“…Dejad que los niños
se acerquen a mí: no se lo impidáis;
de los que son como
ellos es el reino de Dios…, el que no acepte
el reino de Dios como
un niño, no entrará en él”.
3 DE OCTUBRE
DOMINGO XXVII DEL
TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Génesis 2,18-24
Y serán los dos una
sola carne.
Salmo 127: “Que el
Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”.
2ª Lectura: Hebreos
2,8-11
El santificador y los
santificados proceden todos del mismo.
PALABRA DEL DÍA
Marcos 10,2-16
“En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le
preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: -¿Le es lícito a un hombre
divorciarse de su mujer? Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron: -Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de
repudio. Jesús les dijo: -Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este
precepto. Al principio de la creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne”. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que
Dios ha unido, que no lo separe el hombre. En casa, los discípulos volvieron a
preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: -Si uno se divorcia de su mujer, y se
casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su
marido y se casa con otro, comete adulterio. Le acercaban niños para que los
tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les
dijo: -Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son
como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de
Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía
imponiéndoles las manos”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a
prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de
su mujer?".
El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha
ordenado?".
Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una
declaración de divorcio y separarse de ella".
Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio
esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo
varón y mujer.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre,
y los dos no serán sino una sola carne. De manera que
ya no son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le
volvieron a preguntar sobre esto.
El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se
casa con otra, comete adulterio contra aquella;
y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con
otro, también comete adulterio".
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara,
pero los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen
que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios
pertenece a los que son como ellos.
Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como
un niño, no entrará en él".
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las
manos.”
REFLEXIÓN
Jesús, no vino a juzgar y a condenar, sino a salvar, y
criticó duramente la actitud de aquellos que juzgaban a los otros con ligereza,
incapaces de mirar a su propio interior; a aquellos que siempre veían la mota
en el ojo ajeno y no veían, o no querían ver, la viga en el suyo.
Somos muy dados a juzgar y a condenar, incapaces de escuchar
las tremendas palabras del Maestro: “El que esté libre de pecado que tire la
primera piedra”.
Por eso en este domingo os ofrezco esta reflexión de Javier
García, en la portada de la Hoja Dominical EUCARISTÍA, correspondiente a este
Domingo XXVII.
“Nunca olvidaré el funeral de Alexandra, a quien no pude
conocer personalmente. Había llegado desde Ucrania huyendo de los malos tratos
de su pareja y en busca de una vida un poco más feliz. Aquí, con el paso del
tiempo, conoció a un hombre que también huía y que, un día sí y otro también,
encontraba refugio en el alcohol. Iniciaron una relación. Él dejó de beber.
Quienes le conocían decían que era otra persona; tal era el cambio que se había
producido en él. Dice el dicho que la alegría dura poco en casa del pobre, y
esta vez llevaba razón. Un cáncer se llevó muy pronto a Alexandra. Nunca
olvidaré su funeral. El cura que oficiaba andaba tan preocupado por la
salvación de aquella mujer que una y otra vez repetía “si no se ha arrepentido
de sus pecados en el último momento se habrá condenado”. El pecado era vivir
una situación de pareja irregular. Adúltera.
¿Qué pecado?, me preguntaba entonces y me pregunto ahora.
¿Huir de una relación que se había vuelto insostenible?, ¿abandonar un trabajo
en su país y lanzarse a una aventura laboral muy incierta en un país
extranjero?, ¿querer a un hombre que no era su marido y ayudarle a salir del
infierno del alcohol? ¿Enfermar y morir prácticamente sola, sin apenas haber
podido disfrutar de la vida? Me repugna la imagen de un Dios que pudiera
condenar a Alexandra. Me entristece un cristianismo que se atreva a condenar en
nombre de Dios. Jesús nunca lo hizo.
La sociedad está cambiando muy deprisa. Alexandra es un
ejemplo de lo que está sucediendo: migraciones, emancipación de la mujer,
pluralidad y mezcla cultural; y…, que no se olvide, casi siempre el olvido,
cuando también la condena, de los pobres. Todo cambio genera novedad, pero
también confusión y crisis. Las respuestas que nos sabíamos para responder a
las preguntas del pasado ya no sirven para los nuevos interrogantes del
presente. El orden establecido es cuestionado por la realidad cambiante;
visiones que parecían explicarnos la realidad quedan superadas; valores que
defendíamos como inamovibles son fuertemente cuestionados. También la fe,
también la idea que nos hemos hecho del cristianismo, también el modo de ser
Iglesia.
Son muchos los cristianos que se sienten incómodos en la
Iglesia. No es una afirmación gratuita. Tristemente es así. Hoy, Alexandra y el
Evangelio me empujan a pensar en todos los divorciados que se han vuelto a
casar, en todas aquellas personas que viven alguna situación “irregular”. Al mismo
tiempo que Europa olvida progresivamente sus raíces cristianas, muchos
cristianos y muchas cristianas se sienten incómodos en la Iglesia y se
preguntan si están dentro, si son cristianos de “segunda” o si ya están fuera.
¿Qué hemos de hacer? ¿Quedarnos en la letra de la ley?
¿Responder con respuestas del pasado? Dios sigue vivo en el corazón de los
hombres y mujeres de hoy, aunque ellos no lo sepan. Y nos habla y nos mira de
ellos. Hemos de aprender a leer en sus vidas”.
ENTRA EN TU INTERIOR
ACOGER A LOS PEQUEÑOS
El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un
trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de
Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean
por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para
comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia
popular.
Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden
levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes
pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más
pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su
acceso a Jesús, lo obstaculizan.
Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes,
ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los
pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos.
Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a
acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.
Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es
intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a
mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan
contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos,
los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.
La razón es muy profunda pues obedece a los designios del
Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y
en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y
poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.
El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas
fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se
necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir,
abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.
El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los
grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se
convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de
Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Jesús ha visto la intención de los fariseos de enredarle en
la ley y su casuística. No entra en su juego. Les denuncia. En el caso que le
proponen, la ley ha sido escrita y es utilizada al servicio de los intereses
del más fuerte. “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto” (Mc
2,5). Jesús les propone otro escenario, el de la voluntad de Dios: ¿qué es lo
que Dios quiere? ¿Qué es lo que Dios quiso desde el principio?
¡Y qué diferencia tan grande entre la ley y la voluntad de
Dios! Jesús nos abre los ojos para descubrir la voluntad de Dios más allá de la
ley. Sale al paso de la parte más débil de la pareja, la mujer, a la cual no se
le permitía el divorcio. Más aún, cualquier motivo podía ser utilizado por el
varón para repudiarla. El Dios que crea al hombre y a la mujer nada tiene que
ver con esta práctica machista (Mc 2,6). “Al principio de la creación Dios los
creó hombre y mujer”. Es decir, iguales, con la misma dignidad.
ORACIÓN
Quiero tener presente, Señor, a todas las parejas de esposos
que sufren por falta de entendimiento, por ausencia de mutua comprensión, por
falta de respeto, de delicadeza.
Quiero tener presente, Señor, a los matrimonios que se han
roto definitivamente y a los hijos que han vivido y viven el problema de la
separación de sus padres.
Quiero tener presente, Señor, a toda la Iglesia. Ante sí tiene
el reto de una nueva evangelización. Le pido al Espíritu que nos ayude a
descubrir y a vivir con mayor autenticidad el evangelio y de este modo podamos
ser luz y sal en medio de nuestro mundo.
Quiero tener presente, Señor, a nuestras comunidades cristianas,
que sepamos ayudarnos mutuamente a crecer en la fe y en el seguimiento de
Jesús.
Por último, Señor, quiero tener presente a toda la humanidad,
a todos los pueblos de la tierra, a los organismos internacionales que trabajan
al servicio de la convivencia mundial, el diálogo, la justicia y la paz.
Expliquemos el
Evangelio a los niños
Imágenes de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear.