“El reino de Dios se
parece a un hombre que echa simiente en la tierra.”
13 DE JUNIO
DOMINGO XI DEL TIEMPO
ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Ezequiel
17,22-24
Elevaré los árboles
pequeños.
Salmo 91
Es bueno dar gracias al
Señor.
2ª Lectura: 2ª Corintios
5,6-10
En el destierro o en la
patria, nos esforzamos por agradar al Señor.
PALABRA DEL DÍA
Marcos: 4,26-34
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -El reino de
Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y
se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la
espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque
ha llegado la siega. Dijo también: -¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?
¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es
la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar
en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a
su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo
explicaba todo en privado”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que
echa la semilla en la tierra:
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego
una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la
hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
También decía: "¿Con qué podríamos comparar el
Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra,
es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más
grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo
se cobijan a su sombra".
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la
Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios
discípulos, en privado, les explicaba todo.”
REFLEXIÓN
El núcleo fundamental de la predicación de Jesús es el
anuncio del Reino de Dios. Jesús solía hablar del Reino de Dios con parábolas
porque, más que un concepto teórico, el Reino de Dios es una realidad en su
propia persona. Jesús comenzó a hacerlo tangible en su tierra y entre los
suyos. Una de las imágenes habituales que empleaba para referirse a ello es la
del grano que se planta con ilusión en la tierra, que se espera desde lo
profundo de ella a que crezca, porque tiene vida encerrada en su interior.
El creyente, el que ha vivido la experiencia del encuentro
con la Vida, es quien conoce bien la potencia de la semilla. Un pequeño grano,
seco, contiene la posibilidad de reverdecer y generar lo imposible. Por eso la
semilla se planta, con el cuidado del que sabe que se encuentra ante un
misterio: roturando la tierra, abonando su suelo, sembrando con cariño el grano
inerte y cubriéndolo en silencio. Y a esperar, a esperar que la vida que hay
encerrada en esa semilla se vaya abriendo camino.
Nosotros, en nuestras acciones diarias reproducimos, como
Jesús hacía, estos gestos. Las frases y las acciones del cristiano no están
nunca vacías, pero tampoco se busca conscientemente darles contenido o creer en
ellas; ya tienen de por sí su sentido, desde el momento en que se plantan.
Nuestra impaciencia es la señal de nuestro barro seco y duro,
y de una tierra cansada de explotadores que persiguen beneficios. Todos quieren
rendimientos fáciles, que las acciones tengan sus éxitos; también en las
intervenciones generosas y altruistas. En la Iglesia adolecemos de esta misma
falta autocomplaciente de paciencia en la construcción del Reino, que nos
desasosiega y empuja a creer en nuestras propias fuerzas o a dar por imposible
la empresa.
Sin embargo, como dice la Palabra de hoy, el grano germina y
crece sin que se sepa cómo. La espera creyente ha de volverse a lo profundo de
nuestra tierra, a la potencia de la simiente, a la sorpresa que llega, abonada
y regada cada día por el único Dueño de la mies.
Hermanas y hermanos, únicamente una mirada profunda, interior
a los acontecimientos en los que participamos nos los descubren como signos del
Reino de Dios actualmente real y en formación progresiva en el mundo. Tenemos,
como nos recomendó el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et Spes,
saber leer los signos de los tiempos y saber dejarnos guiar por las mociones
del Espíritu.
A la Iglesia, por el contrario, corresponde interpretarlos
desde la sorpresa y la maravilla de unos creyentes que observan el grano seco
de trigo convertido en dorada espiga de primavera dispuesta para la siega, o la
semilla insignificante de mostaza transformada en expresión exuberante de la
vida. Desde el fondo de la tierra, cuando la semilla emerge en tallo de vida,
emerge lo sorprendente: un mundo bueno y nuevo, donde el Dios de la Vida reina.
ENTRA EN TU INTERIOR
PEQUEÑAS SEMILLAS
Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y
televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de
noticias de odios, guerras, hambres y violencias, escándalos grandes y
pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen encontrar otra cosa
más notable en nuestro planeta.
La increíble velocidad con que se difunden las noticias nos
deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento?
Cada vez estamos mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y
cada vez nos sentimos más impotentes para afrontarlo.
La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se
pueden resolver con más poder tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una
gigantesca organización y racionalización de la vida. Pero este poder
organizado no está ya en manos de las personas sino en las estructuras. Se ha
convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance de cada
individuo.
Entonces, la tentación de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo
hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes políticos y
religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan para avanzar
hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?
No es así. Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos,
y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no
habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus
orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña,
pero que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada.
Quizás necesitamos aprender de nuevo a valorar las cosas
pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a ser héroes ni
mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de
dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amistoso al que vive
desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a
quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado…
no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos
sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de las
cosas sencillas y buenas.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
La verdad es, que las acciones de Dios no coinciden con
nuestras ideas acerca de la divinidad. Según la concepción general de la
historia de las religiones, los dioses son seres caprichosos y poderosos que
gustan de manifestar su poder, imponiendo su voluntad ostentosa y terrible
sobre los seres humanos. En las palabras de hoy, sin embargo, el Dios de Israel
y Padre de Jesús se muestra como un amante de su creación, que desea
vivificarla desde su interior, como hace un buen jardinero o labrador con sus
plantas. Su reino no es el del miedo sino el de la vida en abundancia, que
germina desde la insignificancia, la ternura, la paciencia y la serenidad
constante del sincero amor.
ORACIÓN FINAL: (Salmo 91,23.13-16)
Es bueno darte gracias, Señor.
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano;
plantado en los atrios de nuestro Dios.
En la vejez seguirá dando frutos
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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