogiendo al más "grande", a Jesús. Y quien acoge a Jesús está
acogiendo al Padre que lo ha enviado.
Una Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está
enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia
con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios
anunciada por Jesús.
José Antonio Pagola
ORACIÓN
A veces, Señor, la pequeñez de mi ser criatura me parece
inadecuada e insuficiente para contener mis grandes deseos. Y hago de todo para
acabar con aquellos a quienes advierto como límites a mi necesidad de
expandirme, de “sentirme grande”: ser más que los otros, recibir más que los
otros, contar más que los otros.
Tú sales al encuentro de esta prepotente necesidad de
sobresalir y me propones ponerla al servicio del amor, haciéndome el último de
todos, el siervo de todos, el más pacífico, el más dócil, el más
misericordioso, acogedor con todos.
Envía de lo alto tu Espíritu de sabiduría, para que haga de
mi vida una obra de paz.
No me cansaré de repetir: “El que quiera ser el primero, que
sea el último de todos y el servidor de todos”.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
Imagen para colorear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario